En El libro de la risa y el olvido, Kundera
deja entender que le da un poco de vergüenza tener que ponerle nombre a sus
personajes, y aunque esa vergüenza apenas sea perceptible en sus novelas, en
las que abundan los Tomas, las Tamina y muchas Tereza, es obvia la intuición de
una evidencia: ¿hay algo más vulgar que atribuir de modo arbitrario, con la
pueril intención de lograr un efecto de realidad o, en el mejor de los casos,
sencillamente de comodidad, un nombre inventado a un personaje inventado?
Aunque, en mi opinión, Kundera debería haber ido más lejos: ¿hay algo más
vulgar, en realidad, que un personaje inventado?
Fragmento extraído del
libro HHhH, de Laurent Binet