César Gómez
Esa mañana una fina lluvia teñía de gris a los recuerdos de la gente. El tráfico, más pesado que de costumbre, era esquivado por chubasqueros y paraguas. La capota de nubes entristecía una cuidad donde solo destacaba el sonido de las bocinas y el rojo de las luces de freno reflejadas en los incipientes charcos que empezaban a formarse.
Como todos los días Ernesto acudía a coger el tranvía que le reencontraba con su mujer. Al salir del portal se detuvo para calarse la gorra y empezó a notar, mientras asentía al cielo, como su recuerdo se volvía melancolía.
La parada más cercana al cementerio aún distaba unas cuantas manzanas. Ernesto se congratulaba que así fuera, pues le daba el tiempo necesario para recomponerse y pensar algo que hiciera el día más agradable a su esposa. Y aunque, precisamente ese día se le estaba haciendo difícil, en seguida recobró el ánimo necesario para fingir normalidad.
Miró la lápida y se reprendió por no haber traído algún útil para limpiarla. Sacó un pañuelo doblado en cuatro partes y empezó a intentar secar la piedra sin éxito; solo consiguió llenar el mármol de una mezcla de polvo y agua que le confería un aspecto emborronado. Dando una vuelta al pañuelo, concentró sus esfuerzos en el epitafio; y cuando el oro empezaba a resurgir entre el gris, una sonrisa comenzó a dulcificar su ceño encogido: Mara Peña Hidalgo (1927-1988) Tu esposo no te olvidará jamás.
-¿Qué tal estás hoy? -Mientras esperaba la contestación, miró en rededor esperando no encontrar ningún curioso- ¿Sabes que día es?-. Esperó la contestación unos segundos hasta que tuvo que girar la cabeza dando la espalda a la lápida incapaz de contener el torrente. No quería que ella le viera llorando.
Ernesto vio ese día, pero cuarenta años atrás, a Mara vestida de blanco. Su traje y su aura radiante le hacían asociar ese recuerdo a un cometa. Radiante como un cometa –, pensó mientras se relamía.
Entonces su recuerdo fue más cercano en el tiempo; vio, ahora en color, como ese mismo día pero veinte años más tarde, Mara era arrollada por un camión que manejaba un borracho. Él siempre supo que fue el puro azar; nunca le importó lo que se rumoreó en el barrio por aquel entonces. Este recuerdo sucio lo había asociado a la gente.
-¿Sabes Mara? Vamos a estar juntos dentro de poco…dicen que tengo cáncer y me queda poco. Pero no quiero esperar…
Se echó a un lado de la tumba y empezó a morir. Con el ansia de un náufrago por la vida, Ernesto buscó la muerte. Permaneció allí tumbado enlazando la mano de Mara en su mente hasta que su cuerpo fue hallado por un sepulturero unos días más tarde.
Hola, César. Será que uno ya está mayor y mira todo desde el púlpito del escepticismo. La historia me parece tan romántica que no me resulta fácil creérmela. ¿Por qué espera veinte años Ernesto para morirse sobre la tumba de su mujer? Creo, por otra parte, que es muy difícil que una persona se deje morir y lo consiga de una forma tan sencilla. Sí, ya sé, cosas más raras se han visto. Será que el cuento se me queda corto, necesito más datos que me confirmen que Ernesto lleva una vida vacía y que la noticia de que tiene cáncer le acaba de hundir. Me he permitido hacer algunas anotaciones en el texto. Hay algunos errores en la forma de introducir las intervenciones del narrador en los diálogos. Los puntos están mal puestos y las intervenciones del narrador no se inician en mayúscula (creo). Tal vez, Carlos, que siempre está dispuesto para resolvernos esas dudas, nos diga algo o nos remita al sitio donde se nos aclare.
ResponderEliminarUn saludo.
Esa mañana una fina lluvia teñía de gris a (me sobra esta preposición) los recuerdos de la gente.
La capota de nubes entristecía una cuidad donde solo(creo que este solo lleva acento) destacaba el…
Como todos los días Ernesto acudía a coger el tranvía que le reencontraba con su mujer. Al salir del portal se detuvo para calarse la gorra y empezó a notar, mientras asentía al cielo, como su recuerdo se volvía melancolía.(aquí te señalo estas terminaciones que me afean el párrafo)
La parada más cercana al cementerio aún distaba unas cuantas manzanas. Ernesto se congratulaba(esto sólo es una opinión. Congratular, dice el diccionario que es mostrar alegría a la persona a la que ha acaecido un suceso feliz. El hecho de que aun distaran unas manzanas hasta el cementerio no es un suceso, ni siquiera creo que Ernesto se sorprenda por ello, lleva años haciendo ese trayecto, entonces no hay suceso por el que Ernesto esté feliz para mostrarle alegría. Y aunque así fuera, ¿no es redundante que él se felicite a sí mismo por su propia alegría? En definitiva todo este rollo para decirte que no me parece el verbo más apropiado.) que así fuera,
Miró la lápida y se reprendió por no haber traído algún útil para limpiarla. Sacó un pañuelo doblado en cuatro partes y empezó a intentar(me parece excesivo, o empezó o intentó) secar la piedra sin éxito; solo consiguió llenar el mármol de una mezcla de polvo y agua que le confería un aspecto emborronado(otra opinión. Diría, mejor, embarrado).
-¿Qué tal estás hoy? -Mientras esperaba la contestación, miró en rededor esperando no encontrar ningún curioso- ¿Sabes que día es?-. Esperó(me chirría el uso repetido y tan cercano de este verbo)
La historia me gustó, pero hubiera deseado saber más de Ernesto, ya que en realidad narras el final. Conforme iba leyendo tu relato mi curiosidad iba aumentando pero el final me dejó con el sabor en la boca. Quería saber, por qué se deja morir o por lo menos tener algunas pistas (indicios) que me permitan imaginarme el camino seguido por Eduardo para terminar en las manos de la carcancha (muerte). Es cierto que tenia un cáncer, pero en su caso me da la impresión que es un epifenómeno. No muere porque tiene esa enfermedad, se muere porque desea reencontrarse con su esposa.
ResponderEliminarBueno, es una historia pequeña, una situación. Así lo veo yo, aun cuando me atraiga el tema de la muerte, aun cuando me aterre y me fascine.
ResponderEliminarEs curioso que Ernesto visite a diario la tumba de su mujer, que mantenga ese ritual durante veinte años. En un momento dado intenta limpiar la lápida, pero termina manchándola con una mezcla de “polvo y agua”. No imagino el polvo bajo la lluvia, en todo caso se tratará de barro. La placa es de oro, eso me llama mucho la atención, a menos que sea una metáfora, una placa dorada, brillosa como el oro. En este bendito país, donde se roban las de bronce, que usen placas de oro es, desde mi punto de vista, inverosímil. Más cuando los sepultureros o custodios aparecen cada tanto, como en el cementerio del cuento, donde encuentran el cuerpo de Ernesto, frío y entumecido, sospecho, después de varios días.
La causa de la muerte de la mujer podría no explicarse, me parece que no viene al caso. Por otra parte, la siguiente frase, más que aclarar, oscurece: “Él siempre supo que fue el puro azar; nunca le importó lo que se rumoreó en el barrio por aquel entonces. Este recuerdo sucio lo había asociado a la gente”.
Ernesto busca la muerte porque desea reencontrarse con su mujer. Me pregunto por qué tuvo que esperar a tener cáncer, por qué aprovechó esa circunstancia, para dejarse morir, para irse con ella. La historia de un amor leal. También los perros se dejan morir sobre la tumba de sus amos.