Luis Osorio
Martha se encerró de un
portazo en el baño. Sudaba. Las manos le temblaban y sentía el estómago como si
ella subiera muy rápido en un ascensor. Luego, abrió su bolso. Extrajo de ahí una
bolsita plástica con el logo de una farmacia impreso de un lado y la vació en
el lavamanos. Una cajita, quizá un poco más corta que un tubo de rimel, cayó en
la porcelana con un golpe apagado. De inmediato, ella leyó las instrucciones.
“Coloque la muestra en
la ventanilla y espere cinco minutos. En caso de aparecer dos líneas rosadas,
el resultado es positivo…”.
Esperó sentada en el
retrete después de seguir las indicaciones.
Aquellos fueron los
cinco minutos más largos de su vida. Tal vez hasta el tiempo se había detenido.
Cuando al fin apareció el resultado, lo cotejó con las instrucciones.
Después de terminar con
aquella prueba, Martha supo tres cosas: El porqué se retrasó la visita de la
“comadre Rosita”, que su madre y las brujas de sus tías le iban a dar un largo
sermón… y finalmente, a dónde mandaría a su novio por negarse a ser hombre unas
horas antes.
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