Doree tenía que coger tres autobuses, uno
hasta Kincardine, donde esperaba el de London, donde volvía a esperar el
autobús urbano que la llevaba a las instalaciones. Empezaba la excursión el domingo
a las nueve de la mañana. Debido a los ratos de espera entre un autobús y otro
eran casi las dos de la tarde cuando había recorrido los ciento sesenta y pocos
kilómetros. Sentarse en los autobuses o en las terminales no le importaba. Su
trabajo cotidiano no era de los de estar sentada.
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