Dagoberto
—La competitividad en el mundo de los negocios es tal que las empresas siempre deben innovar para ser más eficientes, tener los mejores productos y los mejores precios. Lo único permanente en el mundo son los cambios… ¿Qué te parece la frase para finalizar mi exposición? —preguntó Tito a su padre, justo antes de que entrara dona Liz al comedor.
— ¡Tienes que vender esta casa de mierda y comprarme una nueva! —dijo ella mientras señalaba las paredes y los techos de la casa.
El joven, disculpen, es que después de tantos años me acostumbré; don Roberto miró a su esposa un instante, y bebió un sorbo más de su café.
—Si ha sido refaccionada totalmente hace poco más de tres años.
— ¡Todas mis amigas viven en casas recién estrenadas!
Se levantó de la mesa sin terminar el café, se puso el saco y salió dando un portazo; la mujer fue tras él, diciendo algunas palabras inentendibles; debieron ser algunas groserías.
Sí, es lo que se decían en su cuarto, cuando se enfrascaban en discusiones, y el intercambio de insultos y groserías no cesaba; entonces él salía del cuarto y se iba a ver televisión con uno de sus hijos; empezaban cuando ella pedía dinero adicional para gastos extras o cuando él veía las cuentas de las tarjetas de crédito, de las tiendas por departamentos, del teléfono fijo y de los celulares.
Una semana atrás, la mujer había asistido a un té en la casa recién estrenada de una ex vecina, y desde ese día no dejaba de hablar de su cocina amplia, de la hermosa sala, del piso de alto tránsito y de sus muebles nuevos.
¡Qué distintos eran mis dueños originales! A doña Esther y don Alberto, nunca los oí pelear; jamás discutieron, ni cuando el dinero escaseaba y tenían que estirarlo para llegar a fin de mes; ella jamás pidió más de lo que su esposo le podía dar.
Doña Esther cocinaba delicioso; no puedo dar fe de ello, pero sus platos olían a manjares; también se encargaba de la limpieza; sólo aceptó que alguien viniera a ayudarla, cuando por la artrosis no pudo flexionar las rodillas; pero así coja, siempre fue la dueña de la cocina, hasta que tuvo que ser internada en el hospital; de allí no pudo volver. Recuerdo bien esos días, los más tristes vividos entre estas paredes: El joven Roberto, recién llegado, abrazó a su padre en silencio; éste de inmediato comprendió lo sucedido, y lloraron abrazados unos minutos; por primera vez vi llorar a don Alberto; y en menos de una semana él la siguió; creo que en esa ocasión por primera vez derramé alguna lágrima.
Anoche don Roberto llegó un poco más tarde que de costumbre; lo hizo para evitar revivir la discusión de la mañana, sobre la casa nueva.
Cuando llegó a su cuarto, la discusión se reinició, y los gritos se escucharon hasta bien avanzada la madrugada.
Luego el hombre estuvo dando vueltas por la sala y el comedor; al rato se echó pensativo sobre el sofá.
Durante sus horas de insomnio, también estuve pensando: Tito tiene razón, lo permanente son los cambios; desde que dona Liz se hizo dueña, con cocinera permanente y una joven encargada de la limpieza, ella sólo entra a la cocina para abrir enlatados o para calentar en el horno de microondas; y siempre dice que está cansada. Bueno, tampoco es que no hace nada: pasa horas hablando por teléfono con sus amigas, e intercambiando mensajes en las redes sociales por su lap-top. Sí, la vida ha cambiado mucho en estos años; si hasta la hija menor, con tan sólo diez, tiene computadora en su cuarto y escucha música todo el día en su i-phone.
—Tú sabes lo que está pasando; lo mejor es que me vaya de la casa; esto nunca va a parar -le decía hace pocos minutos don Roberto a Tito, en el cuarto de éste, quien aún estaba somnoliento en la cama.
— ¡Quizás sea lo mejor para todos! ¡Te extrañaremos papá, pero no escucharemos más peleas!
Entonces don Roberto abrió la puerta de calle; llevaba un letrero sostenido por una estaca de madera; el letrero está clavado en el jardín, en el lugar donde antes un muñeco de cerámica daba la bienvenida...el muñeco ya no está más...en estos ambientes ya no se escuchan palabras cariñosas…ni nadie da la bienvenida…todo cambió... ¡Ojalá que los cambios no sean tan radicales! Hay muchas probabilidades de que ya no sea la misma... que sean los últimos días de estas paredes... ¡Vamos a ver! ... ¡Todo cambia!
Bienvenido, Dagoberto.
ResponderEliminarYo soy de las que aún gatean en este mundo de la escritura.
He leído tu relato. Es una historia que habla de cambios materiales y emocionales, y de aquéllos que no se pueden cambiar. Tienes un buen tema. Mis sugerencias van sobre el narrador y quién está hablando. Te recomiendo la lectura que en estos días amablemente Nelson Cordido nos envió por correo electrónico, referente al narrador (extraído del libro Cartas a un joven escritor de Mario Vargas Llosas.
Cambios
Dagoberto
—La competitividad en el mundo de los negocios es tal que las empresas siempre deben innovar para ser más eficientes, tener los mejores productos y los mejores precios. Lo único permanente en el mundo son los cambios… ¿Qué te parece la frase para finalizar mi exposición? —preguntó Tito a su padre, justo antes de que entrara dona (Doña) Liz al comedor.
— ¡Tienes que vender esta casa de mierda y comprarme una nueva! —dijo ella mientras señalaba las paredes y los techos de la casa.
El joven, disculpen, es que después de tantos años me acostumbré (¿quién está hablando? ¿el joven? ¿Doña Liz? Falta un guión de diálogo); don Roberto miró a su esposa un instante, y bebió un sorbo más de su café.
—Si ha sido refaccionada totalmente hace poco más de tres años. (¿quién está hablando?)
— ¡Todas mis amigas viven en casas recién estrenadas!
¿Quién es el narrador?, ¿Tito, la casa, la cocina o un narrador externo? Te sugiero orientar un poco al lector sobre quién es el que está contando la historia, por ejemplo, he sido refaccionada totalmente hace poco más… mis paredes, antes tapizadas con arabescos, ahora….) Se levantó de la mesa sin terminar el café, se puso el saco y salió dando un portazo; la mujer fue tras él, diciendo algunas palabras inentendibles; debieron ser algunas groserías.
Un saludo, Susy
Dagoberto, ¡qué maravilloso es aprender! Yo que estaba segura que Don y Doña se trataban diferente al Señor y Señora… Busqué en el Diccionario panhispánico de dudas ©2005 de la
ResponderEliminarReal Academia Española (Internet) y copio (por lo visto, yo pensé que todos debíamos ser tratados como Reyes, je, je):
“4.31. Los títulos, cargos y nombres de dignidad, como rey, papa, duque, presidente, ministro, etc., que normalmente se escriben con minúscula (→ 6.9), pueden aparecer en determinados casos escritos con mayúscula. Así, es frecuente, aunque no obligatorio, que estas palabras se escriban con mayúscula cuando se emplean referidas a una persona concreta, sin mención expresa de su nombre propio: El Rey inaugurará la nueva biblioteca; El Papa visitará la India en su próximo viaje. Por otra parte, por razones de respeto, los títulos de los miembros de la familia reinante en España suelen escribirse con mayúscula, aunque vayan seguidos del nombre propio de la persona que los posee, al igual que los tratamientos de don y doña a ellos referidos: el Rey Don Juan Carlos, el Príncipe Felipe, la Infanta Doña Cristina. También es costumbre particular de las leyes, decretos y documentos oficiales, por razones de solemnidad, escribir con mayúsculas las palabras de este tipo: el Rey de España, el Jefe del Estado, el Presidente del Gobierno, el Secretario de Estado de Comercio. Por último, es muy frecuente que los cargos de cierta categoría se escriban con mayúscula en el encabezamiento de las cartas dirigidas a las personas que los ocupan.
6.9. Los títulos, cargos y nombres de dignidad como rey, papa, duque, presidente, ministro, etc., se escriben con minúscula cuando aparecen acompañados del nombre propio de la persona que los posee, o del lugar o ámbito al que corresponden (el rey Felipe IV, el papa Juan Pablo II, el presidente de Nicaragua, el ministro de Trabajo), o cuando están usados en sentido genérico (El papa, el rey, el duque están sujetos a morir, como lo está cualquier otro hombre). Existen casos, sin embargo, en que estas palabras pueden escribirse con mayúsculas (→ 4.31).”
Estimado Dagoberto
ResponderEliminarTe anexo algunos comentarios
En general el cuento está bien.
Hay un cambio inesperado en la voz narrativa: del narrador omnisciente a la voz de la casa. Esto causa confusión y es la única intervención de este personaje (la casa) creo que se debe evitar .
Durante sus horas de insomnio, también estuve pensando:... (¿quien habla?) Otro salto en la voz narrativa.
Qué papel juega el letrero si la trama indica que el papá (Don Roberto) abandona la casa. ¿Es que la pone en venta? Para qué si ya se va
Qué tiene que ver el cambio con la casa. El último párrafo no entiendo la voz narrativa. ¿es el omnisciente, o la casa?.
Saludos
Roberto Carreño