Enya es
una sonrisa luminosa. No, una nena luminosa con una sonrisa hermosa y
viceversa. Sobre todo riendo a la hora de la siesta. Encandila. “Apagá esos
ojos…”, dice su tío Nico. Allá, debajo de la oreja tiene un remolino
rojo-remolacha, naranja-zanahoria. Ese rojo se repite en otro, en otro y en
otro bucle. “¡Apagá ese pelo!”, le dice también.
Papá
trabaja jugando con barro. Un día un elefante y otro una taza. Pero si Enya
quiere, es una taza-elefante o un chancho de monedas. Los amigos le dicen
Camote a papá. Él tiene un cartel que dice: Juguetes de Barro de Camilo
Sol.
Ciertos
días de verano, Enya se pone su vestido de flores y las botas de agua. El
paraguas, rosa claro. Es su ropa de danza de la lluvia. Y muchas de esas veces,
llueve. Entonces el papá pasa corriendo con los juguetes que están crudos.
“¡ENYA! ¡No ves que estoy trabajando!”. Si se descuida le saca una ballena o un
cocodrilo y juega a tomar el té en el jardín. Hasta que el invitado se
convierte en chocolate al sol.
Una vez
al mes cocinan los juguetes. Ella tira ramitas al fuego. Y vigila que no se
apague cuando papá Camote está ocupado. Pone ramitas y hojas de laurel. Hacen
ruidito a muchas patitas corriendo por el parque, pero en otoño. El olor es a
guiso de lentejas de la Nona Tere.
Los
sábados lo acompaña a la plaza o a la playa… Se despiden de osos, payasos,
elefantes... Y de muchas, muchas ballenas, pingüinos y lobos marinos. ¡A
qué no saben donde vive! Sí…Puerto Madryn, Argentina.
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