por Roberto C.
El vigilante está haciendo su rondín nocturno
de cada día. Debe marcar las llaves de los puestos de control en el reloj que
carga en ese largo y tediosos recorrido. Va en el cuarto punto de control
cuando, de súbito, todo se oscurece: se pierde la energía eléctrica.
—Maldición, no traje la lámpara. No sólo debo cargar este pinche reloj que pesa
una tonelada, sino que también la lámpara que es un estorbo—. Va mascullando
mientras con los brazos extendidos trata de alcanzar alguna de las paredes.
Sabe
que está en un cuarto que hace las veces de despacho del almacén. Recuerda que
debe haber un escritorio cerca de la pared que tiene la ventana para la
atención de los mecánicos.
Avanza
despacio, como no conoce el lugar, teme tropezar y lastimarse con algo que se
le atraviese por su camino, siempre hay cosas regadas por el piso. Lleva el
brazo derecho levantado a media altura hacia adelante buscando alguna pared, de
la mano el brazo izquierdo le cuelga el reloj checador. Usa la pierna izquierda
para buscar, mientras la derecha le aguanta todo su peso. Manda algunos
puntapiés para saber si está libre el camino. Una vez asentado éste pie, avanza
un paso y repite la operación, sigue así hasta que choca con algo.
Se
espanta y casi cae por el golpe que ha dado con la puntera de la bota y por el
estruendo que se hizo al chocar con lo que suena como una lámina de metal.
Extiende ambos brazos con un movimiento circular de arriba y abajo para ubicar
el objeto alcanzado. No encuentra nada, se agacha hasta el piso y empieza a
buscar con las manos.
Recorre
un palmo y nada, otro y nada, al tercero siente un objeto liso y
frío, trata de tocarlo con las dos manos; lleva una junto a la otra, el
objeto está a su alcance, lo toca con la mano izquierda y con la derecha
empieza a rodearlo; percibe un objeto pequeño, puede asirlo con ambas manos, es
de metal, lo hace sonar, lo levanta y es ligero, identifica al bote para
basura, lo deja a un lado. Se levanta y reinicia su método de búsqueda. Piensa
que está cerca de alguna pared, no se percata que regresa sobre sus pasos.
Avanza
tres pasos, y nada, tantea el siguiente y no encuentra algo. Se prepara para el
siguiente paso. Ahora investga usando la
pierna derecha, la izquierda tiembla cuando lo sostiene. Asienta el pie sobre
algo suave y pulposo, de forma automática lo retira y se queda parado,
estático. Suda frío, saca el pañuelo para limpiarse la frente, la gorra está
húmeda y le incomoda ponérsela; se desabrocha la camisola, la camiseta la tiene
pegada al cuerpo y siente lo frío del sudor, respira con dificultad. El miedo
le agudiza los sentidos, pero no se atreve a continuar. Se acurruca en el piso,
con las manos lo recorre. Con la derecha toca algo que parecen pelos, retira la
mano; su corazón bombea con fuerza. Sus latidos son el único ruido que lo
acompaña. Resopla para tratar de calmarse, trata de pasar saliva y su boca está
seca. Reintenta acercarse al objeto peludo, se arrastra sobre las nalgas con
precaución, buscando con las manos. Siente los pelos, y trata de ir más allá.
Es algo suave, sedoso. Entierra los dedos en la amorfa superficie; al
levantarla, se le enreda en el brazo, la
huele, —ésto es de mujer— dice y la arroja a un lado. Sentado, empieza a pensar
que no va a poder terminar su ronda y que el Capitán, por la mañana no le va a
creer la historia.
Es
esas estaba cuando todo se ilumina, revisa el reloj y se da cuenta que sólo han
pasado algunos minutos; respira aliviado, aún puede terminar su vuelta. Se
levanta, está cerca de una esquina, a su izquierda está una peluca pelirroja
—No recuerda haber visto a ninguna mujer en esa oficina y menos pelirroja—. Se
aproxima para recogerla, en su cerebro surge la imagen de la portada del diario
amarillista que compra en la esquina cuando llega a trabajar. La oscuridad lo
envuelve una vez más.
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