Había una
vez una familia que vivía en una población pequeña, con la naturaleza
invadiéndolo todo.
Y como en
todo pueblo que se precie, en él habitaba una chiquillada que explotaba en
tardes de siesta, cuando los grandes dormían y los duendes andaban en puntillas
por las polvorientas sendas que ardían de sol.
Demetrio, o
el gallego, como lo llamaban, era un chico alto para sus diez años, los ojos oscuros
y vivaces, movedizos, siempre atentos. Era
inquieto por naturaleza y no se perdía siestas durmiendo; simplemente vivía
esas horas bañado de sol y de ilusiones.
Él no lo
sabia pero estaba enamorado de la picara Mailen.
Ella si lo intuía y esto la hacia feliz;
después de todo, él era todo un personaje en el lugar y era su amigo.
La chica
tenia el cabello recogido en dos colas castañas que destacaban su rostro, dos
hoyuelos cómplices le iluminaban la cara.
Tenía la sonrisa amplia y la alegría escapándose por los ojos, por la
boca, por la piel… No sé si era linda, pero si sé que en esa época era feliz.
Nada especial
pasaba, solo la vida que se traducía en tiempo y los dos crecían mas rápido de
lo que suponían, con su vieja Chamanta sobre la cual charlaban y reían sin
preocupaciones.
Un día como
tantos otros, de pronto se nubló de una manera rara y algo en el aire presagiaba
que no sería como otros.
Mailen
esperó inútilmente que él volviera de su excursión. Decían algunos que se había ido a pescar con los chicos grandes. Ella explotaba en angustia. Sabía que no lo volvería a ver. El río
se lo trago, dijeron, y nadie nunca lo volvió a ver.
Dicen que
dicen los que siempre dicen algo que a pesar del tiempo transcurrido que es
mucho que en tardes de verano, cuando la siesta se duerme ardiente en las
calles, ella se transforma y se le
forman dos simpáticas colas que dejan ver su sonrisa y sus hoyuelos; y siendo
niña, otra vez suele charlar con su amigo sobre su colorida y misteriosa Chamanta.
“Los
fantasmitas de la tarde” gritan los chicos que juegan en las siestas, aunque
las calles ya no sean de tierra. Corren
entre ansiosos y sorprendidos de que aquellos chicos de hace tiempo quieran
jugar con ellos.
Es que no
se sabe que pasa cuando los fantasmas juegan con uno.
Dicen que
no es ella sino la chica que fue, dicen que son los misterios del viejo poncho
aborigen, ese que llaman Chamanta. Dicen, solo dicen, pues yo no lo sé. Yo solo sé que si cierro los ojos los vuelvo
a ver y puedo contar lo que siento, pero no sé que pasa en las siestas cuando
duermo, porque ahora duermo, aunque no sé si son siestas.
Yo soy
Mailen y él a menudo me viene a ver,
aunque no sé como lo hace; y pasa la vida que siempre pasa por todos lados sin
dejar huecos, y yo sigo sin saber si estoy viviendo un sueño. Algunos me ven y otros no.
Y ahora que
lo pienso, me parece ver claro que, cuando nos encontramos, los chicos corren y
estoy segura que sí nos ven.
Susana
Palacios®
Hola Susana.
ResponderEliminarCreo que en tu cabeza hay una linda historia pero yo no pude meterme en ella. No sé si por las repeticiones de palabras, el caso es que gustándome tu texto no pude disfrutarlo. Seguro que es culpa mía.
Un abrazo
félix