Son temerarios y arrogantes, los más
rápidos en el manejo de la Colt 45; solitarios, valientes y temidos en toda la
comarca; rivales históricos en la conquista de mujeres del Far West y ladrones
de banco por toda profesión conocida. Por esas cosas imprevistas del destino,
ambos coincidirán en Lone Star City una mañana de verano.
Las
gargantas de los hombres del pueblo se van humedeciendo con whisky y cerveza
desde las primeras horas para evitar que el calor del sol las seque. Aunque no
salen de sus casas ni del ‘saloon’, los chismosos observan los trámites de la
carreta especial de la Wells Fargo, la empresa que recoge el dinero de los
bancos de Texas, estacionada frente al único de Lone Star custodiada por dos
uniformados con armas largas.
Alguien
ha traído la noticia de que Baby Face aparecerá antes de que logren llevarse lo
recaudado. El suspenso acompaña la escena. Como ante una orden recibida que
nadie ha dado, las caras tras las ventanas se vuelven hacia la salida norte del
poblado. Jimmy “the Swift” hace su entrada sin previo aviso en el caballo árabe.
Vestido de negro desde el sombrero a las botas y su rostro cubierto con un
pañuelo que una vez fue blanco, apuesto pero polvoriento por el viaje, se
dirige con la mano derecha apoyada en su cartuchera y lentitud premeditada, hacia
el carromato de la Wells. No hace falta decir que el sheriff y los comisarios
se preparan para una balacera. Por la salida sur de Lone Star se acerca
despacioso Baby Face, desaliñado y recio, a cara descubierta, en una rara
combinación de adolescente y matón. Su mano izquierda se apoya en la pistola de
caño largo.
Todo
presagia violencia sin límites. Los rostros pueblerinos, aburridos por la
rutina, delatan una actitud morbosa, deseosa de sangre. La distancia entre los
pistoleros se acorta lentamente por la calle polvorienta, mientras los guardias,
temblorosos, se aprestan a descargar sus Smith & Wesson. Parecen anticipar
que todo esfuerzo será inútil ante la famosa velocidad de disparo de los
ladrones.
El
incidente se desata con celeridad. Caen los custodios heridos de muerte. El
sheriff y los comisarios, desorientados por el fuego cruzado, ni siquiera llegan
a sacar las armas. La carreta de la Wells Fargo ha quedado solitaria y
rebosante de dólares. Ni un alma se atrevió a salir a la calle principal. Es un
silencio expectante el que marca el ritmo de los minutos.
Ahora
les falta saber quién se llevará el botín. Los bandidos se encuentran separados
por escasos cincuenta metros. Desmontan. Enfrentados, sus miradas amenazantes,
serpientes hipnotizadoras, se clavan en el cerebro del rival. El ambiente es
denso. El viento, hasta hace minutos caliente y pesado, se detuvo. Los ojos del
pueblo recorren la distancia entre los bandoleros, deseosos de captar el gesto
que preanuncia el momento de desenfundar. Hombres y mujeres parecen tener la
certeza de que no habrá heridos: sólo un muerto. Ese minuto les resulta una
eternidad.
En
el velocísimo instante de las Colt las respiraciones se suspenden. Jimmy está muriendo.
Mientras, la bala de su pistola roza el hombro de Baby Face y termina alojada en
el corazón del cameraman de la Metro.
Lidia
Castro Hernando
hola Lidia.
ResponderEliminarRelatas maravillosamente la escena álgida de una película del oeste. Leyéndote sentí la misma tensión y morbo que los figurantes, por eso tu final no me sorprendió. Creaste en mi mente las imágenes del western.
Quién dijo eso de una imagen vale más que mil palabras.
Me gustó
félix