Nelson Cordido Rovati
Sebastián
Me despedí de mi
esposa como todos los días para ir al trabajo, llevándome a mi hijo para dejarlo en la
escuela, a quién luego ella lo recogería en la tarde. Yo seguramente regresaría
a casa al anochecer, si no había alguna actividad social con mis colegas. A
veces pienso que mi vida es demasiado rutinaria y quizás algo aburrida. Pero
realmente estoy satisfecho. Mi esposa es una mujer muy bella con la que me
llevo bastante bien. Mi hijo es adorable y llena mucho mis necesidades
afectivas.
Revisé la agenda del
día; nada especial. Iría a la oficina, algunas reuniones, visitar un cliente en
la tarde. No era un día congestionado. Dejé a mi hijo en la escuela y continué
caminando en dirección a la oficina. Está a unas cuantas cuadras de distancia,
pero hace buen clima y me gusta caminar.
Como
aún era temprano entré en una librería. Me fascinan los libros. Estaba hojeando
un best seller cuando una mujer joven
que estaba a mi espalda giró repentinamente y chocó contra mí, derramando
completamente el café sobre el libro y mi camisa. Parecía una de esas
muchachitas descuidadas de las que es mejor estar lejos, pues siempre están
haciendo movimientos bruscos y si estás cerca, serás su víctima. La jovencita,
aparentemente muy avergonzada, se disculpó y trató de limpiarme un poco, pero
realmente estaba empeorando las cosas. Le dije que no era nada y me retiré
rápidamente, tratando de mantenerme lo más alejado posible de esa peligrosa
criatura. Aunque el libro estaba un poco mojado por el café, decidí llevármelo
porque era el único ejemplar disponible. Esa muchacha además de arruinarme la
camisa, también había dañado el libro que quería adquirir.
Me dirigí a una
cafetería cercana. Entré al sanitario y limpié
cuidadosamente con agua y papel la mancha en la camisa. Ya casi no se
veía. Pedí un café y un croissant. Me senté en una mesita al aire libre a desayunar
mientras ojeaba el libro. Comencé leyendo la contraportada. Luego la página que
está detrás de la carátula. Avancé página por página leyendo todos los
detalles, títulos, subtítulos, editorial, derechos de autor, fechas de las
ediciones, prólogo. Me gusta revisar todos los detalles del libro antes de
comenzar la aventura de leer propiamente el texto en cuestión.
Laura
Salí a realizar mi
caminata matutina. Me gusta mantenerme en forma. Mi esposo, aunque mucho mayor
que yo, también estaba en muy buenas condiciones físicas. Uno de los gustos que
tenemos en común es escalar montañas. Es mi segundo matrimonio. El primero fue
un error. Pero ahora con mi actual esposo siento una gran tranquilidad. Él es
muy atento conmigo.
Además viene un cambio
que me encantaba. Mi esposo ha sido transferido por dos años al extranjero a
una nueva oficina que está abriendo la firma donde trabaja. De hecho, ya tenemos
todos los arreglos listos y partiremos mañana. Ese cambio me tiene muy
excitada. Disfruto con la idea de conocer otra cultura, otras personas.
La caminata fue corta.
No tenía muchas ganas de ejercitarme ese día, quizás porque sería el último que
pasaba en esta ciudad antes del viaje de mañana. Vi una librería y entré.
Quería un libro para leer en el avión.
Pedí un café en la barra y me dirigí a curiosear entre los estantes. Fue
entonces cuando ocurrió ese vergonzoso accidente. Estaba algo eufórica y al
voltearme choqué con un señor a quien le derrame el café encima. Me sentí muy
apenada aunque debo reconocer que la situación tenia algo de divertida. Traté
de ayudarle pero él parecía molesto. No era para menos. Hubiese querido que
aceptara mi ayuda. Me parecía un tipo muy interesante pero definitivamente él
me evitó.
Salí de la librería
aguantando la risa y me dirigí a una cafetería cercana a tomarme otro café. El
anterior casi ni lo había probado, porque en su mayor parte quedó diluido en la camisa blanca del señor.
Me senté en una mesita a
saborear el café. A cada momento venía a mi mente el recuerdo del incidente en
la librería. No podía dejar de pensar en ello. La cara del hombre sorprendido y
molesto. El café en su camisa. Me daba algo de risa.
Repentinamente me
pareció que alguien me miraba desde la mesa de al lado. Esa sensación que se percibe
cuando la mirada de otra persona se posa por cierto tiempo sobre ti, aunque tú
no estés mirando en esa dirección.
-UD. Otra vez. ¿Me está
siguiendo? – Dijo una voz masculina.
Vi la cara del hombre de
la librería ya más calmado. Me pareció que tenía una expresión más bien de
dulzura y quizás, sin quererlo, de seducción.
Sebastián
Estaba
ojeando el libro en la cafetería cuando observé una figura femenina sentada en
la mesa de al lado que me pareció familiar. Al
detallarla me percaté que era la misma
jovencita de la librería. Pensé que había sido algo rudo con ella. Había sido
simplemente un accidente pero yo estaba tan ofuscado en ese momento que no le
di oportunidad ni siquiera de disculparse. Le pregunté si me estaba siguiendo
con intención de hacer una pregunta divertida. Algo que permitiera romper el
hielo, pero al parecer, mi pregunta no le gustó. La joven se la tomó en serio y
me dijo que era un engreído. Ahora la situación sí me parecía divertida. Decidí
continuar haciéndole preguntas incómodas. Ella se notaba ofuscada.
-Si
no me está siguiendo que hace aquí precisamente en la mesa vecina a la mía,
habiendo tantas vacías.
-Pero
UD. que se cree. Nunca pensé que fuera tan cínico. Me alegra de haberle
manchado su camisa.
-Lo
hizo a propósito para tener una excusa y poder hablarme.
-No
puedo creer que UD. sea tan engreído. Es simplemente insoportable.
Así continuó el diálogo,
hasta que poco a poco fue suavizándose. Me
sentía tan divertido conversando con esta jovencita que no quería que se
interrumpiera todavía el fugaz encuentro. La conversación tomó otra dirección y dejé de hacerme el engreído. A pesar de que
había cierta brecha generacional, probablemente yo le llevaba unos quince años
de diferencia, la conversación seguía bastante fluida, casi sin esfuerzo. La
manera de vestir de la joven era muy
distinta a mi estilo. Por ejemplo, llevaba un piercing en el cuello. Eso me parece
una costumbre de las generaciones jóvenes rebeldes inspiradas en las tribus
africanas que se perforaban distintas partes del cuerpo para lucir más
atractivos. En cierta manera es una forma de selección natural darvinista hecha
de manera artificial.
Me levanté de mi mesa y
le pedí permiso para sentarme en la de ella. Ya más cerca pude apreciarla con
más detalle. Esta muchacha tenía un encanto que hacía mucho tiempo no veía.
Pedimos otro café. Era como una excusa para seguir conversando un rato más. Una
hora más tarde aun estábamos sentados charlando animadamente y consumiendo el
tercer café.
Ella vio el libro
manchado y me dijo que sabía de otra librería donde lo tenían. Decidimos
caminar hasta ahí. Realmente no me importaba tener el libro algo manchado, pero
era la oportunidad de disfrutar su compañía un rato más.
Fuimos caminando
lentamente por la calle. Hablamos de todo. Le conté de mi familia, de mi
esposa, de mi hijo. Ella también me contó sobre su matrimonio. Era como si
hubiésemos sido amigos desde hacía mucho tiempo. No conseguimos el libro en la
librería, pero ni importaba, entonces fuimos caminando hasta el parque.
Comencé a sentir una
atracción irresistible hacia ella. Temía que llegara el momento de separarnos.
Quería seguir con ella todo el tiempo que fuera posible. Llamé a la oficina y
les dije que tenía un problemita por lo que llegaría más tarde.
Estuvimos caminando por
el parque largo rato. Vimos los botes de remo que alquilaban. No recordaba cuándo
fue la última vez que me monté en uno. Le propuse alquilar uno y accedió.
Realmente yo no sabia remar pero eso no importaba, al contrario era motivo de
chistes. Reímos mucho. Por mi parte hacía muchísimo tiempo que no reía así.
Luego permanecimos en silencio disfrutando de la paz del lago mientras el bote
se movía lentamente. Ella rozaba la superficie del agua con son dedos. Yo
estaba inmerso en ella. No me importaba nada a mí alrededor. Cada vez
caminábamos más cerca el uno del otro. A veces al caminar nuestras manos se
rozaban y literalmente sentía que
temblaba.
Nos sentamos en la grama
a ver el lago. Hablábamos menos pero nuestras caras estaban cada vez más cerca.
Yo le estaba diciendo algo y su rostro estaba tan cerca que casi podía sentir
su respiración. Ya era casi hora de almorzar. La invité a un restaurante
sofisticado que había en el penthouse de un alto edificio cercano. Al principio
ella me dijo que pensaba no estar vestida apropiadamente, pero al final aceptó.
Hice una reservación
desde el celular. Fuimos caminando lentamente hasta el restaurante. Al subir
quise llevarla del brazo. Tímidamente acerqué mi mano a su brazo pendiente de
cualquier reacción de ella, listo para retirarla. Pero a ella no pareció
molestarle entrar así. Al contrario, parecía disfrutar del contacto.
Laura
¡Que engreído! Que yo lo
estaba siguiendo. ¿Qué se cree este individuo? Me sentí humillada. Cada vez que
le respondía, él contestaba algo que me enfurecía aún más. Estaba empeñado en
que yo lo estaba tratando de abordar y por eso le lancé el café. ¿Cómo pudo
parecerme un hombre atractivo en la librería? Era un cualquiera, un patán.
Parecía un martini sin aceituna. Ya
estaba a punto de levantarme cuando él suavizó la conversación. Me pidió
disculpas. Dijo que estaba bromeando. Hasta me pidió permiso para sentarse en
mi mesa. Me pareció una manera de disculparse por el mal rato que me había
hecho pasar. Pedimos otro café. Tenía una conversación envolvente. Todo tema
que tocaba era tan interesante. Comencé a disfrutar de su conversación. Al rato
me sentía con tanta confianza que le hablé de cosas íntimas que no se las decía
a casi nadie y menos a un desconocido. Era como si estuviese conversando con un
viejo amigo de toda la vida.
Al ver su libro manchado
me sentí tan culpable que quise reemplazárselo. Le propuse ir a otra librería
cercana, donde me parecía haber visto el mismo libro. Fuimos caminando y
charlando. Fue una caminata tan bonita. Al llegar a la librería descubrimos que
el libro estaba agotado. Él me sugirió caminar hasta el parque y me encantó la
idea. Estuvimos paseando despacio por el parque. Nos distrajimos viendo
cualquier cosa. Unos pajaritos volando, una ardilla subiendo un árbol, unas
flores bordeando el lago. Todo me parecía tan interesante y bonito. ¿Por que no
hacía estos paseos con mi esposo? Pero luego me percaté que sí los hacia, sólo
que no eran tan bonitos y excitantes. Hasta paseamos en botes de remos, fue muy
divertido y sobretodo romántico. ¿Qué me estaba pasando? Nos sentamos frente al
lago como si fuéramos dos enamorados. Yo no tenía ninguna intención de faltarle
a mi marido y realmente pensaba que no le estaba faltando. Simplemente estaba
charlando con un amigo... Ya le había mencionado que estaba casada y que amaba
a mi esposo. Pasaron las horas y no me di cuenta. Habíamos estado charlando
toda la mañana. Ya era hora de almorzar. Pensé en despedirme, aunque no quería
hacerlo. Parece que él leyó mi pensamiento y me invitó a un restaurante
cercano. Al principio rechacé la invitación diciendo que no estaba vestida
adecuadamente. Al final acepté. Luego de almorzar le contaría que mañana me iba
de la ciudad a vivir en el extranjero y me despediría. Eso aun no se lo había
dicho.
Camino al restaurante
sonó mi celular. Era mi esposo. Quería saber de mí. Me puse algo nerviosa Le
dije que estaba paseando en el parque pero no le mencioné que estaba
acompañada. Me despedí. De nuevo vinieron las dudas. ¿Estaba actuando bien?,
¿Por qué no le dije que iba a almorzar con un amigo? Recordé que mi padre decía
que cuando no quieres mencionar algo es porque tu conciencia te esta diciendo
que no está bien.
Al llegar al restaurante
sentí su mano que me llevaba del brazo. El contacto de su mano me hacía
estremecer. Me parecía que no estaba caminando sino flotando. Me dejaba dirigir
por esa mano a donde me llevara.
Sebastián
Pedimos champagne para
celebrar habernos conocido. Brindamos mirándonos a los ojos como dos
enamorados. Hablamos de arte, de cine, del amor, de nosotros, de guerras, de
viajes, de historia, de todo lo que se nos ocurría. Pedimos el menú y ordenamos
los platos más elaborados de la carta. Los disfrutamos en conjunto. Ella me dio
a probar en su propio cubierto algo que estaba delicioso. Sentí entrar en su
intimidad. Saborear el cubierto que unos segundos antes había estado en su boca
era como besarla. Cuando le di a probar algo de mi plato, no recuerdo que, ella
abrió un poco los labios mirándome
directamente a los ojos. Acerqué el cubierto a su boca y me temblaba la mano
mientras ella absorbía el contenido del tenedor lentamente. Me pareció que lo
hacía de una manera muy insinuante. Me
sentía excitado y confundido.
¿Cómo podía una
muchachita hacerme perder el control después de tantos años de experiencia?
Ella era casi una niña. Yo casi podía ser su padre. Luego pedimos un licor. Lo
tomamos lentamente casi sin hablar, mirándonos a los ojos. Lentamente fui
acercando mis dedos hasta tocar los de ella. Fue un esfuerzo enorme. Me sentía
tan nervioso como un adolescente frente a su primer amor. Sólo llegué a tocar
el borde de sus uñas. Moví la punta de mi dedo de un extremo al otro de su
pequeña uña. Ella desvió la mirada pero no retiró su dedo. La noté nerviosa.
Igual que yo. Estuve varios minutos jugando con los bordes de sus uñas hasta
que llegó el mesonero.
Laura
Al sentarnos ordenó
champagne. Me asustaba lo que estaba sintiendo. Pensaba en detenerme de
inmediato y regresar a casa pero no tenía voluntad para hacerlo. Su
conversación, sus gestos, sus silencios, todo me envolvía de tal manera que me
anulaba la voluntad. Revisamos la carta mientras hablábamos de todo. Ya no
recuerdo qué pedimos pero si sé que todo estaba divino. Le di a probar algo de
mi plato. Tuve que hacer un esfuerzo para que el temblor de la mano no me
delatara. Después al continuar comiendo algo con el mismo cubierto que había
estado en su boca sentí que me besaba.
Al finalizar la cena,
estábamos tomando un licor y yo tenía la mano extendida en la mesa. Sentí que
su mano se aproximaba a la mía. Dudé un instante si dejarla o retirarla pero ya
era demasiado tarde. Sentí la punta uno de sus dedos rozar el borde de los
míos. En realidad ni me tocó la piel. Solo rozaba el borde de mis uñas pero era
una sensación tan intensa. Mi mano estaba fría del nerviosismo. Menos mal que
llegó el mesonero.
Él
pidió la cuenta. ¿Que pasaría ahora? No deseaba separarme aún de él. ¿Que haría
si al salir del restaurante se despedía? Al llegar a la calle caminamos un
poco. Yo me acerqué lo más que pude dentro de la prudencia aceptable. Tenía
unas ganas enormes de que me abrazara. Continuamos caminando sin decir nada. No
me importaba pasar el resto de la tarde así, caminado uno cerca del otro. No se
que tenían sus ojos pero cuando me miraban me hacían temblar.
Sebastián
Salimos del restaurante
y continuamos caminado lentamente. Viendo vidrieras, casi no hablábamos. A
veces nos mirábamos y sonreíamos. Al rato pasamos frente a un cine y entramos.
Había poca gente a esa hora. Ni me di cuenta qué película era. Lo importante
era seguir en su compañía.
En la intimidad de la
sala, le tomé una de las manos. Ya no esquivó la mirada. Trémula y coqueta fue
concentrando su mirada en mis ojos. Fui acercando mi cara a la suya. Vi sus
ojos desde cerca. Vi como examinaban los
míos. Toqué su nariz con la mía. Durante un rato nos acariciamos solo con las
narices. Toqué su pelo. Acaricié sus pestañas. Recorrí con la punta de la
lengua su oreja. Sentí su aliento. Fui revisando lenta y cariñosamente todo lo
que aquella preciosa cara tenía. Me pareció que lloraba. Bebí de sus lágrimas y
me recordó el mar. ¡Que curioso!, las lágrimas, la sangre y el mar tienen en
común el sabor salado. Así pasamos media tarde besándonos y conociéndonos más
íntimamente.
Sin darme cuenta terminó
la película. No puedo decir cómo se llamaba porque no había visto ni el título.
Salimos tomados de las manos. Ya no me importaba que me vieran así. Esta era la
mujer de mi vida. Caminamos sin rumbo besándonos como novios. Si en ese momento
nos hubiésemos encontrado con mi esposa yo creo que no hubiese soltado su mano.
Le habría dicho a mi esposa que me disculpara pero estaba enamorado. Que lo
mejor era divorciarnos.
Teníamos sed. Entramos a
un bar cercano. Nos acercamos a la barra. Antes de sentarnos la estreché contra
mi cuerpo. Acerqué mi cara a la suya. Sus mejillas estaban ardientes. Fui
bajando mis labios hasta su cuello. Besé suavemente su cuello mientras mis
manos sujetaban sus muslos. Nos sentamos en la barra. Pedimos unas cervezas. De
repente se acercó un compañero de trabajo que también estaba en el bar. Me
preguntó si había resuelto el problema que me impidió ir a la oficina. Le dije
que sí y que en otra oportunidad le explicaría. No quería perder ni un minuto
con otra persona que no fuese ella. Si era necesario dejaría ese trabajo. No
faltaba más.
Laura
Entramos a un cine. No
me importó que película proyectaban. Solo quería estar cerca de él. Me sujetó
las manos y nos miramos a los ojos. Que momento tan romántico. No vi la
película pero me sentía la protagonista de una preciosa historia de amor. Él
fue acariciándome la cara con gran delicadeza. No podía resistirme. Me sentía
en un estado en el sería capaz de hacer cualquier cosa que él me pidiera. Cualquier cosa…
De repente las luces se
encendieron y la gente empezó a salir del cine. No tuve idea cuánto tiempo
había pasado pero eran por lo menos dos horas. Había perdido completamente la
noción del tiempo.
Salimos caminando
abrazados y besándonos. En algún momento sonó el celular. Lo apagué sin mirar
quien era. Entramos a un bar. Me abrazó tiernamente antes de sentarnos en la
barra. Me estremecía cada uno de sus avances. La cercanía de su cara a mis
mejillas, sus besos, sus caricias por todo mi cuerpo. Ya no me importaba hacer
esto en público. Comencé a desear estar a solas con él, desnudos, sin nadie que
nos perturbara.
Sebastián
Ya era de noche,
continuábamos en la barra cuando le dije:
- ¿Comprendes lo que
está pasando?
- Qué
- Dime si a ti te está pasando
lo mismo que a mí
- Qué
- Dime si estas
enamorada de mi
- Si… pero es una
locura, Casi no nos conocemos – Contestó ella mientras se le humedecían los
ojos. Su rostro reflejaba una mezcla de felicidad y temor.
- Precisamente, el hecho
de que casi sin conocernos sintamos esto es prueba de que somos el uno para el
otro.
- Debemos ser sensatos,
es una locura.
Le propuse que nos fuéramos los dos juntos. Yo
estaba dispuesto a dejarlo todo. Mi familia, mi trabajo, mis amigos, mi país.
Sería maravilloso si pudiésemos vivir de ahora en adelante juntos. Ella asentía
besándome suavemente. Me decía sí a todo lo que le proponía.
Entonces fuimos concretando
la idea. Yo tenía unos ahorros en moneda extranjera que nos permitirían viajar
y subsistir varios meses hasta que consiguiera trabajo. Ella me dijo que
también estaba dispuesta a dejar a su marido. Acordamos tomar un avión al día
siguiente y nos iríamos. Teníamos esta noche para arreglarnos y dejar a
nuestras parejas. Salimos del bar y corrimos hasta un cyber café y nos conectamos a Internet. Hicimos las reservaciones
de avión y hotel. Hice los cargos a mi tarjeta de crédito. Sería como una larga
luna de miel.
Salimos del cyber café, caminamos un rato bajo la
luna afinando los detalles de nuestro reciente plan. Era mejor no decir nada a
nuestras parejas. Les explicaríamos luego cuando ya estuviésemos fuera.
Acordamos vernos el día siguiente justo al mediodía en el mismo bar. De ahí
saldríamos al aeropuerto y dos horas más tarde estaríamos volando y seríamos el uno para el otro.
Por casualidad pasamos
frente un hotel. Entramos sin decir una palabra. En recepción nos vieron como unos enamorados
que iban a entregarse por unas horas porque no llevábamos equipaje. Al entrar
en la habitación nos fundimos en un solo cuerpo. Sudor, inspiración y
respiración. Cóncavo y convexo. Intimidad total. Me sentí en el paraíso.
Pasamos un par de horas en un abrazo que no lográbamos disolver. Ya era tarde y
teníamos que irnos.
Me despedí de ella con
gran dificultad. Cada vez que nos habíamos despedido, me acordaba de alguna bobería
y me devolvía a decírsela y besarla una vez más. Finalmente nos fuimos alejando
pero sabíamos que la separación sería sólo por unas horas. Mañana en la noche
ya estaríamos juntos para siempre en el extranjero.
Me fui a casa silbando y
casi saltando de la felicidad. Hacia muchísimo tiempo que no me sentía así. Es
más, creo que nunca me había sentido así.
Laura
De repente me miró
fijamente y me preguntó si yo me había enamorado como él lo estaba de mí. Yo
también lo estaba pero me atemorizaba esa situación imposible. Me propuso que
me fuera a vivir con él. Nos iríamos al extranjero mañana mismo. En ese momento
no me pareció tan descabellada la idea. Si queríamos ser felices juntos
teníamos que tomar esa decisión. Además, yo estaba dispuesta a hacer lo que él
me pidiera.
Esa sería la última
noche que no pasaría con él. A partir de mañana sería su mujer. Después de
hacer los arreglos de viaje nos despedimos con mucha dificultad. No queríamos
separarnos ni siquiera unas horas. Me fortalecía el hecho de que mañana al
mediodía lo vería en el bar y de allí saldríamos hacia el aeropuerto para no
volver más.
No recuerdo como me vi
desnuda en la habitación de un hotel. Sus brazos me hicieron olvidar todo
rubor. Me sentía en el cielo abrazada por un ángel. El tiempo pasó tan rápido.
Camino a casa pensaba lo
que esta decisión representaba. Debía sentirme vil y malvada pero me sentía
como una colegiala romántica. Me entristecía tener que dejar de esa manera a mi
esposo pero no había comparación. Al fin y al cabo era mi vida, mi felicidad al
lado del hombre al que realmente pertenecía. Lamentablemente no lo había
conocido antes y ahora esta decisión implicaba cierto dolor a otras personas.
Pero ya la decisión estaba tomada. Mañana al mediodía estaría subiendo a un
avión con él para estar siempre juntos.
Sebastián
Me levanté emocionado.
Me despedí de mi esposa igual que todos los días. Un sentimiento de tristeza me
embargaba por tener que dejar a mi familia de esa manera. Dejé a mi hijo en el
colegio. Lo abracé fuertemente sabiendo que ya no lo vería más. Algún día él
comprendería. Hice los últimos arreglos, pagar las cuentas, no dejar nada pendiente de
manera que las cosas no le fueran más difíciles a mi esposa. Ya cerca al
mediodía, Me fui al bar. Se me había hecho algo tarde. Llegue quince minutos
retrazado. Inspeccioné por todas partes pero ella no estaba. Algo debió
retardarla. Espere otros diez minutos. Comencé a impacientarme. Le pregunté al
barman si no había visto a la chica con la que yo había estado ayer. Él mismo
nos había atendido. El barman dijo que no la había visto.
Ya habían pasado
cuarenta y cinco minutos. No sabía donde vivía, no sabía su teléfono, no sabía
mucho sobre ella. La desesperación comenzó a invadirme. Temía que por alguna
razón no llegara. Los minutos pasaban demasiado lentos. Decidí ir al
aeropuerto. Quizás se le hizo tarde y se había ido directamente a esperarme
allá.
Al llegar al aeropuerto
me dirigí a la zona de embarque y al voltear la vi. Si, allí estaba. Casi
entrando a la zona exclusiva para viajeros que se embarcan. Me acerqué caminado
lo más rápido que pude. En eso me di cuenta que no estaba sola. Estaba con un
señor que la sujetaba del brazo. Al llegar a su lado me saludó y presentó a su
marido mientras secaba sus ojos humedecidos.
-Gracias por venir a
despedirnos, si algún día vas por allá avísanos - Me dijo.
Por un momento perdí el
habla. No entendía lo que estaba pasando. No sabía como reaccionar. Solo pude
desearle buen viaje, me sentí humillado, triste. Sin entender absolutamente
nada. No podía pensar con claridad. Quería preguntarle qué había pasado con
nuestros sueños. Unos minutos más tarde ya todos los pasajeros habían entrado
al avión. En mi desesperación pedí al personal de la línea aérea que me dejaran
subir un momento al avión. Que era urgente. No me lo permitieron. Intenté
entrar a la fuerza pero el personal de seguridad me detuvo violentamente.
Me
quedé pegado al ventanal, con un nudo en la garganta, viendo el avión en el que
se embarcaban mis sueños. Esperaba verla regresar hacia mí. Sentía unas
terribles ganas de llorar. Tenía que haber una equivocación. Un rato más tarde
vi el avión en el que viajaba la mujer que debía ser mía, elevándose en los
cielos, mientras yo descendía hacia mi propio infierno.
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