jueves, 15 de noviembre de 2007

La vida no es fácil, o cómo deconstruir una historia (ejercicio)

Norberto


Los personajes

Montse
Etolina
Camilo



Parte del diálogo


ETOLINA -Nunca supe qué fue lo que les sucedió a ustedes, siempre tuve la sensación de que conformaban una bonita pareja.

CAMILO -¿Así que ella no te dijo?, nos separamos hace bastante.

MONTSE -No, no, no le conté, ¿acaso a vos te parece que se podrían contar ciertas cosas?

CAMILO -Cada relación es un mundo particular, no hay esquemas que valgan.

MONTSE -Aunque nos duela, ¿no te parece, Eto?

ETOLINA -La vida no es fácil.


La situación


      Montse y Etolina están en un bar, habían programado el encuentro para confeccionar juntas el listado de los invitados a la fiesta por el cumpleaños de Eto, cuarenta años, el próximo sábado. Y ahí andan, deshojando nombres como margaritas, cuando entra Camilo y se sorprende al descubrirlas. Una triple sorpresa.
      Montse había mantenido una mala relación con él un tiempo atrás, desde entonces no se veían. Etolina, quien jamás supo el por qué de esa ruptura, no le ha confesado a su amiga que él le gustaba mucho, que todavía le gusta y se le pone la piel de gallina cuando está cerca, que todavía siente el rubor que le viene al rostro, que en algún momento se lo había hecho saber pero él nada, y que ahora se siente muy pero muy perturbada durante este fortuito encuentro de los tres.




Los pormenores


      -Nunca supe qué fue lo que les sucedió a ustedes, siempre tuve la sensación de que conformaban una bonita pareja –se los digo hasta con cierta elegancia, sin estar del todo convencida. Pero se los digo como quien recita una sentencia muy elocuente, una de esas máximas indiscutibles del sentido común para paliar el silencio que se ha instalado de repente y me lleva a interceder porque en cierta forma me siento culpable. No tengo razones, no rompieron por mi culpa, ni siquiera me contaron por qué, pero no olvido que hacia el fín de su noviazgo, en medio de una fría lluvia que calaba los huesos y congelaba el alma, me encontré con Camilo mientras ambos cruzábamos la Plaza Irlanda. Él se protegía con un paraguas inmenso, yo le dije que un paraguas por persona es un desperdicio, y entonces el refugio de su abrazo alcanzó para zafar un poco del agua, y después vino el bar en la esquina del Hospital Bancario donde, a cobijo de la tormenta y envueltos por la calidez del café cortado con Fernet, olvidé ciertas reglas no escritas que nunca deben olvidarse. Le conté lo que me pasaba cada vez que lo veía, me fui dejando llevar por las gotas de agua que resbalaban y se deslizaban sobre el vidrio del ventanal, las corridas tan alocadas como inútiles de los transeúntes, los charcos que salpicaban con el paso de los autos, el retumbar remoto de los truenos, la fugacidad plateada de algún relámpago, la tarde que se oscurecía sin piedad mientras yo me entregaba en cómodas cuotas. No le dije nada del nudo en la garganta, de las contracturas que me agarrotaban a la silla, del deseo latente que crecía y me desbordaba. Tampoco él me dijo muchas cosas, bastaron su mirada y su cabeza negando para hacerme sentir una infeliz recalcitrante. ¿Qué otra cosa podía esperar que me dijera el novio de mi mejor amiga?



      -¿Así que ella no te dijo?, nos separamos hace bastante -te lo tendría que haber contado yo aquella tarde durante la lluvia, uno siempre está más dispuesto a hablar en medio de una tormenta, cobijado detrás de un vidrio. Pero resultó una sorpresa tu confesión de niña adolescente y tímida, con la impronta repentina de ese rubor que te venía subiendo desde dentro de tu rompevientos celeste mientras vos me hablabas a mí, con ese temblor en los labios y sin dejar de observar la lluvia despiadada que ennegrecía aquella húmeda tarde. Vos ahí, del otro lado de la mesa estirando tus palabras, apenas mirándome a los ojos al finalizar alguna frase, incluyéndome en una fantasía a la que no era capaz de acompañarte. De todas formas, no podía llamarme la atención el silencio de Montse, en esos momentos no me abandonaba el recuerdo de su sorpresa, las palabras que se le atragantaban, sus ojos de espanto como si se encontrara frente a un monstruo de aquellos.



      -No, no, no le conté, ¿acaso a vos te parece que se podrían contar ciertas cosas? -¿es posible, podrá seguir siendo tan desubicado y caradura?, encima no pierde nunca ese tonito de cara de ángel, tan inocentón él, tan jodidamente hipócrita, ahora lamento profundamente no habérselo contado a Etolina. Pero siempre esperé que aquel final fuera el definitivo, que no hubiera regresos ni reclamos, nunca me imaginé la posibilidad de otro encuentro, y muchísimo menos con Eto que no tiene ni idea, que podrá imaginarse cualquier cosa y nunca se acercaría a la verdad. Eto resultó una verdadera amiga en aquella circunstancia. No le conté, y ella no preguntó. Qué puede imaginarse ella del planteo con que me vino este tipo así de repente, descolgándose con lo de su amigo y que le gustaría que probáramos los tres, que él lo conocía lo suficiente y estaba seguro de que a mí me gustaría. Hijo de puta.



      -Cada relación es un mundo particular, no hay esquemas que valgan –evidentemente, existen cosas que Montse no tolerará nunca, y heridas que no le cierran, que sangrarán para siempre. A pesar de lo que uno intente, a pesar de que realmente se tratara de una prueba de amor, de un amor absoluto porque aunque yo también lo amara a Fermín, en aquella época me creía capaz de compartir los sentimientos, los quería realmente a los dos y me dolió la separación. Sobre todo por el espanto que había provocado, ese espanto que aún late en el fondo de sus ojos, que se presiente en el hielo de sus palabras.



      -Aunque nos duela –no hay caso, no cambió, es el mismo hipócrita de siempre que todavía me mira como perdonándome. La noto pálida a Etolina, me parece que se siente incómoda, también, con este tipo, hice mal en no contarle todo aquella vez, pero sentí verdadera vergüenza, desprecio, desconsideración, humillación.



      Montse no deja de observarme muy fijamente, me quiere decir algo que no alcanzo a comprender, tal vez Camilo todavía la pone nerviosa. Como a mí, así que me callo, como siempre, pero sus ojos me reclaman, noto la tensión que nos sobrevuela, el inicio inevitable de un nuevo silencio. Entonces, me encojo de hombros, la miro a ella, lo miro a él, suspiro lentamente y digo:
      -La vida no es fácil.

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