sábado, 17 de septiembre de 2011

De sopa en sopa (Ejercicio)

por Dagoberto

   “Le quedan cinco semanas de vida” fue el vaticinio que le hiciera una gitana a mi novia, un mes antes de nuestra boda.
Entonces el viaje para pasar nuestra luna de miel en Tailandia fue estresante. Veintiún horas sin conciliar el sueño, por temor a un accidente del avión,
Al faltar treinta minutos para el aterrizaje, se encendieron los letreros de abrocharse los cinturones y casi de inmediato la aeronave inició una caída libre. Los gritos de pánico inundaron la cabina de pasajeros y Eva, mi flamante esposa, se prendió de mi brazo. Luego de unos segundos el avión se estabilizó; por la ventanilla vi el resplandor de los rayos alumbrando una masa de nubes grises, casi negras. Luego los truenos retumbaron muy cerca, al tiempo que se iniciaba una nueva caída; varias maletas cayeron de los portaequipajes, y los gritos ganaron en intensidad.
Cuando el avión se estabilizó instantes después, le pregunté a uno de los sobrecargos qué sucedía y él me contestó: —Hemos entrado en una tremenda sopa; el piloto está evaluando la situación para salir de la tormenta y aterrizar en un aeropuerto alterno.
Al escuchar estas palabras, Eva pellizcó mi brazo y me dijo: ¡Así que no creías en adivinas¡ Prometiste traerme al Paraíso. ¡Me has arrastrado al Infierno¡ Al ver sus lágrimas el remordimiento empezó a invadirme. 
   Escuchando el latido de mi corazón en  los oídos, vi que mi mujer cerró los ojos y se recostó en el respaldar de su asiento. Al cabo de quince minutos, durante los cuales solo se escucharon sollozos y rezos, pudimos aterrizar sin ningún percance.
Bangkok nos recibió con una lluvia torrencial; el cielo parecía desangrarse en chorros de agua y el rugido de los truenos se escuchaba una y otra vez. Mientras desembarcábamos, la lluvia cesó y el sol alumbró en todo su esplendor.   
Al día siguiente dejamos el hotel muy temprano, con las protestas repetidas de Eva por no poder desayunar. Ella estaba en su tercer mes de embarazo, con antojos todo el día. Tomamos un autocar vehículo de dos asientos jalado por el conductor que va corriendo para ir a la parada del autobús que nos llevaría al mercado flotante. Luego de dos horas en el bus, las casitas  de madera con techo de tejas a dos aguas se fueron perfilando, tras las hileras de árboles de bambúes. Los rayos del sol empezaban a calentar la mañana. Tras las casas, apareció un embarcadero al borde de una gran laguna. Navegando en sus aguas, montadas en barquitas de madera, mujeres de rostros  tostados y con sombreros de paja, nos invitaban a abordarlas. El violeta, rosado y amarillo de las sombrillas sobre las barcas, pintaban una hermosa estampa con el verde de las aguas y el manto violáceo del cielo.
Abordamos una de tamaño  mediana y nos sentamos bajo una sombrilla anclada al borde del bote con caña de bambú. La conductora nos ofreció un trago: sabía a whisky y mandarinas. Al partir, acompañada por un pequeño instrumento de cuerdas, comenzó a cantar: “Bésame, bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez…”.La aplaudimos, y agradeció esbozando sonrisas con sus ojos rasgados, casi horizontales.
En el recorrido por los canales, las barquitas se acercaban, ofreciendo frutas, refrescos y  comidas calientes.  A Eva le provocó tomar una sopa y llamó a una de las conductoras; ésta colocó su barca junto a la nuestra. La mujer levantó la tapa de la olla y el aroma que emanó de ella era exquisito. Al acercarme pude ver su contenido: fideos,  verduras semejantes a la lechuga y trozos de carne. Mi esposa, que se pasaba la saliva, le preguntó qué contenía; la mujer respondió en su dialecto; no entendimos. Eva   repreguntó en inglés; obtuvo igual respuesta. Entonces la mujer tomó un lápiz, prendido detrás de su oreja derecha, trazó sobre un papel un dibujo y se lo mostró a Eva. Tuve que sostenerla, pues al verlo casi se desvanece. Me acerqué y vi la figura: era una serpiente.
El paseo incluía una parada en el mercado ubicado en los alrededores. Para dejar la barca,  coloqué un pie en una llanta de auto, que atada al borde evitaba las colisiones de los botes con los maderos, y era el primer punto de apoyo en la subida. Cuando le tocó el turno a mi esposa, le extendí la mano y tras varios intentos fallidos, al fin se decidió a dar el salto hacia la llanta. En ese momento la barquita se alejó y mi esposa cayó a las aguas. Varios lugareños se lanzaron al agua y  la sacaron mojada hasta la cabeza. Sus cabellos rubios empapados e impregnados de algas, me hicieron recordar los fideos y verduras en la olla de sopa de serpiente. Luego de cambiarse la blusa recorrimos el mercado: elefantes de marfil, sables con empuñadura de marfil, tallados en madera, y una infinidad de vestidos de seda.
A mi esposa la seducían los olores que despedían los puestos de comida. Nos acercamos a uno de ellos; lucía abarrotado de clientes. De una gran olla humeante, colocada sobre una brasa, un hombre servía una sopa con papas y arroz. Los comensales, sentados en algunos bancos dispuestos alrededor, la bebían con avidez apenas se las alcanzaban servidas en platos hondos. Pedimos dos y tomamos asiento. Bebimos la sopa con fruición; estuvo deliciosa. Al saborear la carne no nos pusimos de acuerdo si era de pato o de cordero; su coloración era bastante oscura. Le dije a mi esposa que quizás era de un pato pekinés o regional y por eso el color era distinto; en fin estuvo muy buena. Concluida la merienda,  y mientras esperábamos el vuelto, se acercaron al puesto dos turistas. Uno de ellos parecía explicarle al otro algo sobre la comida. Aunque hablaban en inglés, me aventuré y le pregunté, en español, al que daba las explicaciones, si sabía de qué animal era la carne que acompañaba la sopa. El joven volteó, me miró mientras se acomodaba los lentes de sol y en su rostro se iba dibujando una sonrisa. Entonces, muy suelto de huesos me dijo: Es de perro. Al oírlo, un sabor extraño se apoderó de mi boca, y sentí como si una sustancia corrosiva descendiera de mi garganta hacia el estómago. Al voltear, vi que Eva se alejaba corriendo tomándose la boca luego me contaría que tuvo sensación de náuseas y buscaba una fuente de agua—. Fui tras ella y una vez juntos, buscamos algún refresco para ahogar el amargo sabor que nos invadía. Con un vaso con jugo de naranja en la mano dimos unos pasos y nos detuvimos, algo más serenos, junto a otro puesto abarrotado de gente. Una joven nos ofreció un plato; a primera vista lo que había en él se asemejaba a pasas o a alguna fruta seca cocida. Miramos la sartén de donde servían los platos; en ella un cocinero echaba gusanos amarillentos y verdosos; los gusanos se retorcían al tocar el aceite; estaban vivos cuando caían a la sartén. Salimos despavoridos a esperar la barca.
Luego de quince días inolvidables, retornamos a nuestro país, en un viaje en el que traté de disipar el temor de mi esposa, ya que no se había cumplido el vaticinio. Yo pude dormir algunas horas; mi esposa no pegó los  ojos un solo instante.
En el aeropuerto nos recibió mi suegra y la hermana mayor de mi mujer. Los cuatro tomamos el tren que nos llevaría en un corto viaje al pequeño pueblo donde residíamos. A los veinte minutos de iniciado el viaje una explosión, producto de una bomba o quizás de un choque, nos hizo volar por los aires.
Esto cuento lo escribí en base a los relatos hechos por mi cuñado y amigo de toda la vida, en mis visitas diarias al hospital. Él, luego del accidente, ocurrido cinco semanas atrás, permanece en cuidados intermedios.  Tiene lesiones en la columna vertebral y en la médula espinal; posiblemente no vuelva a caminar.  Para no agravar su pena no se le ha contado la verdad sobre la suerte de mi hermana Eva.

Además de tu sonrisa (Ejercicio)

 por Antonio

Como decía, viniste a verme y de tan contento no te dije siquiera "entrá la bicicleta" o "pasá, qué bueno verte", etc. Tenías esa alegría tuya, de dientes grandes y perfectos, que yo me desesperaba por robarte cada dos o tres frases... Y así estuvimos, con tu sonrisa a caballito de la bici, hablando de qué bueno que me encontraste, cuánto hace que no nos vemos y sus consiguientes irse por las ramas.
Cuando pasaste el portón de alambre noté la rueda desinflada y entonces salté con que yo la parchaba y vos con que nomás la inflabas y aguantaba una semana, y que sí y que no. Al final preparé tereré para zanjar la cuestión, porque vos cebabas y yo la parchaba. Hubo aceptación a regañadientes, obvio, pero soy de lo más tozudo, de siempre, y vos sabías.
Arranqué desarmando todo y ya tenía grasa hasta las orejas. Mientras te me reías, no encontraba ni un puto parche, así que cuando me cansé, la llevé enfrente que hay un ciclismo y de paso traje unas galletitas Terepín de membrillo de ahí a la vuelta. 
      Llegué mientras cambiabas la yerba y de espaldas tus piernas se apreciaban maravillosamente firmes, en ese culito redondo que las rematan. Con calzas siempre tenés algo atado a la cintura, pero había quedado sobre la silla de tablitas. Por supuesto, porque soy medio guaso, entré aplaudiendo. Me miraste y yo que decía "Gracias, gracias..." sin parar de aplaudir. Me acerqué y te dije despacito: "Nunca te había visto sin buzo". Reíste tapándote la cara, aunque te pusiste roja. Esa repentina aceptación de tu cuerpo me hizo notar lo bien que te sentías. Hace un año tal vez te habrías puesto a llorar. Anteayer lo único que hiciste fue condenarme a seguir el mate, mientras te sentabas sobre aquel bendito taparrabos.
Hablamos de tu trabajo y de esa carrera mía que nunca termino, de las novias esquivas y esquivamos hablar de tus noviazgos frustrados. Fue una tarde feliz, donde se terminaron las galletitas y seguimos con un pan dulce olvidado desde navidad, donde nos hartamos del mate y tomamos café. Y nos acordamos cuando tu vieja nos llamaba a tomar la leche, interrumpiendo las clases de cómo besar a las chicas (aunque nunca me diste uno, esto es reproche) y esas con grafiquitos y todo, de cómo se hacían los bebes.
Antes siempre era así: para todos, tu novio; para vos, un conejillo de Indias. ¿Te acordás cuando me presentaste a tu prima? Nos hiciste salir a dar una vuelta hasta la plaza y después querías saber si le había hecho un bebe. Catorce años tenía yo y casi trece tu prima... O después a los dos años, que me conseguiste trabajo de heladero para morfar helado gratis todo el verano. Siempre una idea nueva, donde era ver hacía donde tenía que correrte...
Después a los diecisiete apareció el que te deschavetó. Taxista creo que era. Y en el barrio ya no encontrábamos tu sonrisa, es más, dejamos de verte por dos años casi. Te recluiste, te encerraste en tu caparazón, como de plaxi-glass diría. Te veíamos pasar por la ventana, pero siempre estabas yendote. Alguien dijo que fuiste a vivir a El Bolsón. Que tenías dos hijos y que te hacía trabajar de "yiro" allá. Ni siquiera salías de tu casa. Él pasaba casi todas las noches. Me contaba siempre mi abuela, que vive al lado. "¿No era tu novia, nene?". Pero de todo eso no nos acordamos, porque ese tipo te hizo mal. Lo mismo que a mí...
Para todos al principio me estabas cagando. Hasta que les hice entender que nunca había sido tu novio. Del más piola, el primero con mina, pasé al cornudo y de ahí sin escalas al boludo. Vos tardaste cuatro años y medio en recuperarte. Yo tres en conseguir una novia... que duró dos meses y tres semanas. Después  hubo un par de historias más, que no merecen ni mención. Casi que me animo a preguntarte si estabas con alguien, pero me sorprendiste diciendo que me venías a invitar a bailar. El viernes en el club, que primero tocaban unos grupos y después nos quedaban como dos horas para comer algo tranquilos en Maxwell. Que me pasabas a buscar siete y media con el auto de tu vieja. Y sentí que eso era empezar de nuevo a golpearme contra la pared que es tu sonrisa, que no sabe cómo se escucha un “no” de parte mía. A la vez era la oportunidad de explicarte y demostrarte, con tiempo y paciencia, que había crecido, que era un hombre, que ahora me daba cuenta que te quería mucho... Sería cruel conmigo si te siguiera, pero también si te dejara ir... De todo eso me acordé en ese segundo. Y de las tres veces que fuimos a un recital (Soda, Rata y Chayanne), de todos los veranos, de todos los helados... De los domingos en el parque, de cuando me sentaba a ver como te hamacabas y de cuando te acompañaba a cruzar el puente ferroviario en el parque de Mayo.
Sufriendo te dije que no, mirando a tus ojos, que son tu verdadera sonrisa. Puedo leer perfectamente en ellos, porque lo aprendí de chico (creo que en el jardín). Y por más que tus dientes perfectos seguían ahí, con esa alegría que demostraba que todo estaba bien, que podía ser otro día, que seguramente en la semana nos veríamos... ese querer trasmitirme que "no pasa nada si no podés", yo lo sentía en tu mirada como un castillo de naipes rojos que se derrumba al quitar el mantel... Ese fue tu segundo de dolor, como el anterior fue el mío. Adivinaba ahora que tal vez en ese pasado perfecto esperabas algo así como la redención. Y ese momento tuyo de sufrimiento, me di cuenta que me era más doloroso que el mío. Me aclaré la garganta y repetí "No... no puedo hasta las ocho, que tengo un partido de futbol". Sin la más mínima duda, sin piedad, tus ojos fueron pura sonrisa... Y ese resplandor fue todo goce y todo mío. De repente hiciste trompita... bajaste la vista: "El recital empieza a las ocho...". No quedó más remedio. Mirando el techo en el medio del patio, tras una pausa que ninguno de los dos creyó, saqué el celular del bolsillo. Entonces llamé a uno de los chicos, que no entendía nada, y suspendí un partido que nunca había existido, con el equipo que hacía dos años ni nos juntábamos a tomar cerveza.

Glosario:
Terere: Infusión de yerba mate. Se bebe frío, generalmente con jugos de cítricos.
Yiro: Prostituta.
Buzo: Jersey de algodón.
Guaso: Desubicado, grosero.
Celular: Teléfono móvil.
Terepin de membrillo: Marca comercial. Hace alusión a galletitas con jalea en el centro. Pepas las llaman también.

Magenta (Ejercicio)

por Benita Lar

La letanía de un discurso presidencial la transportó a un lugar seguro. Así, María burlaba tanta tristeza, tan desolador desamparo se diluía en la cadencia monótona, totalmente ajena a su desgracia.
Solo había transcurrido una semana desde la muerte de su madre, la única que la separaba del título de huérfana. Con casi 35 años se sentía muy joven para quedar sola de padres, si bien no era una niña, se sentía como tal ante la pérdida de aquella quien le sacaba todo tipo de dudas domésticas.
Cada vez que necesitaba una receta de cocina, la llamaba; cuando no recordaba qué neutralizaba la mancha de tomate, la llamaba; cuando no recordaba el nombre de aquella tía lejana, la llamaba; cuando no recordaba el cumpleaños de su prima, la llamaba; cuando la extrañaba, la llamaba.
La distancia no es pérfida, lo terrible es no poder ver a los que se ama en cualquier momento que se desee.
Le avisaron que su madre se había descompuesto, que necesitaban que viajara. Lo entendió antes que lo tradujeran en palabras; acababa de quedarse sola en el mundo. Ese viaje de quinientos kilómetros se hicieron eternos. No lloró durante el trayecto, sentía la calma chicha, presentía la tormenta de emociones pero aún no quería darle rienda suelta.
Cuando llegó, la esperaban sus tías y primas, no hicieron falta palabras, solo se abrazaron y lloraron.

Su madre era joven, y joven se había quedado viuda. Conoció a su esposo de niños y solo se separaron lo suficiente para que él cursara su carrera en gendarmería. Se casaron cuando era un oficial, la condición intrínseca de esa carrera era que lo trasladarían a distintas provincias limítrofes con otros países, solamente se apresuró lo obvio, ellos estaban destinados a vivir juntos; cuando formó parte del cuadro mayor lo dejaron fijo en esa lejana provincia que vio a María hacerse adolescente y adulta.

Cuando se fue a estudiar a otro lugar, se quedó allí; antes de recibirse consiguió un trabajo que la sedujo y la monopolizó hasta ese momento.
Legalmente tenía dos días de permiso por duelo, pero formaba parte de esa empresa hacía muchos años, le dijeron que se tomara todo el tiempo que necesitara.
Ella no pensó quedarse mucho tiempo en esa vieja casa, pero la soledad la absorbió rápidamente. Sus tías y primas la acompañaron por tres días, pero no podían hacerlo más, tuvieron que seguir con sus vidas; la vida de ella ahora estaba estancada. Se sintió asaltada por un sentimiento de desorientación. No alcanzaba a comprender como el resto del mundo podía seguir su curso normal mientras ella cerraba un capitulo central en su vida. No podía dejar de llorar porque nunca, jamás, nadie en lo que le quedaba de existencia la amaría como lo había hecho esa mujer que hasta hacía una semana se reía a carcajadas por las disparates que le contaba por teléfono. Nadie recordaría sus travesuras infantiles, nadie le heredaría “secretos de familia”, ninguna persona en este mundo la amaría como la que le dio de mamar. No podía dejar de llorar.
Cuando el cuerpo ya no podía dormir más, cuando no podía estar más triste, inició otra parte del duelo, poner las cosas en orden. No podía darse el lujo de viajar frecuentemente, por lo que debía organizar la venta de la casa, desocuparla y dejar un encargado. ¿En quién podría confiar? Hacía demasiado tiempo que se había desconectado de cualquiera que la haya conocido en ese lugar. ¿En quién podría confiar?
¿Debería vender la casa?. Sí, definitivamente, su vida estaba a quinientos kilómetros.
Comenzó a deambular recorriéndola, era pequeña pero cómoda, hasta tenía un cuartito extra para las cosas en desuso. Muchas veces discutía con su madre pidiéndole que tirara cosas, que no necesitaba las “Burdas” de los años setenta, aunque la moda se reciclara, nadie se hacía vestidos como aquellos. Le rogaba a su madre que dejara de comprar ollas y utensilios, que ordenara todas sus pinturas, elementos para hacer tarjetas españolas, sus lanas y telares; caso perdido, su madre vivía como su madre quería; ahora le tocaba a ella tirar sus tesoro.
No era tarea fácil, pero ¿dónde lo pondría si no lo tiraba o regalaba? En la tristeza también tuvo que ser lógica, debía deshacerse de todo. Comenzó separando las cosas que creyó que a sus familiares les gustaría tener, hizo infinidad de llamadas, tanto para ofrecer los vejestorios como para no sentirse tan sola en la tarea.
Se agotaba fácilmente, no era solamente separar, cada vez que levantaba un objeto, más allá de su peso específico, tenía el peso de una anécdota o de mil historias. A veces se sentía vencida por semejante labor. En esos momentos se sentaba en su viejo sillón y encendía el televisor, otras chequeaba sus correos en la computadora o simplemente retomaba el macramé que su madre había dejado inconcluso. Fueron días de picoteo, días sin rumbo abrazada por los recuerdos. No tenía ganas de seguir, no tenía ganas de quedarse, no quería irse, no quería olvidar definitivamente todo, su madre se había ido, pero nunca estuvo más presente.
     Un tarde se levantó de la siesta, todavía apretaba el calor, abrió todas las puertas y ventanas, puso a funcionar el ventilador de techo y encendió la radio. Se metió decidida en el cuartito y comenzó a sacar casi con urgencia una montaña de cosas. Se detuvo cuando pudo desentrañar la estantería que era el nicho original del cuarto. A la altura de sus ojos vio una caja forrada con papel de “Sarah Kay” y un rótulo: “NO TOCAR – COSAS DE MARÍA”.
     Sonrió ante tamaña ingenuidad, creer que un rótulo podría detener la curiosidad de una madre merecía el mayor premio a la candidez. Ella misma había olvidado esa caja que se veía pequeña, aunque la última vez que la tuvo en sus manos era tan inmensa como su mundo. No recordaba qué había guardado, la sacó como si fuera de cristal, la depositó sobre la alfombra que tejió su madre y que reinaba sobre el pasillo; tomó aire y destapó su niñez.
Sonreía con cada objeto, con algunos su sonrisa se elevaba a carcajadas preguntándose ¿porqué lo habría guardado?, los sacaba y los depositaba alrededor. En el fondo, cuando casi toda su niñez había pasado ante sus ojos, lo vio, manteniendo el aliento lo sacó, sopló el polvo añejo y aspiró su olor. El diario estaba como lo dejó, con el cerrojo echado y la llave colgando a un lado, realmente éste era el primer premio, el rótulo era el segundo.
     Estaba indecisa, no sabía si quería leerlo, la terminó de decidir un bloque en la radio que sonaba de fondo, se lo habían dedicado a Nino Bravo, el ambiente estaba listo para volver a los setenta. Abrióo la tapa y fue asaltada por su letra infantil, con tachaduras, descuidos y pegotes de todo tipo.
“Querido diario:
     Hoy es sábado, vos sos el regalo de la mamy y el papy por mi cumpleaños. Les supliqué para tenerte, me miraron raro, como no entendiendo cuál era la urgencia, ni me acuerdo qué les dije, pero los convencí,  nunca les podría entristecer diciendo que me siento demasiado sola. Bueno, ahora te tengo. No me siento más sola.
     ¿Porqué siempre se escribe: ‘Querido diario’ ? ¿A quién se lo escribo? Espero que nunca nadie pueda leerte, me moriría de vergüenza.
     Estamos en verano, hoy es 30 de diciembre de 1972, ya mañana vamos a viajar a Bernardino a festejar fin de año, nos vamos a quedar a dormir allá y viajaremos de regreso recién el primero a la noche.
     Creo que me cumplieron el deseo del diario porque nos estamos por mudar de nuevo. Parece que no les interesa lo que yo quiero, no les interesa si no tengo ninguna amiga, solamente compañeros de colegio que cambio cada tres o cuatro años. En realidad, yo tampoco le doy mucha bola, siempre espero con conocer la nueva casa, el nuevo vecindario y la nueva maestra, pero ya me estoy cansando.
     Bueno, después te cuento cómo pasé la fiesta.
     Chau.”
    
Leyó y leyó, casi estaba oscureciendo, seguía sonando Nino, ensoñada estaba cuando se llevó tremendo susto por un terrible griterío de gatos. Sobresaltada giró y vio una sombra por una de las ventanas. No se creyó en peligro, pero se dio cuenta que ya era hora de cerrar la casa, aunque fuera un barrio tranquilo, no había que llamar la desgracia.
     Se preparó algo para comer y se acomodó nuevamente, anticipando el placer de leer esa vida, que sin ser interesante, para ella era un re descubrimiento. Había hechos y sucesos que habían caído totalmente en el olvido, casi era una historia que jamás había escuchado.
     Siguió pasando hojas y hojas, días y días, ya casi la había vencido el sueño cuando leyó.

“Querido diario:
     ¿Adiviná? Pasó lo que dije, nos cambiaremos. Te escribo solamente esto porque ya la mamy está loca con que debo ordenar ¡YA! y empacar todo como si saliéramos disparados mañana, ¡siempre tan exagerada! Así es que no sé cuándo voy a volver a escribir. Luego te cuento cómo es la casa y todo.
     ¡Ah! Me olvidaba, hoy es 13 de marzo de 1973. De ahora en más voy a escribir la fecha en el costado derecho como me enseñó la Señorita Tere
     Chau”.

“16 de abril de 1973
Querido diario:
     No es que te haya olvidado, perdoná. Como te dije, nos cambiamos, ahora estamos a dos horas de distancia de mis tías y primas, mi madre está feliz, puede visitar a su familia con más frecuencia.
     En otro momento te cuento cómo es la casa, hay dos cosas que quiero contarte urgentemente.
     Estábamos tendiendo la cama con la mamy cuando escuchamos por la radio ‘En Villarrubio, en una curva en la que ese mismo mes había sucedido un accidente mortal, el vehículo BMW 2800 conducido por el cantante Nino Bravo se salió de la carretera y dio varias vueltas de campana. El cantante murió camino al hospital de la capital Española”.
     Se murió, ¡Nino Bravo se murió!, se murió.
     Me quedé paralizada, casi pude sentir lo que le pasa a la señora vecina.
     Esa era otra cosa que quería contarte. Hace una semana, o más, llegó a la casa vecina la hija de la señora. La señora falleció y vino la hija de no sé donde. Estuvo los primeros días con otras mujeres, imagino que familiares, pero luego se quedó sola.
     La mamy le fue a dar el pésame pero no quiso que yo fuera porque dice que esas cosas no son para que estén los niños. Pero yo vi todo entre las hojas del ligustro, alcancé a escuchar que solo se iba a quedar unos días más.
     Nunca había tenido cerca de alguien que perdiera su madre. La veo caminar como perdida, la he visto llorar mucho, a veces se queda hasta tarde y como mi ventana da a su patio trasero, la veo que se sienta mirando al cielo. Es una mujer grande, casi tanto como mi mamá, pero me da mucha pena, a veces me dan ganas de ir a saludarla, pero no sabría qué más decirle.
     Hoy a la tarde crucé la cerca, ella había abierto toda la casa y yo estaba aburrida sin hacer nada. Se metió en una piecita y comenzó a sacar un montón de cosas viejas, luego se arrodilló en el piso y comenzó a leer un libro. En eso empezó a cantar por la radio ¡Nino Bravo!, me largué a llorar como una tonta, no sé si porque esa señora perdió a su madre o porque se murió mi cantante favorito, pero lloraba sin parar, creo que hasta hice ruido y casi me orino encima cuando dos tontos gatos se agarraron a pelear. Enseguida salí corriendo, creo que la señora no me vio, pero si lo hizo, espero que no le diga nada a la mamy
     No termina todo ahí, creo que lo peor pasó cuando me fui a bañar, quise sacarme la cinta magenta de la trenza y ¡la había perdido!, me quiero morir, me la regaló la Naty para fin de año, es divina, es suavecita y es larga para hacerme un moño, además es mi color preferido. ¡Me quiero matar! No puedo ir esta noche porque la mamy no me deja salir, pero apenas me levante mañana voy a revisar el patio del la vecina, quizás en la escapada se enredó en las plantas.
     Hoy fue un día para olvidar.
     Mañana te cuento.
     Chau”

Cuando María terminó de leer esas hojas no alcanzaba a entender. Esa tarde había estado escuchando a Nino Bravo, la casa estaba abierta, la asustó una pelea de gatos y creyó ver una sombra. No, la soledad la estaba volviendo loca y elucubraba mágicas apariciones de niñas del pasado.
Mejor se iba a bañar para sacarse la tierra de encima y a descansar, mañana sería otro día.
María durmió el sueño de los justos, el cansancio y tanta emoción la habían agotado, pero se despertó sobresaltada, si mal no entendía ese día era 17 de abril, un día después de la última entrada del diario.
Se levantó urgente, se vistió y fue a la cocina, cerca de la ventana donde ayer había escuchado ruidos.
Se quedó en silencio, no hizo ni un ruido ni se movió. A los diez minutos escuchó un murmullo de hojas que se fue acentuando. Casi con miedo se fue asomando lentamente al rellano.
Ahí había una niña, la miró con enormes ojos, le sonrió y le dijo “perdón señora, se me había perdido la cinta de mi pelo” y con su manita le mostró una suave larga y hermosa cinta magenta.

Una historia dentro de otra (Ejercicio)

Por Maca

El día que me encontraron muerta bajo la espesa capa de hielo del lago, yo no había cumplido aún los diez años. Durante dos semanas me buscaron por todas partes sin resultado alguno, hasta que trajeron perros de una ciudad cercana. Dieron conmigo al día siguiente.
Recuerdo  continuamente la mañana en la que fallecí, no fue una caída casual, como dijo la policía, no, el hombre que me empujó a la muerte se llama Richard y hoy día sigue viviendo en el pueblo.
Lo odié durante tanto tiempo que no pude evolucionar en mi nueva vida hasta mucho  más tarde, entonces lo perdoné. Pero un mes después mi madre se quedó de nuevo embarazada y nací yo.
Cuando cumplí los diez años, el hombre que odiaba, vino a por mí. Una tarde en que venía del colegio, me desvíe del camino, llegué al funesto lugar en que mis recuerdos se hacían pesadillas. Allí estaba él, esperando a su víctima.
Me tiré a su cuello mientras mis dientes se afilaban y mis fuerzas crecían, mi rostro adquirió la palidez de la muerte, el grito que dio mi presa, se perdió en el sonido de las campanas de la iglesia cercana.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Para cuando esté lista

Benita
           
         Sofía sabía que debía esperar; debía darle tiempo para madurar sino le pasaría lo de la prima Marisol.
La madre de Marisol, la tía Juana, se había puesto ansiosa cuando Marisol no cumplía aun los 20 años. Marisol estaba enamorada, dispersa por su pasión no mostró el necesario amor y fervor por la costura. Juana, creyó que si le anticipaba el secreto, Marisol se interesaría y emprendería con dedicación la profesión; grave error el de adelantarse desoyendo la tradición; Marisol la escuchó con respeto pero no dio crédito a semejante locura, esa rama de la historia se secó.
Sofía sabía que todavía no era tiempo. El secreto no debía ser escrito jamás, solo era entregado de madre a hija, cuando la joven cumpliera 21 años, en el momento exacto en que los cumplía; por ello era importante parir una mujer, estar lúcida y con un reloj a mano.

Su Vinca tenía buenos antecedentes: a la edad de 7 años ya se le había despertado la curiosidad por las telas, las agujas y las tijeras. A esa temprana edad era hábil, pero le faltaba el toque. Todas las mujeres de la familia habían pasado por las frustraciones de aprender el oficio, desde el primer punto atrás, hasta lograr elaborar bellos vestidos que harían de una buena mujer, la mujer más espléndida del evento.
Una de las condiciones indispensables para poseer el secreto era la bondad de la costurera. Una de las formas de saberlo sin lugar a dudas, era lucir un vestido confeccionado por una poseedora del secreto. Cuando en su festejo de 15 años, Vinca iluminó la noche con el vestido hecho por Sofía, quedó confirmado, ella poseía lo necesario.
A los 18 años, Vinca fue consciente de varios detalles. Comenzó darse cuenta que las clientas de su madre venían de lugares muy distantes, señoras muy importantes que encargaban suntuosos vestidos con telas realmente bellas, pero también venían señoras humildes con telas de oferta de la tienda del Turco Haib.
Notó el empeño de su madre dedicando tiempo, amor y entusiasmo sin distinguir ni clases sociales ni calidad de géneros. La felicidad reflejada en la cara de Sofía al entregar un vestido y verlo lucir espléndidamente, demostraba que, para ella, era tan importante Doña Felipa, la esposa del albañil, como Gladis, la Señora del Diputado Matienzo.
Sofía tampoco tenía una tarifa fija;. solo les decía “lléveselo, cuando lo use y disfrute regrese a contarme cómo le fue y a pagarme por lo que se divirtió”. Y así fue como nunca les faltó gallinas, panes, tortas y cualquier elaboración casera por parte de las pueblerinas; las señoronas pagaban en metálico.
En las fiestas del pueblo, si se veía a una niña o mujer deslumbrante, de seguro que el vestido lo había hecho su madre. Pero notaba que otros vestidos, que también hacía su madre, salían de la última prueba en perfectas condiciones, con sus pinzas en los lugares exactos, su ruedo finamente terminado y todos los accesorios impecables, pero la dueña, si estaba de mal talante, el vestido la afeaba aún más.
Le preguntó a su madre por ello. Y su madre dejó escapar un imperceptible gesto de alivio ―era la edad correcta para las preguntas―, aunque supo distraerla saliendo del paso sin decirle toda la verdad.
Cuando Vinca ayudaba a su madre en la costura, notaba la expectativa al recibir el encargo, el cuidado extremo con la tela, la curiosidad simpática en la elección del modelo, el seño y labios fruncidos en el tizado y corte, la delicadeza exacta en la costura, y se fascinaba en la danza de dedos y metal cuando Sofía enhebraba la aguja; con la puntada final, daba vuelta la prenda y la sacudía; como suspendido en el aire, el vestido mostraba su esplendor y delicadeza, parecía una bella ave acomodando su plumaje. Cuando la prenda estaba lista, Sofía le daba las gracias a Vinca y la alistaba para la entrega del día siguiente. Fuera de la vista de Vinca, concluía con el último paso, el del secreto.
El día primero de febrero, a las 11:18 de la mañana, Sofía saludó a su hija por su cumpleaños número 21, la tomó de la mano, la llevó al cuarto de costura, cerró la puerta y se sentó frente a ella.
“Vinca, mi Vida, hoy es un día muy especial, no solo para vos y para mí, sino para una tradición familiar que se originó en el año 1572.
En ese año nació la primer mujer de nuestro bastardo linaje. Ella fue producto de la unión de una aborigen con un conquistador español. Ese amor fue un amor doloroso, nació Manquecura fruto de la violación de la que fue víctima Quidel; dije “amor”, porque Quidel nunca quiso considerarse víctima, soportó en silencio que su patrón abusara de ella, pero todo ese rencor se convirtió en el más puro amor por el fruto. Quidel era sierva en una finca, desde niña fue tomada bajo el cuidado de la Señora Amada, esposa del conquistaro y  a la que apreciaba por su dulzura y cariño. La Señora Amada le enseñó los pormenores de la costura, pero el amor con el que realizaba la tarea, eso fue enteramente por cuenta de Quidel. Después de parir a Manquecura, Quidel tomó la decisión de desagradarle a su amo. Comenzó a engordar y a descuidar su aspecto y lo logró, pudo seguir su existencia en paz sin tener que desfogar las urgencias del amo y así dedicarse a su hija y a la costura.. Educó con suma dedicación a Manquecura, y le enseñó el oficio. Ella pertenecía al linaje del chamán de su pueblo, conocía de magia y la aplicó en su nuevo oficio. Se hizo famosa por los bellos vestidos que confeccionaba y por lo bien que se veía en cualquier mujer. Lo que no sabían era que parte de la magia consistía en que la persona que lo usara debía tener buen corazón. Como ya te dije, la señora era una muy buena mujer, cuando usaba la ropa que Quidel le hacía, lucía aún más radiante, pero tenía amigas que se hacían coser importantes prendas que al final parecían harapos en sus cuerpos: todo era porque escondían envidia y maldad. Alguna vez quisieron golpear a Quidel o le pidieron a la señora que la castigara por su mal trabajo, pero la señora la defendía sin dudarlo, ya que todos los vestidos eran probados delante de ella y quedaban a la perfección.
Quidel no sabía escribir, por lo que tuvo que pasar el secreto al oído de Manquecura cuando cumplió sus 21 años, fecha mágica en una mujer.
Desde que nació Manquecura, fue el destino de las mujeres de nuestra familia transmitir oralmente la bendición de este don; debemos honrarlo por todo el sufrimiento de Quidel y también por la alegría que nuestras manos celebran.
Las condiciones para evitar que esta tradición muera son:
―Si te casas, debe ser con un hombre trabajador, al que ames y que te ame. La vida se encargará del resto.
―Si tienes la bendición de parir una niña, no le debes imponer el gusto por la costura, debe despertarse en ella.
―Nunca debes transmitirle el secreto antes del momento exacto de su cumpleaños 21.
―Debes ser una mujer amable, cordial, dulce y sin malicia, eso siempre garantizará la excelencia en tu trabajo y en la vida.
―Todas las tareas las comenzarás con felicidad y entusiasmo. Sino, es preferible evitarlas.
―Nunca podrás coser si estás triste, jamás una lágrima debe tocar la tela.
―Nunca distraerás la atención de tu familia con tu trabajo. Primero está la familia que es el centro de tu energía, luego puedes gastar esa luz en tu labor.
―No critiques ni discrimines a la persona que requiera de tus servicios, pueden ser gordas, puede ser flacas, pueden ser ricas, pobres, buenas o malas; eso no te incumbe, corre por cuenta de ellas, nuestra tarea no es juzgar, es hacer magia.
―Nunca te impongas, pero tampoco dejes que los demás manejen tus tiempos y tu vida.
―No prometas algo que no puedas llevar a cabo. Cuando prometas, termina tu costura la noche anterior”.
Sofía tomó a Vinca del rostro, le dio un beso en la frente, besos en ambos ojos, en las mejillas, la abrazó dulcemente y antes de retirarse, estuvo 2 minutos susurrándole al oído “el secreto”, ese secreto que jamás debe ser escrito.

Cenizas

 por Daniel

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El muerto, su madre y los detectives

Pandora

Cuando echamos a andar hacia el coche, el sol ya se había puesto. Cruzamos el cementerio tropezando, sin decirnos nada. Había varios centímetros de nieve en el suelo y continuaba nevando, cada vez más intensamente, como si no fuese a parar nunca. Llegamos al coche, nos metimos adentro, y luego, contra todas nuestras expectativas, no pudimos arrancarlo.
Miguel soltó una blasfemia. Yo no sabía si reír o llorar. Era de esperarse que el coche no arrancara, habíamos olvidado las luces encendidas y se había agotado la batería.
Sabía que tendríamos que volver a cruzar el cementerio, ir hasta la casa de la señora Poter y pedir que nos dejara usar el teléfono.
Aquel día por la mañana, Miguel me había llamado para informarme que tenía la dirección de la madre del muerto.

El señor Carlos Fernández García, profesor de derecho de la universidad de Oviedo, se había lanzado al vacío, sin razón aparente, desde la terraza de su piso en una sexta planta.
Desde un principio, el muerto, dio problemas. Primero a los peatones que tuvieron que rodear por la acera de enfrente. Luego a los comercios de este lado de la acera. Luego el forense, los investigadores, la policía, etc.
En la universidad no tenían más que esta dirección del muerto. No tenía familia, ni compañero o compañera de piso.
Se limitaba a levantarse por la mañana, ir al trabajo, volver a medio día para comer y volver al trabajo. Por la noche, llegaba en su piso, se hacía la cena y sin más demora se iba a la cama.
Era una persona totalmente solitaria. No tenía amigos, ni participaba de eventos sociales.
Mitad de la policía se había paralizado para encontrar un pariente y sí, encontraron a su madre; que vivía en un pueblo fantasma. Digo, pueblo fantasma, por que era la única moradora de un pueblo en ruinas. Hasta la carretera de acceso estaba cortada por desprendimientos.
Miguel me recogió en mi portal a las ocho y media de la mañana y viajamos siete horas para llegar a lo más cerca del pueblo fantasma donde vivía la madre del muerto.
Era invierno y nevaba constantemente.
Decidimos dejar el coche en la carretera y tomar un atajo. El antiguo cementerio del pueblo. Para cuando llegamos delante de la vieja mansión, mi reloj de muñeca ya marcaban las cuatro y media de la tarde, y mi estomago estaba reclamando algo caliente.
¡La mansión!; era una antigua construcción del siglo XVII o XVIII, en ruinas. Toda la parte oeste estaba derribada y se podía ver claramente el resto de una escalera suspendida en el aire y una puerta de madera oscura.
Entramos por el portón principal y caminamos hasta la puerta delantera.
Después de insistir en llamar al timbre y aporrear la puerta a golpes, alguien la abrió.
Era una anciana de pelo blanco y cara demacrada.
―¿Qué queréis? ―preguntó ella.
Di un paso al frente y saque mi credencial de la policía.
―Buenas tardes, somos los detectives Miguel y Ángela de la policía. Buscamos la señora Poter.
La mujer entrecerró los ojos para ver la credencial que pendía de mi mano. Luego me miró a la cara y me contestó que era ella misma.
―Venimos por un tema relacionado con su hijo. ―dije― ¿Hace cuanto tiempo que no ve a su hijo?
La anciana soltó la puerta y me dio la espalda, caminó con pasos lentos hasta el salón. Nosotros la seguimos de cerca.
―No sé. Ya hace tanto tiempo que Carlos no viene a verme que perdí la noción del tiempo.
Hasta el momento, Miguel estaba callado. Entonces tomó la delantera de la conversación.
―Su hijo se ha suicidado. ―soltó Miguel inesperadamente.
La anciana se giró con los ojos abiertos como platos.
―¿Cuándo ocurrió eso?
―Antes de ayer, por la noche. ―dijo Miguel― Se lanzó al vacío desde la barandilla de la terraza de su piso en Oviedo.
La señora Poter buscó un sillón para sentarse y tapó la cara con ambas manos.
―Sabía que esto iría a pasar algún día…
Me acerqué a la anciana y me agaché a su lado en un fallido intento de tranquilizarla.
―¿Sabe si Carlos tenía algún enemigo o alguien que quería hacerle daño? ―pregunté.
La mujer me miró con cara de espanto.
―¿Cómo alguien que vive en total soledad en un mundo perdido puede tener enemigos?
―¿Qué quiere decir? Explícate. ―exigió Miguel.
―Desde muy pequeño, Carlos era un niño muy solitario. Nunca tuvo amigos en el colegio y su adolescencia, la pasó encerrado en su habitación. Ya en la universidad, nunca tuvo novia, ni amigos, ni a nadie. ―hizo una pausa para tomar aliento― Me extrañó cuando me dijo que se iba a vivir al otro lado del país, que iba a dar clases en la universidad, pero no le dije nada. Hasta pensé que había por fin, encontrado una novia, pero fue peor porque se alejó aún más de mí. Sus visitas comenzaron a ser cada vez más escasas hasta que dejó de visitarme. Ya no me llamaba por teléfono, ni me escribía cartas, simplemente dejé de existir en su vida.
Cuando salimos de la mansión de los Poter, la noche ya se avecinaba. Había comenzado a nevar otra vez y con más intensidad.
Atravesamos el cementerio y allí estábamos, los dos, congelándonos de frío, pensando el volver a la mansión para pedir ayuda.
Fue la primera en salir del coche y sugerir que volviéramos a la mansión.
―Tal vez tendremos que pasar la noche allá, ¿pensaste en esta posibilidad Ángela? ―me preguntó Miguel.
¡Sí, lo había pensado! Sería una noche en una vieja y fría mansión, que se caía en pedazos, con una anciana que había acabado de perder a su hijo, al lado de un cementerio. La idea me parecía horripilante, pero era esto o pasar la noche en el coche.
―Volvamos Miguel, es mejor que estar aquí pasando frío. ―dije al final.
Volvimos sobre nuestros pasos y llegamos a la mansión. La señora Poter nos volvió a recibir de la misma forma, pero con una diferencia, ahora tenía la cara bañada en lágrimas.
Después de una sopa de repollo con zahorias, nos condujo a una habitación en la primera planta.
―Esta era la habitación de Carlos, es la única que se puede ocupar en esta planta que no presenta peligro. Si necesitáis algo, estaré en mi habitación, al lado de la cocina en la planta de abajo.
Miguel escrutó mi cara en busca de alguna pregunta o indicio de algo, pero no encontró nada.
―Dormiré en el suelo. ―dijo.
―No Miguel, esta casa no tiene calefacción, dormiremos más calientes si compartimos cama.
Así fue que, cada uno se acostó con la ropa interior bajo un montón de cobertores y colchas.
En medio de la noche desperté buscando el calor del cuerpo de Miguel. Y este debería estar soñando con alguna mujer, porque lo sentí excitado y con la respiración rápida.
Lo zarandeé para que se despertara, pero fue aún peor.
Miguel se dio media vuelta y me abrazó. Luego me clavó un beso en la boca, mientras que yo intentaba liberarme de sus brazos.
Era cómo si Miguel no fuera Miguel, sino otra persona. Sus manos, ágiles deslizaba por todo mi cuerpo y su boca buscaba rincones olvidados por mi.
Me encontré, de repente, deseando que Miguel no se despertara y siguiera hasta el final de su búsqueda, para tal vez, sólo tal vez, encontrar algo que yo misma había perdido.
Entonces, como por arte de magia, Miguel se tranquilizó. Su respiración volvió a ser normal, y su sueño plácido.
Volvió a darse media vuelta y siguió durmiendo.
Al día siguiente, despertamos con la señora Poter picando la puerta. La abrí yo.
―¿Sí?
―Están aquí los mecánicos. —me dijo.
—Ya bajaremos. Gracias. —le dije antes de cerrar la puerta.
Cuando me di la vuelta encontré a Miguel ya vestido, listo para bajar y marcharse de aquel lugar.
Así lo hicimos. Agradecimos a la hospitalidad de la anciana y volvimos a atravesar el cementerio. Una vez más el silencio pairaba entre nosotros.
Después de que los mecánicos arrancaran el coche y que ya estábamos en carretera de regreso, Miguel me preguntó si había pasado buena noche.
―La verdad es que no muy bien. ―dije, recordando lo ocurrido― ¿Y tú?
―Tuve un sueño muy raro. Soñé que estaba con la vieja, ya sabes, haciéndolo. Era más joven, pero era ella, la reconocí. Tenía un deseo descomunal por la mujer y era como si yo no fuera yo. Pero era yo. ¡Yo que sé!
No dije nada más el resto del camino. No quería que Miguel supiera que yo sabía lo que él había soñado anoche, ni que había disfrutado de su sueño perturbador.
Llegamos en comisaría, hicimos el informe y dimo por caso cerrado.

El Director

 por Marcos
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Hipólito y mi tío Silvestre son la misma jeringa. Cuando no están hablando de crear organizaciones para músico en el país, lo hacen en torno a las que existen en Canadá o los Estados Unidos. En vez de tío y sobrino, parecen gemelos gestados por una sola madre: La música.
A pesar que en nuestra familia casi todos somos fanáticos del pentagrama, ver de lejos a Hipólito y a mi tío Silvestre es bueno, pero de cerca, hay que estar dispuestos a que te revienten si no conoces nada sobre los temas que abordan.
Y por lo regular siempre hablan de lo mismo. Que si ya conseguí la última revista The Clarinet de la Asociación Internacional de Clarinetistas. Que si miren las conquistas de los que se afiliaron a la Federación Americana de Músicos en 1942, tras la  interdicción en las grabaciones comerciales de sus miembros. Que si después de sus luchas, obtuvieron mejores regalías para los  artistas de la grabación. Que si ahora, están peleando contra los problemas que causan los productores con la utilización de orquestas virtuales en vez de profesionales de la música o que si esto o aquello.

Y a ello, súmele las canciones preferidas de Silvestre Muchachos,  hay que sindicalizarse, hay que nutrirse sobre las normas y derechos nacionales e internacionales  que rigen la materia musical. Leer, dialogar y concertarnos, nos puedan avalar un mejor futuro. Les recalco aunque aburra, que la presencia y la personalidad son fundamentales en todo tipo de trabajo. Si queremos que nos respeten, hay que esmerarse con la presencia personal. A cómo te ven, te tratan…
Respaldar sin reparo a todo lo que dice el tío Silvestre ha generado que Hipólito se haya convertido en su sobrino favorito. Por eso, con la invitación que le hicieran a éste como maestro invitado  en el XXII Foro de de Compositores del Caribe y el III Encuentro  de Musicología del Caribe en Puerto Rico, está que no cabe en el pellejo, abocando ese logro a su tutoría.
Lean lo que dice aquí subraya mi tío Silvestre haciendo hincapié en el contenido del escrito “…el compositor y pianista colombiano Rodolfo Ledezma expresó que el equilibrio interpretativo de Villarreal fue muy acertado, tanto técnica como musicalmente hace un alto, sonríe  y reanuda la lecturaRealmente Hipólito logró comprender con gran claridad todas las exigencias fraseológicas y expresivas de mi obra y esto ha sido para mí una grata experiencia musical, cuando lo escuché en su excelente interpretación”.
“Clavo” quien es pariente de Silvestre y de mi madre, me mira y nos sonreímos. A la saciedad sabemos que cuando algunos de nuestros allegados o familiares brillan en cualquier  ámbito el que más lo goza es mi tío y con lo del primo Hipólito, está en esos momentos de placidez que quisiéramos que durara por siempre.
Porque hay que saber que cuando Silvestre Isidoro Villarreal Pino se enciende, mejor es apartarse de allí.
Si lo sabré yo que he salido con el carácter parecido. Y vayan a ver cuando nos enfrascamos en esas discusiones sobre concordancia o modulación por citar algunos de los casos y los que por lo regular resultan vanos y sofocantes.
Él por ejemplo, le gusta insistir en que no hubo en los 40 un músico que lograra superar a Glen Miller y yo me retaco en que para mí, el que marcó toda una época fue Benny Goodman. A confesión y pecado, tengo que decir que algunas posiciones contrarias a la del tío, se dan más por sacarlo de sus casillas que por ganarle una discusión, lo cual,  es casi imposible.
Porque tanto se arrebata nuestro tío, que Clavo” cuenta una y otra vez que en días pasados, su orquesta fue contratada para amenizar uno de los bailes en unas fiesta patronales.
Antes de abrir el local en donde tocarían,  “Clavo”, estaba que no sabía qué hacer  para atenuar la inquietud porque su hermano “Pelusa” no llegaba y personalmente no tenía la intención de asumir el trabajo de este en cuanto a armar los micrófonos ni nada que se le pareciera.
Estaba aburrido de que cada vez que “Pelusa” se perdía, a él, por llegar antes que nadie, cargaba con lo que no era su responsabilidad.
El problema no era que no pudiera ayudar a armar los atriles, instalar el  equipo de sonido ni de colocar las bocinas estratégicamente.
La evasiva se fundamentaba en que a Silvestre, pese a todas sus argumentaciones sobre los derechos de los trabajadores, se le olvidaba  que le pagaba por tocar los timbales y no por hacer tareas adicionales.
Si por lo menos me reconociera un poco más de dinero por los trabajos extras pero que va, primero se le seca la mano antes que meterla en el bolsillo  para soltar más de lo que pacta contigo. Aparte de que te sudas por gusto, tienes que aguantarlo cuando empieza con aquello de que así como te ven te tratan. Si cada uno de ustedes no cuida su imagen, colectiva o individual a la hora de buscar contratos, podemos quedar  fuera de cualquier jugada.
Yo sabía que  “Clavo” no mentía porque mi tío Silvestre podía recitar todo el día la misma cantaleta y cuando se daba la oportunidad, volver a sacar el mismo disco.
En parte Silvestre no era culpable de ser tan necio a la hora de  llamarle la atención a uno y peor cuando las cosas no le salían como las  planeaba.
La neurálgica  actitud de Silvestre se fundamentaba en la educación que le inculcó nuestra abuela.
Porque ser hijo de la maestra Araminta Pino de Villarreal, conllevaba su pro y su contra.
Lo  bueno, el insistente afán de sembrar en los suyos los suficientes principios morales y la objetividad para alcanzar las metas que fuesen necesarias. Sobre todo, para convertirse  en profesionales capaces y dispuestos a solventarse sin depender de nadie.
Lo malo era el obsesivo apego al orden y a la estricta organización el ejecutar cualquier tipo de empresa.
Aunque el marido murió dejando a los hijos chicos, la maestra Araminta nunca  permitió que ninguno de los  cinco que tuvo, trabajara mientras  estudiaba.
—Tripartismo —decía —el gobierno tiene que mediar entre las empresas y los organismos sindicales para que si faltan los padres, los hijos no queden al garete. Les juro que como viuda, me sacrificaré hasta donde pueda pero, exponer a que mis muchachos distraigan su futuro por ayudarme en los gastos de la casa jamás.  Trabajando o no, es fácil que un chiquillo se te pierda con los vicios, las malas mujeres, el ron o la holgazanería, pero peor es si no lo estimulas a que se forme y que finalmente obtenga un diploma con el que se respalde profesionalmente.
Me duele en lo más hondo del alma observar a esos muchachitos que tienen forzosamente que lanzarse al trabajo y dejar la educación. Por ahí los ves  con el espinazo pegado a duras faenas por pocos reales. Eso, cuando cuentan con un empleo. El problema se da en el momento en que no hay nada que ganar. Allí  es que comienzan a perderse o a alejarse de sus hogares para correr tras el dinero.
Y Silvestre criado en medio del catecismo, del “te toca fregar los platos” y del “cuando hablan los mayores, los menores desaparecen” resultó uno de los mejores adeptos de los principios maternales.
“Clavo” bien que lo sabía pues desde niño había convivido con Silvestre. Tanto, que le inculcó  ser músico como él.
Porque Silvestre era un imán al que fácilmente se le pegaban todos, quedando magnetizados con su energía musical. Que decir que el haber demostrado desde que empezó a caminar, que era un  virtuoso en la música, motivó   a mi abuela a llevarlo de la mano hasta graduarlo como profesor de música y de expresiones artísticas.
Y como dicen que un apasionado músico no está tranquilo hasta formar o un ser parte de un conjunto, allí está  Silvestre sonando y sonando por todo el país y facilitándole una fuente de trabajo a algunos amigos de la infancia.
Claro que por ser familiares o conocidos desde la niñez, varios abusan de la confianza y hacen coger sus rabietas a Silvestre. Entre los más frescos está  “Pelusa”  quien se lleva el premio mayor.
Y no es para menos pues a pesar de ser primo de Silvestre, en muchas ocasiones se le pierde y el hombre tiene que vérselas a gatas instalando los equipos de sonido y viendo a ver de qué manera se las ingenia para acomodar las pesadas bocinas.
No obstante a la irresponsable actitud de “Pelusa”, Silvestre prefiere tragarse el enojo que perder a un perfecto ingeniero de sonido como lo es el sobrino de su madre.
“Clavo” se ríe y continúa contándome que claramente comprendió que esa noche, resultaría otra en la que Silvestre iba a coger su rabieta. Estaba convencido de que “Pelusa” andaba detrás de una aventura y que como otras veces llegaría como si nada hubiese pasado.
Y no se equivocó. Al rato, en el amplio salón de baile, se apareció Silvestre preguntando por cada uno de los integrantes de su orquesta y en especial por “Pelusa”.
Como era su costumbre, llevaba el traje que luciría, guindado en un gancho, para que no se le ajase. Esa era una de las mayores preocupaciones de Silvestre. Que tanto él como sus músicos estuvieran impecablemente vestidos.
“Así como te ven te tratan” trillaba hasta el aburrimiento —les aseguro que aunque tengas mucha plata en los bolsillos, y andas mal vestido, la gente no deja de mirarte como un desparpajo. Claro que por la plata te van a atendedor de maravilla pero no es lo mismo que si andas bien pulcro.
Y Silvestre refunfuñando por la frescura del primo y por la falta de colaboración de los miembros de su banda, empezó a desenrollar cables, a acomodar los micrófonos, a instalar las bocinas y a llenarse de polvo y de suciedad.
Este cabrón de Pelusa me ha jodido —vociferaba Silvestre —que necesidad tengo de cansarme por gusto y de estar cochino como un pordiosero si para eso le pago bien.
Dice “Clavo” que estando en esa ocupación se trepó a la tarima uno de esos borrachos que no esperan a que la fiesta inicie para estar fuera de sus sentidos y comenzó a perturbar la faena de mi tío Silvestre.
Por más que mi tío  le insistió al tipo que lo dejara trabajar, más insistía el otro en ayudarlo.
Oye   le gritó mi tío a “Clavo” por favor vete a buscar a un par de policías y que bajen a este pedazo de pendejo de aquí, que nada más me sirve de estorbo.
Sostiene “Clavo” que antes de que la cuerda reventase por el lado más flaco, más que cumplir la orden, lo que buscó fue  alejarse de la posible lluvia de regaños que pudiera caerle por cuenta de otros.
Tan rápido acató  el mandato que no se fijó que bajando él por un lado, el borracho lo hacía  por el otro.
Señor policía, señor policía  le dijo solícito a uno de los agentes que cuidaban aquella plaza de baile soy uno de los músicos que va a tocar esta noche aquí y le vengo a pedir el favor de que nos baje a un borracho que nos está enredando los cables que vamos a usar esta noche.
Como notó que los policías atendían de inmediato la solicitud, prefirió irse a tomar un refresco que escuchar  las lamentaciones de Silvestre.
Sin poder aguantar la risa “Clavo” me cuenta que no pasó mucho tiempo y que de repente escuchó una algarabía en la tarima.
Coño, suéltenme que yo soy el director de la orquesta. Esto es un abuso, como me van a bajar de aquí como si fuera un delincuente. Yo soy el Profesor Silvestre Villarreal Pino. Como es posible que ustedes no me conozcan. Miren ese señor que viene allí es uno de mis músicos…Clavo…Clavo –comenta que lo llamó  contrariado.
Señor, ¿Este no es el borracho que estaba enredando los alambres de los micrófonos?
—¡No, no! —dice “Clavo” que contestó tratando de contener la risa ese es el Director de la orquesta.
¿El Director?  preguntó extrañado el policía que aún sostenía a Silvestre agarrado por un brazo.
Claro que el Director  contestó Silvestre dejando ver su enojo.
Bueno –exclamó  el policía la verdad es que yo no sé mucho de música ni de estas cosas pero le voy a aconsejar que si usted es el director de esta orquesta, para otro día, trate de vestirse mejor. A decir verdad y por favor me perdona pero, yo a usted no le veo facha ni de tocador de platillos… y  lo cierto es que a como te ven, te tratan…