sábado, 3 de diciembre de 2011

El secreto

Graciela

Cuento de diciembre

Daniel
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Cuatrillizos

Roberto Carreño


Sentados alrededor del fuego, sobre el piso de tierra de la vivienda,  estaban Juan Tzoz, su mujer, sus cuatro hijas y el único varón: Juan Segundo, el más joven. Siguiendo la tradición familiar y, por respeto, esperan a que el padre hable.
  La noche clara en las montañas de los Altos de Chiapas permite ver un cielo estrellado. Apenas llega la energía eléctrica; es una comunidad dispersa y la Comisión Federal de Electricidad sólo pone luz en la escuela. Como no hay maestro, el foco siempre está apagado. Las lámparas alrededor de la cancha de basquet bol hace tiempo que los rompieron los chamacos que por allí juegan y de paso destruyen.
  El resplandor de un mechero de petróleo acentúa los rasgos indígenas de Juan: parecen fotografías de tono sepia, de las que les gustan a los turistas que llegan a San Cristóbal de las Casas y salen hacia las comunidades para hacer lo que llaman turismo social.
  Nadie habla; sólo el crepitar de la leña y el ruido de las tortillas con frijoles al masticar, rompen la monotonía y el silencio nocturno. Un sorbo de agua de vez en cuando ayuda a pasar la comida al estómago: al terminar su plato, Juan Tzoz le gruñe a su mujer:
  —Dame el posch
  Ella le tiende un tol que cuelga del techo.
  Tras darle un trago largo, Juan avienta un escupitajo al piso y, con su pie, lo cubre de tierra.
  —¿Ya le cobraste al gobierno?— le dice en medio de un eructo.
  — Sí, pero ya no alcanza, no trabajas la milpa y no tenemos más que frijoles: te lo gastas nomás en posch— contesta ella con la vista baja.
  —Otra vez con lo mismo: yo lo gasto en lo que me da la gana, cállate y no me enmuines— grita Juan.
  —Es que semos muchos y no alcanza… Sólo tu trago— susurra ella
  —Mmm…
  Juan toma otro trago de posch y se queda viendo la lumbre. La hija mayor ayuda a la madre a recoger los seis platos  donde comieron.
  El hijo se acerca a Juan Tzoz y le pide permiso para salir a fumar un cigarrillo.
  Juan lo hace a un lado con brusquedad y le grita: —Chingao, estoy pensando.
  —¿Cuánto dices que pagan por hijo?— le gruñe a la mujer
  —Mil peso.
  —Mmm…— ingiere otro trago de posch
  — A ver, Juan Segundo, ¿cuánto años tenés?
  —Dieciseis
  —Tons, ya puedes preñar a una mujer.
  —¿Cuánto dijites por hijo?— le espeta a la esposa.
  —Mil peso
  —Juan te preñas a tus hermanas mayores, y yo, a las dos chicas…
  —Tenemos cuatro mil peso entonces— agrega la mujer.
  —Todo queda en familia: tendremos cuatrillizos— finaliza Juan.