domingo, 30 de septiembre de 2012

Apagón (ejercicio)



por Lidia Castro

Todos se atropellan en el edificio de tres plantas, tratando de bajar en la oscuridad y salir a la calle. La cosa fue repentina. Ninguno estaba preparado: se resbalan, se caen.
            Él salía a caminar como todas las tardes por la costa: vive en el tercer piso y nunca baja con el ascensor. Los escucha gritar, lo golpean mientras corren, y lo desestabilizan un poco, sólo un poco. Qué extraño a esta hora, tanto chico llamando a su madre. Lo usual es que esas voces ruidosas se olviden por un rato que son propiedad de adultos que toman mate y comentan las últimas noticias. No, hoy todos los chicos buscan a sus padres con voces desesperadas.
            Demasiadas personas pasan a por la escalera. No es habitual: a todos les gusta el ascensor; es más rápido y cómodo. Un nudo en la garganta lo sorprende. Decide detenerse. Se sienta en un escalón del segundo piso, el perro echado a su lado. Todo lo desconcierta.      
Si él viera, se daría cuenta de que aún así no puede ver nada, por la falta de luz eléctrica.
Pero toda su vida fue oscuridad.

Vivir del pasado

por Luis Osorio

“El Nocturno” fue un justiciero valeroso y admirado hasta por los niños. Pero casi nadie recordaba aquel heroísmo. Ese día, él era José Cruz Maldonado a secas, un paladín jubilado haciendo fila en el banco nacional.
Para no aburrirse, comenzó a juguetear con su bastón.
El hombre adelante de él parecía nervioso. No sacaba las manos de su cazadora y miraba constantemente hacia la calle hasta que un cajero le hizo pasar a ventanilla.
—Dame todo el dinero —exigió el asaltante tras amenazar con una pistola.
José sintió su sangre arder. Tenía mucho tiempo sin vestir un súper traje bajo la ropa ni atrapar un criminal. Pero eso no le impediría ser “el Nocturno” de nuevo. Tenía el arma perfecta. Se acercó a la ventanilla, empuñando sigiloso el bastón cual espada, y lo rompió de un golpe en la cabeza del atracador. Éste se desplomó con los ojos en blanco. Quedó tumbado en un charco rojo que le brotaba de la sien.
Nadie detuvo a José cuando se marchó. Pero al llegar la policía, un testigo les dijo todo. Desde entonces, “el Nocturno” peleó más batallas, aunque para nada le agradaron.