domingo, 18 de marzo de 2012

Buceo literario



Estábamos todos en silencio, yo, miraba la copa de grapamiel… y me recordaba el frío que hacía afuera; vos, tenías la vista perdida en mis ojos, dulces de licor; y sentados en una mesa tres niños pequeños devoraban muzarellas, haciendo uso de sus manos, enchastrándose el pantalón, limpiándose la boca con sus mangas y chupándose los dedos, mientras sus padres discutían afuera.
En ese momento, entró ella al bar.
Traía consigo una cartuchera de lata, con muchos lápices de colores y varios papelitos sueltos; pasó con toda su adolescencia junto a nosotros.
Yo levanté la vista, vos te prendiste un cigarro; me llamó la atención esa flor roja que le prendía en el pelo a la altura de la sien, y la seguí con la mirada. Vi cuando se sentó en una mesa, aislada, abrió su latita, y comenzaron a surgir palabras. Yo apuré el trago, vos fumabas, y los niños seguían a sus anchas cuando le hice la seña al mozo, pa´ que me traiga otra grapa:
—¿Por qué camina usted así?  —le preguntaste.
—Para no pisarlas —respondió el mozo encogiéndose de hombros y recién ahí notamos, que había palabras regadas por todo el suelo, hasta la altura del tobillo.
Observé a los padres, que seguían discutiendo afuera, mientras los niños chapoteaban en un mar de letras. Tú apagaste el cigarro, yo me agaché para tocar el agua, y allí viste por encima de  mi hombro… como emanaban las palabras, se escurrían por la mesa de la muchacha y ya las teníamos por la cintura cuando me terminé la grapa. Los padres, entraron con las palabras por el pecho, las iban apartando con sus manos y braceando al avanzar, llegaron donde los niños; pasó una muzarella flotando; jugaban una guerrilla de agua locos de la vida. Pero a vos te molestó, porque ya no podías fumar. Claro, es que a esa altura los dos flotábamos, y yo, para terminarme la grapa, tuve que bucear. El trago se me había quedado abajo y logré sacarlo a flote mientras que el mozo, arrodillado sobre la más alta estantería, de cara contra el techo se niega a traerme la cuenta, insiste en que no las quiere pisar… y ella cierra su latita, todos caemos, dejamos de flotar, la poetisa se retira, se despalabró el bar.

Cuentista DCF

domingo, 4 de marzo de 2012

Quinto capítulo


por Hernán

el domingo pasado terminé de leerle el quinto capítulo. ya para entonces tuve mejor desarrollo y coherencia en la lectura; estábamos apunto de llegar al presente del tiempo cronológico. pero nos hacen falta dos o tres capítulos mas para terminar la historia; o quizás en dos capítulos mi hijo la termina,( quiero aclarar que mi hijo escribe la historia y yo la leo), pero no contaba con el cambio, con la jugada literaria que quizo hacer mi hijo; ya que no escribió el sexto capitulo, como habíamos a acordado para leerlo este domingo. lo que hizo en toda la semana, según él, fue reescribir el quinto capitulo, con nuevas ideas que desarrollaron los mismos personajes, dándole así un cambio favorable a la historia, un giro inesperado, una sorpresa al estilo de los grandes escritores. y ahora me encuentro como la primera vez que inicié esta lectura. con la mente y las paginas en blanco.

todo comenzó a sus doces años. recuerdo que llegó del colegio muy entusiasmado porque la profesora le había leído un cuento, y me dijo
- mami ya se lo que voy hacer cuando se grande; seré un escritor. 
ami me agradó la idea,siempre he creído que los escritores son personas especiales, y que están mas cerca de Dios 
- ¡que bien! le dije dándole un beso en la frente
- mami pero para ser un gran escritor tengo que leer bastantes libros, "dijo la profesora" así que quiero muchos libros, quiero una biblioteca.
no le dí gran importancia a la exageración, y lo tomé como uno mas de sus febriles caprichos.

Empecé a comprarle libros de jóvenes a mi gusto, o al gusto de los vendedores piratas que me daban recomendaciones, luego el mismo francisco ( así se llama mi hijo) me daba los títulos y los autores para comprarlos. Me agradaba comprar libros, me hacia sentir importante, como si fuera una intelectual. Hasta ahí las cosas iban bien, normales, pero cuando descubrí que se quedaba hasta altas horas de la noche en las lecturas, le llamé la atención y vigilé que después de la diez las luces de su cuarto permanecieran apagadas. sin embargo, una noche que por casualidad no había podido conciliar el sueño, y salí hacia la cocina a preparar agua de lechuga para el insomnio. escuché en su cuarto como unas voces, como si leyeran a voz media. pegué el oído a la puerta y lo escuché nitidamente. como la puerta no tenia seguro, la abrí, y al instante presioné el interruptor y encendí las luces, y ahí estaba, sentado en la cama con un libro abierto.
- ¿que haces? le pregunté sin ocultar lo desconcertada que estaba
- ¡estoy leyendo!
- ¿pero cómo? si tenias las luces apagadas
- no necesito luz para leer, todo esta en la mente

Al día siguiente hice una fogata con todos los libros que le había comprado. fue un error, porque empezó a tener divagaciones, y días después llegó la citación del colegio. el rector fue muy enfático conmigo. "francisco no podía seguir en la institución". desde entonces todo se complicó: mi trabajo, el no apoyo de mi familia y, la falta de un padre para francisco, me llevaron a recluirlo en un sanatorio. según los médicos era un caso muy extraño, aún así, habían esperanzas. pero el comportamiento de mi francisco no fue nada esperanzador; no presentó mejoría, al contrario se volvió agresivo con sus compañeros, con las enfermeras y hasta consigo mismo( trató de suicidarse), entonces hubo que aislarlo en un cuarto para no someterlo permanentemente a camisas de fuerza. el pobre no podía tener a la mano ni siquiera un lápiz, que ironía para un joven cuyo sueño era ser un escritor.

pasaron varios meses, y hasta los médicos perdieron las esperanzas. pero un día me llamaron entusiasmados que habían descubierto que las resmas de papel lo tranquilizaban, y que había dado síntomas de mejoría. y fue cierto, cuando lo vi, tenía mejor semblante, me reconoció y fue cariñoso conmigo. para mi concepto la mejoría era mayor a la que los médicos le habían diagnosticado.  
me dijo que había comenzado a escribir una novela, la cual sería un betseller, y había tanta cabalidad en sus palabras que no pude evitar contagiarme de sus sueños. sin embargo, cuando me entregó las hojas en blanco para que leyera el primer capitulo, no pude contener las lágrimas.
- ¿por qué lloras mami, qué te pasa? me preguntó
respiré profundo, sequé mis lágrimas y le respondí
- son las primeras lineas que me hacen llorar
- ¡genial mami! eso quiere decir que te impacté... voy por el camino de los buenos escritores. sigue.. sigue leyendo, pero léelo para los dos, es un buen ejercicio para corregir los errores.

la verdad fue que aquel momento pasaron mil cosas por mi cabeza y a la vez no pasó nada. me encontraba ahí con esas hojas en blanco, temblando de impotencia frente a mi hijo, y le pedí ayuda a la divina providencia; por que tenía que leerle algo, no podía defraudarlo, si no le leía, tal vez empeoraría, y era preferible tenerlo con ésta idea, a como estaba antes. el problema era que no tenia ni idea por donde empezar, entonces comencé a contarle mi historia, la mía y la de él, nuestra triste historia desde el momento en que lo conseví en mi vientre, y funcionó

Ahora que francisco ha decidido darle final a nuestra historia en el quinto capítulo, ya nos encontramos en el presente, donde él está totalmente recuperado
y yo por su puesto muy feliz. interrumpo la lectura al escuchar voces detrás de la puerta. son los médicos, hablan de francisco y de mí; por lo escucho, creo que hoy mismo me lo entregaran para llevármelo a casa. hablan de un nuevo paciente para esta habitación.

viernes, 2 de marzo de 2012

La extraña en el metro

por María Angélica

Ese no era un día normal. Ese día, Sara no quería hablar con nadie, solo le provocaba estar en su cama revolcándose en la miseria de su propia depresión. Pero era imposible porque tenía un compromiso ineludible y debía salir. El metro era la mejor opción de transporte, aunque, por alguna extraña alineación de planetas, ese día, nadie podía ubicarse. Así que, de un momento a otro, se vio rodeada de gente que le preguntaba: "¿Por aquí llego al municipio de Bello?" "Niña, ¿éste es el metro que me lleva a la Estación San Javier?" "¿Por dónde se coge el metro que me lleva al municipio de Itagüí?".
Sara se limitó a mirarlos, a hacer un movimiento con su cabeza para afirmar, negar y señalar. Los miraba alejarse, sintiéndose aún más desgraciada, al ser abstraída de sus pensamientos para dar indicaciones a los pasajeros perdidos. Decidió mirar a su alrededor, verificar si los oficiales, que normalmente guiaban a las personas, no estaban. En realidad, sí estaban. Mientras Sara se preguntaba cuál era esa extraña razón por la que alguien preferiría preguntarle direcciones a ella –una persona sombría incapaz de sonreír porque le robaron toda posibilidad de ser feliz– alguien se acercó, le tocó el hombro y le dijo:
─Disculpe niña, ¿éste es el metro que me lleva a la estación del metro cable?
Sara se giró y respondió igual que las veces anteriores, con un simple movimiento de cabeza. Pero algo fue diferente. Ese tacto era frío, helado. La piel de esa hermosa mujer que le hablaba era blanca, más que cualquiera. Así que siguió a la extraña con su mirada y vio cómo se dirigía en línea recta a la plataforma que estaba enfrente, incluso cuando el tren ya estaba a punto de frenar. Pero esta mujer no parecía tener ganas de detenerse sino de cruzar al otro lado. Sara gritó y quiso correr para detenerla pero, se sintió como caminando en el aire y un fuerte apretón en sus brazos, así que se giró y vio cómo un oficial la sostenía mientras le decía:
─¿Qué pasa, señorita?
Sara, desesperada, respondió:
─Esa mujer… Ella… ─ Sara estaba tan asustada, tan impresionada que no se atrevía a terminar la frase.
De pronto, el tren siguió su marcha y Sara señaló al otro lado. El oficial siguió con su mirada la mano temblorosa de Sara. El oficial no vio nada extraño así que le dijo:
─¿Qué quiere que vea, Señorita? ¿Le hicieron algo? ─ Aparentemente, el oficial empezaba a pensar que Sara tenía algún tipo de alucinación.
Sara miró al otro lado y vio a la hermosa mujer que la saludaba con una mano y le sonreía. Sara no podía creer lo que veía. Sacudió su cabeza y le dijo avergonzada al oficial:
─Perdone, oficial, creo que el insomnio me está pasando factura.
El oficial (¿hombre?) le sonrió, le preguntó si necesitaba agua o algo, Sara negó con la cabeza y agregó:
─Tomaré el próximo tren, gracias. Disculpe las molestias.
Sara abordó el próximo tren sin saber bien lo que pasaba. Decidió olvidarse del tema y creer lo que ella misma le había dicho al oficial; que todo era producto del cansancio. Levantó la vista y vio el titular de la primera página del periódico que uno de los pasajeros leía: Asesinada en extrañas circunstancias. Con una foto de una hermosa mujer… Tan parecida a la que acababa de ver en la Estación que podría jurar que era la misma. Pero no, esas cosas, en la vida real, nunca pasan.

María Angélica
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