sábado, 1 de diciembre de 2007

Adiós

Montse Villares


      Casi me entró la risa al entrar a la oficina. Debían ser las diez o más. Entré radiante. ¡Me sentía tan bien con mi decisión! Sonreía. Todos los ojos se clavaron en mí. Aquéllos rostros contemplándome… atónitos, ante mi actitud de desacato evidente… eran simplemente patéticos. Animales encerrados en jaulas transparentes que ni siquiera ellos veían. Y yo había salido. La primera en saludarme fué Karina, la recepcionista, una rana con sueños de princesa que no entendía porqué le sonreía. Avancé con paso seguro por el pasillo mientras veía las papagayas enfundadas en pantalones ajustados y blusas marcando buche, ocultas bajo un maquillaje multicolor. Cotorreaban, como siempre, pero ante mi presencia callaron. Me miraron como a un elemento perturbador del cómodo hábitat que disfrutaban. También había ardillas y nutrias trabajando en silencio para llenar la despensa o construir su casa, pero eran las menos.

Más atrás un grupo de paquidermos con traje gris y corbata a juego seguían sin titubear al gran elefante; a su despacho, al lavabo o a donde éste decidiera ir. La manada de lobos habitaba en un despacho contiguo. Sus mesas eran más grandes, sus sillas más cómodas y sus ordenadores más potentes. Sus trajes más caros y sus frustraciones mayores. Al fondo había una pandilla de guepardos, éstos iban cada uno por su lado intentando escalar una cima inexistente por la cual se mataban. También había una pandilla de monos. Se escaqueaban saltando de rama en rama y a su regreso traían notas de cenas y copas con clientes. Eran, sin duda, los que mejor vivían. Presidiendo aquélla selva, ¿como no?, el Sr. Leoncio Hernández. Fumaba un habano cuando me vio aparecer por la puerta. ¿Dónde se había metido? Así empezó la bronca. Su presencia antes me incomodaba. Cualquier comentario sobre mi vestuario o mi trabajo me encendía, aunque debía guardar las apariencias y sofocar el fuego al salir, con un cubata o dos. En cambio, en aquél momento lo vi claro. Aquélla era su madriguera, allí era donde se sentía seguro, donde podía chillar, mandar, reír o golpear la mesa. Podía hacer lo que quisiera. Era el amo del lugar y el resto sus súbditos. Enseguida me imaginé que en su casa era probablemente su mujer la que llevaba los pantalones. Le vi sacando la basura a regañadientes, o planchándole una camisa a su mujer mientras le recriminaba lo poco que hacía por ella y acababa tomándose una copa solo en la barra de un chino, mientras esperaba le prepararan la cena para llevar. Vociferaba pero yo no le oía. No precisaba ese trabajo, por ello él había dejado de ejercer su poder sobre mí. Le miraba con actitud superior. Veía cómo se le congestionaba la cara, cómo parecía salírsele los ojos de las órbitas, como se le marcaban las venas en el cuello, cómo le palpitaban las sienes ante mi silencio. No necesitaba hablar. Mi mente estaba ya lejos. Era una sensación de irrealidad. Mi cuerpo estaba allí pero como si, sin quererlo, me hubiera metido en la vida de otra persona. Esa ya no era mi vida y aquéllos chillidos no iban conmigo. Tras un cuarto de hora de gritos ininterrumpidos apagó el habano. Me miró fijamente, como esperando respuesta al centenar de preguntas que me había hecho y que yo no había escuchado. Yo, sentada frente a él, saqué lentamente un cigarro de mi bolso, lo encendí y le tiré el humo a la cara. Oí por fin algo con sentido. Estás despedida. Se levantó, gritó al jefe de la manada de lobos que de un salto me trajo el finiquito. ¡Qué bien, aún encima me daba dinero! Sonreí sin decoro cosa que enervó aún más a mi ex-jefe. Guardé el cheque en mi bolso. Apagué mi cigarro junto a su habano. Me levanté, le miré a los ojos sin miedo y simplemente le dije: Adiós.
      Al salir del despacho mi corazón palpitaba de euforia, si hubiera tenido amigos creo que me habrían vitoreado, pero sólo vi envidia en algunos ojos y miedo en otros. Sonreí y marché. Lo que dejaba atrás no valía la pena. Me esperaba una nueva vida.

4 comentarios:

  1. Ya de entrada “me entró la risa al entrar” Mal cuento, sin estilo, sin personalidad. De una ingenuidad infantil y de escaso valor literario: repeticiones, lugares comunes, pobreza expresiva (“me sentía tan bien con mi decisión”) y lo que es peor faltas (fué, no entendía porqué sonreía, en aquél momento). ¿Cómo puede publicar un taller literario cuentos como éste?

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  2. Bueno, aun teniendo defectos, este creo que es el cuento que más me ha gustado de Montse. Una mujer acude a la oficina para hacer que la despidan. Los cuentos de oficinas se constituyen en un género dentro del cuento; suelen ser típicos de autores jóvenes y encierran en sí mismos, en su redacción, toda la atmósfera gris que quieren retratar; se contaminan de la falta de sustancia e interés que la vida en las oficinas ofrece; acostumbran a ser aburridos y absolutamente prescindibles.

    También es un tic nervioso propio de los autores jóvenes ridiculizar a los personajes, tachándolos de gordos, feos, adocenados, vendidos, chivatos, etc. Cuando uno es joven cree que junto a los amiguetes está inventando una estirpe superior de humanos, y que el mundo que a uno le rodea es, por llamarlo de alguna manera, perdidamente gilipollas. Montse, ya lo ha dicho, no es jovencísima, pero insisto en mi apreciación de que escribe como si lo fuese.

    Y bien, la verdad es que me desagrada la historia, pero sé que es una manía mía y no quiero que influya en mi opinión. Hay, sin embargo, cosas que objetivamente están mal, o regular, y es necesario revisar.

    «Casi me entró la risa al entrar a la oficina. Debían [de] ser las diez o más. Entré radiante». Bueno, esta frase no tiene desperdicio. Volvemos a la vieja idea de que es necesario repasar el comienzo del cuento, porque es donde más barbaridades cometemos. Y es malo cometer tonterías al empezar un cuento porque muchos lectores (yo también, si no me pagara Montse por repasarlo) tirarán contra la pared el cuento a la primera de cambio. Hay que leer en voz alta lo que hemos escrito, y descubrir entonces las palabras y los sonidos repetidos o malsonantes. Hago una llamada, una vez más, para recordar que deber, cuando indica posibilidad se escribe “deber de”, y sólo cuando significa obligación se escribe sin preposición. Pero la verdad es que es una regla que lo mismo han hecho obsoleta los revolucionarios muchachos de la Real Academia. Ya nos lo dirá Leticia, que de estas cosas sabe muchísimo más que yo.

    «La primera en saludarme fue [sin acento] Karina». Recuerda, Montse, que ningún monosílabo se acentúa, a no ser que ese acento sirva para diferenciarlo de otra palabra que tiene la misma grafía. Si acostumbras a cometer este error y otros parecidos, yo te aconsejo que te autocensures con la ayuda de Word. Si entras en Herramientas/Autocorrección, tienes la posibilidad de decirle a Word (debajo de Remplazar) que cada vez que pongas tal palabra mal escrita, te la sustituya automáticamente por tal otra escrita correctamente.

    Lo de «le miraba con actitud superior» me suena bastante feo. Con frecuencia, superioridad, la palabra más sencilla, es el camino más corto entre dos puntos.

    «¡Qué bien, aún encima me daba dinero!» Esto me parece una redundancia. Aun (sin acento, cuando significa “incluso” y con acento cuando significa “todavía”) es lo mismo que encima.

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  3. La primera frase no es muy afortunada, Montse, es muy de andar por casa, si la quitas hasta puede que nos venga bien que descubramos nosotros que la narradora habla de su oficina, de sus compañeros, se adivinaría al entrar en escena Leoncio Hernández, antes no, y daría pie a que, mientras, el lector especulase sobre el sitio en el que se halla la narradora, que trabajásemos un poquito nuestro imaginario.

    Un par de comparaciones puede resultar pintoresco, acertado si además tu caricatura nos hace reproducir fielmente la imagen que se desea, como lo de los buches hinchados de las papagayas, pero convertir la oficina en un zoo pierde fuerza y se te vuelve en contra.

    Tampoco la actitud de la narradora resulta simpática al lector. Hay personajes que no lo buscan pero este está pidiendo a gritos su empatía, su reconocimiento ("qué bien hiciste", "así se hace", "que les den", cosas así) y no utiliza el mejor camino. La narradora ha podido salir de esa jaula, sus compañeros, no: el insulto comparativo; no necesita ese trabajo, sus compañeros sí: son patéticos; está frente al jefe y responde a sus preguntas y gritos echándole el humo sobre su cara: se jacta.

    Creo que están de más los detalles que imagina sobre la vida marital de Leoncio, se extrapola demasiado de la escena, se recrea en su pensamiento de ridiculizar al señor que tiene enfrente: le imagina con desprecio porque en su casa dejará que su mujer lleve los pantalones, después insiste en detalles que saca a relucir como trapos sucios, saca la basura, plancha a su mujer la camisa, y continúa más allá mostrándonoslo en la barra de un chino, mezclando su vida de fracaso con unas gotas de alcohol.

    A este largísimo recorrido en el pensamiento de ella se le unen unas valoraciones que el lector puede no compartir, ¿tal vez debería imponer su ley también en casa para que se le respetase más?, ¿dejar que sea su mujer quien planche su camisa (la de él) y saque la basura para no ser un calzonazos? (mandar él = bien; mandar ella = mal; labores de casa él =mal; labores de casa ella = bien. Conclusión: si sabes ser un hombre como dios manda: cena y cama calentita, si no "llora como mujer lo que no supiste defender como hombre" en la barra de un chino.)

    La puntuación de este cuento es correcta, y un texto bien puntuado es tan importante como que esté ortográficamente bien escrito (sobre todo para su comprensión). En cuanto a la ortografía fallas en una cuantas tildes y en un par de faltas ortográficas, "deber de" y "por qué", que te explicó muy bien Carlos. Estas faltas son muy habituales y las he visto varias veces en este taller, también se han explicado en más ocasiones. Con esto no quiero excusar ninguna falta, sino darle a Montse un margen y que Bestiario no se lleve las manos a la cabeza sin que haya releído su propio comentario. Y me explico.

    –"Y lo que es peor faltas", dice Bestiario, y se salta él un signo de puntuación como si tuviese bula para ello.

    –"¿Cómo puede un taller publicar cuentos como éste?" continúa Bestiario. (Creo que la RAE tiene algo que decir sobre este acento.)

    –"Ya de entrada “me entró la risa al entrar” Mal cuento" (Bestiario)

    Ya de entrada (parafraseando a nuestro anónimo) la primera frase está mal construida, le falta el verbo y la puntuación detrás de las comillas, porque cerrar comillas no equivale a punto.

    Me asombra que Bestiario recrimine a Montse por sus faltas cuando él ha hecho alarde de ellas en apenas siete escasas líneas.

    Montse, ánimo, y manda más cuentos.

    Un beso.

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  4. ¡Con un par! ¡Sí señora! Así se despacha a las bestias.

    Porque supongo que quieres mostrar la bestialidad del mundo laboral.

    Creo que te falta una revisión profunda para ciertas cosas, que explico abajo.

    Al principio, repites entrar, ver, sonreír.

    Yo haría ese párrafo así:

    “Casi me entró la risa al llegar a la oficina. Debían ser las diez o más. Entré radiante. Me sentía tan bien con mi decisión que todos los ojos se clavaron en mí. Aquéllos rostros me contemplaron, atónitos ante mi actitud de desacato evidente… Eran simplemente patéticos animales encerrados en jaulas transparentes que ni siquiera veían. Y yo me había salido. La primera en saludarme fue Karina, la recepcionista, una rana con sueños de princesa que no entendía porqué le sonreía. Avancé con paso seguro por el pasillo, entre papagayas enfundadas en pantalones ajustados y blusas marcando buche, y ocultas bajo su maquillaje multicolor. Cotorreaban, como siempre, pero ante mi presencia callaron. Me miraron como a un elemento perturbador del cómodo hábitat que disfrutaban.

    También había ardillas y nutrias trabajando en silencio para llenar la despensa o construir su casa, pero eran las menos.”

    Sonreí sin decoro coma cosa que enervó aún más a mi ex-jefe.



    Eso del jefe que plancha a la mujer desentona un poco.

    Las comparaciones con animales, muy buenas.

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