sábado, 1 de diciembre de 2007

Lejos

Pilar Dublé

      Me llamas a veces, cuando llego, o cuando salgo. Tu voz suena nítida, redonda, y te contesto. A veces nos reímos de lo que me dices. Otras, lloro tus sarcasmos que restallan como un látigo. O mis respuestas acres.
      Manejo hacia la nada, de donde también vengo. No me doy cuenta de lo que hago. Mis pies trazan círculos en la arena, sin sentido. Sudor del sol caliente me traspasa los párpados y los ensueños, como harías tú. Oigo romper el mar cuando estoy de espaldas. Cuando lo miro me recuerda tu risa, y ya no lo escucho. Me quejo tirada en la arena. Sollozos de perro.

      Encuentro uno de tus escritos y lo leo todo un día: “... para que persistas allí, en ese sitio conocido que me contiene completo por un segundo larguísimo y con toda la fuerza. Abrazándome o tendida, estabas allí integra, para ser un espejo y una retribución total, sin pasar facturas mezquinas ni medidas cuadradas y sin esperar nada, sino por el ser y estar presente. Alguien, enfrente abrazado o detrás colgado, me tiene de rodillas y sobre el pedestal, de cuatro y de dos patas, de lunes a domingo, desde el día del Bautismo hasta el de la Extremaunción. Háblame y vendré a verte si estás sola, si estás azul de frío o si estás donde no estarías o si te diriges a donde no irías estando yo presente, en el lupanar, en la iglesia, en la calle, en la cañada verde que me añora en tus suspiros, pidiendo favores a las puertas de tus enemigos”.
      Pasan horas enteras sin que logre, ni quiera, ni trate de moverme. Pasan semanas enteras sin que sepa la fecha del mes. A veces ni sé que mes. O qué hora. Me levanto y me acuesto en cualquier momento. Pasé dos meses viviendo de noche y durmiendo completas las dieciséis horas diurnas del verano.
Me invitan y me visto rápido con la ropa vieja. Allí hablé de ti, y me dicen: “Pero... ”
      Mi reflejo en el cristal de la puerta no me reconoce. Esa expresión no es mía. No sé de quién es. Siento una esfera impenetrable de la cual soy centro. A ratos gira lenta, si me agito, y fugaces tonos irisados la pueblan desde aquí adentro, como en las burbujas de jabón.
      Comprar. Comida que se pudre en la nevera. Ropa que cuelgo con la etiqueta y que no me pongo aún, después de semanas. Zapatos en su caja, la suela brillante, limpia.
      Preceptos y objetos viejos, imágenes y voces nuevas. Una segunda voz, menos conocida, masculina, dice cosas a mi espalda, y me sofoca un odio que trenza fuerte mi interior.
      Hace tres días que no como nada. Me agota la espera.
      Repaso tus cosas y quedaron perfectas, otra vez. Tomar sol en el balcón me da un color profundo, para que me encuentres linda. Me miro en el espejo, sucio desde hace meses. Hay días en que tomo un largo baño, me maquillo, me peino y limpio el espejo. Y te veo detrás de mí, sonriendo. A veces me abrazas y me cantas al oído.
      Espero, espero volver a verte. Espero. Espero.
      Salgo sólo con el objeto de caminar, para que la actividad mueva mis músculos y así mi sangre, y poder entonces tener fuerza para hablarte. Después de quién sabe cuánto tiempo, no sé ni dónde estoy, ni para qué salí... Intento regresar en un taxi, pero le di tu dirección. La antigua. No la actual.
      Cocino una y otra y otra vez tu plato predilecto. Alcanzo una confección impecable. Luego, se lo dejo a los pájaros en la ventana.
      Espirales de sueños con visos de vigilia me confunden y no sé si pasaron las cosas, o se soñaron a sí mismas. Te digo que no me hubiera importado, que te habría compartido para no perderte. Tejo una escalera de recuerdos calientes, púrpuras, ásperos. Subo y bajo por ella. Espero el timbre, sentada ante la puerta. Me detengo en la ventana. La toco y está fría de lluvia muda. Es el segundo invierno que no llegas, que no entras corriendo. Desde que mataste el cuerpo que era mío. Desde que te descubrí con otro hombre en la cama.


Pilar Duble
Caracas, 12 Septiembre 2003

5 comentarios:

  1. Un día entré en casa a una hora intempestiva o imprevista y descubrí a mi hombre, que tanto y tanto amaba, con otro tío en la cama que era nuestra. Desde entonces... etc, etc. Sin trampa ni cartón. Mejor sin trampa ni cartón. Una carta que uno se esconde en la manga y que saca al final no basta para conseguir un cuento.
    Precede un largo catálogo de jeremiadas más o menos desesperadas más o menos poéticas más o menos conmovedoras; variaciones místico-eróticas del vivo sin vivir en mí, del mis ojos sin tus ojos no son ojos, del una sola persona te falta...
    Lindas metáforas: tejo una escalera de recuerdos calientes, por ejemplo.
    Falta una arquitectura.
    Bestiario

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  2. Ni bien comienzo a leer me encuentro con una voz que narra, que le habla a un personaje ausente, con cierta melodía romántica. A pesar de ello, la voz continúa con el mismo tono, tanto cuando se refiere al ausente como a sus propios actos.

    Hasta ahora, no conocemos el sexo de ninguno de los dos personajes. Recién hacia el final del segundo párrafo, sabemos que el relator es ella, del destinatario del mensaje, todavía nada. Dos renglones más y no quedan dudas, el destinatario es él, y lo sabemos por sus propias palabras, a través de un escrito suyo que ella recuerda. Ahora está un poco más claro, hubo una relación entre ellos, al parecer ella aún lo extraña.
    Me resulta algo confuso lo que escribió él, no entiendo qué quiere decir, de todas formas no le agrega mucho al relato, salvo por el hecho de confirmar su existencia.
    Incluso lo noto contradictorio. En el texto él asegura que iría a verla si ella lo llama. Y ella tan sólo espera, pero no lo llama. ¿O acaso se lo habrá pedido alguna de esas veces que ella dice que él la llama?, no me parece creíble.

    Ella está muy confundida. Pasa un tiempo con depresión. La invitan a una reunión, en la que pretende hablar de él, le dicen pero… Pero…, ¿qué? ¿Será algo así co mo: pero si ese tipo es un hijo de puta, pero si te cagó la vida, pero todavía tenés ganas de hablar de él, pero vos no te olvidas, pero si estás tan bien sola, pero por qué no te dejás de joder?
    Todavía no importa demasiado, siento que tiene tiempo el relato para convencerme de que esto es o no es relevante. Sigo.

    Llego a una imagen bastante poética, que describe cómo se siente ella. Pero viene un punto y aparte y, de repente, ella se está quejando de sus quehaceres y sus costumbres cotidianas.
    Siento algo así como un salto entre un párrafo y el otro, al menos en la carga emotiva de ambos.

    Otra vez, también de repente, me entero que ella lo está esperando. Le ordena sus cosas, toma sol en el balcón para ponerse linda para él, sueña con él, se desespera por él, sale a caminar para reponer fuerzas, se pierde, le cocina una y otra vez su plato predilecto. ¿Esto habrá sido así durante los dos años de separación?
    Ella misma, y pienso que es un error, reconoce que está un tanto ida, Espirales de sueños con visos de vigilia me confunden y no sé si pasaron las cosas, o se soñaron a sí mismas. Dentro de este ensueño, le dice a él, al él ausente, que hasta lo habría compartido para no perderlo.

    Me gusta la imagen de ella cocinándole a él todos los días la misma comida, perfeccionando su estilo, mejorando su obsesión comida tras comida, a pesar de que él no venga nunca. Aunque, si recuerdo que la separación ya lleva dos años, me remito enseguida a lo enfermizo y crónico de su estado. Lejos de lo simpático que podría resultar otro tipo de delirio.

    Hasta aquí, me vengo imaginando un cierto cuento.
    Sobre el planteo propuesto y el desarrollo, tengo mis reparos. Lo siento muy desprolijo, caótico, que avanza a los saltos, muy catártico, como escrito muy rápido y con falta de una revisión posterior, un acomodamiento que logre resaltar la poesía que siempre viene en los textos de Pilar, encajar sus sones y sus olores, que también andan por aquí, pero escasos o descuidados.

    Y la resolución, a pesar de contar quizá con los párrafos mejor escritos, más poéticos, me parece un poco obvia, sobre todo así al final, otra vez de repente, como que se nos contó todo de una determinada manera ocultando el dato principal, y que al saberlo cambia nuestros pareceres. ¿Viste cómo te engañé, te creías esto pero en realidad es esto otro?

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  3. Todos somos arrendadores de una parte de nuestra memoria. La damos en alquiler a un número variable de inquilinos que se quedan ahí a vivir, cada uno en su parcelita, con sus muebles, su ropa, sus gestos, su voz. Generalmente el cuarto más bonito se lo damos a la persona que más daño nos hizo con su ausencia, y tenemos con ese recuerdo que vive dentro de nosotros comportamientos que van desde la grata y esporádica evocación a la obsesión malsana. Estos últimos son los peores arrendatarios: nos pagan con un brebaje agridulce que nos administramos en los peores atardeceres, y nos cobran, a veces sin saberlo, un vasallaje moral que nos convierte en lastimeros devotos. Así es la narradora del cuento de Pilar.
    El cuento se limita a una conversación de la arrendadora con la parcelita del recuerdo que ha alquilado a su antigua pareja. Es lo bueno que tiene el contrato: que da derecho a la casera a reclamarle al inquilino cuantas veces quiera, sin levantar la voz, con esa disposición mestiza, hecha tanto de amor como de fatalidad, con la que nos afeamos a nosotros mismos lo que ya no tiene remedio.
    El cuento no tiene acción, pero sí nos permite entender bien el argumento. Una mujer encontró un mal día a su pareja con otro (hombre) en la cama. A pesar del trago del momento, y de la consecuente separación, ella sigue queriendo al tipo, y anda extraviada por los calendarios y las geografías y los recuerdos, esperando que él regrese, cualquier día.
    Digo el trago del momento porque eso de encontrar al marido en la cama con un hombre, aparte de una baza literaria que supera en interés y pegada al clásico “cariño, esto no es lo que parece”, debe de resultar una humillante consternación; humillante porque evidencia una doble ignorancia en una persona que, casi por definición, debería saberlo casi todo sobre su cónyuge.
    La narración en sí es muy buena; poética, arenosa, cálida, convincente. A mí me parece inoportunamente larga la transcripción textual del escrito del marido; yo he venido a ver el lamento de la señora, no a leerme un ladrillo del esposo. Por otra parte encuentro dos o tres escalones producidos por cambios de tiempo, tan habituales en Pilar que ya me estoy convirtiendo a su religión, y me pregunto si no será que en esos tiempos incongruentes se encuentra el Camino, la Verdad y la Vida. Algo muy grande, algo gigantesco, una estética a la que no tengo acceso ni derecho a comprender debe de haber en embuchar “Pasé dos meses viviendo de noche” entre “Pasan horas enteras” y “Me invitan y me visto rápido”. O en hilvanar una frase contorsionista, como esta: “Intento regresar en un taxi, pero le di tu dirección”. Hostias, sé que estas fintas son el futuro de la narrativa, lo que ocurre es que yo no me lo creí.
    Y aquí paro, ese folio largo tiene más de diez perlitas, pero no las voy a resaltar; Maripili no necesita que se le señalen las perlas, porque tiene un almacén interminable en su cabeza de vigilanta.
    Ah, sí, no me gustan los puntos suspensivos, me parecen de paleto, de aficionado, de escolar; los pongo a veces porque ya he perdido el norte y me traiciono a mí mismo continuamente, pero esos puntos que ha puesto Pilar después del “pero”… son una pequeña estupidez: «Me invitan y me visto rápido con la ropa vieja. Allí hablé de ti, y me dicen : “Pero…”» Coño, me fastidian los mensajes crípticos en las narraciones íntimas. Es como si la autora le estuviera haciendo un guiño al personaje, porque sea real y le esté en realidad tirando un besito volante; uno escribe un cuento para los lectores, no para saludar al novio. Aparte de esta pega maniática, objetivamente la frase es, además de descortés y gratuitamente insondable, un despropósito gramatical (hablo en presente, lo dije en pasado, me contestan en presente).

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  4. Hola,

    Iba a comentar Lejos pero ya lo ha hecho Norberto expresándose mucho mejor de lo que yo lo haría.
    Hay mucha poesía, muchas imágenes y según lo lees, quieres verlo todo, sentirlo todo, quieres seguir a la protagonista por un vendaval de sensaciones contradictorias, pero la verdad es que acabas confundida porque no sabes de quién está hablando. Creo que valdría la pena reescribirlo.

    Un abrazo,
    Montse Villares

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  5. Me gusto mucho el estilo poético del cuento. Sin embargo , hay pasajes que
    permiten una gran libertad de interpretación, como por ejemplo, las frases del
    sujeto amado “..para que persistas allí,.. ”, y el “pero....” que me dejo
    oscilando entre las pascuas de resurrección y la entrada al infierno.

    Me encantó la descripción de la depresión rampante que se eterniza más de lo
    común y que la lleva a situaciones de auto-castigo, en las cuales ella rumia el
    dolor del abandono. Pero resulta poco realista que una persona persista en una
    depresión grave sin recibir ayuda (médica, familiar o de amigos) o termine
    suicidándose. Dos años de autoagresión persistente, mimando, acariciando y
    amando el dolor del abandono no los aguanta nadie. Salvo que ella niegue la
    realidad y entre en el terreno peligroso de la psicosis. EL texto deja entrever
    una salida que quizás le salva la vida, la locura: “Es el segundo invierno que
    no llegas, que no entras corriendo” dice ella, confundiendo el sueño con la
    vigilia, “esperando el timbre, sentada ante la puerta” sin poder darse cuenta
    que todo terminó porque mataron el cuerpo que era suyo.

    Saludos

    Emilio

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