sábado, 15 de diciembre de 2007

Odanibober (ejercicio)

Carlos

      Qué cosa tan rara. De pronto estoy en la calle, desnudo, medio metido en un armario alto y estrecho, como de un sólo cuerpo, que está tirado en medio de la calzada. Diseminadas por el suelo algunas perchas con ropa. Ropa de mujer. Hay gente mirándome, lo que me produce una zozobra quenitecuento. En las caras de los mirones hay de todo: estupor, risa, curiosidad, sorpresa. En la mía no puedo verlo, aunque seguramente hay lo mismo pero más. Estoy aturdido y me duele todo el cuerpo. Me llevo una mano a la frente y al pasar frente a mis ojos, veo que regresa con sangre. No puedo comprender qué hago allí, ni quién está gritando frente a mí, en el primer piso de esta casa que (horror) es precisamente la de Marieta. Parece haber una bronca allá arriba. Al menos dos hombres gritan como descosidos y una mujer (parece la mismísima Marieta) está llorando.
      Y lo que sucede a continuación ya es cosa extraordinaria. Las perchas con la ropa de mujer vienen por el aire y se meten al armario conmigo. Despega el armario a toda velocidad, a juzgar por este modo de aplastarme la inercia contra su fondo, y de repente oigo el estruendo terrible de un cristal que se rompe en pleno vuelo. Hostias Pedrín: a la mierda la Ley de la Gravedad. Asustado, no acabo de entender por qué el armario se ha quedado parado, de pie, quién sabe dónde, con sus puertas cerradas y yo dentro, mientras oigo muy cerquita un cuchicheo, mejor dos; una especie de risita contenida a ambos lados.
      Voy a salir pero escucho perfectamente la voz de Marieta, al otro lado del armario que parece justificarse ante alguien con una frase más bien absurda: «¡Yo siempre duermo desnuda!» dicho esto a voz en grito. Inmediatamente la voz de un hombre le pregunta —precisamente— por qué coño está desnuda. Y añade si le parece bonito que la vea así su hermano. Todo esto parece tan rarito que determino quedarme un rato aún dentro, para ver si acabo de comprender qué cosa está pasando. Miro el reloj: es medio día. Pasan unos segundos que parecen una eternidad y de pronto abre la puerta Marieta con mucha prisa, me coge del brazo y me arrastra con un rostro cuya preocupación no deja lugar a dudas. Está sola. No hay nadie en la habitación con ella. Me lleva a todo trapo a la cama, me tumba sobre sí y de pronto me grita: «!Mi marido!», para, inmediatamente, dulcificar el semblante y asestarme un largo beso de tornillo. Mi marido: no hay frase que más me hiele la sangre que este grito en los labios de una mujer desnuda. Siempre he temido un momento como éste, y, a pesar del aparente apaciguamiento de la cara de Marieta permanezco crispado bajo sus babas.
      ¿Es esto un sueño? ¿Qué me está pasando? ¿Se habrá vuelto loca? ¿Dónde se ha metido el tipo que gritaba? ¿Y su hermano? ¿Y su marido? Marieta está tan abrumadoramente cariñosa conmigo que no puedo evitar hacerle un amorcito de urgencia, uno de esos amorcitos que empiezan por el pumba-pumba y acaban en los preliminares, no se vaya a acabar el mundo. Luego fumamos. Todo es tan agradable que no me atrevo a romper el hechizo de tanta lujuria y tanto pringue con preguntas extrañas. Por otra parte ella está completamente tranquila —dentro de lo tranquila que suele estar Marieta cuando se mete en la cama conmigo— y no hay rastro en su cara que denote la zozobra de hace un rato.
      Le pido una tirita para taparme la brecha de la frente. Pero ella me come una vez más a besos y me pregunta que qué brecha. Y, mimosa, me requetebesuquea con una cancioncita de niña burra que dice cura, sana, si no cura hoy, curará mañana. Volvemos a fumar, con las sábanas por debajo de los sobaquillos, si bien yo ando más bien mosca, esperando que algo catastrófico vuelva a ocurrir. Marieta está muy besucona, como siempre. Y, mientras me sujeta la cara entre sus manos suaves, sus dedos largos, sus uñas de Fumanchú, me felicita por los dos amorcitos que le he echado. (¿Dos? Será que he estado tan poderoso que ha valido doble, pienso. O será que desde hace un rato se averiaron las matemáticas, temo).
      En el fondo es agradable estar tumbado a su lado. Como siempre. Me cuenta cositas suyas, tonterías acerca del aerobic, de unas botas de montar a caballo que se quiere comprar. Me dice que esta mañana no sonó el despertador y, de no ser por una llamada telefónica de no sabe quién, a eso de las ocho, su marido aún estaría en casa durmiendo. Habrá llegado más de una hora tarde al taller. Yo la besuqueo por todos sus distritos, mientras se ríe como un niño travieso. Hacemos otras dos veces el amor, de nuevo como si fuera a llegar el terremoto, dejando las caricias para luego. Debe de ser tarde. Le pregunto la hora a ella, que nunca se quita el reloj de la muñeca, y me dice que las nueve y media. ¿De la tarde? Pone cara de broma, de complicidad. Empiezo a temerme que es de la mañana, de la misma mañana que antes. ¿El tiempo tampoco funciona?
      Así que me levanto como un rayo, me pongo la ropa, me llego hasta la puerta y allí le doy un beso de película. La puerta se cierra, llamo al timbre. Como no me vuelve a abrir, bajo de varias zancadas los dos tramos de escalera (¡caminando hacia atrás! admirado de esta circense habilidad ignorada hasta ahora incluso por mí). Y, como se me da tan bien, voy corriendo —siempre marcha atrás— hasta mi casa. Subo al piso, abro la puerta, dejo la boina en el perchero, cojo el teléfono y marco el número de Marieta. Tiene la voz algo ronca (se habrá acatarrado por dormir desnuda); le pido que me confirme si su marido no vuelve hoy hasta por la tarde. Lo piensa un poco y me dice sí. Cuelgo. Voy a la cocina, el reloj marca las ocho de la mañana, me asomo a una taza vacía pero sucia. Para cuando la dejo sobre la mesa está llena de café con leche, remuevo la mezcla, saco dos terrones de azúcar y los meto en su caja, guardo la leche en el frigorífico y me voy corriendo a la cama, me desnudo y me meto deprisa. Justamente cuando cierro los ojos, suena el despertador.

3 comentarios:

  1. Quizás quiso ser sarcasmo socarrón o irónica metafísica, pero no alza el vuelo ni va más allá del chascarrillo fácil y del guiño más guasón que cínico. Literatura rápida -pumba, pumba, pumba- ya ‘tá ¿t’a gustao? ¿Quieres que te cuente otro? Parece un gracioso contando chistes por la tele mientras el respetable se rasca la barriga subrayando una carcajada admirativa: qué gracia tiene el muy cabrón. A no ser que el respetable, dado su QI, no se haya percatado de que le están contando una historia no de cabo a rabo sino de rabo a cabo. No es que las cosas sucedan al revés sino que algún chistoso nos las cuenta al revés, que no es lo mismo. Pero el tiempo no es la cinta de una película a la que podemos dar marcha atrás. La verdadera dimensión del tiempo que fluye es otra. Inalcanzable a esta reducción simplista y superficial. ¿O es que se podría leer la historia ésta en sentido contrario, como el título? ¿No? Pues eso.
    El primer párrafo es un florilegio de hays y de estás. Renuncio a listar los lugares comunes, las cosas que suceden (pasan) de repente o de pronto, pero no a copiar la única frase que me hizo reír: Despega el armario a toda velocidad, a juzgar por este modo de aplastarme la inercia pensé que el armario le aplastaba la inercia (eufemismo por... )
    Abur
    Bestiario

    ResponderEliminar
  2. Un cuento completo, de profesional. Un diez.

    Aunque el tema del marido cornudo que pilla a su mujer en plena faena es muy conocido, el punto de vista y la forma de contárnoslo es lo que le da la fuerza y el valor creativo. ¡Bravo! o debería decir ¡Ovarb!



    Si tuviera que criticar algo del cuento diría que lo único que me ha sorprendido es que metieras un tercer varón en la reyerta. No considero normal que el cornudo llame al cuñado en un momento como ése. Aunque supongo que era imprescindible; uno solo no hubiera podido tirar el armario por el balcón.



    Otra cosilla, en el párrafo final “Para cuando la dejo sobre la mesa…” no sé si querías escribir “para” o “pero”.



    Un abrazo,

    Montse Villares

    ResponderEliminar
  3. Este relato es un ejemplo perfecto de cómo una estructura determinada puede realzar una historia, levantarla, colorearla, revalorizarla.
    Aquí nos encontramos con un tipo que se despierta por la mañana, llama a su amante, confirma que no estará el marido, va a su casa, hacen el amor, vuelve inesperadamente el marido, nuestro personaje se esconde en el ropero, el marido furioso lo descubre y lo arroja por la ventana. Común, común, de telenovela mexicana, de tragedia de noticiero.
    Claro que hay que leer todo el cuento para después armar la historia en el orden cronológico apropiado, y esto se convierte un poco en el gancho, en lo que nos atrae. Porque la narración nos viene contada de atrás para adelante. Rescato lo bien elegidas que están las distintas acciones llevadas a cabo por el personaje, a los fines de facilitarnos la lectura, empalmar correctamente cada salto y a la vez ocultar a medias hacia dónde se dirige, o de dónde viene. Están claras las pistas, esas perchas que suben con él, las horas que pasan en sentido contrario. Una vez descubierto el juego que el autor nos propone, y por supuesto también, una vez aceptadas las reglas, lo que al principio no se comprendía ahora es un recorrido apacible, que nos exige atención, que no habría ni cuento ni historia si nos encontráramos desatentos, somos nosotros los lectores los que arman esta historia. Y a mí me parece bueno que los lectores tengamos esta obligación, que pocos autores nos plantean. Y lo siento muy logrado.
    Por otro lado, también tiene la característica de cuento sin fin, o cíclico, que termina dónde comienza. Si bien en este caso no es exactamente así, como el final literal coincide con el principio cronológico, podríamos entonces decir que es lo mismo.
    Otro logro, el personaje por el principio, está aturdido. A mí este dato me hizo pensar en alguna situación onírica o de ensueño, que permitiera el aparente sinsentido. Hasta lo confirma el propio personaje, dudando: ¿Es esto un sueño? ¿Qué me está pasando? ¿Se habrá vuelto loca? ¿Dónde se ha metido el tipo que gritaba? ¿Y su hermano? ¿Y su marido? La segunda vez que se indica la hora, uno ya ha descubierto el truco, y ya han pasado tres cuartos del relato. Relato que a mí me requirió más de una lectura, no lo digo como reproche, fueron lecturas para degustarlo y regustarlo.

    ResponderEliminar

Redacta o pega abajo tu comentario. Luego identifícate, si lo deseas: pulsa sobre "Nombre/URL" y se desplegará un campo para que escribas tu nombre. No es necesaria ninguna contraseña.