martes, 1 de enero de 2008

Cocina, Cocinarás

Pilar Dublé

Capítulo Uno
Epígrafe: “Las diatribas con los proveedores, que traían bloques de reno congelado procedente de Oslo, carne de león importada por una empresa americana, lonchas de foca de Labrador, aquavit ”


      Se miró al espejo como todas las mañanas, después del baño. Sus pechos estaban un poco más bajos, dos milímetros apenas, pero lo suficiente para ser notados por la mirada micrométrica de Ylona, acostumbrada a rebanar alimentos.
      Ese día, uno como cualquier otro, salió antes de las ocho para llegar temprano al centro comercial. Detuvo el carro en el estacionamiento habitado por el eco; luego tomó el ascensor y ya en el tercer piso abrió la puerta del restaurante. Se colocó el delantal, anudado con un lacito que marcó la cintura estrecha. Revisó la existencia de especias y hortalizas y envió a Pablo, que apenas llegaba, a comprar algunas cosas faltantes. Luis, el ayudante de cocina llegó poco antes de Cecilia que adusta y rezongante como siempre encendió la radio, clavada desde años atrás en la emisora más ruidosa y más salsera. Una punzada nostálgica de rock impulsó a Ylona a extender la mano hacia el aparato: se detuvo al ver el gesto de su empleada y la desvió para tomar un cuchillo e iniciar las labores, resignada, pues las cocineras de vanguardia no abundan. Las dos se sentaron a picar aliño para las salsas, y verduras.
      Luego Ylona repasó el salón, pulió los muebles, colocó velas sin fragancia, inocuas frente al aroma de las carnes no tradicionales, y preparó los centros de mesa que esta semana serían plantas de acuario sumergidas en vasos de vidrio cilíndricos, con las raíces amarradas a una piedra oculta en diminutos materos de arcilla.
      El menú, siempre cambiante, era su principal preocupación. Las diatribas con los proveedores ocupaban sus horas. Por la puerta de servicio entraban a diario bloques de reno congelado procedente de Oslo, carne de león importada por una empresa americana, lonchas de foca de Labrador, aquavit, bayas nórdicas y huevos de gaviota, que servían en su cáscara moteada, tibios y con hierbas.
      Un jueves a las tres de la tarde, mientras contenía sus ganas de despachar a Cecilia y sus majaderías al mismísimo y sin prestaciones, entró una pareja. Al ver el salón lleno, el hombre envolvió a Ylona en la miel de unos ojos límpidos y preguntó con aires de mucho mundo si era indispensable la reservación. Ella les dio mesa, a riesgo de perder un cliente habitual que afortunadamente no se presentó.
      Ylona siempre servía la comida y explicaba las preparaciones, pues creía con toda razón que nadie podría hacerlo mejor. Al colocar los platos humeantes frente a la pareja, y conversar con ellos, no sintió nada particular. Volvió a la cocina y siguió trabajando; dio vueltas casuales por el salón para preguntar a los comensales si estaban satisfechos, chequeó la venta con Armando, el cajero y a medianoche, tras la última mirada para comprobar que todo estaba en orden, cerró la puerta y bajó la santamaría.
      Al llegar a su casa se dio cuenta que había pasado casi doce horas pensado en ese hombre, en sus manos grandes, su perfil cuadrado y en la caída de su cabello sobre la nuca. Y se dio cuenta también que llevaba cinco años sola. (continuará)


Capítulo Dos
Epígrafe: “Una semana más tarde el lado oscuro empezó a jugarle sucio: susurró, insistente, que debería darse una oportunidad: buscarlo, o estar preparada por si él se presentaba.”


      Al día siguiente enfiló directo a la pequeña oficina del restaurante, junto a los baños. Revolvió las facturas de la víspera con avidez infantil hasta que encontró la de él y leyó su nombre: Tulio Lynch. También su cédula, su teléfono y su firma. Contempló su letra aguda y grande. Se sintió una transgresora y bendijo al Seniat.
      “Es casado, desconocido y probablemente no volverá”. O no, no era casado, la mujer era una compañera de trabajo, eso, una compañera. O la esposa. No, una compañera. Se maldijo por no haber observado el trato que se daban.
Una semana más tarde el lado oscuro empezó a jugarle sucio: susurró, insistente, que debería darse una oportunidad: buscarlo, o estar preparada por si él se presentaba. Ella escuchó y comenzó a usar lencería favorecedora, blusas desabrochadas más allá de lo discreto, tacones.
      —¡Niñaaa! —exclamó Cecilia, entornando los ojos— ¿Y qué tramas tú?
      Por esta vez se sonrieron, e Ylona le contestó cualquier cosa. Resultaba desconcertante verla picando cebolla con su mejor ropa, esperándolo en secreto, cocinando sólo para él, que no aparecía.
      Una tarde mientras cuadraba la caja miró su computadora y se encendió de nuevo el impulso delictivo e infractor: indagó en páginas oficiales, usando los datos de la factura. Encontró la empresa para la que trabajaba Tulio, de publicidad; su carro, sueldo y dirección. Se le ocurrió invitarlo. Pero… ¿con qué excusa?
      Eso fue lo fácil: preparó una promoción con los clientes favoritos para degustar una novedosa sopa de krill, que improvisó. Encargó a Pablo hacer las llamadas y citarlos para una fecha próxima y precisa, con instrucciones particulares para el caso de Tulio: sugerirle que trajera dos compañeros de trabajo. Luego se dedicó a lo difícil: conseguir el krill con sus proveedores de Japón. El día señalado llegó más bella que nunca: nadie podría dilucidar que se encorvó hasta las dos de la mañana lidiando con miles de camaroncitos mínimos y rojos, y cocinando un caldo espeso, con visos tornasolados y regusto de azufre: inimitable.
      Poco después del mediodía Ylona vio por fin a Tulio, que atravesó la puerta seguido de dos hombres. Se deleitó en la caída de su traje y en el color de su piel, pero acobardada, como si el truco pudiera vérsele en la cara, mandó a Pablo a tomar la orden y a servir. Espió desde la cocina, embelesada en los labios y los gestos del hombre. A la hora de cancelar suspiró: blandió una sonrisa recién retocada y tomó la bandeja con la factura. Saludó con indiferencia, pero su mirada se posó más de lo conveniente en Tulio, que soltó su tarjeta de crédito mientras atendía la charla de otro convidado, sin reparar en Ylona. Antes de regresar a la mesa ella puso una nota en la bandejita, bajo la tarjeta. Un mínimo mensaje, una botella al mar.
      Esa noche, agotada por las emociones y aún soñando, colocaba huevos de avestruz en una cesta, para adornar una mesa, cuando sonó su celular. Se puso pálida, recordó la nota, pensó que era Tulio y rebuscó bajo el delantal. (continuará).


Capítulo Tres
Epígrafe: “—Ese tipo no es para ti. Además, se te nota demasiado que te tiene loquita. Ylona no se dignó responder. El sábado estaba demasiado cerca, así que empezó por el principio.”


      El celular repicaba y repicaba cuando se le enredó en el delantal. Ylona quiso usar la otra mano, pero soltó el huevo que cayó y salpicó toda la cocina. Cecilia la miró con sorna mientras el teléfono dio un pitido largo y agónico: se había descargado.
      No quedó más remedio que esperar a que se recargara el aparato. Una hora más tarde, ya para cerrar, una Ylona con el maquillaje aún fresco por la esperanza se derrumbó: la llamada era de su mamá. Escuchó un mensaje nada urgente, y respondió con rabia, casi llorando.
      Después de dar portazos en el restaurante, en el carro y al llegar a su casa, se sentó con un vaso de vino frente al televisor, encendido pero mudo, a maquinar, mirando como una posesa las imágenes, sin prestarles atención.
Pensó en enviarle a Tulio algo por Internet, pero no sabía su correo. Se sentó en la computadora y buscó la página web de su empresa. Entró al directorio: él no estaba registrado allí, pero sí otras personas, y vio que los correos estaban construidos con la inicial seguida del apellido de cada empleado. Abrió un mensaje nuevo, pero luego se acobardó y temió dar una imagen de desesperada y ansiosa. Decidió dejar pasar un tiempito y evaluar con calma la posibilidad de escribirle.
      Retomó su rutina durante una semana, y justo cuando daba vueltas otra vez a la idea de enviar el correo, su celular sonó e Ylona le contestó sin premoniciones a un señor que no fue identificado por la pantalla del aparato. Alguien llamado Tulio la saludaba y le solicitaba una reservación para un par de días después, le daba parabienes y las gracias por las atenciones. Quería también saber si era posible tomar de nuevo la sopa de krill.
      “Te puedes tomar mi sangre y mi vida”, pensó Ylona, en un inverosímil ataque sentimental, más propio de un bolero que de su aspecto autosuficiente. Contestó a todo que “sí” y que “gracias, Tulio”, y que “fue un placer, Tulio”. Y le dio una mesa el sábado siguiente. La mesa central. Para dos.
Dos. La palabra se le quedó en la mente, y se le abrió una sonrisa boba, que se arrugó enseguida. “Pues claro, ilusa: no va a venir sólo, a sentarse y mirarte. ¿Qué te crees? Ese tipo no es para ti.”
      Casi como un eco, escuchó la voz de Cecilia.
      —Ese tipo no es para ti. Además, se te nota demasiado que te tiene loquita.
      Ylona no se dignó responder. El sábado estaba demasiado cerca, así que empezó por el principio: llamar a su spa y hacer citas para todos los rubros: depilación, masaje reductor para los cauchitos que le salieron en el curso de repostería, drenaje linfático y lifting. Krill aún quedaba, congelado, así que por esta vez los proveedores no estaban en sitial de honor de su agenda.
El viernes se vio poseída por una indomable ensoñación y abandonó el restaurante por un largo rato. Flotó en los pasillos del centro comercial y miró los carteles de las agencias de viajes que anunciaban los cruceros, las vitrinas con camas vestidas para soñarlas en vivo, los muebles a cuyo calor podría crecer una pátina y una historia. (continuará)



Capítulo Cuatro
Epígrafe: “Ylona apagó las luces del salón silencioso. Sobre las mesas de madera oscura brillaba la constelación de las copas y la cubertería.”


      El sábado llegó despacio, como poseído de su importancia. La luz avanzó suavemente bajo las puertas y a través de las ventanas, mientras Ylona preparaba de nuevo la sopa de krill, al amanecer en vez de a media noche. Luego fue a su casa a cambiarse de ropa y de regreso se detuvo media hora en el spa para peinado y maquillaje, discretos pero muy favorecedores.
      A las doce y media Tulio cruzó por tercera vez la puerta del restaurante, seguido por un hombre de aspecto dulce y tímido. Ylona los vio desde la cocina y se alegró de que hubiera venido sin mujer; hasta se convenció de que estaba solo. Tenía reservado para alguna ocasión especial el vino que había comprado en su viaje a Italia, un par de años antes. Un caldo artesanal y milagroso, refulgente, generado en los viñedos romanos de un pueblo impronunciable. Decidió que difícilmente habría un momento mejor que ahora, para acompañar la sopa de Tulio. Y para llamar su atención.
      Se apresuró a buscar el vino en el depósito, y mientras lo descorchaba, escuchó un grito agudo. Al voltear vio a Luis, el pinche: estaba de pie en medio de la cocina, con un dedo metido en la boca mientras la sangre se deslizaba por el brazo y caía desde el codo al piso: se había lesionado con la rebanadora. Ylona encargó a Pablo de atender el salón con una palmada perentoria y se acercó aterrorizada a Luis. Le sostuvo el brazo y lo llevó hasta el fregadero para lavarlo. Su blusa de encaje se manchó de sangre. Cecilia corrió al botiquín de primeros auxilios; trajo vendas, y hielo, y así contuvieron la hemorragia después de un buen rato. Luego Armando se llevó al herido a un centro de salud.
      Cuando se resolvió la emergencia, Ylona se colocó el delantal para tapar la mancha de su blusa y se asomó al salón, justo a tiempo para ver a Tulio y a su acompañante cancelar la cuenta. En el momento de irse, cuando se levantaron, una mano se posó sobre otra, y hubo un entendimiento cómplice en las miradas. Ylona entonces cayó en cuenta: “Es gay. Tulio es gay”.
      Cecilia había llegado junto a ella un poco antes, caminando como un felino y conteniendo la respiración agitada; ahora, de pie a su lado, se carcajeó jubilosa.
      —Todos sabíamos que era gay, menos tú. Te lo dije, te dije que no era para ti. ¿Eres ciega, o ingenua? Una de las dos.
      —Cecilia, a partir de mañana no vuelvas al restaurante. Por favor.
      El resto de la noche Ylona no habló más. Siguió trabajando, callada, de la caja la cocina y de la cocina a la caja, haciendo las labores de Armando y de Luis, mientras Pablo se quedó afuera atendiendo a los comensales.
      A las doce, el restaurante quedó vacío. Ylona apagó las luces del salón silencioso. Sobre las mesas de madera oscura brillaba la constelación de las copas y la cubertería. Ella les dio la espalda y se sentó en el mesón de la cocina, frente a un paquete de cinco kilos de guisantes. Mucho más tarde, miles de esferitas verdes y tiernas llenaban el enorme bol de acero. Entonces trajo otro recipiente, y comenzó a contarlas, una por una.

Pilar Dublé
Julio 2007

4 comentarios:

  1. Pilar, en cuanto comencé la lectura y me encontré con una estructura de capítulos, se me ocurrió que se trataba de una novela o un cuento extenso. Esta suposición se refuerza al encontrar el continuará al final del primer capítulo, y luego del segundo y del tercero.
    Así que me sorprendo al final del cuarto, no sólo sin continuará, sino que debo suponer que se trata del final.
    Y no me repongo, siento que da para mucho más de cuatro capítulos, sea cuento largo o novela.
    Entonces te desdoblo el comentario.


    Si se tratase de la base para algo más extenso, me parece bien trazado el boceto del inicio. Hasta aquí no puedo suponer hacia dónde se dirige.
    Dentro del texto ya se debería haber incluid o alguna pista, aunque posiblemente estén y recién podrían reconocerse como tales una vez leído lo que falta escribir.
    Creo que está muy lograda la descripción de Ylona y todo su entorno, inclusive sus actividades cotidianas, y las suficientes y mínimas cosillas de ella como para que no sea una simple figurita que el narrador mueva a su antojo.
    Bien el tono y el también el tiempo narrativo. Es una voz relajada la que nos cuenta, sin apuro, pausada, sin decir demasiado pero sí lo suficiente como para que recorramos la historia.
    A partir de esto, me puedo imaginar los diferentes caminos que se abren para Ylona, pero me quedo a esperar los que proponga Pilar. O no.


    Y si esto fuera todo, bueno, qué bronca, Pilar, qué le vamos a hacer, este es tu cuento.
    Que está muy bien escrito, como todo lo que nos llega de tu autoría.
    Una crítica: las descripciones en este caso parecen contenidas, como frenadas, esto me hacía suponer que posteriormente las retomarías para profundizar, pero no. Faltaron una pizca más intensa de tus olores y sabores tropicales, el colorido de algún tamboril mezclándose con el de alguna fritura, más pimientos picantes, la revolvida final, el chorro de oliva, el reposo.
    Y con respecto a la historia, a cómo está contada, no me gusta. Me encuentro con que la pobre Ylona hace todo lo que hace por un tipo que resulta no es lo que ella creía que era, fin, nada más. Así como está, me parece la estructura de un chiste, y siento que este final le quita valor a todo lo anterior, la creación de Ylona, sus deseos, su entorno, el esbozo de alguna historia con este Tulio o con otros Tulios.


    Triplico el comentario.
    Buenísima la imagen del final, con ella sola en la cocina y de madrugada contando los guisantes, mientras los pasa de un bol a otro.
    ¿No te parece, Pilar, que faltan algunas otras anécdotas antes o después de Tulio, con él o con otros o con nadie más, que pesen emotivamente y sirvan para justificar esta obsesión del final?
    Te mando un beso.

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  2. El cuento me ha gustado mucho. Por una vez me parece que ocupa el espacio que debía ocupar. No está arrebatado, mantiene un ritmo homogéneo, un interés sostenido. Magnífico. Sí, pues, a mí me parece magnífico. Muy bien escrito y muy bien diluidas las perlas, al servicio del resultado final, en un todo suave. Me agrada ver que eres capaz de descomprimir, de alargar, de sosegar la redacción, de modificar tu métrica y tu oficio, para hacer algo tan bueno (pero más equilibrado) como aquello a lo que nos tienes acostumbrados.

    Sólo por curiosidad preguntaría por qué has escrito "Cocinarás" con mayúscula, si va después de coma. Y si tienen algún significado esos "continuará".

    Eres buena, bandida, eres muy buena.

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  3. Una historia sencilla que te conduce suavemente por el mundo de Ylona, su restaurante, sus sueños, su vida. Bien redactado. Yo no creo que precise más olores o colores. La situación y el ambiente están bien recreados.



    En el primer párrafo hay una palabra que me cuesta pronunciar: “micrométrica” y me rompe el ritmo de lectura. En el segundo le envía a comprar “cosas faltantes”; no sé me suena mal.



    Entiendo que al tener que hacer el cuento por entregas, te obligaba a cortarlo en un determinado momento. Supongo que es por eso que el primer capítulo finaliza así, de golpe y con dos frases que parecen añadidas. Me choca que en el primer momento no se haya dado cuenta de sus manos, de su perfil, etc. y que no lo mencione en el espacio transcurrido entre las 15 y las 3 horas. Creo que sería más creíble que lo viera al atenderle, o mientras estuvo comiendo y que al final de la noche se sorprendiera pensando en él:



    Al llegar a su casa se dio cuenta que había pasado casi doce horas pensado en ese hombre, en sus manos grandes, su perfil cuadrado y en la caída de su cabello sobre la nuca. Y se dio cuenta también que llevaba cinco años sola.



    Divertida la escena del delantal, tanto como verosímil. Entre otras destacaría esta frase:



    El sábado llegó despacio, como poseído de su importancia. La luz avanzó suavemente bajo las puertas y a través de las ventanas, mientras Ylona preparaba de nuevo la sopa de krill,



    El final con los guisantes… no lo cojo. ¿Es una costumbre para relajarse?



    Felicidades Pilar, en resumen: muy bueno.

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  4. Es un cuento muy llevadero, sin planteos sofisticados, como no sea los que el personaje principal propone en su cocina.

    A mi entender hay un abuso de la tercera persona del pretérito simple, que si por un lado le imprime ritmo, por el otro se trasforma en un sonsonete de oes fatigoso.

    La división en capítulos, con su correspondiste epígrafe y su cumplido (continuará), le agrega gracia y compás. Me hace acordar a las novelitas por entrega de ciertos diarios. También me hace acordar a las “sonatas fáciles” de Mozarth, para dos pianos, de estructura gentil y delicada.

    No se le puede exigir al cuento “Cocina, cocinarás”, que ya bastante nos dice con el título, (ese ¡cocinarás!, bien puede ser un desgraciado imperativo, que comienza en el título y termina con el personaje principal contando los cinco kilos de guisantes que acaba de pelar), insisto, no se le puede pedir el estudio de los caracteres, una solterona que sublima sus penas hirviendo mariscos, porque Pilar, con matices suaves nos dice bastante.

    Para terminar, el cuento me gustó, me gusta su breve tono irónico, sus detalles, desde el eco del estacionamiento hasta el moñito del delantal. Quizá un poquito corto de horizonte. Nada más.

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