martes, 1 de enero de 2008

El maestro

Alicia

      Si quieres aprender, estudia. Si quieres aprender más, pregunta. Y si de verdad quieres aprender, ponte a enseñar.
      Aquel día que iba a ser el último de su vida, Pedro recordó esas palabras, en la misma cama, antes siquiera de despertarse. Eran las palabras de su viejo maestro… si… éste… ¿cómo era su nombre?…
      Pedro arrastró sus pies hasta el lavabo y tras mojarse la cara observó al viejo con ojos rojos y barba de varios días que le miraba desde el espejo. Se miraron un tiempo pero no quisieron decirse nada. Luego Pedro giró la cabeza.
      —La lista, dónde esta la lista, a ver.
      1.- Lavarse.
      ¿Me he lavado? Por si acaso, lo hizo de nuevo. Prefería hacer las cosas dos veces antes que dejarlas sin hacer.
      2.- Ejercicios.
      ¿Qué ejercicios? Pedro siguió leyendo. Para ejercitar la mente, con la Brain Training. ¿Brain Training? ¿Y eso qué es? y siguió leyendo la lista que le explicaba en un añadido la maquinita de marcianitos de los cojones.
      ¡Ah, si! Pedro arrastró sus pies hasta la cocina y abrió la máquina. El dibujo de un japonés sonriente y burlón le daba la bienvenida y le puso la lista de operaciones matemáticas del día con una música ridícula y estridente.
      3+2
      Tres y dos, cinco. El viejo escribió un tembloroso cinco en la pantalla táctil.
      7×0
      Siete por cero… siete por cero…
      Los números se tornaron extraños jeroglíficos ante sus ojos. Se pusieron a bailar. ¿Qué es un siete?
      Debes ejercitar la mente, Perico, la mente es la única amiga que tendrás en tu vida. La mente te sacará de aquí, tú eres listo, puedes hacerlo. Confía en tu mente.
      Confía.
S      iete por cero…
      Pasó su niñez en un pueblo perdido del norte, lejos del País Vasco para huir de los bombardeos. Su padre desaparecido, su madre trabajaba de criada en la ciudad, solo quedaban sus 4 hermanos para arreglárselas en casa. Y de todos ellos, solo él iba a la escuela. Las niñas no debían perder el tiempo en esas cosas que no habian de servirles para nada, y los demás chicos tenían que trabajar. Perico, como le llamaban, era demasiado enclenque para llevar las vacas al campo, así que lo mandaban a la escuela. Entonces la escuela solo tenía un aula donde se apelotonaban niños de todas las edades, y el maestro se esforzaba porque algún alumno saliera del pueblo y se hiciera con alguna brillante carrera.
      La guerra dio paso a la posguerra y lo que no consiguieron las bombas, lo consiguió el hambre. Perico, sin coger ninguna pertenencia porque nada tenía, se levantó el cuello del desgastado abrigo y se marchó de casa para no ver más a sus hermanos. En la ciudad sobraba trabajo, pero faltaba todo lo demás. Perico se convirtió en Pedro y a los 14 años cobró su primer sueldo de hombre y recibió su primer paquete de cigarrillos que no supo fumar. Decidió no hacerse cargo de nadie y estiraba su sueldo para comer y pagarse unas clases. La fundición en la que trabajaba minó sus pulmones pero no su mente, que seguía desarrollándose, prodigiosa, hasta hacer realidad los sueños de su viejo maestro. Se convirtió en un afamado catedrático en matemáticas. Daba clases, congresos, masters. Siempre haciendo números, siempre pensando, siempre calculando. No sabía vivir si no era trabajando con sus números, los pintaba por todas partes, le hacían sentir que estaba vivo.
      Siete por cero
      Pedro se dió cuenta que había estado llorando. Su mente ya no era amiga suya. Algún Dios cruel y burlón se reía de él cada día suprimiendo parte de su pasado. Apenas le quedaban ya recuerdos y ahora… también le estaba quitando el razonamiento… los números… sus números…
      Pedro decidió que no quería llorar más. Cerró la maquinita sin guardar la partida y se subió el cuello de la camisa que llevaba puesta. No cogió ninguna pertenencia, porque nada tenía ya.
      Vámonos Perico
      La puerta hizo mucho ruido cuando se cerró por última vez.

4 comentarios:

  1. Encuentro algo confuso en este cuento, y tiene que ver con la forma narrativa.

    Hay un narrador que nos cuenta conociendo ya el final
    de la historia, pero salpicado por ahí cada tanto aparece una
    voz -desconocida hasta ese momento-, que me frena la lectura para intentar reubicarme, saber si me perdí algo por el camino.

    La autoría de las palabras del primer párrafo se aclara enseguida al leer el segundo, en el que ya se instala el narrador en tercera. Hasta aquí, todo bien.
    Tampoco me parece mal la mezcla de voces narrativas como en el final del segundo párrafo, su viejo maestro, cuenta el narrador, sí… éste… cómo era su nombre…, palabras directas del personaje.
    O más adelante, me he lavado, voz del personaje, lo hizo de nuevo, el nar rador. Qué ejercicios, siguió leyendo. Y otros ejemplos.

    Pero por ahí surge un debes ejercitar la mente, Perico, y ya no sé quién lo dice, porque el narrador no le viene hablando al personaje, y encima me aparece un Perico, del que no tenía noticias.
    Está bien, todo esto se aclara más adelante y se entiende, pero siento como que este recurso no le cae bien a este cuento. Que lo entorpece o lo frena.
    El recurso del que hablo es el de ocultar la identidad del narrador, así sea por cortos momentos, ya que no lo siento al servicio de lo que se me está contando, ni siquiera con el tono que lleva el relato.
    Me distrae.
    Tal vez, usando bastardillas se simplificara un poco. Pero es difícil, porque aquí en particular se tendría que emplear más de una bastardilla, y todo terminaría en una mayor confusión.

    Un trozo del texto, con cuatro narradores:

    3+2 este es el problema que le plantea la máquina 1
    Tres y dos, cinco. se supone el razonamiento del anciano 2
    El viejo escribió un tembloroso cinco en la pantalla táctil. palabras del narrador 3
    7×0 la máquina 1
    Siete por cero… siete por cero… razonamiento del anciano 2
    Los números se tornaron extraños jeroglíficos ante sus ojos. Se pusieron a bailar palabras del narrador 3
    ¿Qué es un siete? razonamiento del anciano 2
    Debes ejercitar la mente, Perico, la mente es la única amiga que tendrás en tu vida. La mente te sacará de aquí, tú eres listo, puedes hacerlo. Confía en tu mente.
    Confía. dichos del sentido común del entorno durante la niñez del personaje 4
    S Siete por cero… razonamiento del anciano 2
    Pasó su niñez en un pueblo palabras del narrador 3


    Con respecto al tema y al sentido del cuento, me parece que queda bien claro, se entiende el enfoque inicial sobre el presente del anciano, sin aportar muchos datos, el paseo por su pasado, la ida de su pueblo, su mundo hecho de números, y la toma de conciencia final de su estado actual y su ¿suicidio?, no importa.

    Dejo un par más de observaciones sobre el texto del relato, en el que también marco algunas excesivas reiteraciones.


    El maestro
    Alicia

    Si quieres aprender, estudia. Si quieres aprender más, pregunta. Y si de verdad quieres aprender, ponte a enseñar.
    Aquel día, que iba a ser el último de su vida, Pedro recordó esas palabras, en la misma cama, antes siquiera de despertarse. Eran las palabras de su viejo maestro… si… éste… ¿cómo era su nombre?…
    Pedro arrastró sus pies hasta el lavabo y, tras mojarse la cara, observó al viejo con ojos rojos y barba de varios días que le miraba desde el espejo. Se miraron un tiempo pero no quisieron decirse nada. Luego Pedro giró la cabeza.
    —La lista, dónde está la lista, a ver.
    1.- Lavarse.
    ¿Me he lavado? Por si acaso, lo hizo de nuevo. Prefería hacer las cosas dos veces antes que dejarlas sin hacer.
    2.- Ejercicios.
    ¿Qué ejercicios? Pedro siguió leyendo. Para ejercitar la mente, con la Brain Training. ¿Brain Training? ¿Y eso qué es?, y siguió leyendo la lista que le explicaba en un añadido la maquinita de marcianitos de los cojones. Muy confuso, desde leyendo hasta el final de la frase.
    ¡Ah, sí! Pedro arrastró sus pies ¿puede acaso arrastrar los de algún otro?, para mí, queda mejor los hasta la cocina y abrió la máquina. El dibujo de un japonés sonriente y burlón le daba la bienvenida, y le puso la lista de operaciones matemáticas del día con una música ridícula y estridente.
    Me parece que hay un error en los tiempos verbales, a menos que se trate de algún giro coloquial. Se viene empleando el tiempo pasado, arrastró, abrió, pero de repente el japonés le daba la bienvenida, y le ponía una lista -aquí creo que quedaría mejor el verbo presentar que poner-, le dio la bie nvenida y simultáneamente le presentó la lista, o mientras tanto. Habría que revisar la estructura de este párrafo.
    3+2
    Tres y dos, cinco. El viejo escribió un tembloroso cinco en la pantalla táctil.
    7×0
    Siete por cero… siete por cero…
    Los números se tornaron extraños jeroglíficos ante sus ojos. Se pusieron a bailar. ¿Qué es un siete?
    Debes ejercitar la mente, Perico, la mente es la única amiga que tendrás en tu vida. La mente te sacará de aquí, tú eres listo, puedes hacerlo. Confía en tu mente.
    Confía.
    S Siete por cero…
    Pasó su niñez en un pueblo perdido del norte, lejos del País Vasco, para huir de los bombardeos. Su padre desaparecido, su madre trabajaba de criada en la ciudad, sólo quedaban sus 4cuatro hermanos para arreglárselas en casa. Aquí no entiendo, no lo encuentro a él, que continúa apareciendo en el párrafo siguiente, creo que habría que agregar sus cuatro hermanos y él. Y de todos ellos, sólo él iba a la escuela. Las niñas no debían perder el tiempo en esas cosas que no habían de servirles para nada, y los demás chicos tenían que trabajar. Perico, como le llamaban, era demasiado enclenque para llevar las vacas al campo, así que lo mandaban a la escuela. Entonces la escuela solo tenía un aula donde se apelotonaban niños de todas las edades, y el maestro se esforzaba porque algún alumno saliera del pueblo y se hiciera con alguna brillante carrera.
    La guerra dio paso a la posguerra y lo que no consiguieron las bombas, lo consiguió el hambre. Perico, sin coger ninguna pertenencia porque nada tenía, se levantó el cuello del desgastado abrigo y se marchó de casa para no ver más a sus hermanos. En la ciudad sobraba trabajo, pero faltaba todo lo demás. Perico se convirtió en Pedro y a los 14 años cobró su primer sueldo de hombre y recibió su primer paquete de cigarrillos que no supo fumar. Decidió no hacerse cargo de nadie y estiraba su sueldo para comer y pagarse unas clases. La fundición en la que trabajaba minó sus pulmones pero no su mente, que seguía desarrollándose, prodigiosa, hasta hacer realidad los sueños de su viejo maestro. Se convirtió en un afamado catedrático en matemáticas. Daba clases, congresos, masters. Siempre haciendo números, siempre pensando, siempre calculando. No sabía vivir si no era trabajando con sus números, los pintaba por todas partes, le hacían sentir que estaba vivo.
    Siete por cero
    Pedro se dio cuenta que había estado llorando. Su mente ya no era amiga suya. Algún Dios cruel y burlón se reía de él cada día suprimiendo parte de su pasado. Apenas le quedaban ya recuerdos y ahora… también le estaba quitando el razonamiento… los números… sus números…
    Pedro decidió que no quería llorar más. Cerró la maquinita sin guardar la partida y se subió el cuello de la camisa que llevaba puesta. No cogió ninguna pertenencia, para mí sobra el resto de esta frase porque nada tenía ya.
    En esta frase se repite una serie de acciones ya contadas, si la intención de la autora era –como creo- establecer y remarcar la relación con el suceso del pasado, pienso que habría que resaltarla un poco, lograr que adquiera mayor relevancia, que resulte más parecida o igual a la frase anterior, que tenga más peso emotivo.

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  2. La autora nos muestra, sin decirlo, el sufrimiento de un anciano que padece alzeihmer. Para ello nos describe su despertar y sus primeros actos matutinos. Con unos pocos y muy bien descritos detalles vemos al hombre y su desdicha.



    Sólo quitaría la frase del primer párrafo donde anuncia que es su último día. Creo que con ella pierde fuerza el final.



    Comentaba Norberto que le resulta confuso las distintas voces que utilizas. Yo me he metido en la escena, a mí no me ha costado. Es cierto que a veces habla en narrador, el personaje y la máquina y eso podría resultar confuso. La cuarta voz, la he interpretado como un soliloquio del personaje, como si hablara consigo mismo. Quizás se aclararía si fuera el protagonista quien leyera lo que dice la maquinita.



    Destacaría la frase:

    Pedro arrastró sus pies hasta el lavabo y tras mojarse la cara observó al viejo con ojos rojos y barba de varios días que le miraba desde el espejo. Se miraron un tiempo pero no quisieron decirse nada.



    Bravo Alicia. Dicen que lo bueno, si breve, dos veces bueno.

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  3. A ver, es la historia de un catedrático al que empieza a asediar el Alzheimer. Este hombre tuvo un pasado humilde en un pueblo humilde. Allí había un maestro (el del título) al que en realidad debe su vocación docente. Cuando notó que en el pueblo ya no tenía nada emigró y se labró un porvenir. Ahora, su mente habituada a las matemáticas empieza a olvidar lo que es un siete y, por eso, está entrenando su mente con un programa de ordenador japonés que tiene cierto éxito en el mercado. El cuento termina con otra huida, a la manera de la primera. Cuando nuestro catedrático nota que su mente se está vaciando de datos, se anima a emprender un viaje, el último. Creo entender que se va a suicidar antes de que se le olvide el significado de esa palabra.

    Bueno.

    La elección del tema es acertada. El Alzheimer tiene eso que en la jerga periodística llaman el interés humano. Un tremendo interés humano porque es una enfermedad cada vez más extendida en esta sociedad donde se muere poco de un tiro, poco de hambre, poco de tuberculosis o incluso cáncer, de manera que da tiempo a que nos lleguen enfermedades realmente de viejo. Una enfermedad devastadora que todos estamos aprendiendo a temer muy mucho.

    Así que el tema es bueno. El desarrollo sin embargo me sabe a poco. Me habría gustado leer algo más largo, más amplio, más ambicioso. Me quedo un poco con las ganas de que la autora me haga sentir la tremenda angustia que debe de sentir un tipo cuando descubre que el cerebro se le está llenando de agujeros. Yo animaría a Alicia a que retome el cuento y lo complete con un poco de documentación, dedicación, cariño, ganas.

    Me gusta el final. ¿Qué otra cosa puede hacer un hombre, cuando aún está a tiempo, para impedir su metamorfosis en un vegetal?

    Algunas cosas tontas, de esas que fastidian a Alicia (de quien admiro la constancia y la fecundidad), pero que deben decirse en un taller:

    Donde dice «Eran las palabras de su viejo maestro… si… éste… ¿cómo era su nombre?…» yo diría que ese "si" es un adverbio afirmativo y, por eso, debe ir acentuado.

    Los nombres de los personajes me parece que está bien reducirlos al mínimo. Si el lector entiende de quién nos están hablando, ¿para qué citar su nombre una vez más? Así que, por ejemplo, sobra ese "Pedro" en "Pedro arrastró sus pies". Por cierto, en tan pocas líneas el personaje arrastra los pies dos veces; una de ellas podría omitirse o decirse de otra manera.

    El protagonista piensa en voz alta. Unas veces la autora lo escribe con guiones, como un diálogo («—La lista, dónde esta [aquí falta un acento en la a] la lista, a ver»), pero otras sin ningún signo que lo indique (¿Me he lavado? Por si acaso lo hizo de nuevo). Yo no tengo nada en contra de que los diálogos o los monólogos se den en la forma que quiera el autor, con guiones, con comillas, sin nada, pero sería bueno unificar criterios y hacerlo siempre de la misma manera dentro del mismo cuento, por aquello de los rangos.

    Cuando dice: «Y de todos ellos, solo [sólo, porque puede sustituirse por "solamente"] él iba a la escuela. Las niñas no debían perder el tiempo en esas cosas que no habian [habían se escribe con acento en la i], a mí me parece que sería mejor sustituir esta expresión "habían de servirles" por "servirían", de ese modo se evita un pretérito imperfecto más en esta frase donde hay cierto embotellamiento de ellos (trabajaba, quedaban, iba, debían, habían, tenían, llamaban, era… etc.)] de servirles para nada».

    Un poco más abajo, dice: «Pedro se dió [dio se escribe sin acento, es un monosílabo que no puede confundirse con ninguna otra palabra que suene igual] cuenta que había estado llorando. Su mente ya no era amiga suya. Algún Dios [si un dios no es el verdadero (jeje), mejor escribirlo con minúsculas, supongo que pensarán los monoteístas y los académicos de la Lengua] cruel y burlón se reía de él».

    Y esto es todo lo que se me ocurre. No sé si te será de utilidad, euskalduna. Besote.

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  4. Fuera de las bienvenidas, que agradezco, el primer mensaje de trabajo que me llegó fue un comentario al cuento de Alicia El Maestro, de un tal Carlos (a secas), el mismo que se preguntaba si mi nombre es mi nombre; qué le vamos a hacer, no tengo otro ¿es una culpa que sea tan común? Con mal pie empiezo, sospechoso de llamarme Antolín Gallego

    Me picó la curiosidad el comentario, y me fui derecho al cuento. Aquí van mis reflexiones y reacciones. Si peco de excesivo rigor, expúlsenme del foro éste.





    Esquema

    1. Pedro se levanta por la mañana del fatídico día. En el lavabo: ante el espejo. En la cocina: la maquinita de los ejercicios.

    2. Apunte biográfico. ¿Quién es Pedro? Orígenes sociales y geográficos, niñez de niño enclenque y listo. Adolescencia de adolescente determinado y trabajador. Y de la noche a la mañana afamado profesor.

    3. Pedro llorando y una puerta que se cierra





    Varias cosas, a mi modo de ver, descalifican totalmente el cuento.

    La primera son las faltas de ortografía, las tildes ausentes o sobrantes. Un escritor que no sabe escribir, es decir que no conoce la herramienta que debe utilizar, no es un escritor; como un pianista que no supiera cuántas teclas tiene a su disposición o un pintor que ignorara el manejo de los pinceles.

    Una espantosa falta de rigor, la falta de exigencia para consigo misma.

    Cómo, en un cuento de dos páginas, se puede escribir dos veces la misma frase hecha: sin coger ninguna pertenencia. No cogió ninguna pertenencia. Al escribir cosas así, se vacía la poca sustancia que la situación o el personaje tenían.

    El desequilibrio estructural y argumental. Si se trata de escribir la vida de Pedro, se escribe una novela. Partir en dos la escena última de su vida con el injerto de ese rápido y sosote pegote biográfico es un fallo garrafal, de libro.

    Escribir, nada más empezar, Aquel día que iba a ser el último de su vida anticipa el final de modo innecesario; además no deja de ser una frase hecha que quiere ser trágica, pero que no lo es: hay que desconfiar de la parejita aquel día; huyamos de ella como de la peste.

    La escena ante el espejo es un clásico de la literatura ¿no? Allí vemos a un desconocido que nos observa, etc... Ejercicio peligroso, pues. ¿Cómo evitar la impresión de lo mil veces leído?

    La puerta que se cierra, al final, es igualmente un símbolo trillado. Cuánto mejor hubiera quedado el final sin ella. Vámonos, Perico [es necesaria esa coma] es lo mejor que tiene el cuento.

    Algunas preguntas, algunas objeciones

    Dicen que el enfermo de alzheimer no es consciente de su progresivo derrumbe. :

    Una persona que se está convirtiendo en verdurita hervida ¿da más pena o más rabia si es un afamado intelectual? Un afamado intelectual es más humano que una empleada del Corte Inglés o que un auxiliar administrativo?


    ¿Ese afamado profesor vive solo? Verdad es que en su biografía se nos habla del primer sueldo, de la primera cajetilla... ¿y la primera mujer?

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