martes, 15 de enero de 2008

Encuentro (Ejercicio)

Norberto Zuretti

      ... pintoresco lo de por teléfono, tanto insistir con la tarjeta, que tal gasto no lo había realizado, que por qué cerraron antes de fecha, que cuándo era el último día de pago y cómo calculaban los intereses y entonces, uno de los dos, él tal vez sugiriendo que si charlaban tan seguido por fono por qué no mejor en un café y tratar de descubrir si acaso eran capaces de hablar de otra cosa que no fuera del banco y los vencimientos y las obligaciones y las buenas tardes ¿en qué lo puedo ayudar?, formulismo más, formulismo menos, a Yamila le daba igual pero no se lo iba a contar a Paula, quien siempre anda presentándole tipos que mejor ni se acuerda, nada que ver con Lautaro que habla tan bien como si fuera locutor, y ella no puede ni imaginarse lo acertada de su intuición porque él estudia periodismo radial y de tanto practicar ya incorporó determinados modismos que lo caracterizan, sobre todo con ciertas minitas a las que les encanta que le hablen así, y Lautaro, piola, que ya se lo tiene manyado y las gasta, aunque reconoce que no le pasó con Yamila, con esta flaca se cuidó porque después de divertirse por la ocurrencia le interesó encontrarse así, sin conocerse, y para colmo en un bar que probablemente estaría lleno de gente, y cómo no si arreglaron a las siete y media, y a esa hora...,
encima en Pizza Uno de Flores, con lo poco que a él le gustaban esos lugares llenos de espejos y plantas, pero la voz de la flaca sonaba joya, al fin y al cabo Flores no le quedaba tan lejos y además podía seguir laburando con el remís hasta un rato antes, porque de lo que estaba seguro es que iba a llegar temprano, para ambientarse y relajarse, pero sobre todo para no ser él quien se quede detenido como un idiota en la puerta buscando la mina con un clavel en el ojal, pero no, muy cursi, con un clavel no, le dijo riéndose Yamila, mejor yo estoy con la revista Humor y vos..., ¿vos con qué?, con el diario hecho un rollo, contestó rápido Lautaro sintiéndose avergonzado por el mal chiste del clavel, pero enseguida aceptar que bueno, que de esa manera estaba bien por más que al cortar se le instalen los miedos, así de repente, la revista y el diario, a Yami le da risa el sólo pensarlo, se imagina la escena, pero también la cara de Paula cuando le cuente, recién dentro de un tiempo contarle porque Paula, ya se sabe, pesada como ella sola y a veces mejor poner distancia y dejarla para que la próxima duela menos, y ni qué pensar de hablarle de la alegría infantil, de lo exaltada que estaba al colgar el teléfono y mirar la hora, mirar y sorprenderse que para las siete y media falten dos horas y cuarto, ¿mucho?, ¿poco?, y Paula que le hace un guiño desde el escritorio de Ibáñez, apoyada con las dos manos sobre unas carpetas negras y ofreciéndole a Ibáñez la redondez inmensa de sus tetas que, para la perspectiva de Ibáñez, lo estarían asfixiando, seguro lo asfixian porque siempre termina levantándose sofocado, Yamila sabe que en segundos Ibáñez se va a poner de pie con cualquier excusa y Paula mirará para otro lado como si no supiera de qué se trata, justo a una tipa así contarle esta travesura..., no puede cazarla y aparte no me interesa que lo sepa, piensa Yamila totalmente embriagada por la posible aventura, ansiosa recordando que a Manuel se lo habían presentado en una fiesta, a Bernardo en casa de unos amigos, y que de los últimos tipos que conoció, el único fuera de ámbitos familiares fue Lucho, y de sólo pensar en Lucho le venía un ardor a las mejillas y enseguida deseaba estar en otro lado, estar bien lejos de Lucho y que fueran las siete y pico y estar fichando y llegar al bar, llegar al bar con la revista Humor bien a la vista porque, ella lo sabía, él iba a estar desde antes, reclinado en la silla y golpeándose el pecho con un rollo de Clarín, ¿Clarín?, no, por el tono de la voz Lautaro debe ser un tío de Página 12, y Yamila ni es capaz de imaginarse que él también pensó la situación con él en el bar, el rollo con el periódico en la mano apenas levantado de la mesa y mirando hacia las puertas que dan a la calle, esperando a la mina con la revista Humor que no llega nunca y cada minuto se hace eterno, y Lautaro se reconoce repitiendo situaciones, como las esperas a Virginia, carcomido por las mismas angustias que se acrecientan con el pasar del tiempo, del tiempo ficticio que él mismo le otorgaba en su mente porque en realidad Virginia no solía llegar tarde, a diferencia de Mabel, de Roxana, sobre todo con Roxana era con quien más temía los desencuentros, y ahora otra vez preparándose para entrar en la misma trampa y recordar simultáneamente a Charly García forzando la voz para cantar no me atraparán, no me atraparán..., dos veces en la misma red, e instintiva o inconcientemente -piensa Lautaro- hacer inside, como diría Leticia, mi analista, y como seguramente también diría o me preguntaría qué hice, ¿qué hizo, Lautaro?, porque como buena ortodoxa no me tutea y me quedaría en babia otra vez, Lautaro se quedaría en babia y sabe que está a tiempo de cambiar algo, que nunca le había sucedido darse cuenta antes y que entonces ésta era la primera oportunidad y tenía que aprovecharla, recién es martes y hasta el viernes no volvía a lo de la Leti así que quedaba tiempo, como una hora y cuarto aún antes del bar y el diario y la revista y la agonía de abrir la puerta y quedarse ahí parada como una imbécil buscando y esperando, mientras todos se dan vuelta a mirarme y no sabría dónde meterme, si entrar o irme, pero seguro entrar por qué sino para qué, sino mejor seguir esperando los amigos de Paula, algún furtivo encuentro con Lucho como único despliegue de sus fantasías que siempre se estrellaban en el salvajismo de Lucho, los manotazos fugaces, el deseo insatisfecho y Lucho vistiéndose enseguida, sin siquiera lavarse y ni un hasta luego y las sábanas arrugadas y saber que no, que no más Lucho ni los amigos fáciles de Paula, que ahora Lautaro -recién cae, los dos nombres comienzan con ele- aparece de la nada de una línea telefónica y de ninguna manera iba a perderse un encuentro distinto, volvió a confirmar que la revista seguía apoyada en su bolso y que Gerardo no le quitaba el ojo de encima, me mira con unas ganas, lástima..., el laburo..., qué sé yo, sobre todo la veo a Paula y ni puedo pensarlo, lo de Lautaro es más, más anónimo, más privado, en un bar a quince cuadras, pero de ninguna manera llegar después y buscarlo, adivinarlo, miró una vez más el reloj para comprobar que ya faltaba menos, sabía que iba a irse temprano y que iba a esperar con la revista tapada por el bolso para tener la oportunidad de elegir, de no volver a correr el riesgo de un nuevo Lucho, de continuar perdiendo la esperanza y desconocerse y negarse, terminar de ahogar sus sueños y creérsela y entregarse, mientras Lautaro se quedó enganchado en lo que sería su siguiente sesión con Leticia, afortunadamente incapaz de interpretar esa tercera ele de Leticia, y tratando a toda costa de no reiterar conductas, pensando que no podía volver a esperar con la angustia de sus repetidas esperas, me merezco otra cosa, no porque me lo diga la Leti sino porque sí me la merezco y Lautaro no cesaba de repetir que se merecía algo mejor y no iba a exponerse, le costara lo que le costara no iba a exponerse, alguna vez tendría que dar el primer paso y descubrir que él es alguien distinto a él y las otras, y tan sólo hay que intentarlo, pero por las dudas llegar a Pizza Uno lo más temprano posible y con el diario abierto y sentarse a esperar, mirando hacia la puerta, seguro, como ahora está de seguro Lautaro, reclinado en el silloncito, viendo entrar y salir a la gente, pensando que en cualquier momento la va a ver acercarse con el ejemplar de Humor debajo del brazo, y entonces, siempre y cuando le guste la onda de ella, él enroscaría el diario y lo agitaría y después ya estaría en terreno conocido y sería más fácil, palabra va palabra viene, como le es de fácil al resto de los que lo acompañan en el bar, esos tres pibes de tercero o cuarto año, las dos parejas que no dejan de discutir, la mina de adelante que mira hacia la puerta, las dos señoras que no paran con las masas, los pendejos del secundario, el tipo solo a mis espaldas, todo contribuye a esta liviana sensación de travesura adolescente, explorar los límites como durante los primeros encuentros con el Pilo en el fondo del jardín y después en el coche del abuelo, y ahora y de repente, un encuentro así, rondando el misterio, con la seducción de la cosa oculta y la necesidad de algo distinto, la imperiosa necesidad de ser ella por sí misma y no a través de los antojos de Paula, la brutalidad de Lucho, ser capaz de sentirse bien a pesar de la suspicacia de esconder la revista debajo del bolso y continuar esperando, sabiendo que aún faltan como quince mi-nutos para las siete y media y a ella le complace observar a cada hombre que entra solo a Pizza Uno, e ir descartándolos como hojas de margaritas, acordándose de los dichos en el colegio de monjas, ése no, aquel menos y mucho y poquito y nada y éste, éste, lástima que no lleve el diario, ni enrollado ni nada, pero tranqui porque sabía que en cualquier momento lo vería entrar y sería el momento de satisfacer vanidades, de develar la primera parte del misterio para continuar descubriendo los otros velos, esos que a Lautaro le cuestan tanto y se queda siempre a medio camino, aceptando porque sí, sin participación, como si no existiera y por eso el desafío del bar, esperar a Yamila con toda la intriga de la primera vez, con la intriga y el miedo entonces las precauciones, la puerta abierta como el diario sobre la mesa apenas tapado por el brazo, descubriendo que ya habían pasado cinco minutos de la hora y una vez más vuelto a rebelarse para no compararla con Roxana o con las otras, saber que Yamila era la única y la mejor, la mina imposible de que te diera bola, la masa, sobre todo mientras no apareciera, mientras las puertas dejaran pasar todo otro tipo de gentes porque aún no era el tiempo, y Lautaro se regodeaba en la espera bebiendo tragos de su Gancia con cola, tratando de mantener la mente en blanco para no imaginársela, para no tener ninguna idea de ella y para borrar el acecho de la frustración que le hacía pensar que Yamila también podría ocultar su revista y llegar a la cita despojada, un tipo nuevo que no le había presentado nadie, su derecho a elegir no la hacía sentir culpable como sospechara, es más, estaba orgullosa, todavía no preocupada a pesar de las siete y cuarenta y cinco que veía en su reloj mientras pensaba si en una de esas Lautaro no se atrevió..., le dio gracia pensar que acaso fuera cierto, yo resuelta con todo lo que me duele, y él, él que no se anima, que en una de esas es ese tipo sucio y mal vestido que ya pasó como tres veces a espiarme desde la ventana, en una de esas es tímido y... ¿acaso yo no escondí la Humor?, pero también hay otra posibilidad, que ya estuviera en el bar, y entonces Yamila espía a su alrededor y deshecha rápidamente los ocupantes de cinco o seis mesas, así que le quedan el tipo solitario que toma un vermouth, los dos muchachos que no dejan de mirarla, y los tres individuos que descarta porque están demasiado serios y lejos, ninguno de los muchachos tiene diario, tampoco el flaco que está sólo con una mirada que me lo comería pero le falta el diario y Lautaro va a llegar con el diario, las ocho menos cinco, la puta con la hora, Yamila no es como las otras, dos veces en la misma red, pero Lautaro siente quebrarse la esperanza del encuentro, piensa que ella no se atrevió, que al llamar al día siguiente le dará cualquier excusa, se sorprendió al descubrir una mina sola en la vereda que miró varias veces para adentro, no llevaba ninguna revista pero la desilusión se completó cuando vino un chabón a estamparle un beso y llevársela del brazo, afortunadamente ésa no era Yamila, a Lautaro no le coparía que Yamila se fuese con cualquiera, ni siquiera desde esa perspectiva en la que aún no se conocieron y entonces Yamila pasa a ser la mina perfecta, distinta a cualquiera de las que acaban de sentarse a su izquierda, distinta a cualquier otra que hubiera en el local, incluso a ésa que le da la espalda y que cada tanto me mira como desesperada y atrevida, Lautaro no entiende qué les pasa a veces a las minas por la cabeza, mirá esta flaca, otra vez se da vuelta como buscando a alguien pero aprovecha para hacerte el diagnóstico completo, joven, relindo, pero no, le falta el diario, encima suerte que le falte el diario porque me miró con tanto desprecio que mejor, las ocho y cuarto, Yamila se propuso esperar hasta y media, ¿y después de y media..., qué?, pagar, no sé..., o seguir esperando, mejor esperar, abrir la revista y leer algo, los chistes, pero no, la revista mejor no, podía llegar Lautaro y ser el príncipe azul y no le daría tiempo a cerrar la revista y demostrarle que en realidad estaba ahí por él, que no importaba la hora y que todo estaba bien, estaría bien si llegaras, pensaba Yamila dándose vuelta para descubrir que el flaco mirón no le quitaba los ojos de encima, por más que ahora disimulara ella sabía que había estado observándola, distinguía lo punzante de su mirada y esperaba a toda costa que llegara Lautaro para rescatarla, no me atraparán, no me atraparán, dos veces en la misma red, pero Lautaro siente un nudo en el estómago cada vez que la mina frente a la puerta se vuelve y lo mira y a él le parece como que lo involucran, que de alguna manera la mina trata de envolverlo en algo para alejarlo de la magia de Yamila, la Yamila imposible que -Lautaro lo sabe muy bien- ya lleva una hora de retraso, y ese retraso es el que la mantiene viva, inaprensible como cualquier imagen, como esa mujer que ahora entra y se esfuerza por espantar todas sus imágenes tampoco es Yamila y se pierde entre las mesas mientras Lautaro duda, las nueve menos veinte, podría ser ella que no se atrevió a llegar antes y habrá estado espiando desde la ventana, porque ya es más de la quinta vez que pasa, espero que no sea él, los pantalones desflecados, el pelo largo y sucio, seguro que hasta tiene olor a transpiración, Yamila se quedaba con el mirón que detrás suyo la observaba, por lo menos ella sentía la mirada clavada, ¿por qué no Lautaro?, volvió a girar, esta vez únicamente para mirarlo bien y desechar la posibilidad de Lautaro, giró ahora sin disimulo y detuvo su vista en mí y me atraganté con el último trago de Gancia y por un instante pensé si acaso no fuera Yamila que, obvio, había llegado antes con las mismas intenciones que él, tal vez debajo del bolso en la silla escondiera su ejemplar de Humor de la misma forma que él -ella acababa de darse cuenta- tapaba el diario con su brazo aguardando la oportunidad de enrollarlo y mostrárselo, esperar a Yamila, no a esta mujer como yo que lo acosa pensando que él es Lautaro y nunca va a saber que ella es la mujer que espera, pero como veo que hay un periódico debajo de su brazo, me doy vuelta hacia las puertas de calle, el tipo sucio sigue en la vereda, sacude la cabeza para apartar el recuerdo de Lucho, si el tipo de atrás suyo fuera Lautaro habría entendido, en un rato debería enrollar el diario y ensayar la seña convenida, Yamila conocía de memoria el recorrido hasta el asiento vecino donde el bolso escondía la revista que cerraría el acuerdo, pero Lautaro advirtió que la posibilidad de que esa mujer que acababa de mirarlo resultara Yamila se fue diluyendo a medida que ella se daba vuelta hacia las ventanas sin estirar el brazo hasta debajo del bolso y dejar paso a la verdadera Yamila, la que es incapaz de llegar desde la calle porque en realidad está desde siempre, como Lautaro desde siempre, compartiendo las horas y el motivo de la espera, estudiando a cada vecino, vecina, los pibes del secundario que ahora son como siete u ocho, los tres tipos serios en su mundo privadísimo, las parejas discutiendo, gente entrando y saliendo, el falso Lautaro mirándola como también la miran los dos flacos de la izquierda y ella lo sabe, los está provocando, Lautaro la tiene clara, provocar o seducir como instantes atrás intentó conmigo, los carceleros de la humanidad..., y Yamila quiere volverse otra vez y saber si Lautaro tiene el diario enroscado o si acaso ese tipo detrás suyo fuera capaz de reemplazarlo, pero no, reemplazarlo nunca, de la misma forma que Lautaro tampoco la reemplazaría por Yamila, sintiendo que Yamila no es este acoso, esta asfixia, y tienen ganas de estar en otro lado y olvidarse, y son las nueve y veinticinco y ambos buscan al mozo para pagar, él, ella, yo, casi simultáneamente buscan al mozo con todo el apremio del mundo, no me atraparán, no me atraparán, dos veces en la misma red...

2 comentarios:

  1. El ejercicio de Norberto es un jarabe difícil. De la primera medio lectura, (sólo leí la mitad), me culpo. Había vuelto recién del hospital, y yo sé que cuando vuelvo, debo poner mi cerebro a idiotizarse frente al televisor, en silencio, en blanco, (el cerebro, no el televisor), así me fue.

    Yamila, Lautaro, la come-hombres Paula, el libidinoso Ibañez, Virginia, Mabel, Roxana, la analista ortodoxa Leticia, Lucho, Gerardo, la voz del narrador que rebota de cerebro en cerebro, de historia en historia, ¡socorro!, cierro todo y hasta mañana.

    Al día siguiente: lectura prolija, mente fresca. ¡Otra vez lo mismo!, pero hasta el final. ¿Qué querrán decir esas palabras con un guioncito? ¿Por qué es tan denso este ejercicio?

    Pero si es algo muy común, una cita, los miedos, el eterno desencuentro entre un hombre y una mujer, las historias anteriores de cada uno de ellos, y el narrador, ¡qué narrador! Nos arrastra, a las siete y media, antes, no, después, más tarde, más tarde, y no se ven, no, no se ven.

    Recién al final entiendo que Norberto Zuretti está narrando la imposibilidad del encuentro entre dos seres humanos, no importa si este desencuentro se produce en una primera cita fallida, o al vigésimo año de convivencia. En las diferencias entre el anhelo y la posibilidad, entre los deseos y la realidad, se inscriben las historias. Esta, en particular, es una historia donde el narrador participa, enloquecido, atrapado, entre las inseguridades y los miedos que les adscribe a sus personajes.

    Sólo al final dará cuenta de ello.



    …y tienen ganas de estar en otro lado y olvidarse, y son las nueve y veinticinco y ambos buscan al mozo para pagar, él, ella, yo, casi simultáneamente buscan al mozo con todo el apremio del mundo, no me atraparán, no me atraparán, dos veces



    La frase que subrayé en negrita, a mi escaso entender, es la llave. El narrador y sus personajes buscan, los tres. Norberto produce un efecto de reflexión óptica. Se mira sobre el relato, se entrega en el momento de negarse.

    Conclusión, si uno lo toma con paciencia y mente fresca, este relato es una obra de arte. En tan poco lugar condensa la médula del dolor humano, su soledad, sus artificios, su estructura.

    Lamentablemente, Norberto, yo soy de las que piensas que “Crimen y Castigo” es una novela aburrida.

    Lo cortés no quita lo valiente.



    Con cariño, Marta

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  2. El cuento de Norberto cumplía con las condiciones de los ejercicios de Enero, es una historia contemplada desde dos puntos de vista. Una pareja concierta una cita a ciegas y la espera es contada por ambos.

    Es una historia escrita sin un solo punto y aparte. Una historia con esa manera de narrar que tenía antes Norberto, tan contaminada de Cortázar.

    Está bien escrita, no cabe duda, aunque confieso que tuve que empezarla en tres días distintos porque se me desmadejaba la comprensión, renqueaba la voluntad. Los principios de Norberto suelen ser duros, sin lubricación; si uno le conoce sabe que tiene que continuar, porque pronto todo va a ir como la seda, pero aun así son enojosos con frecuencia. No es que sean arranques in medias res, sino en medio de una larga digresión, ambientada en un grupo humano donde abundan los nombres. Todo esto exige del lector un esfuerzo de atención suplementario.

    A Encuentro puede que le sobre medio folio. La idea queda comprendida enseguida y anticipado el final, por lo que el lector puede tener la impresión de que se está abundando demasiado en el desarrollo. Tal vez podrían eliminarse algunas revistas, algunos periódicos, Hay un par de "sinos" que a mí me parece que deberían ser "si nos" [«porque sino para qué», y la frase siguiente]. Tampoco sobraría una coma en esta frase: «y cómo no[,] sí arreglaron a las siete y media». Por lo demás, siempre es un placer leer a este tipo; ni siquiera cuando es más flojo que otras veces deja de ser interesante.

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