domingo, 6 de enero de 2008

La amiga perfecta II (revisión)

Montse Villares

      Era sábado por la mañana. Uno de los pocos sábados que no viajaba y podía acompañar a su hijo al básquet. De buena gana se hubiera quedado durmiendo, pensaba mientras removía la cucharilla en el café, pero un, “¿cuándo me vendrás a ver jugar? mamá”, le había punzado hondo y sacado de la cama. Se había unido a la interminable lista de interrogaciones con las que se castigaba todas las noches que pasaba fuera de casa y que, como un molinillo, giraban y giraban en su cabeza hasta que caía rendida. ¿Cuánto tiempo le dedicaba a su hijo? ¿Le querrá? ¿Era una buena madre? ¿cómo iba a serlo?¿Valía la pena lo que hacía? ¿Debería quedarse en casa? ¿de qué iba a vivir si lo hacía? … Además ahora estaba lo del trabajo... Los números no salían ni del derecho ni del revés. Responsabilidad y sueldo iban por caminos opuestos. No tenía el apoyo del director que muy al contrario, abrigaba su fracaso. ¿Qué podía hacer?
      Junto a ella estaban las otras madres de las futuras estrellas del básket. Escuchaba sus conversaciones aunque nunca había participado. No se sentía un integrante de pleno derecho del grupo en el que era sólo un miembro circunstancial. Aquélla mañana, la conversación giraba en torno a los logros de Amelia.
      Contaban que una mujer acudió a ella tras dos intentos de suicidio y meses en un hospital; Amy enseguida le dictaminó que lo que tenía era puro aburrimiento y le aconsejó apuntarse a clases de salsa, eso le cambió la vida; bueno, el dominicano que conoció allí también colaboró, apuntaba otra de las contertulias, aunque sólo algún tiempo, más o menos hasta que la dejó por una jovencita.
      Una de las presentes sufría mobbing en el trabajo, la hipoteca no le permitía dejarlo y pasaba las noches en vela buscando una solución que no existía, explicaba, hasta que Amy le presentó el Sr. Valium, y ahora, canturreaba como en aquél anuncio:
      - Yo no puedo estar sin él.
      Estaba intrigada, ¿quién sería la famosa Amy? Se acercó a ellas y les pidió fuego. No llevaban pero una le indicó:
      - Acércate a la barra. Amy seguro que tiene.
      Así conoció a Amelia.
      - ¿Tú eres Amy?
      - Sí. Y tu la madre de Edu ¿no?
      - Sí. – respondió sorprendida.
      - Un chico muy majo.
      - Sí lo es. ¿Tienes fuego?
      Amelia tendría unos cincuenta. Vestía jerséis y pantalones en una combinación cromática poco usual. Pese al aspecto desaliñado y a la baja estatura desprendía un gran magnetismo difícil de explicar. Su paso firme, voz grave, tono imperativo y una insólita e inamovible lógica, sugerían una mujer con mucho mundo a sus espaldas. Ella no desmentía los distintos rumores que circulaban acerca de un pasado en algún país liberal -en Francia, apuntaba una apoyándose en su voz nasal-; estos rumores la hacían reír.
      No tardó en darse cuenta de que alrededor de Amy siempre pululaban mujeres imperfectas, como ella, que admiraban la facilidad con la que resolvía problemas que, en algunos casos, ni años de tratamiento psiquiátrico habían solucionado. Había cosechado tal cantidad de éxitos, que nadie se atrevía a contradecirle. Afirmaban que tenía el don de saber cuándo alguien se extraviaba y se limitaba a mostrarle el camino correcto.
      Así empezaron a entablar amistad. Sólo coincidían el primer y tercer sábado de cada mes pero ¡era tan fácil hablar con ella! Entre partido y partido se contaron retazos de sus vidas, compartieron el triunfo del equipo, la chocolatada para animar el último partido antes de Navidad, la lumineta para cambiar las camisetas…
      Pese a la confianza que tenían pasaron meses antes de que se atreviera a contarle sus problemas en el trabajo. Siempre los había dejado de lado, le apetecía olvidarlos. Fue un mal día. El día anterior tuvo una fuerte discusión con los jefes. Total ¿para qué? pensaba ella. No iba a cambiar nada. No merecía la pena intentar mejorar los procesos. Era como nadar contracorriente. Y si al menos le hubieran dado un argumento convincente… pero no, sólo excusas. Sabía que en el fondo no aceptaban que una mujer les dijera qué debían hacer. Era eso lo que le dolía. Se sentía exhausta y sola. Su marido ya le había dicho un centenar de veces que se lo tenía que tomar con calma, que la empresa no era suya. No podía hablar con él. Necesitaba desahogarse. Acudió a Amy.
      Ésta una vez escuchó el relato simplemente le dijo:
      - Chica, cambia de trabajo.
      Amy, una vez resuelto el problema, empezó a usar su don para ayudarla con otros asuntos en los que también y sin ninguna duda, andaba errada.
      - Tu hijo sí que me preocupa. Lo estás malcriando. Siempre encima...
      Había acudido para que la consolara… unas palabras de ánimo… no acertaba a creer lo que estaba oyendo. Le costó unos segundos procesarlo… hablaba de su hijo, de ella…
      -Déjalo más suelto. Que se espabile… ¿Vistes el sábado lo del vómito? Creo que se lo provoca. A ver no sea bulimia…
      Ella afirmaba…
      -Lo que tienes que hacer es meterle en un internado. ¿Te encuentras mal? Haces mala cara. ¿Quieres tomar algo? ¿Ya te vas?
      Se marchó sin mirar atrás. Sin mediar palabra. Vagó por las calles sin saber a dónde ir. En su trabajo se sentía discriminada e inútil. Su marido no la entendía. Y para colmo su amiga le había mostrado lo que más temía. ¡Era una mala madre! ¿Valía la pena seguir con todo ello? Quizás sería mejor dejarlo todo. Huir.
      Se arrodilló y miró al cielo. Dios ayúdame. Sácame de aquí. Lo último que vio fue una gran luz blanca.
      Se oyó el chirriar de unos frenos y un fuerte golpe. El desafortunado conductor aseguraba que estaba arrodillada, con los brazos abiertos en cruz. Nadie le creyó.

2 comentarios:

  1. Este está mucho mejor, más complicado, creo. Al final cortas la frase que sobra, precisamente. Una sugerencia: ya sé que a los españoles os encantan los diminutivos, pero Edu y Amy, a mi me enredan un poco.

    pero un, “¿cuándo me vendrás a ver jugar? mamá”, ¿Cuándo me vendrás a ver jugar, mamá?
    ¿cómo iba a serlo?¿Valía la pena lo que hacía? ¿Debería quedarse en casa?
    ¿de qué iba a vivir si lo

    Junto a ella estaban las otras madres de las futuras estrellas del básket. Lo habías escrito bien antes.
    de Navidad, la lumineta para cambiar las camisetas… Rima involuntaria

    ResponderEliminar
  2. Montse, te largo la primera frase que se me ocurrió. Poco cuento para mucho final.

    Y paso a dar cuenta de esta frase, que por supuesto es absolutamente subjetiva. (Explicación superflua, ¿hay alguna que no lo sea?)

    Buenos, manos al plato. Tu personaje padece de problemas laborales a los que magnifica, un marido que no le da bola, un hijo deportista que vomitó una vez, una conocida metomentodo que le dice que deje el trabajo y que su hijo puede padecer bulimia. Conclusión: el personaje siente que se confirman sus peores dudas y se suicida.



    En el primer párrafo tenemos lo que se podría llamar el “núcleo psicológico” que le adjudicas a tu personaje.



    “De buena gana se hubiera quedado durmiendo, pensaba mientras removía la cucharilla en el café, pero un, “¿cuándo me vendrás a ver jugar? mamá”, le había punzado hondo y sacado de la cama. Se había unido a la interminable lista de interrogaciones con las que se castigaba todas las noches que pasaba fuera de casa y que, como un molinillo, giraban y giraban en su cabeza hasta que caía rendida. ¿Cuánto tiempo le dedicaba a su hijo? ¿Le querrá? ¿Era una buena madre? ¿cómo iba a serlo?¿Valía la pena lo que hacía? ¿Debería quedarse en casa? ¿de qué iba a vivir si lo hacía? … Además ahora estaba lo del trabajo... Los números no salían ni del derecho ni del revés. Responsabilidad y sueldo iban por caminos opuestos. No tenía el apoyo del director que muy al contrario, abrigaba su fracaso. ¿Qué podía hacer?



    Nos estás pintando una mujer con preguntas: “¿Qué podría hacer?”, está buscando una respuesta, no la muerte.

    Y culminas el cuento con una mujer que magnifica las palabras de Amy-Amelia, (no se nos dice por qué lo hace), y toma una decisión fatal. Una papanatas, una me creo todo, pero ni una tonta se hubiera tomado tan en serio la cosa como para matarse. Aquí algo no cuaja.

    Pienso que debería profundizarse el estudio del personaje, agudizar su desesperación, sus facetas oscuras, aquellos que puede terminar en un suicidio.

    O de lo contrario hacerla tener un “accidente menor”, por estar tan abstraída en sus cosas.

    Sólo una opinión.

    Te mando un cariño. Marta



    PD. Se me acaba de ocurrir otra cosa, ¿es tu cuento una ironía a las señoras tontas, que podrían tomar tan a la ligera su existencia? Creo que no.

    ResponderEliminar

Redacta o pega abajo tu comentario. Luego identifícate, si lo deseas: pulsa sobre "Nombre/URL" y se desplegará un campo para que escribas tu nombre. No es necesaria ninguna contraseña.