sábado, 16 de febrero de 2008

Edición digital de un video sobre un cuento de Cortázar

Norberto Zuretti

      Hay ocho monitores que se encienden al mismo tiempo.
      En el primero, por el lado izquierdo de la pantalla aparece una mujer caminando, por el lado opuesto un hombre, en vistas sucesivas se cruzan sin mirarse.
      En el segundo monitor una mujer camina por la calle, de noche, podría ser la misma mujer de la escena anterior.
      En el tercero se aprecia una lenta vista panorámica y detallada de un living, con detalles en primerísimo primer plano de los objetos propios del lugar.
      En el cuarto un hombre relativamente joven, tal vez el que apareció antes, camina por calles oscuras; fumando, en un momento parece ver a alguien y comienza a acercarse.
      El siguiente muestra a un hombre mayor sentado de espaldas en un sillón, leyendo una novela. Se encuentra en el mismo living del tercer monitor.

      En el próximo y en primer plano, unas manos femeninas retiran un arma del cajón de un escritorio. Se repite la toma con distintos enfoques.
      En el séptimo el hombre joven se acerca a una vivienda, se está ocultando, espía por la ventana, vuelve a acercarse, abre la puerta, en su mano brilla un revolver.
      La octava y última pantalla titila en blanco.
      Las imágenes se suceden y reiteran muda y despiadadamente en los monitores, conformando o deconstruyendo una historia que, ante los ojos del operador y de tanto repetirse, cada vez dejan de ser meros hechos aislados e inconexos, en cierta forma es como si se ablandaran y así permitieran vislumbrar elementos en común más allá de posibles coincidencias, algún remoto sentido no totalmente develado, las manos del sexto monitor que retiraron el arma del fondo de un cajón casi seguramente corresponden a las de la mujer que en la segunda pantalla camina de noche por una calle y pareciera distraida, mujer que curiosamente le hace recordar a su propia esposa, así como el rostro de otro de los personajes le parece sumamente conocido a pesar de no ser capaz de identificarlo. Casi todas las tomas de exteriores son nocturnas.
      Un cliente muy codiciado le había traído las cintas, encargándole que armara la historia como a él se le ocurriera, volvería a retirar el trabajo al anochecer. Así que encendió los equipos a primera hora de la tarde, considerando que la tarea no sería tan compleja, ni comparable al esfuerzo de editar un largometraje, o una publicidad, o un videoclip. El pensó que se trataría de una prueba, de comprobar su capacidad interpretativa y analítica para posteriormente encargarle algo de mayor envergadura. Ni tuvo tiempo para imaginar por qué razón el octavo archivo se encontraba vacío y chisporroteaba burlón en uno de los monitores. En las primeras recorridas individuales, las piezas no lograban asimilarse a ninguna estructura. Desde que comenzó a estudiarlas en simultáneo, su cerebro se permitía establecer relaciones, le parecía recordar hechos semejantes en algún texto literario, pero sin recordar al autor ni a la obra. Evidentemente, la mujer –generalmente en sombras- siempre es la misma mujer, una mujer que cada vez más le hace recordar a su propia esposa, una mujer que se cruza con el tipo más joven, es evidente que actúan como si no se conocieran ¿Quién es el personaje que se encuentra leyendo un libro? ¿Existe una relación entre el hombre y la mujer que se cruzan por la calle? ¿Ella le entrega algo al momento de cruzarse? ¿Será acaso el arma que unas manos continúan retirando de un cajón en el sexto monitor...?
      Suena el timbre y, todavía pensando en las distintas alternativas, se levanta convencido de que su cliente adelantaba la hora de visita. Al abrir la puerta se encuentra con su mejor amigo que lo mira de forma desconocida, alarmante, algo en su cerebro hace click, pero ya es demasiado tarde. Junto con el sonido del disparo se activa el octavo monitor, primer plano de su amigo disparando, el único sonido de la fimación: un cuerpo que cae, el asesino que guarda el arma, se da vuelta y se aleja lentamente.

2 comentarios:

  1. ¡Ay, Norberto, qué difícil es leer tus cuentos!

    Deberían estar en la lista de elementos para retrasar la aparición del Alzheimer.

    A mí, este en particular, me recuerda los libros donde el lector elige como seguir.

    A mis hijos, de chicos, los leían con gusto. Para grandes, recuerdo uno de Laura Esquivel, ?La ley del amor?, y en Rayuela se ofertan dos ordenamientos, si no me falla la memoria. ¿Será este el caso? Pero Cortazar se guarda de aclararnos por donde seguir, según elijamos el libro convencional o el otro.

    Aquí, en principio, hay que empezar por el final, ?un cuerpo que cae, el asesino que guarda el arma.?Leer mas...



    Y seguir por el medio ?un cliente muy codiciado le había traído las cintas?

    Lo que me ofrece dificultad son los televisores. Es como una imagen intrusa. Me Imagino películas cortas en cada televisor, y como que el inicio de una puede ir con el final de otra, y me mareo. La cosa es más simple, el único que sabe el final es quien conoce la octava cinta, que termina con un asesinato.

    (Lo de siempre, el narrador)

    Una posible versión de Edición digital de un video sobre un cuento de Cortázar
    Un hombre y una mujer pactan matar al hombre que lee en el living, la mujer saca el arma de un cajón, se la entrega al hombre, el hombre mira por la ventana a la víctima, la mata.

    Resulta que el hombre del living puede ser el compaginador, la mujer su esposa, el hombre joven, su amigo y asesino. La realidad virtual salta a la realidad narrativa. El compaginador es asesinado por su amigo, esta es la octava cinta. (En cualquier momento alguien golpea la puerta y asesina a la lectora.)



    Conclusión, me parece un ejercicio intelectual, no le encuentro el sabor.

    Como ejercicio para la quincena es interesante, una ficción saltando dentro de otra ficción. Muy frío y despojado como conviene al este relato. Nada más

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  2. Creo que todos reconocemos la trama de Continuidad de los parques. En este ejercicio de Norberto (una historia dentro de otra), un realizador recibe el encargo de montar unas secuencias inconexas de una mujer y un hombre y dos armas y un segundo hombre sentado en un sillón. Como se está apelando, ya desde el título, a ese cuento de Cortázar, todos sabemos que alguien, al final del cuento, va a matar al realizador. Reconocemos a los personajes, sabemos que están relacionados, sabemos lo que se proponen, lo sabemos todo. El protagonista abre una puerta y es el último en darse cuenta de que es hombre muerto. Luego hay un anticlímax inmediato: su propia muerte filmada pasa a completar el rompecabezas que tenía en la sala de montaje.

    En el cuento de Cortázar deducimos que la mujer del protagonista tiene un amante y ambos planean matar al marido. El ejecutor del crimen corre hacia una casa de campo, con un cuchillo "entibiándose en su pecho" y llega hasta el salón donde el marido lee una novela de espaldas a la puerta. Este argumento y la belleza con que está descrita la acción bastaría por sí sola, pero es que resulta que el autor tiene una carta en la manga: el marido está leyendo justamente esta misma historia, y también el lector, nosotros, en un tercer plano. Más de un lector de Cortázar, ha mirado hacia atrás cuando lee que el asesino se acerca con el puñal en la mano al lector del sillón verde. ¿Casualidad? ¿Magia? Desde luego, el momento en que el asesino llega hasta el lector tiene mucho de maravilloso, en el sentido que acuñó Carpentier: se nos cuenta, como algo natural, un hecho que no tiene cabida en nuestro sistema lógico. Pero también eso es engañoso, porque podría tener incluso una explicación coherente. Imaginemos que la mujer, que sabe que su marido acostumbra a leer en su sillón verde, de espaldas a la puerta, le entrega una novela de misterio, a cuyo final ella adapta el crimen, en un gesto de refinada crueldad. ¿Difícil? No. Lo que pasa es que nos cautiva más el vértigo de lo imposible.

    En el cuento de Norberto hay un espejo que falla, porque no se trata de un yo-lector que leo como el protagonista-lector lee la historia que yo leo. En el cuento de Norberto, digo, yo lector leo cómo un realizador de cine monta la película que le han entregado. Es verdad que el título sugiere que no se trata de un cuento, sino del guión de un cortometraje. Tal vez, vista así la cosa, si se encuentra a oscuras el yo-espectador en una sala de proyección, podría sentir un estremecimiento parecido al del lector del cuento de Cortázar, cuando contemple al yo-realizador, a oscuras en la sala de montaje, revisando los planos de la pareja que también ve el espectador. Pero no lo creo. No porque la historia, según nos la cuenta Norberto, apenas nos pone en situación. No acabamos de sentir en peligro al realizador cuando el timbre, y la irrupción grosera de un arma de fuego, y el estampido y ese pegote imposible pero no maravilloso de que en el monitor comience a visualizarse una escena que antes no salía. Y es verdad que también podemos explicárnosla, suponer que alguien puso una cámara de vídeo enfocando la puerta, y que el monitor siempre parpadeante estaba conectado con esa cámara. Pero, ¿cómo es que no lo sabe el realizador, si está trabajando en su puesto de trabajo? ¿Qué mecanismo relaciona el gatillo de la pistola y el avance del monitor?

    Me parece que el cuento de Norberto corresponde a un corto que realmente quiere hacer nuestro amigo. Claro, tendríamos que ver ese corto para juzgar; lo que tenemos aquí es sólo apuntes para un guión, le falta consistencia, le faltan detalles, le falta el acabado. Sin embargo nos sirve para comparar ambas escrituras: la literatura y el cine. Yo no me atrevo a decir que siempre la literatura vaya a ganar al cine, que siempre sea más intenso leer una historia que verla en una pantalla. Pero, en esta ocasión, Norberto se lo ha puesto a sí mismo tan difícil, adaptando la idea de Cortázar, la idea de un cuento tan mítico, que su guión me sabe a poco.

    A pesar de todo está bien escrito y alcanza momentos de gran belleza. Pero, uff, no es lo mismo, en cine creo que no funciona. En la película de Norberto existe el crimen de antemano; alguien ha filmado a la pareja de asesinos, ha tenido la sangre fría de pasarle la película a la víctima, se le invita a trabajar sobre ella, y todo está previsto. A la hora convenida sonará el timbre y luego el disparo. Es como si el espectador asistiera a algo que no tiene vuelta de hoja, escapatoria posible. La pareja no sólo le asesina, sino que se regodea en el crimen; es algo parecido a la interpretación lógica que yo le daba al cuento de Cortázar. Pero en Continuidad de los parques el lector sabe que la pareja está desesperada por vivir juntos, que ella vence la resistencia del hombre con su dulce promesa; y sabe que la cosa puede fallar, flaquear el amante en su correr por el bosque, estar cerrada la puerta de la casa, o haberse levantado el lector. Quiero decir que, en el cuento de Cortázar no sólo lo maravilloso, sino también lo imprevisible está sobre la mesa, la libertad, la suerte, la vida misma, aunque sea dentro de una atmósfera mágica. Y en el vídeo falta eso. Tal vez Norberto, si estoy en lo cierto y proyecta realizar ese vídeo, pueda dedicar unos minutos a pensar en esto.

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