viernes, 1 de febrero de 2008

La generación pragmática y la protesta callejera

Marta Iris

      En Buenos Aires se levanta, cerca de la estación de trenes “11 de septiembre”, un edificio incendiado cubierto con flores, cirios y evocaciones. La ciudad tiene los cielos empañados y la agita un ánimo turbulento. Un barrio de comercios descuidados se extiende desde la estación de trenes hasta la Facultad de Medicina. Lo altera el tumulto de una manifestación ruidosa pero sobre todo desdichada: la muerte y el hambre, la desorganización y el soborno, el desempleo y la miseria, tres parejas monstruosas confesaron su amor y parieron sus crías. La ciudad tirita.
      En el edificio de la facultad, detrás de las puertas enormes, casi a punto de bajar las escaleras interiores, se chocan dos alumnos de primer año. En la espalda llevan mochilas con los libros; sobre un brazo, doblado, el delantal blanco; cursan Anatomía. El jovencito, alargado y delgaducho, con el pelo rubio y plomizo de las nieblas porteñas, lo lleva atado en una cola. Ella, una morochita despabilada, suelta su cabello renegrido para que luzca su brillo. En los ojos sostiene un punto apasionado y en la piel exhibe el color cobrizo del lapacho sudamericano. Huelen mal, un olor acre y penetrante a formol denuncia que cursan el período de disecciones. Pertenecen a la generación nacida alrededor de 1980, etapa espinosa para este país. Arrastran los perjuicios de malos gobiernos, algunos ‘de facto’, de la globalización, la mafiocracia y la falta de ética que las generaciones anteriores les legaron. Van ilesos de drogarse por casualidad. Generación perdida pero continuamente recobrada. Para ellos ganar el fin del día es un riesgo y una cumbre; sobrevivir su meta y su apostolado; la ecología su nueva religión, los preservativos un artículo de tocador imprescindible. Pragmáticos por necesidad.
      – ¿Salimos?
      – Me da miedo, la agitación es grande.
      – Subamos a la biblioteca de profesionales, a esta hora está vacía.
      En la biblioteca piden revistas con novedades, para sentirse importantes. El muchacho se desploma en un butacón, ella se quita la mochila con gesto ágil y examina las revistas con curiosidad: ¡GENÉTICA! Y se enfrasca golosa.
      Cuando él logra acomodar su cansancio la reconoce con agrado, pero no recuerda su nombre. Pertenecen a comisiones diferentes. Utiliza para hablarle la voz apagada que la solemnidad de la biblioteca y la aspereza de la bibliotecaria exigen.
      – No sé tu nombre.
      – Porque estoy al final de la lista, Zúñiga, Luján Zúñiga. ¿El tuyo?
      – Adleraugen Pedro, estoy al principio.
      Y se hunden en un cuchicheo clandestino. El lugar, mejor conservado que la biblioteca de alumnos, tiene olor a cuero y cierto aire recatado. La media luz del recinto y el respeto que les impone podan sus frases, pero aunque furtiva, su juventud indiscreta se impone y la chica indaga a su compañero con picardía.
      – ¿Qué vas a seguir cuando te recibas?
      – ¡Falta tanto! Todos me dicen que es muy temprano para pensar en eso.
      – ¿Quién te dice? Nunca es temprano para divertirse fantaseando; yo quiero estudiar ingeniería de sistemas y aplicarlo a las neurociencias.
      –– ¿Otra carrera además de esta? ¡Qué pavada!
      Ella se acurruca en un rincón del sillón gigantesco. Con la cabeza enterrada en la revista, que simula leer, oculta sus murmullos y al mismo tiempo defiende su proyecto. Pedro mira el techo, por fin lanza una pregunta indignada:
      – ¿Tanto te gusta estudiar como para prolongar la agonía de los cursos?
      – No exageres, algunas materias se pueden cursar al mismo tiempo.
      – Un proyecto chiflado.
      Él gira bruscamente la cabeza hacia ella como para aplastarla con algún razonamiento, pero se encuentra con el chistido enérgico de la bibliotecaria. Entonces mira con fijeza la cabellera esparcida que desparrama el charol revoltoso de sus brillos. Se sobresalta y rebulle inquieto en el asiento, habla muy bajo y usa una inflexión irónica.
      – A la Zúñiga no le alcanza con Medicina. ¿Por qué no agregar, para entretener su ocio, alguna materia suelta de Ingeniería?
      Desde abajo de la melena suntuosa sale una voz amortiguada:
      – Estoy cursando desde marzo, asisto por la noche y no me va tan mal. Hoy tengo clase, espero que la manifestación no me haga llegar tarde; ¡Análisis Matemático es un infierno!
      – ¡Estás arreglada! Los familiares de las víctimas del incendio no abandonarán su puesto hasta que la sala acusadora decida si habrá juicio político para el Jefe de Gobierno.
      – ¿Hasta cuando durará tanto alboroto?
      Al muchachito larguirucho se le crispan los maxilares, toma por desinterés las palabras de la muchacha y se lo suelta sin más trámite.
      – A la Zúñiga sólo le interesan sus cosas, quiere estudiar Medicina, Álgebra, ¡vaya a saber que más! Anda curioseando por la Universidad. ¡Total!, paga el pueblo, la U.B.A. es gratuita.
      Entonces Luján, que hasta ese momento transitaba serena por los comentarios de su compañero, esconde su vista empañada, precisa unos minutos para rearmarse, y le incrusta una mirada virulenta. El sonido de sus palabras baja varios tonos, palpita en un matiz contenido y desgarra el aire que los separa.
      – Adleraugen, te hace hablar la envidia, perdí un primo en el incendio de la disco República de Cromagnon, mi familia se la pasa llorando, por eso estudio en la biblioteca, pero sé lo que quiero y nada va a quebrarme.
      Pedro Adleraugen la observa espantado y recobra con urgencia su visión del techo, se estira simulando comodidad y repasa el año, como si pensara que no sabe dónde estuvo. Se pregunta cómo remendar su grosería. La chica retorna a la revista y vigila con insistencia su reloj, un eclipse incómodo baja sobre ellos.
      – Desde la mañana que no como y mi estómago ya gorgotea, ¿no tomarías algo caliente conmigo?
      – Apenas tengo una hora para llegar a la Facultad de Ingeniería, ¿me alcanzará el tiempo?
      – No me preocupa tanto tu clase como los familiares de las víctimas de Cromagnon. ¿Nos filtraremos entre ellos?
      Reanudan su compañerismo sin más explicaciones y salen del salón juiciosamente, como si la vetusta archivera, eterna en sus funciones y en su desconfianza, fuera a retarlos. Todavía los incomoda su cruce de palabras.
      Cuando alcanzan el inmenso hall de entrada ven la calle, bulle y se escuchan estribillos. Ellos contienen sus pasos en lo alto de las escaleras, desde allí ven la perspectiva de la plaza vecina, continúa atestada, los impresiona observar que las cabezas de la gente tienen movimiento de oleaje tormentoso. Se imponen, mezclados, diferentes cantos de protesta. Pedro sacude intolerante su mochila, la maraña de estribillos lo eriza. Luján baja la vista sobrecogida: ¿qué hace el hambre junto a la injusticia? El dolor de esas gargantas es tan cercano y tan extraño, ¿acaso sus tímpanos saciados omiten el hambre desconsolado de esas bocas? Hambre y sed de justicia, está bien, ¿pero también hambre de comida?
      Quizá Pedro y Lujan consideran a la desigualdad como un fantasma lejano o increíble. Una ficción para ver por televisión, tal vez una estadística vergonzosa, pero sin cuerpo ni sustento. Ni siquiera son ignorantes, o desinformados. ¿Incrédulos? Ateos de la realidad.
      – ¿Tu familia está en la manifestación?
      – ¿Estás loco? A mi tía no hay psiquiatra que le alcance y mi tío no volvió a trabajar. Mis viejos mantienen a todos. Ya es muy tarde. ¡Yo necesito asistir a mi clase! No quiero soportar este desorden, es ajeno.
      – ¡Qué ilusa y qué porfiada! Y este movimiento ¿hasta cuándo pensará prolongarse? Voy a acompañarte.
      Entonces Pedro le toma la mano con decisión, ella no desprecia el contacto, y bajan pegados a la pared del edificio. Al muchacho le da ánimo sentirse protector y advertir que ella acepta su protectorado, pero también experimenta temor a los coros imperiosos de la necesidad. Lo alarma el retumbar de los bombos. En una esquina ya no logran avanzar, Luján, dos pasos detrás, queda mal atrapada por varios personajes que saltan impulsados por sus propias causas. Pedro se clava contra el borde de una ochava y con su mano izquierda tironea de la chica.
      – ¡Pedro, se rompió mi mochila!
      – No te pares aquí.
      – Pierdo mis libros, se me cae todo.
      Una oleada humana lo retrocede hasta ella, se miran por primera vez, los ojos oscuros de Luján expresan su falta de costumbre en esas luchas. Él la protege con su cuerpo. Atrapa con un brazo la mochila y con el otro a su amiga. Siguen juntos, apretados, conmovidos. Pedro Adleraugen empuña ancho su coraje nuevo.
      Avanzan unas cuadras, pero la manifestación se prolonga. Todas las injusticias desfilan por la vereda derecha, y todos los agravios irrumpen por la vereda izquierda, y se unen en el centro formando una yunta interminable que reproduce y multiplica sus propios ecos.
      – Pedro, siento que me desmayo.
      – ¡Ni lo pienses! Estoy buscando una salida.
      Le pasa el brazo por las axilas y la lleva arrastrando un tramo, la estrecha con fuerza, ya no es el jovencito delgaducho o el estudiante quejumbroso. Es un hombre contrariado. Su frente transpira y sus cejas fruncidas delatan su desagrado. Luján se deja conducir; ya no piensa en Álgebra, ni en llegar a tiempo a la Facultad de Ingeniería, sólo piensa en agarrarse de su compañero, sus manos se crispan sobre la campera de él. Pero también escucha los cánticos, una realidad que no la deja huir, un dolor que no la suelta. Todo camina: los estribillos, los bombos, las pancartas, las protestas, los familiares de las víctimas con la fotografía de su muerto colgando del cuello.
      Por fin, Pedro entrevé un claro y logra alejarse de la caravana que cede su cerco, entonces sujeta a su chica y la lleva hasta una esquina despejada, para que se apoye contra la pared y él se da un respiro.
      -¿Cómo estás?
      Luján derrama su cabellera sobre el hombro del amigo, tirita acongojada, llora por su primo, por sus tíos, por las ciento noventa y cuatro víctimas fallecidas en la disco República de Cromagnon, sobre todo llora por sí misma, que aquel 30 de diciembre del 2004 faltó a la cita con la muerte por casualidad. Él acaricia su cabeza con dulzura. No son los mismos. Los gritos se hunden en su piel y ellos les permiten hundirse. A cada instante se les hace más difícil encontrar un asilo para su pragmatismo. Pertenecen a una generación que aprendió en la cuna la realidad del SIDA: que no se sale de la casa sin preservativo, como antes no se salía sin pañuelo; que existen genocidas sueltos, que sus hermanos se van al extranjero a buscar un destino como antes vinieron sus abuelos a buscar el suyo. La generación de los Simpson, quizá víctimas, difícilmente invictos, con seguridad livianos. Sobrevivientes.
      Buenos Aires puja sobre cada una de sus calles, esquina por esquina, su propio alumbramiento.

5 comentarios:

  1. La generación pragmática y la protesta callejera
    Marta Iris

    En Buenos Aires se levanta, cerca de la estación de trenes “11 de septiembre”, un edificio incendiado cubierto con flores, cirios y evocaciones. La ciudad tiene los cielos empañados y la agita un ánimo turbulento. Un barrio de comercios descuidados se extiende desde la estación de trenes hasta la Facultad de Medicina. Lo altera el tumulto de una manifestación ruidosa pero sobre todo desdichada: la muerte y el hambre, la desorganización y el soborno, el desempleo y la miseria, tres parejas monstruosas confesaron su amor y parieron sus crías. La ciudad tirita.
    En el edificio de la facultad, detrás de las puertas enormes, casi a punto de bajar las escaleras interiores, se chocan dos alumnos de primer año. En la espalda llevan mochilas con los libros; sobre un brazo, doblado, el delantal blanco; cursan Anatomía. El jovencito, alargado y delgaducho, con el pelo rubio y plomizo de las nieblas porteñas, lo lleva atado en una cola. Ella, una morochita despabilada, suelta su cabello renegrido para que luzca su brillo. En los ojos sostiene un punto apasionado y en la piel exhibe el color cobrizo del lapacho sudamericano. Huelen mal, un olor acre y penetrante a formol denuncia que cursan el período de disecciones. No entiendo por qué huelen mal, el formol esta en los cadáveres pero no en los estudiantes, además ellos usan un mandil para protegerse
    Pertenecen a la generación nacida alrededor de 1980, etapa espinosa para este país. Arrastran los perjuicios de malos gobiernos, algunos ‘de facto’, de la globalización, la mafiocracia y la falta de ética que las generaciones anteriores les legaron. Van ilesos de drogarse por casualidad. Generación perdida pero continuamente recobrada. Para ellos ganar el fin del día es un riesgo y una cumbre; sobrevivir su meta y su apostolado; la ecología su nueva religión, los preservativos un artículo de tocador imprescindible. Pragmáticos por necesidad.
    – ¿Salimos?
    – Me da miedo, la agitación es grande.
    – Subamos a la biblioteca de profesionales, creo que se puede retirar esa palabra a esta hora está vacía.
    En la biblioteca piden revistas con novedades, para sentirse importantes. El muchacho se desploma en un butacón, ella se quita la mochila con gesto ágil y examina las revistas con curiosidad: ¡GENÉTICA! Y se enfrasca golosa.
    Cuando él logra acomodar su cansancio la reconoce con agrado, pero no recuerda su nombre. Pertenecen a comisiones diferentes. Utiliza para hablarle la voz apagada que la solemnidad de la biblioteca y la aspereza de la bibliotecaria exigen.
    – No sé tu nombre.
    – Porque estoy al final de la lista, Zúñiga, Luján Zúñiga. ¿El tuyo?
    – Adleraugen Pedro, estoy al principio.
    Y se hunden en un cuchicheo clandestino. El lugar, mejor conservado que la biblioteca de alumnos, tiene olor a cuero y cierto aire recatado. La media luz del recinto y el respeto que les impone podan sus frases, pero aunque furtiva, su juventud indiscreta se impone y la chica indaga a su compañero con picardía.
    – ¿Qué vas a seguir cuando te recibas?
    – ¡Falta tanto! Todos me dicen que es muy temprano para pensar en eso.
    – ¿Quién te dice? Nunca es temprano para divertirse fantaseando; yo quiero estudiar ingeniería de sistemas y aplicarlo a las neurociencias.
    –– ¿Otra carrera además de esta? ¡Qué pavada!
    Ella se acurruca en un rincón del sillón gigantesco. Con la cabeza enterrada en la revista, que simula leer, oculta sus murmullos y al mismo tiempo defiende su proyecto. Pedro mira el techo, por fin lanza una pregunta indignada:
    – ¿Tanto te gusta estudiar como para prolongar la agonía de los cursos?
    – No exageres, algunas materias se pueden cursar al mismo tiempo.
    – Un proyecto chiflado.
    Él gira bruscamente la cabeza hacia ella como para aplastarla con algún razonamiento, pero se encuentra con el chistido enérgico de la bibliotecaria. Entonces mira con fijeza la cabellera esparcida que desparrama el charol revoltoso de sus brillos. Se sobresalta y rebulle inquieto en el asiento, habla muy bajo y usa una inflexión irónica.
    – A la Zúñiga no le alcanza con Medicina. ¿Por qué no agregar, para entretener su ocio, alguna materia suelta de Ingeniería?
    Desde abajo de la melena suntuosa sale una voz amortiguada:
    – Estoy cursando desde marzo, asisto por la noche y no me va tan mal. Hoy tengo clase, espero que la manifestación no me haga llegar tarde; ¡Análisis Matemático es un infierno!
    – ¡Estás arreglada! Los familiares de las víctimas del incendio no abandonarán su puesto hasta que la sala acusadora decida si habrá juicio político para el Jefe de Gobierno.
    – ¿Hasta cuando durará tanto alboroto?
    Al muchachito larguirucho se le crispan los maxilares, toma por desinterés las palabras de la muchacha y se lo suelta sin más trámite.
    – A la Zúñiga sólo le interesan sus cosas, quiere estudiar Medicina, Álgebra, ¡vaya a saber que más! Anda curioseando por la Universidad. ¡Total!, paga el pueblo, la U.B.A. es gratuita.
    Entonces Luján, que hasta ese momento transitaba serena por los comentarios de su compañero, esconde su vista empañada, precisa unos minutos para rearmarse, y le incrusta una mirada virulenta. El sonido de sus palabras baja varios tonos, palpita en un matiz contenido y desgarra el aire que los separa.
    – Adleraugen, te hace hablar la envidia, perdí un primo en el incendio de la disco República de Cromagnon, mi familia se la pasa llorando, por eso estudio en la biblioteca, pero sé lo que quiero y nada va a quebrarme.
    Pedro Adleraugen la observa espantado y recobra con urgencia su visión del techo, se estira simulando comodidad y repasa el año, como si pensara que no sabe dónde estuvo. Se pregunta cómo remendar su grosería. La chica retorna a la revista y vigila con insistencia su reloj, un eclipse incómodo baja sobre ellos.
    – Desde la mañana que no como ¿Es una expresión regional o una frase poética? Si es lo primero está bien, si es lo segundo, daría la impresión que se esfuerza para hablar bonito. y mi estómago ya gorgotea, ¿no tomarías algo caliente conmigo?
    – Apenas tengo una hora para llegar a la Facultad de Ingeniería, ¿me alcanzará el tiempo?
    – No me preocupa tanto tu clase como los familiares de las víctimas de Cromagnon. ¿Nos filtraremos entre ellos?
    Reanudan su compañerismo sin más explicaciones y salen del salón juiciosamente, ¿como se sale juiciosamente? como si la vetusta archivera, eterna en sus funciones y en su desconfianza, fuera a retarlos. Todavía los incomoda su cruce de palabras.
    Cuando alcanzan el inmenso hall de entrada ven la calle, bulle y se escuchan estribillos. Ellos contienen sus pasos en lo alto de las escaleras, desde allí ven la perspectiva de la plaza vecina, continúa atestada, los impresiona observar que las cabezas de la gente tienen movimiento de oleaje tormentoso. Se imponen, mezclados, diferentes cantos de protesta. Pedro sacude intolerante su mochila, la maraña de estribillos lo eriza. Luján baja la vista sobrecogida: ¿qué hace el hambre junto a la injusticia? El dolor de esas gargantas es tan cercano y tan extraño, ¿acaso sus tímpanos saciados omiten el hambre desconsolado de esas bocas? Hambre y sed de justicia, está bien, ¿pero también hambre de comida? ¿Quien se hace esas preguntas, el narrador o Luján?
    Quizá Pedro y Lujan consideran a la desigualdad como un fantasma lejano o increíble. Una ficción para ver por televisión, tal vez una estadística vergonzosa, pero sin cuerpo ni sustento. Ni siquiera son ignorantes, o desinformados. ¿Incrédulos? Ateos de la realidad. No entiendo la frase: ¿sin dioses de la realidad? ¿No creen en la realidad? Si esta ultima es la significación de la frase, se asemeja a incrédulo
    – ¿Tu familia está en la manifestación?
    – ¿Estás loco? A mi tía no hay psiquiatra que le alcance y mi tío no volvió a trabajar. Es probable que perdí el hilo del cuento, porque no entiendo la respuesta, la pregunta es si su familia está en la manifestación y la respuesta es otra diferente. Además, la pregunta es un poco rara, yo esperaría que me pregunten si mi papa o mi mama están en la manifestación y no toda mi familia. Mis viejos mantienen a todos. Ya es muy tarde. ¡Yo necesito asistir a mi clase! No quiero soportar este desorden, es ajeno.
    – ¡Qué ilusa y qué porfiada! Y este movimiento ¿hasta cuándo pensará prolongarse? Voy a acompañarte.
    Entonces Pedro le toma la mano con decisión, ella no desprecia el contacto, y bajan pegados a la pared del edificio. Al muchacho le da ánimo sentirse protector y advertir que ella acepta su protectorado, protector, protectorado= Dignidad, cargo o virtud / Ejercicio de esta dignidad, cargo o virtud. pero también experimenta temor a los coros Conjunto de personas que en una ópera u otra función musical cantan simultáneamente una pieza concertada imperiosos de la necesidad. Lo alarma el retumbar de los bombos. En una esquina ya no logran avanzar, Luján, dos pasos detrás, queda mal atrapada por varios personajes que saltan impulsados por sus propias causas. Pedro se clava contra el borde de una ochava y con su mano izquierda tironea de la chica.
    – ¡Pedro, se rompió mi mochila!
    – No te pares aquí.
    – Pierdo mis libros, se me cae todo.
    Una oleada humana lo retrocede hasta ella, se miran por primera vez, los ojos oscuros de Luján expresan su falta de costumbre en esas luchas. Él la protege con su cuerpo. Atrapa con un brazo la mochila y con el otro a su amiga. Siguen juntos, apretados, conmovidos. Pedro Adleraugen empuña ancho su coraje nuevo.
    Avanzan unas cuadras, pero la manifestación se prolonga. Todas las injusticias desfilan por la vereda derecha, y todos los agravios irrumpen por la vereda izquierda, y se unen en el centro formando una yunta interminable que reproduce y multiplica sus propios ecos.
    – Pedro, siento que me desmayo.
    – ¡Ni lo pienses! Estoy buscando una salida.
    Le pasa el brazo por las axilas y la lleva arrastrando un tramo, la estrecha con fuerza, ya no es el jovencito delgaducho o el estudiante quejumbroso. Es un hombre contrariado. Su frente transpira y sus cejas fruncidas delatan su desagrado. Luján se deja conducir; ya no piensa en Álgebra, ni en llegar a tiempo a la Facultad de Ingeniería, sólo piensa en agarrarse de su compañero, sus manos se crispan sobre la campera de él. Pero también escucha los cánticos, una realidad que no la deja huir, un dolor que no la suelta. Todo camina: los estribillos, los bombos, las pancartas, las protestas, los familiares de las víctimas con la fotografía de su muerto colgando del cuello.
    Por fin, Pedro entrevé un claro y logra alejarse de la caravana que cede su cerco, entonces sujeta a su chica recién se han conocido y ya es suya y la lleva hasta una esquina despejada, para que se apoye contra la pared y él se da un respiro.
    -¿Cómo estás?
    Luján derrama su cabellera sobre el hombro del amigo, tirita acongojada, llora por su primo, por sus tíos, por las ciento noventa y cuatro víctimas fallecidas en la disco República de Cromagnon, sobre todo llora por sí misma, que aquel 30 de diciembre del 2004 faltó a la cita con la muerte por casualidad. Él acaricia su cabeza con dulzura. No son los mismos. Los gritos se hunden en su piel y ellos les permiten hundirse. A cada instante se les hace más difícil encontrar un asilo para su pragmatismo. Pertenecen a una generación que aprendió en la cuna la realidad del SIDA: que no se sale de la casa sin preservativo, como antes no se salía sin pañuelo; que existen genocidas sueltos, que sus hermanos se van al extranjero a buscar un destino como antes vinieron sus abuelos a buscar el suyo. La generación de los Simpson, quizá víctimas, difícilmente invictos, con seguridad livianos. Sobrevivientes.
    Buenos Aires puja sobre cada una de sus calles, esquina por esquina, su propio alumbramiento.

    El cuento tiene muchos pasajes cuya descripción parece periodística, además hay la intensión manifiesta del narrador de tomar partido, de dar su opinión. No deja que los protagonistas lo hagan, el narrador impone las reglas y los límites morales y políticos. Da la impresión que la historia y sus protagonistas son un pretexto para expresar la opinión política del narrador. El final es un poco traído de los pelos, no cae por su propio peso, como si el narrador quería de terminar ya.

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  2. El cuento tiene varios pasajes descritos con estilo periodístico. Además
    hay la intensión manifiesta del narrador de tomar partido, de dar su opinión. No
    deja que los protagonistas lo hagan, el narrador impone las reglas y los límites
    morales y políticos. Da la impresión que la historia y sus protagonistas son un
    pretexto para expresar la opinión política del narrador. El final es un poco
    traído de los pelos, no cae por su propio peso, como sí el narrador quisiera
    terminar ya.

    OTRO SI DIGO/

    "Huelen mal, un olor acre y penetrante a formol denuncia que cursan el período
    de disecciones".
    No entiendo por qué huelen mal, el formol esta en los cadáveres pero no en los
    estudiantes, además ellos usan un mandil para protegerse.

    " – Desde la mañana que no como..."
    ¿Es una expresión regional o una frase poética? Sí es lo segundo, daría la
    impresión que se esfuerza para hablar bonito.

    " Reanudan su compañerismo sin más explicaciones y salen del salón
    juiciosamente"
    ¿como se sale juiciosamente? "

    "Luján baja la vista sobrecogida: ¿qué hace el hambre junto a la injusticia? El
    dolor de esas gargantas es tan cercano y tan extraño, ¿acaso sus tímpanos
    saciados omiten el hambre desconsolado de esas bocas? Hambre y sed de justicia,
    está bien, ¿pero también hambre de comida?"

    ¿Quien se hace esas preguntas, el narrador o Luján?

    "Ateos de la realidad."
    No entiendo la frase: ¿sin dioses de la realidad? ¿No creen en la realidad? Sí
    no creen en la realidad, son incrédulos.

    " – ¿Tu familia está en la manifestación?
    – ¿Estás loco? A mi tía no hay psiquiatra que le alcance y mi tío no
    volvió a trabajar. "
    Es probable que perdí el hilo del cuento, porque no entiendo la respuesta, la
    pregunta es si su familia está en la manifestación y la respuesta es otra
    diferente.

    " Entonces Pedro le toma la mano con decisión, ella no desprecia el
    contacto, y bajan pegados a la pared del edificio. Al muchacho le da ánimo
    sentirse protector y advertir que ella acepta su protectorado, "

    protector, protectorado= Dignidad, cargo o virtud / Ejercicio de esta dignidad,
    cargo o virtud.

    "pero también experimenta temor a los coros....."
    Coros= Conjunto de personas que en una ópera u otra función musical cantan
    simultáneamente una pieza concertada.

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  3. Lo primero que se me ocurre, es que lleva un título demasiado largo, casi con tono de ensayo o nota periodística, no me molesta.
    Y lo segundo, que pareciera que este mes en el taller nos pusimos de acuerdo para presentar cuentos medio dolorosos.
    Otro relato difícil de abordar, los argentinos lo vivimos día a día y ya nos significa una especie de estigma.

    De entrada Buenos Aires, hoy, el barrio del Once, las manifestaciones, Cromañón humeante y reciente, una sociedad que no da respuestas a hechos concretos, una juventud torpedeada, abandonada y sin rumbo. Todo está concentrado en este primer párrafo, con una escueta y acertada pincelada que le da forma de crónica diaria. Sobre todo para los argentinos que interpretamos inmediatamente estos códigos, ya estamos dentro, sabemos de qué se trata. Desde una posición distinta a la de la parejita del relato, que aún no ha incorporado esta serie de códigos, sin embargo está en ello, esta experiencia que viven les dejará algo, los modificará un poco. Los acercará quizás a este lugar que ocupamos como lectores.

    Hay una pareja de chicos, Lujan y Pedro, estudiantes de Medicina, que están por salir de la Facultad y afuera, muy bien definido ese afuera al que casi no se atreven, las manifestaciones les impiden el paso.
    Lujan debe llegar a otra Facultad donde también cursa. Pedro se le pega y trata de ayudarla, desde su caballerosidad masculina, desde su necesidad de juntarse con iguales, de identificarse, de sentir que uno no está tan solo.
    Se los nota títeres de una realidad que no alcanzan a comprender, que tan sólo sufren mientras la rondan, mientras tratan de esquivarla pero no pueden, caen dentro de la manifestación que los zarandea como muñecos y los vapulea. La realidad duele, se sufre mientras se vive.
    En el medio sus proyectos y sus planes, su futuro incierto golpeado por la circunstancia de la calle, por reclamos contra el hambre y la injusticia. Y ellos que quisieran estar afuera pero la misma vida se lo impide. Caen en la vorágine, quizá aún sin entenderla, pero de igual manera la sufren, la sienten, se convierten en testigos y actores.
    Están creciendo, a pesar de ellos, y de los golpes que reciben.
    Y una vez más me pregunto, ¿dónde, cuándo, cómo nos equivocamos? Porque son nuestros hijos. Y estoy seguro de que nunca quisimos que terminara en algo así.

    Marta, me duele este cuento por su claridad y su vecindad, por la crueldad latente, por la inocencia abofeteada y la falta de respuestas.
    Pero no estoy de acuerdo contigo, o quizá debería decir co n el narrador del relato, en las dos referencias que hace con respecto a la relación de estos adolescentes-semi adultos con el SIDA.

    los preservativos un artículo de tocador imprescindible
    Pertenecen a una generación que aprendió en la cuna la realidad del SIDA: que no se sale de la casa sin preservativo, como antes no se salía sin pañuelo
    La mayoría de los chicos de esta generación, de alrededor de los treinta, no han incorporado como una necesidad absoluta el uso constante y permanente del preservativo, un machismo irracional y falsos ideales los conducen a falacias imperdonables, tal como nos muestran parcialmente los medios a través de encuestas y reportajes, en los que la mayoría de estos jóvenes se ufanan de no utilizarlo. Así en frecuente escucharles: pero si es mi novio/novia, es un tipo/mina muy sano/a, nos queremos, ¿cómo va a estar enferma/o?, nunca tuvo nada, o los argumentos que fueron nuestro caballito de batalla en los sesenta cuando la realidad era otra y el amor debía ser libre y natural, ¿preservativo?, ni loco, el forro es antinatural, pierdo la excitación, no se siente lo mismo.
    De todas formas, no le afecta al relato.

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  4. Unos muchachitos estudiantes salen de la facultad —bueno, salen luego de haber conversado algo en la biblioteca, que cómo te llamás y qué vas a estudiar y esas cosas— y salen cuando hay manifestación y tumulto en la calle. Afloran allí los síntomas de una sociedad enferma que los intoxica, los lastima, los involucra. Y quedan contaminados, cómo no.
    Los latigazos de la realidad castigan a los más jóvenes en todas las culturas. Y marcan de alguna manera los próximos pasos.

    “En Buenos Aires se levanta, cerca de la estación de trenes “11 de septiembre”, un edificio incendiado...” Creo que habría que revisar ese “se levanta”. Un edificio incendiado, ¿se levanta? O bueno, uno se hace la idea de algo ruinoso, no erguido.
    “En la espalda llevan mochilas con los libros”
    “El jovencito, alargado y delgaducho, con el pelo rubio y plomizo de las nieblas porteñas, lo lleva atado en una cola.” De paso, “delgaducho” es despectivo. No veo el por qué. Alargado implica delgadez, más largo que ancho, quizá pueda obviarse el otro adjetivo. “Rubio y plomizo”, no encuentro la imagen del pelo “plomizo”.
    “Pertenecen a la generación nacida alrededor de 1980, etapa espinosa para este país.” Je, cuándo no, en este país...
    "Arrastran los perjuicios de malos gobiernos, algunos ‘de facto’, de la globalización, la mafiocracia y la falta de ética que las generaciones anteriores les legaron. Van ilesos de drogarse por casualidad. Generación...”
    “Para ellos ganar el fin del día es un riesgo y una cumbre; sobrevivir su meta y su apostolado...” No sé, me parece una exageración. Quizá sea porque no vivo en Buenos Aires, aquí es distinto. De todas maneras, por las inquietudes de los chicos, sus proyectos, no pareciera que sobrevivir sea la meta, precisamente.
    En cuanto al diálogo, creo que habría que revisarlo un poquito. Es raro que recién se encuentren y se pongan a cuchichear sobre el futuro. Más con la agitación de afuera. Ella habla de “divertirse fantaseando” y casi inmediatamente comienza un tira y afloje entre si añadir o no una carrera más a la ya iniciada. Le preocupa más no llegar tarde a clase que el motivo de la manifestación y después nos enteramos que el equilibrio de su familia se alteró por la misma causa que mueve a la protesta callejera.
    “– Adleraugen, te hace hablar la envidia?” Falta el signo de pregunta inicial. El guión del diálogo debe ser largo. No entiendo por qué la chica piensa que él pueda sentir envidia. No encuentro situación envidiable.
    “bulle y se escuchan estribillos. Ellos...”. Mucha “elle”, molesta. Se oyen, en lugar de “se escuchan”.
    “¿qué hace el hambre junto a la injusticia?” Bueno, creo que la injusticia siempre genera hambre, espiritual o física, de algún modo u otro. El hambre es injusticia, también.

    “La generación de los Simpson, quizá víctimas, difícilmente invictos, con seguridad livianos. Sobrevivientes.” Bueno, sucede que no estoy muy de acuerdo. Víctimas seguro, siempre las generaciones jóvenes son víctimas de lo pasado; invictos claro que no, en ninguna cultura; “con seguridad livianos”, no, no. O quizá no entiendo a qué te referís. ¿Nuestra generación de jóvenes, liviana?
    Son chicos que han dejado de creer, que repudian a las instituciones, que palpan la desigualdad. Cualquiera que haya caminado por las calles de Buenos Aires —y hablo de calles del centro— habrá visto a familias enteras hurgando en las bolsas de basura para encontrar restos de alimentos. ¡Ja! Si hasta hubo un político que tuvo una idea brillante: “que la gente clasificara la basura y utilizara un tipo de bolsa distinta para los restos de alimentos, así los pobres no ensucian mientras revuelven tarros”. Por suerte no prosperó. Algunos adultos sentimos vergüenza, impotencia y una ausencia de saciedad que se multiplica. Claro, los jóvenes que dejan de creer y tienen suerte —porque no es cuestión de elección sino de suerte— planifican su futuro más allá de las fronteras.
    Los protagonistas del texto son privilegiados. ¡Llegaron a la facultad! Tienen posibilidades de estudiar, incluso más de una carrera de manera simultánea.
    ¿Sobrevivientes? No sé. Sobrevivir es un asunto fuerte.


    Me gustó:
    “Pedro Adleraugen empuña ancho su coraje nuevo”

    Conclusión: El texto es bueno, merece una revisión. Insisto con los diálogos, deben ser más creíbles. Más cercanos a la jerga que usan los jóvenes.
    Una alegría que estés otra vez con nosotros, Marta.
    Un beso,

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  5. Un chico y una chica, compañeros de clase no se atreven a salir de la facultad, porque hay una manifestación justo delante de las puertas. Deciden subir a la biblioteca a pasar el rato y esperar que se despeje el patio. Allí se presentan, se conocen o reconocen, no recuerdan bien. Ella es una memoriona, como muchas mujeres universitarias, que está estudiando dos carreras, Medicina y una ingeniería. Permanecen un rato en la biblioteca, pero ella tiene que ir a la otra facultad, así que se animan a salir, a pesar de la bronca. La manifestación agobia, indispone, asusta a la muchacha, que está a punto de ser pisoteada por la masa (y eso que no hay carga policial, todo transcurre con relativo sosiego); al final, con la ayuda de él, no pasa nada.


    Bueno, por lo que se ve, hay aquí un amor incipiente enmarcado en un momento histórico de crispación política, aunque de muy baja intensidad, comparado con el que les tocó vivir a los padres de los muchachos. Me pregunto para qué lector está escrito este cuento, porque el lenguaje es lo único que me produce alguna duda.

    Si es para la gente mayor, como yo, la historia parece algo floja; luego del primer párrafo esperábamos algo muy consistente, pero nos encontramos "un amorcito asinomás", que diría Adoum, entre dos jóvenes. Un amorcito que apenas comienza cuando ya se funde en negro; aunque podría ocurrir que esto fuera un fragmento de algo más largo. Para nosotros, ya digo el lenguaje podría tener alguna resonancia épica, belleza per se, aunque la trama sea casi una excusa.

    Si la autora ha buscado un lector más joven, ese lector podría identificarse mejor que nosotros con la historia de amor que hay en la narración, sentir próximo el ambiente de la facultad, la biblioteca y el campus; pero creo que le costará trabajo identificarse con un lenguaje que está bastante lejos del suyo, especialmente el que utilizan los propios personajes, cuando hablan entre sí. Al menos en España, dos universitarios nunca dirían «Me da miedo, la agitación es grande», dirían más bien: «¡Joder, tío, tienen montada la de dios es cristo! Y es que los universitarios, por encima de todo son jóvenes, y mantienen en su lenguaje los tics y comodines que han adoptado en la secundaria, en esas clases mixtas (que ahora se cuestionan) donde las chicas han aprendido a escupir por un colmillo.

    Aunque el cuento está bien escrito, y la prosa tiene un ritmo que sugiere que su autora ama la poesía, yo pienso que no le vendría mal pasarle un poco la garlopa, limar algunas frases demasiado solemnes, como esta: «¿acaso sus tímpanos saciados omiten el hambre desconsolado de esas bocas?», o «¿Tanto te gusta estudiar como para prolongar la agonía de los cursos?» Sobre todo si pensamos que la primera corresponde a un pensamiento de la chica y la segunda a un parlamento del chico. Este lenguaje sugiere un engolamiento que nos aleja de los muchachos, resta a la narración proximidad y calor humano.

    Por lo demás me gusta, muy especialmente el primer párrafo, y me alegra tenerte entre nosotros, Marta. Una cosa: haz los guiones de diálogo con CONTROL+ALT+SIGNO MENOS.

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