jueves, 7 de febrero de 2008

Tres deseos inconclusos

Fernando Tuñón

Inicio: 28/01/2007

      Busqué un rato en mis bolsillos y encontré algunas monedas. Parado allí, frente a la fuente de la plaza, rememoré mis años juveniles, en los que aún me habitaba algo de candorosa ingenuidad, antes que el oleaje de la vida la ahogara bajo un manto de cinismo y desvergüenza. Pensé un largo rato cuáles iban a ser mis tres peticiones. Hubo un atisbo de arrepentimiento cuando asomó el primero, pero lo descarté de plano. Me sonaba descabellado y totalmente fuera de lugar, a mis años. Arrojé la primera moneda a la fuente, mientras solicitaba que el gran amor de mi vida acudiera a mí esa misma tarde. Me senté en un banco y esperé dos o tres largas horas. Una pareja se besuqueaba impunemente dos bancos más allá, mientras San martín seguía señalando el norte, impertérrito. Ofuscado, volví a la fuente, moneda en mano, dispuesto a formular mi segundo deseo. Mientras volaba aún por el aire, solicité una gran fortuna para mí, la bonanza económica que siempre me había esquivado. Volví a mi banco dispuesto a esperar, mientras la luz del día huía y yo, tan pobre como siempre.
      Los faroles de la plaza de divertían a mis expensas, creando una doble sombra en la vereda con mi contorno, cuando finalmente me incorporé nuevamente, ya casi desanimado del todo, para manifestar mi último pedido.
      Arrojé la última moneda. Aguijoneado por mis fallidas experiencias anteriores, deseé profundamente poseer cuanto estuviera en mi mano tener.
      Un placero se detuvo en su trajín tardío. Me observó un rato con expresión compleja. Finalmente me habló.
      -Sólo funciona con monedas de veinticinco centavos.- Dijo con desgano, mientras señalaba con indiferencia el dispositivo a mi derecha, con una ranura en medio. Caminé por un rato por las calles aledañas, hasta que encontré un oscuro bar donde ahogar mis penas.

Fin: 28/01/2007

3 comentarios:

  1. Mi bienvenida, Fernando.
    Ignoro si “Tuñón” es guiño de Carlos o tuyo. ¿O casualidad? Naaa... Digo esto porque es imposible leer “Tuñón” sin evitar la presencia de “Raúl González Tuñón”. Y más cuando al leer uno se encuentra con que hay que echar unos centavos en la ranura. Veinticinco es en tu texto. Veinte, dijo el tal Raúl hace tiempo:
    “si quiere ver la vida color de rosa
    eche veinte centavos en la ranura”.
    ¿Argentino, Fernando? Sí, sí. Todo indica que sí.
    Pero vayamos al texto. Antes que nada te advierto que acá se aprende. Todos aprendemos. Cuando escribimos, leemos o comentamos. Y nos equivocamos feo. Y metemos la pata de lo lindo. Pero aprendemos.
    Pido disculpas si mi comentario no te resulta simpático; sucede que no tratamos de ser simpáticos sino respetuosos y solidarios. Bueno, eso creo yo.

    “Tres deseos inconclusos” me deja estas impresiones:
    No es original. Hay demasiados cuentos donde se piden deseos. Y tres, para colmo. Ni te cuento la cantidad de cuentos donde se piden tres deseos. Quizá si se hubieran cumplido y el tipo de hubiese percatado de lo tedioso que puede llegar a ser que a uno se le cumplan los deseos con sólo echar una moneda en la fuente... Pero no. El argumento de tu historia no es original. Tampoco está contado de manera original.
    Lo de los veinticinco centavos en la ranura. Me pregunto si tu intención fue referirte al poema de Raúl González Tuñón. O qué.
    “...en los que aún me habitaba algo de candorosa ingenuidad, antes que el oleaje de la vida la ahogara bajo un manto de cinismo y desvergüenza.” Frases rebuscadas; eso del oleaje de la vida... ay, ay. Candorosa ingenuidad, está taaan dicho y repetido. No quise buscar en Google pero me imagino que debe de aparecer en páginas y páginas. Bueno, no quiero ser quisquillosa pero en todo el texto aparecen frases dichas y redichas:
    “lo descarté de plano”
    “totalmente fuera de lugar”
    “que el gran amor de mi vida acudiera a mí”, por citar algunas.

    Adjetivos que se repiten:
    “largo rato” , “largas horas”
    “último pedido” . “última moneda”

    Demasiados adverbios terminados en “mente”, algunos muy cerca:
    ...“cuando finalmente me incorporé nuevamente, ya casi desanimado del todo, para manifestar mi último pedido.
    Arrojé la última moneda. Aguijoneado por mis fallidas experiencias anteriores, deseé profundamente poseer cuanto estuviera en mi mano tener.
    Un placero se detuvo en su trajín tardío. Me observó un rato con expresión compleja. Finalmente me habló.
    -Sólo funciona con monedas de veinticinco centavos.- Dijo con desgano, mientras señalaba con indiferencia el dispositivo a mi derecha, con una ranura en medio. Caminé por un rato por las calles aledañas, hasta que encontré un oscuro bar donde ahogar mis penas."

    Me pregunto si esto de “ahogar mis penas” (ay, también trillado, lo escuché demasiadas veces) tiene que ver con el ahogamiento inicial del ol eaje de la vida.
    Por último, te recuerdo que metemos la pata de lo lindo. Tampoco tenés por qué hacerme caso. De esto que te dije, tomá solamente lo que te sirva.

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  2. No me gusta que sea corto . Parece que fue forzado par entrar en una estructura de cuento breve. El título anticipa el desenlace sin tapujos. Hay que leerlo en voz alta para evitar cacofonías.

    Tres deseos inconclusos
    Fernando Tuñón

    Inicio: 28/01/2007

    Busqué un rato en mis bolsillos y encontré algunas monedas. Parado allí, frente a la fuente de la plaza, rememoré mis años juveniles, en los que aún me habitaba algo de candorosa ingenuidad, antes que el oleaje de la vida la ahogara bajo un manto de cinismo y desvergüenza. Pensé un largo rato cuáles iban a ser mis tres peticiones. Hubo un atisbo de arrepentimiento cuando asomó el primero, pero lo descarté de plano. Me sonaba descabellado y totalmente fuera de lugar, a mis años. Arrojé la primera moneda a la fuente, mientras solicitaba que el gran amor de mi vida acudiera a mí esa misma tarde. Me senté en un banco y esperé dos o tres largas horas. Una pareja se besuqueaba impunemente dos bancos más allá, mientras San Martín seguía señalando el norte, impertérrito. Ofuscado, volví a la fuente, moneda en mano, dispuesto a formular mi segundo deseo. Mientras volaba aún por el aire, solicité una gran fortuna para mí, la bonanza económica que siempre me había esquivado. Volví a mi banco dispuesto a esperar, mientras la luz del día huía y yo, tan pobre como siempre.
    Los faroles de la plaza de divertían a mis expensas, creando una doble sombra en la vereda con mi contorno, cuando finalmente me incorporé nuevamente, ya casi desanimado del todo, para manifestar mi último pedido.
    Arrojé la última moneda. Aguijoneado por mis fallidas experiencias anteriores, deseé profundamente poseer cuanto estuviera en mi mano tener.(e,e,e,e)
    Un placero se detuvo en su trajín tardío. Me observó un rato con expresión compleja. Finalmente me habló.
    (no sé cómo se pone el verdadero guión en mi nuevo teclado, que te enseñe Carlos) Sólo funciona con monedas de veinticinco centavos.- Dijo con desgano, mientras señalaba con indiferencia el dispositivo a mi derecha, con una ranura en medio. Caminé por un rato por las calles aledañas, hasta que encontré un oscuro bar donde ahogar mis penas.

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  3. Bueno, este es el primer cuento que nos traes, Fernando. Una historia corta, un tipo que pide tres deseos, arrojando tres monedas a una fuente (Three Coins in the Fountain). La narración tiene una estructura de chiste, con nota graciosa al final, aunque el protagonista, claro, no se ríe.

    Tere ha hecho un buen comentario, te advierte que no bajes la guardia sobre algunos enemigos que acechan a la prosa, como las frases hechas, las parejas de conveniencia entre adjetivos. Tere descubre lo que supongo que es un guiño hacia González Tuñón, un poeta de quien yo no sabía nada, pero que ahora leo que fue amigo de otro poeta que acabo de leer. Tere sabe mucho de escritores argentinos. Ella se pregunta si lo de Tuñón era un guiño mío. No, claro que no, Tuñón supongo que es tu apellido.

    Bien, te diré que me gusta que estés aquí, porque redactas con cierta soltura y eso significa que vamos a ver cosas buenas escritas por ti. Mi opinión es que el cuento no está mal, se deja leer, es ameno, carece de faltas de ortografía y está bien expuesto. Tiene expresiones algo trilladas, eso es cierto, pero yo sé que esas expresiones nacen solas del teclado en el fragor de la escritura; nos pasa a todos. Quizás te ha faltado una revisión final en voz alta, para detectar aquello que podría mejorarse.

    Hay, por otra parte, un aspecto que me parece flojo en la lógica del relato. El primer deseo me agrada: que venga mi primer amor. Y no viene; se sienta en el banco a esperar y no viene; el desaliento es comprensible. El segundo es que venga el dinero. Pero realmente no tiene mucho sentido que el tipo se siente un rato en el banco a esperar el dinero y decida cuando va a anochecer que ya no va a venir. Todos sabemos que el dinero tarda un poco en acudir, hay que darle un tiempito para que se produzca el sorteo de lotería o la carta del albacea del tío de América (por cierto, los tíos ricos de ustedes que mueren lejos ¿de dónde son?, ¿de Europa?) Este muchacho, sin embargo, se desespera con demasiada precipitación. El tercer deseo es expeditivo: lo quiero todo y ahora. Es entonces cuando se produce el chiste. Los deseos sólo se cumplen con monedas de veinticinco centavos.

    Aquí ocurre una cosa. Si esto fuera un chiste (y lo parece), no hay más que hablar: el tipo se ha estado equivocando, arrojó al estanque monedas que no son de curso legal para el mundo de los deseos, ha perdido una tarde, hay una máquina para echar las monedas, ha hecho el ridículo delante del placero (¿qué será un placero?) El que escucha se echa a reír y a otra cosa, mariposa; no procede hacer ninguna observación, porque la lógica de los chistes no resiste un examen detallado, ni lo necesita: está destinado a un público que sólo quiere reír. Pero no es un chiste, sino un cuento. Y el lector del cuento tiene otras expectativas, distintas del que escucha chistes. Para el lector de un cuento suele tener importancia el antes, el ahora y el después de la acción que está leyendo. Muchos cuentos son buenos precisamente por las preguntas que sugieren al lector, por la prolongación que del cuento hace en su cabeza. Yo, como lector, me digo: ah, bueno, entonces es fácil, saca una moneda de veinticinco centavos, la echa por la ranura y se le conceden los deseos. Y no entiendo por qué se va tan desanimado el protagonista, cuando esas monedas las tiene o las cambia cualquiera.

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