sábado, 1 de marzo de 2008

El vientre del engendro

Marta Iris Díaz Gioffrè

      Yacía recostado contra la pared, la testa inclinada sobre el pecho, una pierna apretada contra el vientre, se escurría de su frente un sudor maloliente y enfermizo. Hacía tiempo que sus articulaciones denunciaban la artritis, obra tangible de la humedad; y la dieta cárnea le producía una gota insufrible.
      Aún el ruido más leve sonaba con el acompañamiento de múltiples ecos y hasta el gorgoteo de sus vísceras se amplificaba por la enormidad hueca del recinto.
      Meditaba cuál era su culpa, cómo ofendió a este mundo para merecer semejante castigo. Su madre lo había abandonado apenas logró mantenerse en pie y recorrer esos pasillos infinitos. A su pesar la recordaba con cariño, sus cabellos dorados eran el único sol que llevaba prendido en las retinas. En cuanto al padre, sufría en su cuerpo la marca de su filiación.
      Una corriente de aire helado le avisó que afuera reinaba la noche, se levantó arrastrando su corpachón y pensó que jamás la muerte auxiliaría la inflamación que empeoraba con cada novilunio. Supo que se acercaba la carga periódica de asumir su rol: la atmósfera cavernosa traía rebotando contra las paredes los pasos de un inocente. Se preguntó qué mentira asumiría esta vez la mansedumbre idólatra y tembló de repugnancia. Los cólicos redoblaron su empuje, el estreñimiento con que los hombres lo abrumaban, como uno más de sus tormentos, lo retorcían de dolor, y se detuvo unos instantes. Lo invadió la bronca, se despreció por ser incapaz de romper el círculo a que lo sometía esa representación infame, ¡y tan caro pagaba su impotencia! La gota lo abatía, la constipación lo humillaba; qué no daría por una fuente de frutas maduras, cuánto deseaba un buen plato de verduras, pero, sin conocer su culpa, conocía su condena, peor, porque era eterna.
      Lo vio acercarse despacio pero resuelto. Sus ojos, acostumbrados a la penumbra, descubrieron los contornos de su víctima: llevaba la cabeza inclinada hacia atrás y le supuso un gesto de orgullo, impensable considerando su destino. Lo esperó con tristeza y le habló con parsimonia.
      —¿Tienes un nombre?
      El jovencito lo miró asombrado: la bestia hablaba, y contestó con agresividad provocadora.
      —Por supuesto, soy hijo de Egeo, rey de Atenas, mi nombre es Teseo

5 comentarios:

  1. Nunca se mantuvieron en mi memoria las escenas mitológicas, salvo unas pocas de ellas, tal el caso del episodio de Teseo con el Minotauro y la ayuda de Ariadna con el ovillo de hilo, que leí de adolescente y nunca he olvidado.
    Se me hace imposible comentar este cuento sin ubicar esta referencia, sobre todo porque no tengo nada para decir sobre cómo está escrito, es claro y se comprende, al menos superficialmente, ya lo aclaro.
    Al hurgar en la historia, no puedo encontrar este episodio en toda la vida de Teseo. Pareciera que aquí se nos está muriendo, o al menos anda por el apogeo de su existencia, lo que entra en contradicción con aquello que nos cuenta la mitología, que Teseo se traslada a Esciros, donde muere, arrojado a un precipicio por esbirros del rey Licomedes, o tal vez en forma accidental, vaya uno a saber, de vaguedades así está llena la mitología.
    De todas formas, es una situación bastante diferente a esta narrada. Lo que no sería de importancia si acaso la autora hubiera querido reformar lo que se nos cuenta, por algún motivo personal, que a mí se me escapa.
    Mucho menos sé quién es el personaje que hacia el final se acerca a Teseo, ni a qué viene, o por qué Teseo le responde agresivamente, si lo conoce o no, o para cumplir qué rol había llegado su momento. Sobre todo porque, si mal no recuerdo, su rol había sido crecer y tener fuerza para rescatar las armas que su padre había dejado escondida debajo de unas piedras.
    Tampoco entiendo el por qué del título, pero vuelvo a aclarar, no soy para nada experto en cuestiones de mitología, de las que apenas registro algunos episodios.

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  2. En cuanto a la recreación del mito del minotauro me parece un buen intertexto siempre y cuando el lector conozca la historia. SI se quiere ampliar el público lector hay que tirarle algunas líneas, no sé se me ocurre un epígrafe. Desde mi punto de vista hubiera deseado que el Minotauro no hablara tan fino. Es buena la aparición repentina de Teseo aunque presupone que el lector sabe a qué biene.

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  3. Si hay una leyenda mitológica por la que siento debilidad es por esta del Minotauro. Borges en La casa de Asterión nos ofrece un minotauro que inventa juegos para no sentirse solo. Terrible soledad la de su monstruo; triste minotauro que ansía esperanzado el día en que llegará su liberador y le libre de esas mil galerías.
    El minotauro de Marta carga con la contradicción de ser lo que le repugna. La aceptación de su castigo, aunque desconozca su culpa, le atará entre esas cuatro paredes y no se negará a ejercer su papel.
    "Se preguntó qué mentira asumiría esta vez la mansedumbre idólatra..." ¿Qué significa realmente esta frase? Habla de una nueva mentira, pero las tradiciones no necesitan de nuevas mentiras, solo de la primera que se crea en su día. Cada novilunio ocurre; la gente no necesita más.
    ¿O es que quizá el minotauro está pensando en dejarse vencer y habla de la mentira que se creará alrededor del héroe una vez muerto?
    Quizás –incapaz él de romper con su destino– sea la muerte la única oportunidad de escapar.
    No sé, no lo tengo claro, porque si es así y el minotauro ha decidido jugar esa baza las reflexiones que vienen después entran un poco en contradicción. Otra cosa es que le invada la bronca y el desprecio por su impotencia y decida en ese instante su muerte, eso podría ser, pero entonces la frase de la mentira de la mansedumbre habría que cambiarla aquí detrás, como fruto de su decisión.

    "Lo esperó con tristeza y le habló con parsimonia.
    —¿Tienes un nombre?"

    Marta nos lo ha humanizado antes con gota, artritis, estreñimiento..., tal vez con intención algo burlona, pero toda la humanidad del Minotauro se concentra en estas dos frases sencillas con un peso enorme dentro del texto; un gesto y una pregunta, la tristeza y el cansancio.
    Sea porque Teseo vence a un debilitado y enfermo monstruo, sea porque fue su decisión dejarse morir, la muerte, como aquella otra de Borges, viene a rescatarle.

    Otras cosas:
    – "...qué no daría por una fuente de frutas maduras, cuánto deseaba un buen plato de verduras, pero, sin conocer su culpa, conocía su condena, peor, porque era eterna". Me suena raro mezclar verduras con culpas, yo reharía la frase.
    – "Asumir el rol". La palabra rol me parece fuera de contexto.
    – "Gorgoteo de sus vísceras". Gorgoteo me parece más propio de la diarrea que del estreñimiento.
    – La respuesta de Teseo es demasiado larga, ¿toda esa explicación es para el minotauro o para el lector? Era costumbre griega una presentación así, pero es llevarlo al extremo, se hace excesiva.

    Un abrazo, Marta.

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  4. Marta Iris: lo que me desconcierta es que no sé a dónde vamos. Esto que escribes es sólo un comienzo, y presiento que la intención es ésa: iniciar el mito, darle un punto de partida.

    Pero, me temo que no basta para hacer un cuento. Falta acción.

    El lenguaje sí me gusta pero hay un par de giros que me rompen la armonía.

    El título no cuadra: es intrigante y original, pero no es lo que pasa, o al menos no es lo único que pasa.

    Yacía recostado contra la pared, la testa inclinada sobre el pecho, una pierna apretada contra el vientre, se escurría de su frente un sudor maloliente y enfermizo. Hacía tiempo que sus articulaciones denunciaban la artritis, obra tangible de la humedad; y la dieta cárnea le producía una gota insufrible.
    Aún el ruido más leve sonaba con el acompañamiento de múltiples ecos y hasta el



    sol que llevaba prendido en las retinas. En cuanto al padre, sufría en su cuerpo la marca



    arrastrando su corpachón y pensó que jamás la muerte auxiliaría la inflamación que



    rol: la atmósfera cavernosa traía rebotando contra las paredes los pasos de un inocente.



    repugnancia. Los cólicos redoblaron su empuje, el estreñimiento con que los hombres lo



    instantes. Lo invadió la bronca, se despreció por ser incapaz de romper el círculo a que lo sometía esa representación infame, ¡y tan caro pagaba su impotencia! La gota lo


    —Por supuesto, soy hijo de Egeo, rey de Atenas, pondría punto y seguido mi nombre es Teseo

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  5. Teseo entra al laberinto, para matar al minotauro. Pero no es el mito clásico el que se nos cuenta, no es Ovidio, sino Borges quien inspira este cuento. La autora sólo tiene ojos para Asterión. El minotauro es el protagonista, el minotauro es un monstruo aniñado que espera su redención, que espera que lo saquen de su cautividad, de su aburrimiento («Lo invadió la bronca, se despreció por ser incapaz de romper el círculo a que lo sometía esa representación infame». El monstruo se siente achacoso, con gota, recuerda a su madre, produce al lector lástima. Teseo, por el contrario, es un príncipe altivo que viene a matarle. Es casi el mito de la Bella y la Bestia, pero cambiando los papeles, como hizo Borges. «Si mi oído alcanza todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas», dice el Asterión del argentino. Podemos suponer que el pobre hombre-toro no va a oponer resistencia tampoco en el cuento de Marta. « —¿Lo creerás, Ariadna? —dijo Teseo—. El minotauro apenas se defendió.»




    Fíjate, Marta, que me gusta más tu cuento que el de Borges (y ahora los argentinos se echarán las manos a la cabeza), pero es que lo encuentro bastante más humano. Puedo ver al monstruo, puedo sentir la proximidad de un ser vivo, cosa que nunca he podido ver en lo poco que he leído de Borges, un tipo al que no encuentro ni calor humano ni siquiera humanidad a secas.


    De todos modos el lenguaje de tu cuento está contaminado de esa rigidez que gasta tu maestro. A mí me gustaría que se dulcificase un poco. Hay espacio y tiempo para hacerlo. Las vicisitudes de su vientre (el vientre del minotauro, no de Borges) le dan una dimensión humana, próxima; ese es el camino. Habría que continuar por ahí, hasta hacernos sentir a Teseo como una amenaza.


    Cosas que sugeriría:


    «se escurría de su frente un sudor maloliente y enfermizo [hum, el sudor de la frente maloliente. No me gusta]


    Aún [me parece que el sentido que tiene aquí la palabra "aún" es el de "incluso", en cuyo caso, la u no debe llevar tilde] el ruido más leve sonaba con el acompañamiento de múltiples ecos.

    A su pesar la recordaba con cariño, sus cabellos dorados eran el único sol que llevaba prendido en las retinas [no me gusta la alusión a las retinas. No es que sea un lugar común, es que es el más común de los lugares].


    Supo que se acercaba la carga periódica de asumir su rol [me pregunto si no queda extemporáneo usar en este contexto la palabra "rol"; una palabra de origen francés para hablar a hispanohablantes de la antigua Creta]:




    «El jovencito lo miró asombrado: la bestia hablaba, y contestó con agresividad provocadora.


    —Por supuesto, soy hijo de Egeo, rey de Atenas, mi nombre es Teseo.». Sí, menudo cabrón es este Teseo.

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