jueves, 1 de mayo de 2008

La increíble mujer tóxica

Isabel P.


      Ernestina Robledo estaba maldita, aunque a primera vista era realmente difícil notarlo. Parecía poca cosa: pequeñita, dulce, amable... No gritaba ni hacía mucho ruido, no molestaba nada.. ni a nadie. “Incapaz de matar una mosca”, decían de ella. Pero la auténtica verdad era otra. Ernestina era tóxica. Sí, tóxica, de una forma casi radioactiva, que protegía en un núcleo apacible como el ojo de un huracán el lugar donde ella vivía tranquila, serena, inconsciente.
      A su alrededor... esa era otra historia. Las cosas se estropeaban, las luces se fundían, los coches que siempre habían funcionado como la seda renunciaban a arrancar. Estallaban los vasos en los fregaderos, los ordenadores se bloqueaban y las alarmas saltaban enloquecidas. Los perros se lanzaban contra los coches en marcha, y los pájaros, desorientados, se quebraban el pico contra los cristales de las ventanas, incapaces de percibir su solidez.
      Ernestina era bastante feliz, a su manera. Sí, veía que todo se desmoronaba a su paso, pero eso siempre había sido lo normal... Pensaba, simplemente, que era curioso lo poco que duraban las cosas, lo mal que se fabricaban esos aparatos modernos, lo tontos que eran los bichos, a veces.
      La toxicidad de Ernestina iba en aumento, con los años, y pronto empezó a afectar también a las personas que la rodeaban. A todos sus amigos, conocidos y vecinos comenzaron a pasarles cosas bastante absurdas: perder un zapato en la el andén del metro (gracioso, en cierto modo), encontrarse con una infestación de cucarachas en el armario del pan (asqueroso, pero con solución), confundir el lugar de encuentro en una cita importante (cosas que pasan, no era la persona adecuada, seguro)...
      Eso fue sólo al principio. La maldición era resistente y se crecía con cada nuevo acontecimiento, autoalimentándose de los restos de todas esas desgracias y cogiendo cada vez más y más fuerza. Llegaron los divorcios, los abortos, las enfermedades extrañas, los incendios, los robos, los derrumbamientos, y al final, las primeras muertes. Y ella seguía adelante, ignorante y hasta feliz en su firme e imparable avance destructivo.
      Ernestina era tóxica, y nadie lo sabía. Era portadora de un contagioso virus causante de un ingente aluvión de desastres e infortunios. Impermeable a todo lo malo, resbalaba por la vida como un trozo de jabón húmedo, dejando a todos los demás chorreantes de situaciones viscosas y a veces, desesperadas. Despacito, pero seguro, fue envejeciendo a lo largo del camino. Más sóla y menos consciente a cada paso, como una tortuga casi inmortal y recubierta de una concha cada vez más gruesa, resistía, sonriendo al vacío con aire dulce y paciente.
      Hasta que el universo, en un acto totalmente comprensible de defensa propia, decidió encogerse súbitamente sobre sí mismo e implosionó, borrándola también a ella y a toda su estúpida realidad.

7 comentarios:

  1. Muy bien, Isabel. Muy imaginativo. Esta chica Ernestina me desata dos interrogantes: ¿ella sabía los desastres que causaba?

    Al final, ese Universo hato… ¿implosiona todo, o sólo en el espacio que ocupaba Ernestina.?

    Degusta el nombre de la protagonista, se adecúa a esa persona pequeñita y paciente.

    Por otra parte, me falta VERLA MÁS: sus gestos, que diga algo, o su ropa.

    Y le quitaría la palabra "increíble" al título.



    Unos detalles abajo. En azul, las frases que me gustan.


    No gritaba ni hacía mucho ruido, no molestaba nada.. TRES puntos

    A su alrededor... esa era otra historia. Las cosas se estropeaban, las luces se fundían, los coches que siempre habían funcionado como la seda renunciaban a arrancar.

    Cacofonías

    Ernestina era tóxica, y nadie lo sabía. Era portadora de un contagioso virus causante de un ingente aluvión de desastres e infortunios.

    Más sóla sin acento. Sol@ se acentúa si puede ser sustituido por solamente. Si no, no.

    y menos consciente a cada paso, como una tortuga casi inmortal y recubierta de una concha cada vez más gruesa, resistía, sonriendo al vacío con aire dulce y paciente.
    Hasta que el universo, en un acto totalmente comprensible de defensa propia, decidió encogerse súbitamente sobre sí mismo e implosionó, borrándola también a ella y a toda su estúpida realidad.

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  2. He leído de un plumazo tres o cuatro cuentos: lo —los más cortos, lo confieso— y me ha encantado el mosaico de obras; las ventanas que nos asoman a distintos mundos, reales o imaginarios en que viven o sueñan nuestros compañeros. Qué parte es real o es ficción sólo lo saben ellos.

    Un relato redondo. La idea es buena. Me gusta cómo la has cerrado y la idea de que las desgracias ajenas son algo normal, desde su punto de vista, claro.

    No veo cómo aumenta su toxicidad. Hay múltiples ejemplos sobre cómo afecta a su alrededor pero cuando quieres acrecentarla los ejemplos son de menor intensidad la diferencia que indicas es que afecta a vecinos y amigos, entonces me pregunto: antes ¿a quién afectaba? Una posible solución podría ser mostrarla de pequeña con problemas de menor índole y según crece de mayor intensidad. Es sólo una sugerencia.

    Otra cosilla, creo que sobran los comentarios entre paréntesis.

    Montse Villares

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  3. Reconozco que me cuesta mucho leer un cuento así.
    Sobre todo con una personaje que, a pesar de la cotidianeidad con que se la rodea, esa supuesta toxicidad que padece la convierte en un símbolo, el plano narrativo es otro, siento como que tiene más que ver con la poesía que con la estructura de un cuento.
    De las 35 líneas del texto, las últimas tres provocan un cambio muy brusco, inesperado, no tiene que ver con lo anterior, está fuera de contexto.
    Si lo importante era la relación de ella con el universo, esto se tendría que haber planteado antes de los últimos renglones.
    No encuentro la razón de la triple intromisión del narrador en el párrafo

    La toxicidad de Ernestina iba en aumento, con los años, y pronto empezó a afectar también a las personas que la rodeaban. A todos sus amigos, conocidos y vecinos comenzaron a pasarles cosas bastante absurdas: perder un zapato en la el andén del metro (gracioso, en cierto modo), encontrarse con una infestación de cucarachas en el armario del pan (asqueroso, pero con solución), confundir el lugar de encuentro en una cita importante (cosas que pasan, no era la persona adecuada, seguro)...


    Y me parece que sin el final, lo narrado hasta ahí no conduce a nada, nada más se trata de un texto descriptivo de un personaje, que va cobrando algún sentido debido al enunciamiento de sus males, sin conflicto ni enfrentamiento.
    Lo siento, Isabel, no soy el más indicado para comentártelo.

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  4. La historia describe un personaje extraño, caricaturesco. Tal como está escrita, se parece a esos cuentos del tipo “había una vez...” Si hasta dan ganas de dibujar a Ernestina, pequeña, insignificante, ajena a la desgracia que genera.

    Ernestina Robledo es la increíble mujer tóxica. Una señora como todas, que no llamaría la atención por su aspecto físico ni sus actitudes externas ni internas y sin embargo, parece ser la causante de todos los males del universo. Algo de eso viene en el próximo ejercicio, ¿no? Ay, la maldad y sus consecuencias. Y sus causas. Aunque hay quienes están en contra de encontrarle causas a la maldad. Sería como decir, de alguna manera, que en realidad nadie es culpable de ser culpable, con lo cual se soslayaría la responsabilidad individual y se fomentaría la impunidad.

    Dicen algunos de los que saben sobre psicología y esas cuestiones (por suerte contamos con una psiquiatra en la sala), que hay un daño, casi nunca reconocido, en el origen del carácter y la conducta maligna: toda persona mala originalmente fue una víctima inocente. Pero Ernestina no era mala, me parece. “Estaba maldita”, que no es lo mismo. Lo que me intriga es qué conjuro malicioso, qué pócima, qué sentencia proclamó esa maldición. Hasta el mismo diablo se hizo diablo casi por mandato divino. Me refiero a aquel ángel que quiso parecerse a Dios. O algo así; pasó hace tanto tiempo que no recuerdo bien cómo fueron las cosas.

    Lo que quiero decir es que este es el punto que me resulta más flaco en la narración de Isabel.

    Me gusta cómo escribís, Isabel. Tu relato es simple, bien construido, no te interesa demostrarnos hasta qué punto eres capaz de exprimirnos el cerebro, lo que te divierte es contarnos la historia. Y está bueno imaginar que la causante de tanta desgracia sea doña Ernestina. Una mujer inocente y tonta, víctima de una enfermedad que ignora sufrir: “Pensaba, simplemente, que era curioso lo poco que duraban las cosas, lo mal que se fabricaban esos aparatos modernos, lo tontos que eran los bichos, a veces.”

    Así que esta pobre señora es víctima, claro que sí. ¿Entonces me enojo con el universo, que con la excusa de autodefensa, destruye todo? Podría habérselas rebuscado para enviar a un salvador que libere al mundo de la enfermedad maldita, ¿no? Al final, si le endilgamos la culpa a un personaje, sea mujer, hombre, diablo o Ernestina, somos todos inocentes. Y sabemos que no es tan simple la cosa.

    O sea, una es consciente de que la historia es ficción pero el lector es terco, desconfiado, quiere creer; lo mismo que al asistir al mejor acto de ilusionismo.

    Con respecto a la forma: hay algunos adverbios terminados en mente que me molestan, sobre todo los que están muy juntos: “Hasta que el universo, en un acto totalmente comprensible de defensa propia, decidió encogerse súbitamente sobre sí mismo...”

    Me gusta:

    “resbalaba por la vida como un trozo de jabón húmedo”

    “...y menos consciente a cada paso, como una tortuga casi inmortal y recubierta de una concha cada vez más gruesa, resistía, sonriendo al vacío con aire dulce y paciente”

    Gracias, Isabel, por estar con nosotros.

    Un beso,



    Tere

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  5. No me parece tóxica sino ultraenergética o qué se yo. La toxicidad produce otros efectos. No me cuaja el final. Sólo el lector conoce las impropiedades de la mujer. No hay una buena resolución

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  6. Hola Isa, la idea me gusta un montón, pero me parece que no está trabajada. Falta, para mi gusto, pulirla bastante. En principio la alargaría, contaría algunos casos con más detalle.
    En el primer párrafo, ese que dice Carlos que todos fallamos( perdón Carlos es que me hizo gracia), hay una frase que no me gusta, yo diría que está mal construida. Es la siguiente: Sí, tóxica, de una forma casi radioactiva, que protegía en un núcleo apacible como el ojo de un huracán el lugar donde ella vivía tranquila, serena, inconsciente. Pregunto: ¿Qué es lo que protege en un núcleo apacible el lugar donde ella vivía?
    Y por último, creo que hay un gran error en el último párrafo, NADIE se SUICIDA en un acto de defensa propia. Me parecería más lógico que el Universo (con mayúsculas) temiendo por su existencia acabe con Ernestina. Si no tuviera poder para ello, entonces aceptaría el suicidio pero no como defensa propia, si no como un acto de venganza, de orgullo.

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  7. La historia de una mujer gafe. A su alrededor todo deja de funcionar, pero Ernestina parece vivir indemne en el ojo del huracán. La cosa termina con un acto de defensa propia del Universo.

    Está bien escrito y es simpático. Si tuviera que señalar algunos puntos flacos del relato serían estos:

    Sería bueno ver el modo de limar un poco los párrafos segundo y tercero. Tienen demasiados pretéritos imperfectos, lo que da una densidad importante de sonidos en “aba”, y también en “ía”.

    La definición tóxica/radiactiva es simpática, pero en rigor poco tiene que ver con las virtudes destructivas (malgré elle) de Ernestina.

    Me alegro de que estés con nosotros, Isabel.

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