miércoles, 8 de octubre de 2008

El borracho

María Ester Fernández Apud


 


Tú que has visto las lunas literarias
que por las hojas de los libros ruedan,
ven a ver esta luna. Es una simple
luna de la naturaleza
.


(Conrado Nalé Roxlo)


¿Vio, Don Méndez, que los norteamericanos llegaron a la luna?


Qué van a llegar, Señorita, ¿usted los vio?


Sí, por televisión


Si le va a creer todo a la televisión y a los norteamericanos, así le va a ir.


Era una siesta caliente; la tía Mary y yo nos divertíamos hablando con los borrachos. No todos eran tan locuaces. Algunos rumiaban en voz baja sus penas. La mayoría era peones golondrinas de Corrientes que venían al norte de Santa Fe para la cosecha de la caña de azúcar.


Méndez se tomaba la enésima copa de tinto en el despacho de bebidas de mi abuela quien nos había dejado de cuidadoras. El borracho era publicista, para decirlo de alguna manera; con un megáfono hacía pregonaba por el pueblo por unos pocos pesos. Exageraba los beneficios de las mercancías. Mestizo de indio y español, de rostro bello y voz excelente. El abuelo le pagaba en efectivo y además le regalaba vino y sanguiches de mortadela. A las dos de la tarde venía puntualmente a almorzar.


Nosotras le tirábamos la lengua para divertirnos y nos parecía que había que ser muy bruto para invalidad la hazaña del alunizaje. Tanta ignorancia no entraba en nuestras cabecitas.


Si usted quiere conocer la realidad, mire la luna. No se ve nada. Está como siempre, qué van a llegar a allí esos gringos brutos. Son trucos, señorita, la televisión inventa trucos, por eso escucho a radio y miro el mundo. Siempre van a crear un aparato para jodernos.


Cómo nos reíamos las dos por lo bajo.


En un monólogo sin fin, Méndez continuaba. Mañana le van a inventar una guerra y usted se a va a tragar. Me extraña, una chica inteligente que estudia magisterio. Los gringos son unos hijos de mil putas.


Pero, Méndez, todos lo vieron, insistía la tía


Qué van a ver, son trucos, le hace tragar un buzón y los boludos creen.


Para nosotras la televisión mostraba la realidad, no podía inventar, era objetiva como la fotografía, un documento indiscutible. Estábamos seguras de haber visto la hazaña aunque en la pantalla brumosa, apenas se distinguían los astronautas y el satélite.


Mi pobre tía Mary, murió joven, Méndez, también de cirrosis. La publicidad se había tecnificado y él y su altoparlante eran ridículos, tenía pocos clientes. Había llegado la propaladora. El abuelo le seguía pagando de lástima porque en realidad su tienda y bar eran famosos y vendía sin publicidad.


La televisión se perfeccionó; después vino Internet, el fotoshop y tantos otros artificios. Vimos caer las torres gemelas derrumbadas por aviones piloteados por terroristas. La guerra contra Irak bajo el pretexto del almacenamiento de armas químicas. Cuántos buzones nos tragamos. ¿No sería, Méndez, un profeta? ¿No habremos menospreciado a un Julio Verne de Villa Ocampo?


Cuando puedo, entre tantos edificios, miro la luna para verlo de nuevo.


 


 


 

5 comentarios:

  1. Marister,
    la verdad es que ma dio curiosidad y ma asomé.***
    La primera estrofa (epígrafe?) engancha, así que seguí.

    El final es conmovedor, pero alargaría un poco la frase final, que me parece un tanto escueta
    y que me llega como de sopetón.


    Aquí va unas frases que creo hay que corregir.

    con un megáfono hacía pregonaba por el pueblo

    muy bruto para invalidad la hazaña

    Creo que aquí las comas cambian el sentido, a menos que la Tía también tuviera cirrosis:
    Mi pobre tía Mary, murió joven, (punto y coma?)Méndez, (la coma después de también?) también de cirrosis.


    Pilar

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  2. Sintético cuento, super concentrado, que daría para una mayor extensión y aprovechamiento del planteo.

    Me hizo acordar a la película El complot, sobre todo a esa carrera verborrágica del inicio mientras el taxista recorre la ciudad concentrado en sus obsesiones, en la teoría del complot.

    Dolorosamente actual. Una espina que se nos clava y nos da vuelta, demostrándonos que la verdad nunca es lo que parece. Acertado el epígrafe, para dar entrada al relato.

    No me gusta el título y el sentido que le otorga al personaje. Que finalmente resulte un borracho le quita fuerza a la idea, mejor sería que se tratara de un personaje común y corriente, totalmente común y alejado de suposiciones de borrachera o locura que terminan quitándole validez a sus dichos. Lograría un mayor contraste y veracidad.

    Y dentro de ese monólogo sin fin, como lo define el relator, jugaría con más elementos que expongan esta realidad inventada. Insistiría con el falso alunizaje, en estos días se está diciendo que fueron Kubrik u Oliver Stone a quienes le encargaron esa filmación en el desierto de Arizona, también insistiría sobre los atentados del 11 de septiembre, sobre los testimonios de operarios que se encontraban en el subsuelo del edificio e informan sobre una explosión subterránea, o sobre el avión ¿misil? que se estrelló en una zona del Pentágono totalmente despoblada, sobre el sistema de intrerceptar aviones que desarrollo una de las agencias secretas del gobierno y se supone utilizaron ese día, o sobre la verdad o farsa de Bin Laden. El más siniestro personaje de la serie Los expedientes X lo dijo descaradamente y con esa seguridad que ostentan quienes tienen el poder, el futuro no importa, el futuro lo creamos nosotros.

    Y nosotros en el medio.

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  3. Será la época, pero a Marister le picó el bichito y parece que le preocupa el tema de las apariencias y de la verdadera realidad. Bueno, mejor, porque da para mucho, para escribir libros y libros.

    Por aquí tenemos una abuela que queda viuda después de 60 años de compartir la vida con el abuelo Juan.

    Hay una situación que se me hace un tanto confusa en el relato, y tiene que ver con el momento desde dónde está narrado.

    Lo interpreto así: los abuelos viven en algún lado, cuando él muere, la abuela se traslada a Reconquista, se encuentra con la nieta y le cuenta la historia de lo que sucedió en el velorio. Se simplificaría mucho si se evitara contar que la abuela llegó a Reconquista, no le agrega nada, el cuento sería el mismo, con un inicio más despojado.

    Me gusta el manejo de esta primera persona, que mientras escucha la historia que relata la abuela sobre el episodio del velorio, la nieta relatora va mechando sus recuerdos para pintarnos al abuelo. Bien logrado y pintoresco.

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  4. Primero quiero decir, Mariester, que me alegra leerte de nuevo, tenés una mirada especial y escribís desde ese lugar que da la inteligencia puesta al servicio de lo humano.

    Este relato es breve y, como dijo Norberto, podría ampliarse y complicarse hasta lograr un cuento donde la narradora contara más sobre la vida de Méndez. En fin, poner al personaje a vivir experiencias. De todos modos, tal como está es un texto interesante y tiene ese tono costumbrista que soles darle a lo tuyo. Me gusta el inicio, el final también, no lo veo demasiado breve, creo que esa frase es muy linda. Lo que sucede, a mi modo de ver, es que uno se queda con la esperanza de que ocurran más situaciones, de que el texto sea más extenso, por eso nos parece abrupto el final.

    Lo del título, “El borracho”, creo que da para distintas interpretaciones, por un lado uno se encariña con ese personaje tan clarividente en su simpleza, y por eso nos suena peyorativo lo de borracho; por otro es cierto que lo era, y tal vez también por esa causa era tan lúcido, además la narradora nos da a entender que las risas juveniles provocadas por las ideas del personaje, estaban más equivocadas de lo que se podría esperar tratándose de un borracho, de ahí la fundamentación del título. Conocí a gente que opinaba como él, generalmente era gente de pueblo, a veces de zonas rurales, que, años atrás (ahora internet llega al campo), no estaban tan conectados al resto del mundo, su conexión era más importante se conectaban con la tierra, con la naturaleza, y claro, la luna era esa gran amiga blanca que les alumbraba el camino por las noches, ¡qué la iban a pisotear esos yanquis! Ellos veían más allá, eran capaces de ver lo que de verdad importaba, no sé si quedan muchos así. En un reportaje reciente Tomás Eloy Martínez hablaba de eso, de que hoy en día leemos los diarios, o vemos noticias por tele y creemos que son reales, simplemente porque aparecen en medios de comunicación, lo terrible es que llegamos a suponer que es la verdad y toda la verdad, nada menos.

    Bueno, un placer leer algo tuyo, amiga, beso.

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  5. Yo recuerdo a mi padre cuando a mediodía, entre plato y plato, nos ordenaba silencio a sus hijos para escuchar "el parte" diario en aquella radio con imágenes, en aquella caja diabólica que escapaba a su entendimiento. Quizá por eso, por no entenderla, le negaba la credibilidad. Repetía al final de cada noticia cuando la boca se vaciaba entre los viajes de la cuchara:

    —Eso es mentira.

    A veces pienso que, negando lo cabezota y bruto que podía llegar a ser mi padre, la frase no era tanto una sentencia de incredulidad por la noticia que había escuchado, como una renuencia a aceptar la existencia de ese invento que era la televisión.

    Méndez es otro de tantos que se niega a aceptar que sus axiomas de toda la vida, los que se fundamentan sobre la razón de lo cotidiano, sobre el sentido común, sobre la tradición, pueden no ser ciertos. Quizá es un mal propio de la edad. La narradora al igual que yo (y otros tantos), con los años, nos negamos a creer determinadas cosas. Desde luego que un personaje así tiene jugo para un montón de historias. Por eso el texto se me queda corto (es que es corto), y como me nace un sentimiento de simpatía por ese hombre quiero saber más de él. Qué vida dejó por el alcohol, qué otros pensamientos rumiaba en su pensamiento-isla.

    Es cuestión de gustos, claro, pero no me convence la construcción del cuento. Es el texto un recuerdo amplio, vago, sin detalles, de un personaje antiguo en una época lejana, con una especie de moraleja final y equivocada. "He visto un gato pardo, entonces… ¡Todos los gatos son pardos!"; y no me convence entonces ese intento de situar la acción en un momento justo: "Era una siesta caliente".

    Hay un par de cosas que te señalo sobre el texto, que creo que se podrían mejorar.



    Tú que has visto las lunas literarias
    que por las hojas de los libros ruedan,
    ven a ver esta luna. Es una simple
    luna de la naturaleza.



    (Conrado Nalé Roxlo)



    ¿Vio, Don Méndez, que los norteamericanos llegaron a la luna?



    Qué van a llegar, Señorita, ¿usted los vio?



    Sí, por televisión



    Si le va a creer todo a la televisión y a los norteamericanos, así le va a ir.



    Era una siesta caliente; la tía Mary y yo nos divertíamos hablando con los borrachos. No todos eran tan locuaces. Algunos rumiaban en voz baja sus penas. La mayoría eran (plural) peones golondrinas de Corrientes que venían al norte de Santa Fe para la cosecha de la caña de azúcar. (eso de peones golondrinas, ¿es un localismo? Si no lo es, construiría la frase de otra manera: La mayoría eran peones que, como golondrinas, migraban desde Corrientes al norte de Santa Fe…)



    Méndez se tomaba la enésima copa de tinto en el despacho de bebidas de mi abuela quien nos había dejado de cuidadoras. El borracho era publicista, para decirlo de alguna manera; con un megáfono hacía (¿no sobra?) pregonaba por el pueblo por unos pocos pesos. Exageraba los beneficios de las mercancías. Mestizo de indio y español, de rostro bello y voz excelente. El abuelo le pagaba en efectivo y además le regalaba vino y sanguiches de mortadela. A las dos de la tarde venía puntualmente a almorzar. (Este párrafo me parece que está construido al revés: Méndez, mestizo de indio y español, de rostro vello y voz excelente, pregonaba con un megáfono por el pueblo, los beneficios de las mercancías…)



    Nosotras le tirábamos la lengua para divertirnos y nos parecía que había que ser muy bruto para invalidad (r) la hazaña del alunizaje. Tanta ignorancia no entraba en nuestras cabecitas.



    Si usted quiere conocer la realidad, mire la luna. No se ve nada. Está como siempre, qué van a llegar a allí esos gringos brutos. Son trucos, señorita, la televisión inventa trucos, por eso escucho (l)a radio y miro el mundo. Siempre van a crear un aparato para jodernos.



    Cómo nos reíamos las dos por lo bajo.



    En un monólogo sin fin, Méndez continuaba. Mañana le van a inventar una guerra y usted se (l) a va a tragar. Me extraña, una chica inteligente que estudia magisterio. Los gringos son unos hijos de mil putas.



    Pero, Méndez, todos lo vieron, insistía la tía



    Qué van a ver, son trucos, le hace (les hacen o le hacen) tragar un buzón y los boludos creen.



    Para nosotras la televisión mostraba la realidad, no podía inventar, era objetiva como la fotografía, un documento indiscutible. Estábamos seguras de haber visto la hazaña aunque en la pantalla brumosa, apenas se distinguían los astronautas y el satélite.



    Mi pobre tía Mary, murió joven, Méndez, también de cirrosis. (Méndez y la tía Mary, ¿murieron los dos de cirrosis? O sólo murieron los dos, uno de ellos de cirrosis) La publicidad se había tecnificado y él y su altoparlante eran ridículos, tenía pocos clientes. Había llegado la propaladora. El abuelo le seguía pagando de lástima porque en realidad su tienda y bar eran famosos y vendía sin publicidad.



    La televisión se perfeccionó; después vino Internet, el fotoshop y tantos otros artificios. Vimos caer las torres gemelas derrumbadas por aviones piloteados por terroristas. La guerra contra Irak bajo el pretexto del almacenamiento de armas químicas. Cuántos buzones nos tragamos. ¿No sería, Méndez, un profeta? ¿No habremos menospreciado a un Julio Verne de Villa Ocampo?



    Cuando puedo, entre tantos edificios, miro la luna para verlo de nuevo.



    Un beso y hasta el próximo cuento.

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