domingo, 1 de febrero de 2009

Tiro al blanco

Carlos

      Vuelta a casa en Metro. Como otras tardes de domingo los trenes pasan más espaciados. Eric no ha querido sentarse, a pesar de que aún quedan algunos asientos vacíos. Prefiere permanecer de pie, junto a la última puerta de su vagón. Lentamente va amueblando la monotonía del túnel con los recuerdos de esa misma tarde; con la sesión de cine, con el café en Au Clochards, con la sonrisa de Odile al saber que ya no hay expedición al Himalaya y que por lo tanto probablemente Mallorca, y seguro que un sol magnífico. Soberbio, Eric, vamos a pasarlo superior.
      Cuando el tren entra en la estación de Mabillon se escapa del hipnotismo que le produce la pared del túnel. Mira a su alrededor y ve unas treinta personas, todas sentadas, calladas. Aisladas. El tren se detiene. Y no entra nadie. Comienza a amodorrarse de nuevo en sus pensamientos cuando en el último momento, se abre una puerta y salta desde el andén un negro con abrigo oscuro. El tipo dice algo impreciso coincidiendo con el ruido de las puertas al cerrarse. Un poco más —piensa Eric— y lo pierde. Pero ya está el africano a bordo y la gente ha vuelto a su semblante taciturno, a ese mirar a ningún sitio que caracteriza a los viajeros del metro.
      El túnel de nuevo, el ruido machacón del tren. Pero, de repente, todas las miradas fijas en el nuevo viajero, que ha sacado de debajo del abrigo una metralleta negra y encañona a la gente desde la esquina más lejana a Eric.
      —¡Vamos, cerdos, se acabó el viaje para vosotros! —grita como un cafre.
      Difícil describir la ola de pánico que sacude a la gente. La histeria recorre los asientos. Algunos viajeros se han levantado de un salto y han llegado corriendo con cara de susto hasta donde está Eric. No pueden huir más lejos porque allí acaba el vagón, y no tiene paso hacia el siguiente. Los más mayores permanecen en su asiento, pero han levantado las manos; alguno llora, grita, implora. Una señora levanta su reloj en alto, ofreciéndoselo al atracador al tiempo que se deshace en lágrimas. El negro avanza despacio por el pasillo, gritando a derecha e izquierda.
      —¡No quiero vuestro dinero, os quiero a vosotros! ¡No podéis comprar vuestra vida con dinero, hijos de puta!
      El semblante del negro infunde más miedo que la metralleta. Lleva unas cicatrices verticales en ambas mejillas, como hechas con las uñas de los dedos en alguna ceremonia de iniciación. Está fuera de sí. Grita, insulta, atemoriza, señala, según va avanzando por el pasillo y la turbación de los pasajeros se hace indescriptible. Una mujer comienza a gritar histérica que no quiere morir. Algún hombre adulto trata inútilmente de conservar una pose digna dentro del miedo que le atenaza. Nadie intenta dialogar con él, sólo pasar desapercibidos, ganar tiempo, tardar en morir. Descartado tirar de la palanca de emergencia, para que el tren no se detenga, para ver si llega a la próxima estación, ver si hay posibilidad de huir, de escapar con vida.
      —¡Tú, maricón de mierda, el de la argolla en la oreja! —dice llegando hasta Eric— ¡Tú vas a morir el primero! ¡Ponte de rodillas, cabrón!
      Eric permanece pálido y quieto frente al tipo. El cuerpo ya no le pertenece. Sus ojos están clavados en los del africano sin temer que su mirada sea considerada un desafío; entregado ya, convencido de que en unos segundos estará muerto. Lo tiene tan cerca que puede oler el aliento del loco. Se pasa la lengua por los labios secos, traga saliva y dice:
    —Vete a la mierda.
      Tiene la total convicción de que han sido sus útlimas palabras.
      El negro, sin dejar de apuntarle, pega su cara a la de Eric. Grita en su misma nariz con toda la fuerza de sus pulmones.
      —¡Un valiente! ¿Será posible? ¿Un blanco con cojones?
      El tipo vuelve la cabeza hacia el resto de los viajeros, que se han ido escurriendo, agrupando en el extremo opuesto. Eric mira fugazmente la cabeza del loco vuelto ahora de espaldas, gritándole algo a la gente, algo que no es capaz de entender porque su pensamiento está ocupado por completo en la posibilidad de quitarle la metralleta en este momento, aprovechando que no le mira. Pero no se atreve. Sabe que en un segundo se volvería hacia él y le mataría. El ruido del tren se ha vuelto distinto porque entra en la estación de Odeon. La luz del andén detrás de las ventanillas. Un cierto alivio porque esto no puede tardar: de una manera o de otra, cuando el tren se detenga y se abran las puertas, todo tiene que cambiar. Los viajeros del final del vagón —todos menos Eric y el africano— van a salir huyendo. Al menos lo harán los que queden vivos e indemnes después de la ráfaga que no puede hacerse esperar.
      El tren se está deteniendo. Eric se conforma con su suerte. Espera que de un momento a otro el negro se vuelva —como efectivamente hace de pronto— y le corte por la mitad con una ráfaga de balas. Pero no ocurre eso. Un segundo antes de que se abran las puertas, la cara feroz del negro se torna una mueca grotesca de tristeza, como el puchero de un mimo, seguida de una risa efervescente. Su risotada chillona estalla al mismo tiempo que se abren las puertas. Y en ese mismo instante tira al suelo del vagón la metralleta, que rebota con un sonido de plástico hueco, de juguete ridículo comprado en una tienda de todo a cien. La aguda risa del africano no tiene límites, y las lágrimas inundan sus ojos cuando retrocede desarmado, sobándose las manos, contemplando las caras de pánico y estupefacción de los viajeros. Luego de un segundo de regocijo echa a correr hacia la salida del andén, sin dejar de reír a carcajadas.
      Eric es un mecano de sentimientos contradictorios. Mira a los viajeros y no ve más que estupor. Aún no han reaccionado. Presiente que el negro quería humillarlos.
      Y lo ha conseguido.

5 comentarios:

  1. Excelente.
    Una escena fuerte, donde confluyen las miserias humanas. Las de siempre.
    Magnífico el título. Y el final, ni hablar.
    La descripción de los personajes, los recuerdos de la tarde de Eric (que tan bien lo caracterizan), el pánico de la gente, es genial.
    Me parece que sobra —y lo digo titubeando porque me resulta una osadía opinar acerca de un cuento de este nivel, así que pido disculpas y bueno, ya saben, eso de que me equivoco siempre...— me parece que sobra, decía, la frase “Difícil describir la ola de pánico que sacude a la gente”. Y creo que sobra porque la descripción que viene después es muy, muy buena. Renglones más abajo —es un cuento corto así que por allí nomás— vuelta a una frase similar: “y la turbación de los pasajeros se hace indescriptible”; y luego se describe a esa turbación de manera soberbia.
    No sé, yo quitaría esas dos alusiones a que la cosa es indescriptible; sobre todo porque lo que sigue demuestra lo contrario.

    Cuatro adverbios terminados en mente en un cuento corto, ¿no es demasiado? Donde más se nota es al principio “lentamente” y “probablemente” en la misma oración.
    “Cuando el tren entra en la estación de Mabillon se escapa del hipnotismo que le produce la pared del túnel. Mira a su alrededor y ve unas treinta personas, todas sentadas, calladas. Aisladas. El tren se detiene. Y no entra nadie. Comienza a amodorrarse de nuevo en sus pensamientos cuando en el último momento...”
    Y bueno, no transcribo las frases que me resultaron buenísimas porque terminaría copiando todo el texto.
    Aplausos, Carlos.

    ResponderEliminar
  2. Hoy es una noche de lluvia, no me gustan pero es necesario. Hay una sequía espelusnante. Entre truenos y rayos leo el cuento.
    Podría hacer análisis estructural y de los otros pero cada cuento pide su propio análisis, al menos , eso creo yo.


    El título permite hacer una hipótesis equivocada lo que considero un acierto. El final no es previsible. Se logra crear un clima de tensión que al final se descomprime.
    Lo más acertado es la evolución del personaje, que empieza como estereotipo y luego se humaniza.
    Imposible sustraerse de la visión etnocentrista, desde el punto de vista del narrador testigo. La víctima está muy bien lograda. El que no quiera la plata sino manejar la vida y la muerte es un componente ideológico importante.
    El tema de la humillación está muy bien logrado. La transformación del negro se logra a través de sus decires pero también de sus gestos, lo que me parece un acierto porque son culturas gestuales más que orales.
    La venganza es perfecta, por un rato domina un país que lo humilla.




    Este remate es excelente
    Eric es un mecano de sentimientos contradictorios. Mira a los viajeros y no ve más que estupor. Aún no han reaccionado. Presiente que el negro quería humillarlos.


    Lo único que no me cuadra es lo bien que habla el español vulgar, o ese sociolecto. No sé sugerirte nada.
    El personaje es un héroe, no se ha desgradado, sufre un proceso de mejoramiento. El espacio elegido es óptimo. Lástima que de trenes tengo poca competencia porque Menem los destruyó a todos. Me gusta que se mantenga la denominación de negro, sin ponerle nombre para que represente a todo un tipo social que padece las mismas injusticias.
    Muy bueno


    Olvidé decir que el título tiene doble significación

    ResponderEliminar
  3. Un cuento corto pero muy logrado en que has retratado la humillación desde un prisma poco habitual. Ni el título, ni el inicio te hacen preveer el desarrollo y eso el lector lo agradece. Muy bien recreado el clima, las reacciones de la gente, la actitud del negro.

    Aparte de lo que ya te han comentado, sólo cambiaría el “Presiente” en la parte final. Creo que es obvio que quería humillarlos por lo que quizás utilizaría otro verbo que mueste que se ha dado cuenta. Quizás: El negro pretendía humillarlos. Y lo ha conseguido.

    ResponderEliminar
  4. Este cuento es otro más de esos que demuestran la capacidad de Carlos para narrar este tipo de historias, como contada así al pasar, casi de taquito, con el tono despreocupado del que sabe contar y, que además, tiene claro cómo contarlo.
    Con su estructura, diría yo que predilecta, aquella que es casi la de contar un chiste, con la exposición bien detallada de una situación de lo más común y cotidiana, pero con el significado verdadero cargado en las últimas palabras, dándole vuelta a lo que uno venía presumiendo hasta ese momento, pero posible, sin golpes bajos, nada más una vuelta de tuerca que me permite asociarlo a la estructura del chiste.
    Y con un tema sumamente actual, que por esas latitudes ya es recurrente, el exceso de inmigrantes, el inevitable cruce cultural, las diferencias, los miedos, los prejuicios, todos esos lastres que cargamos en nuestras mochilas, y nos vuelve más estúpidos.
    En el relato, todos ingredientes muy bien balanceados, sin moralina oculta, nada más una historia, de lo más sencilla, de lo más real, que apenas cuenta, sin calificar. Pero se encuentran tan bien planteados los sucesos, que hablan por sí solos.

    ResponderEliminar
  5. La primera vez que leí el relato me gustó, aunque me desconcertó el nombre extranjero de Eric. Suponemos que transcurre en un metro francés, imagino que parisino, aunque podría ser belga. Echo de menos referencias más explícitas, porque desconozco las paradas de metro extranjeras. Me gustan los relatos donde uno se ubique rápidamente.
    La sensación de frenesí está lograda, el final es bueno, doblemente bueno por lo inesperado.

    Veo algún error quizá consentido. Por ejemplo:

    1/ Comenzar las frases con una conjunción copulativa como “y”. Es cierto que yo también caigo en eso, pero lo propio de una conjunción copulativa es unir frases, no estar separada de la anterior por un punto: “El tren se detiene y no entra nadie.” Además, al unirlas nos damos cuenta de que lo propio es una adversativa: “El tren se detiene pero no entra nadie.” Esta observación me la hicieron a mí hace tiempo, y la encuentro razonable, pero ya me dirás tu opinión. El final que te sugiere Montse me gusta mucho, pero tampoco dejaría desamparada la conjunción: “El negro pretendía humillarlos y lo ha conseguido”

    2/ “Algún hombre adulto” ¿hay hombres no adultos? Si quieres señalar que era un anciano, mejor decirlo con la palabra “anciano”, sin más.

    3/ Construir frases con palabras únicas: “Mira a su alrededor y ve unas treinta personas, todas sentadas, calladas. Aisladas” ¿Por qué no unir “aisladas” al resto de la oración anterior, o poner dos puntos y dejar “aisladas” como un resumen aclaratorio de lo anterior?

    Por lo demás, me admira tu buen hacer descriptivo. Enhorabuena, Carlos.

    ResponderEliminar

Redacta o pega abajo tu comentario. Luego identifícate, si lo deseas: pulsa sobre "Nombre/URL" y se desplegará un campo para que escribas tu nombre. No es necesaria ninguna contraseña.