domingo, 12 de julio de 2009

Código incorrecto, ejercicio.

Mabel Bellante

      Un código es un espacio con secreto, entre fuerzas de desarraigo y desilusión anticipada, por imposición y sin auxilio. Algo nunca conversado que coexiste con forma de monstruo: semi latido en la garra, semi vergonzoso, semi asesino.
      Hablemos de cuando el espíritu explota en un -che, que no me gusta esto. Y genera la grieta que deviene en caída de paredes y protección y en la desaparición de ese lugar que no es tan querido pero sí un techo fácilmente alcanzable con la mano en un momento en el que cansa fantasear con el cielo.
      Mucho se ha roto en el lugar oscuro. Algo que vibra en las templanzas cotidianas traiciona el lazo imaginario.
      Un código puede ser guardián del miedo y portal abierto al paraíso. Pero, si el silencio comienza a enfermar, y se dice "stop" (porque duele, por lo que fuere), la puerta grande comienza suavemente a admitir sólo a uno.
      Lo que quedaba muere en el instante preciso de la luz.
      No, no fue de mutuo acuerdo. Qué importa si nació sano.
      - Cuándo, pero cuándo acepté?
      - Preguntás mucho sobre lo que debía ser secreto hasta para nosotros, dice la otra parte, - tenés un nombre criticable, que ridículo que te llamen así da el physique du rôle de los que quieren ser más amados de lo que son, y además vivís metiéndote en sitios que no son lo mejor... decís "qué miedo el riesgo!" y al toque colapsás rutinas entregando tu voluntad, tu albedrío y a veces hasta tu honor, como una prostituta mental cualquiera.

      Los malos códigos son como los papeles sucios y las inestabilidades: deben romperse, piensa la mujer entre el apretujamiento del subte, empujada hacia la combinación de la línea D con la E, rumbo a otro día entre archivos, suposiciones del desgarro y la impaciencia, y tenues operaciones por madurar. Porque cuando no se le pueden pedir peras al olmo hay que salir corriendo de ciertos lugares.

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