domingo, 9 de agosto de 2009

Naftalina

César Gómez

      La llamada de Marta solía producirse todos los días a esa misma hora. Alrededor del mediodía, Javier contestaba sumido en el sopor que le causaba su rutinaria faena. Ni siquiera el tono jovial de su novia parecía rescatarle del hastío. Ese día, al descolgar, tardó unos segundos en sentir el calor que el auricular desprendía.
      ‒Hola cariño.
      ‒Hola Marta... ¡Ah...mierda!
      ‒¿Te pasa algo? ‒durante unos instantes Marta solo podía oír quejas lejanas.
      ‒El teléfono… estaba al sol y al cogerlo me quemé... ‒contestó con desgana al tiempo que parecía recuperar la compostura.
      ‒Es increíble, en Mayo y con este calor. Aquí en la oficina estamos todas asfixiadas, no puedo creer que ayer estuviéramos con chaqueta. ¿Salimos a desayunar? –hizo la pregunta con tono retórico.
      ‒No puedo –Javier sostenía el teléfono en el cuello mientras se soplaba la mano‒, hoy tengo jaleo.
      ‒Vale, salgo con éstas. Te veo a la salida cariño.
      ‒Hasta luego, Marta ‒respondió sin energía a la vez que ocultaba el anhelo de que no se alargara la conversación.

      Unas horas más tarde Javier dejó de la oficina despidiéndose del vigilante con un bostezo disimulado. Al salir del edificio, un aire cálido hizo que al instante de sus axilas brotaran unas pegajosas manchas de humedad, y como todos los días se encaminaba, buscando la sombra con resignación, al trabajo de Marta unas manzanas más abajo. Allí siempre le tocaba esperar en la acera de enfrente a que ella terminara su rueda de despedidas (detestaba esas formalidades).
      Ese día el camino a casa fue una procesión. La llegada repentina de un sofocante calor impropio en estas fechas hacía que la pareja caminara por la calle como dos extraños. El cuerpo, en proceso de adaptación, ahorraba energías intentando refrigerarse. Más que humanos parecían peces dando bocanadas fuera del agua.
      Un largo suspiro de alivio salió a coro de sus bocas cuando notaron el frescor del mármol del portal; y como por arte de magia, Marta recuperó su tono jovial.

      La tarde se presentaba tan trivial como de costumbre. Marta absorta en sus lecturas sólo interrumpidas por sus retornos a la tierra entre capítulo y capítulo, y Javier conectado a su portátil, salvando e invadiendo mundos a partes iguales. De repente, un grito les hizo converger en la terraza. En el balcón de enfrente avistaban estupefactos una escena grotesca: un niño en el suelo pidiendo clemencia al padre que sostenía en alto el puño con un cinturón enrollado, y en una esquina, la madre agazapada, llorando temblorosa sobre lo que parecía ser un charco de orina. En el momento de asestar el golpe, el padre alzó la mirada que se clavó en la de Javier y Marta, cuyo acto reflejo fue el de guarecerse detrás de la pared.
      ‒Dios! ¿Qué hacemos? ‒contestó Javier mientras hacía un repaso mental de sus principios de cómic de superhéroes.
      ‒Llama a la policía.
      ‒¿Y qué digo?
      ‒Deja, yo lo haré ‒contestó Marta con determinación a la vez que intentaba marcar sin poder dominar el temblor de su mano.
      Tras unos segundos de espera, Javier volvió a asomarse
      ‒Espera, no se ve nada ‒ahora las cortinas de enfrente estaban plegadas‒ ¡Mira! Él se va ‒Javier vio como el vecino salía del portal con paso firme‒ ¿Les habrá...? ‒hizo una pausa indagadora inapropiada para el momento.
      ‒¿Qué hacen ahora?
      ‒¡No sé! ¡Venga, llama ya!
      Marta continuaba intentando marcar, cuando, de repente, la cortina del balcón de enfrente se abrió y delante de ellos apareció la mujer de pie, mirándoles fijamente. Enmudecidos por su cambio de actitud y esperando alguna señal de auxilio, la mirada fue tornando en incómoda. Casi de seguido, la mujer cerró la cortina de un tirón con un gesto de furia.
      ‒Buff... ¿Qué coño está pasando? –fue la expresión de Javier para decir que esto le estaba superando.
      ‒No sé...es muy extraño. ¿Viste como nos miró?
      ‒Sí, será mejor que no llames a nadie, no me huele bien este asunto.

      No volvieron a hablar del tema durante toda la tarde. De vez en cuando Javier echaba un vistazo por la ventana intentando aparentar tranquilidad. Marta pronto se recogió de sus lecturas y se dispuso a pasar una noche de escalofríos y sudores.
      Javier terminaría como últimamente solía, desnudo, con dolor de cuello y con la tele encendida sin poder llegar a ver por cuarta vez el final de It came from the desert.
      A la mañana siguiente Marta se levantó como de costumbre a preparar el desayuno. No pudo reprimir su mal humor al ver a Javier tirado en el sillón en bolas y con el televisor encendido y empezó a maldecir a las películas de serie B. Tras despertar entre quejidos a su «media naranja» fue a la cocina a preparar el desayuno con resignación. A medio camino entre el mundo de los sueños y la vida real se disponía a cortar una rodaja de sandía, cuando una visión horrenda hizo que a su garganta acudiera súbitamente un desgarrador chillido. Javier salió del letargo de un salto. Corrió a la cocina mientras suplicaba por encontrarse algo menos grave que lo que el grito presagiaba. La escena que encontró era una imagen de lo más bizarra: Marta con las manos en la boca como queriendo apagar sus voces y a unos metros lo que parecía ser una tostada siendo devorada por una manada de polillas…

      Recostó a Marta en la cama mientras ésta se agitaba entre temblores.
      ‒¡Espera no te vayas, no me dejes sola! ‒dijo entre sollozos.
      ‒Tranquila, ahora vuelvo. Voy a matarlas… No pasa nada, es el calor.

      Javier se dirigía a la cocina intentando aunar fuerzas. Los insectos le producían una repulsión en el límite de lo soportable y ahora debía enfrentarse a cientos de ellos. Se armó con un trapo que fue enrollando durante el trayecto a modo de látigo cuando para su sorpresa, «las invitadas» habían desaparecido. Parpadeó con más fuerza y lentitud de la habitual para asegurarse de que no lo había soñado y empezó a examinar el área. No había rastro de lo que allí había sucedido. Solo pudo ver lo que quedaba de la tostada. Parecían los restos de una presa dejados inesperadamente por la llegada de un depredador más grande. Javier se dio por vencido mientras pensaba lo que diría para serenar a Marta.

      ‒Ya está niña, se fueron. Ya pasó… es el calor… Ha venido tan de repente que los insectos están aturdidos.
      ‒¡¿Aturdidos?! Nunca vi una polilla comportarse como un pitbull ‒no había terminado de decirlo cuando las voces de ambos se unieron en una risa histérica que pareció hacerles olvidar los recientes acontecimientos.
      ‒Hoy te quedas en casa, no vayas a trabajar. Descansa, yo aviso a tu compañera.
      ‒Vale, estoy muy nerviosa. Di que pasé una mala noche.
      ‒Eso, ahora duerme. No te preocupes de la comida, ya traeré algo.

      El día de Javier en el trabajo fue igual de alienante que los demás. Cuando echó de menos la llamada de su novia se dio cuenta de que debía comunicar a su compañera que Marta estaba indispuesta. Y rogando para que no le preguntaran por los detalles, simuló estar muy ocupado para no ser sometido al previsible interrogatorio.
      Cuando terminó de ordenar los papeles se despidió del vigilante con un bostezo y se dirigió a casa jactándose de haberse acordado de comprar algo para comer. Ya en el portal recuperó el resuello al tiempo que parecía que las ideas volvían a afluir a su cabeza.
      Al abrir la puerta de casa le extrañó la quietud, pero lo achacó a la falta de costumbre de volver solo del trabajo. Se dispuso a calentar la comida mientras ingeniaba algo romántico para despertar a su bella durmiente; y quitándose la ropa sigilosamente, pretendió sorprenderla con un despertar lujurioso. Entró en la habitación distinguiendo la silueta de Marta cubierta por las mantas, y cuando se disponía a desarroparla con sensualidad, lanzó las sabanas bruscamente al tiempo que se tambaleaba hacia el suelo a unos metros de la cama. Con el corazón intentando salirse del pecho y respirando como una parturienta, pudo ver horrorizado como de la cama se erguía la figura vibrante de lo que podía ser Marta formada por miles de polillas que aleteaban de un modo frenético.

2 comentarios:

  1. A mí me gustó mucho "Naftalina". No esperé ese final y me copé como
    dicen los pendejos de acá. Algunas correcciones gramaticales que las
    haga otro. Estoy aquí para comentar y no para ser profesora en Lengua.
    De éso estoy podrida. Lo voy a llevar a la escuela secundaria para que
    lean un cuento fantástico, no publicado en formato papel.

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  2. Al cuento creo que le falta algo. Soy de una tierra donde el calor es algo común, cotidiano, y nunca supe de una concentración de polillas por este motivo. En las noches de verano se ven a cientos revolotear junto a las farolas de las calles, pero de ahí no pasan. Es por eso que me falta saber lo que las muta en fieras asesinas, y saber el porqué desaparecen de la tostada cuando va a buscarlas. ¿Dónde se han metido? ¿Son inteligentes, además? Si atacan a una persona que duerme, ¿no es más creíble que la persona se despierte y en su lucha salte de la cama, corra por la casa, grite, tropiece con las cosas?
    Demasiada quietud.
    En un cuento corto, para mi gusto, no deben quedar lazos sin atar. Igual es que yo no lo he entendido. ¿Qué pinta el maltratador? ¿Qué hace en este cuento?
    Desde luego que yo no soy nadie para enseñar, sólo digo lo que mi gusto reclama o rechaza.

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