lunes, 1 de febrero de 2010

Boletus

Rocío

      Nueve cincuenta de la noche en el Hipercor. La voz en off de una señorita avisó del cierre inminente mientras yo corría desquiciado por los pasillos.
      ─Setas, por favor –le dije sin resuello a una clienta que encontré en uno de los pocos pasillos no desiertos-. ¿Sabe dónde están las setas deshidratadas?
      Con un gesto indicó mi derecha. Me dirigí allí y comencé a revisar una a una todas las estanterías. El efluvio de un perfume femenino anunció la entrada de una mujer en ese mismo pasillo y no pude evitar contemplarla con curiosidad.
      Era una chica joven, de melena oscura, no especialmente bonita. Iba caminando al tiempo que repasaba cada producto con aire dubitativo. Cuando llegó a mi altura, pude aspirar con plenitud el aroma frutal que emanaba de su cuerpo. Era delicioso. La vi ponerse de puntillas para alcanzar un bote de cristal y, galante, adelanté mi mano para ofrecérselo.
      ─ ¡Que suerte! Era el último –sonrió ella, mientras me enseñaba la etiqueta. Se me hizo un nudo en la garganta. Era un tarro de 200 gramos de boletus edulis deshidratadas. Las mismas que Laura me había enviado a buscar con urgencia.
      ─Qué casualidad –intenté no parecer demasiado ansioso-. Yo buscaba ésas mismas.
      ─Oh.
      Me miró con sus grandes ojos oscuros y me pareció que valoraba si aquél no sería un torpe intento por mi parte de ligar con ella.
      ─Mi novia está preparando un risotto de setas –me apresuré a añadir-. He corrido como un loco para que no me cerraran el hiper.
      Entonces sonrió divertida y supe que aquello iba a arreglarse. Con un gesto mecánico despejó hacia atrás su cabello y me llegó una nueva vaharada de su perfume. Me encontré aspirándolo como si fuera oxígeno.
      ─Supongo que podemos compartirlas. Pero antes habrá que pagarlas –dijo con sorna, dirigiéndose a la caja. Le seguí sin rechistar pero ella rechazó los ocho euros por la mitad del tarro.
      ─Ah, no. Invito a esta parte del risotto de setas.
      Una vez fuera del Hipercor, hechas ya las presentaciones (soy Nacho, yo Rebeca), se negó a darme mi parte vaciándola en una bolsa. En su piso tenía muchos tarros de cristal y podía ofrecerme uno a medida.
      Durante el camino a pie no pude evitar la pregunta:
      ─Rebeca, ¿qué perfume usas?
      ─¿Te gusta?
      ─Creo que sí.
      ─¿Crees? ¿No estás seguro?
      ─Es que…
      No sabía muy bien cómo explicar que Laura me había desacostumbrado a los olores intensos. Le parecía chabacano que mi presencia se anunciase con una fuerte colonia y no había parado hasta conseguir una marca que me perfumase con discreción. En cuanto a la propia Laura, sólo podía aspirar su aroma si pegaba, literalmente, la nariz a su cuello.
      Por fortuna, Rebeca no aguardó mi respuesta y llegamos a su apartamento, que también fue un asalto a la pituitaria. Nada más entrar, nos envolvió el intenso olor del búcaro de flores en la entrada y, en la cocina, los fruteros y las bandejas de verduras aportaron la guinda al festín olfativo.
      Mientras Rebeca iba seleccionando botes, me encontré haciendo una comparativa con la aséptica cocina de Laura, donde todos los alimentos estaban herméticamente conservados en táper, sellados al vacío o habían sido adquiridos en su versión liofilizada o deshidratada.
      ─¿Por qué has comprado los boletus deshidratados?
Rebeca se detuvo un instante en su búsqueda y giró para enfrentar mis ojos.
      ─Bueno, se conservan durante más tiempo y tienen un sabor más intenso cuando los rehidratas.
      ─Entonces, ¿no lo haces para que no huelan?
      ─¿Perdón?
      ─Olvídalo.
      Dos minutos más tarde estaba en la calle, con mi ración de boletus edulis. Comprobé la hora: eran las diez y veinte. Laura debía estar histérica. Contemplé el tarro en mi mano y, ya a salvo de la mirada de Rebeca, lo olisqueé; no fuese a ser que antes hubiese conservado pepinillos en vinagre y mi novia se enfadara por la mezcla de olores.
      No, no olía a pepinillos. Olía a ella, a Rebeca. Su perfume acariciaba el tarro que había manipulado y, caí en la cuenta, también a mí. Acerqué la manga de mi abrigo a la nariz y tuve que rendirme a la evidencia. Ése era el aroma de Rebeca, mezcla de flores y frutas.
      ─Y ahora, ¿qué hago? –me lamenté en voz alta.
      Marqué un número de móvil.
      ─Cariño, no he encontrado los boletus. Se llevaron el último tarro que quedaba delante de mis narices. Lo siento. Oye, otra cosa. No me encuentro bien. Estoy un poco mareado, debe ser por la carrera. Tranquila, seguro que después de echarme un rato se me pasa. Mañana hablamos. Sí, que no pasa nada. Mañana te veo.
      Colgué y seguí caminando. En la primera papelera del camino dejé caer el tarro de boletus. Ahora empezaba a entender por qué Laura tenía tanto miedo a los perfumes poderosos.

8 comentarios:

  1. Muy bien, es una historia construida desde los olores, dos visiones de ellos: la de quien los disfruta, y la de los que los evitan o padecen, como a pecados.

    Pecado es lo que hubiera parecido ese frasco (tarro) perfumado de fruta y flores.

    Lo que no me cuadra es la pareja de Nacho y Laura: no se me hacen compatibles. Uno quiere disfrutar de la vida y la otra parece una bruja. "Histérica", la llamas en algún párrafo.

    Tienes un par o tres de lugares comunes que señalé en verde.

    ese mismo pasillo y no pude evitar contemplarla con curiosidad.



    . Se me hizo un nudo en la garganta.



    Me encontré aspirándolo como si fuera oxígeno. ¡Bonito!

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  2. He descubierto recientemente tu blog y me ha parecido de gran interés.
    Estoy administrando dos blogs similares al tuyo y te dejo las direcciones por si quieres acceder en algún momento a ellas:
    http://anajuliaenred.blogspot.com/
    http://anscarioenred.blogspot.com/

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  3. No me cabe el comentario en un sólo mensaje, de manera que lo parto en dos.

    Hola Rocío, paso a comentar tu cuento. Como hace mucho tiempo no comento ningún texto, tendrás que tenerme paciencia. Espero, en todo caso, que te pueda ser útil.

    Aunque sé que este taller es para señalar los “fallos” en los escritos de todos y mejorar el nivel de escritura, (porque para que nos echen flores ya está la familia) a mí me gusta señalar lo que considero acertado porque creo que es positivo, constructivo, que te lo diga alguien que también te dice claramente lo que no encuentra correcto. Me ha gustado el hecho de que uses los olores como hilo conductor, yo soy una persona que se fija mucho en los olores, no como en el caso de Laura que intenta extinguirlos, es sólo que (casi) todo lo huelo y suelo clasificar muchas cosas que me gustan –o no- por su aroma. Las personas, las comidas, los lugares, en fin, creo que esto le pasa a muchas personas (aunque hay gente que debe tener atrofiado el sentido del olfato, pero eso es otro cantar). Quizás encuentro un poco extremadas ambas posturas (Laura y Rebeca), pero me parece interesante la idea.

    Otra cosa que me gusta es que siendo una mujer quien escribe, el protagonista sea hombre. Eso de meterse en el pellejo de alguien que nunca serás (digo yo) lo encuentro estimulante, curioso y divertido: es como disfrazarse, intentar experimentar otra forma de ser, de existir.

    Y ahora me paso al lado oscuro. En líneas generales creo que haces algunos párrafos muy cortos y eso me “corta”, le quita cierta continuidad a la escena que se supone rápida y continua.

    En los diálogos no se siente el coqueteo que evidentemente hay, les falta tal vez profundidad, al fin y al cabo no es muy creíble que una mujer meta en su piso a un desconocido para regalarle cien gramos de setas, que además ella acaba de pagar para complacerle. Vamos, ella quiere algo con él, y lo busca. Él quiere algo con ella, está claro que no le interesan las setas. Le tiene miedo a su novia y descubre en Raquel, a través del olor, algo excitante y que de alguna manera siente menos opresivo (aunque también le teme a ella). Pero nada de esto se entiende en el diálogo, sólo lo encuentro evidente en las acciones descritas por él, en las actitudes que adopta. Me gusta el hecho de que el descubrimiento de Nacho sea como una bofetada (de aromas) y que decida alejarse al menos por una noche de su novia, asumo que para asimilar lo descubierto: su castración odorífera. Por otro lado, creo que es muy acertado, en el final, la conclusión a la que llega él con respecto al miedo de Laura a los olores intensos.

    Algunas sugerencias o comentarios entre corchetes:

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  4. Algunas sugerencias o comentarios entre corchetes:

    ─Setas, por favor –le dije sin resuello a una clienta que encontré en uno de los pocos pasillos no desiertos-. ¿Sabe dónde están las setas deshidratadas? [¿No sería más lógico que se lo preguntara a algún empleado? Yo no sabría decir dónde están las setas deshidratadas incluso en el supermercado que tengo en frente de casa, es poco probable que alguien lo sepa en un supermercado tan grande como el Hipercor. También aquí se podría plantear un párrafo que describiera lo “desquiciado” que iba él por los pasillos leyendo los carteles indicadores de cada uno. Algo que transmitiera esa angustia de “me van a cerrar el súper y si no llevo las setas, mi novia me mata”. No quiero que él me diga que iba desquiciado, quiero que me enseñe lo que le pasaba.

    Con un gesto indicó mi derecha. Me dirigí allí y comencé a revisar una a una todas las estanterías. El efluvio de un perfume femenino anunció la entrada de una mujer en ese mismo pasillo y no pude evitar [detenerme unos segundos para] contemplarla con curiosidad.

    ─ ¡Que [Qué] suerte! Era el último –sonrió ella, mientras me enseñaba la etiqueta. Se me hizo un nudo en la garganta. Era un tarro de 200 [doscientos, en un texto literario se escriben los números en vez de poner el símbolo] gramos de boletus edulis deshidratadas [aquí está boletus en femenino]. Las mismas que Laura me había enviado a buscar con urgencia.

    ─Qué casualidad –intenté no parecer demasiado ansioso-. Yo buscaba ésas mismas.

    ─Oh. [Creo que quedaría mejor, en lugar de punto y aparte, colocar punto y seguido, pienso que así no quedarían demasiado sueltos los párrafos, cortos y me da la sensación de no continuidad, de salto] Me miró con sus grandes ojos oscuros y me pareció que valoraba si aquél no sería un torpe intento por mi parte de ligar con ella.

    ─Mi novia está preparando un risotto de setas –me apresuré a añadir-. He corrido como un loco para que no me cerraran el hiper. [Aquí bien podría ir seguido el párrafo siguiente]

    Entonces sonrió divertida y supe que aquello iba a arreglarse. Con un gesto mecánico despejó [despejó su frente/cara o echó hacia atrás el cabello] hacia atrás su cabello y me llegó una nueva vaharada de su perfume. Me encontré aspirándolo como si fuera oxígeno. [Casi puedo sentir su perfume en esta frase, la idea de que sea tan irresistible que no pueda evitar “aspirarlo” se me hace evocadora]

    ─Supongo que podemos compartirlas. Pero antes habrá que pagarlas –dijo con sorna [deduzco que el significado de sorna aquí es ironía, lo que no entiendo es porqué si es idea de ella pagarlas y también compartirlas, tampoco ha habido nada anterior que justifique su ironía], dirigiéndose a la caja. Le seguí sin rechistar pero ella rechazó los ocho euros por la mitad del tarro.

    ─¿Por qué has comprado los boletus deshidratados? [Encuentro que esta pregunta está tan bien puesta: en una frase la sorpresa de él, puedo ver su mirada de asombro, el descubrimiento de ese “otro mundo repleto de olores”, de un golpe. Pero aquí has puesto boletus en masculino]

    Bueno, como te dije al principio, el argumento se me hace interesante, jugoso, pero creo que le falta un poco de repaso, de esculpir los diálogos para que sean más realistas, me suenan quizás un poco infantiles, nada acorde con la tensión sexual que se presupone (¿o la presupongo yo?). Pienso que si lo pules, te puede salir una historia picante y divertida.

    Besos,

    Belisa

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  5. la historia me ha... olido bien. Me ha gustado el contraste de ambas mujeres y sus dos mundos uno embriagador y el otro aséptico. Si la historia fuera más larga te diría que ningún personaje es totalmente bueno o malo, por lo que tendrías que trabajar un poco más los personajes femeninos... pero no es el caso.

    Al principio pintas un personaje apresurado,abriéndose paso entre la gente con la único objetivo en la cabeza: setas deshidratadas (para su novia, sino no habrá tetas... que es por lo único que corría). Por ello no me resulta creíble que, por un olor, se girara a contemplar a una mujer exuberante. Me habría resultado más creíble que chocara con ella en la búsqueda de los hongos.

    El diálogo está bien. Me ha gustado cuando le pregunta por qué ha comprado las boletus deshidratadas. En él solo cambiaría la palabra "boletus" por setas que es más habitual hablando y así eliminas un boletus que sale más veces.

    No hay mucho que remarcar. Si acaso el "Dos minutos" seguro que no los contó y además se le hizo muy tarde, por lo que con "unos minutos" queda más ambiguo.

    Ah y que me ha gustado el final, aunque no era el que esperaba.



    Creo que podrías desarrollar el cuento más. Él acaba de conocer su cualidad de, como muy bien te han dicho "castrado odoríficamente" (eso me ha gustado, Belisa). Esa nueva experiencia le ha tenido que cambiar por dentro y probablemente, aunque en un primer momento, decida seguir con su novia ( la fuerza de la costumbre, supongo, hay tipos para todo...) probablemente ya no la vea con los mismos ojos. Estaría bien mostrar esa nueva perspectiva (que con toda probabilidad, si lo sometes a votación popular, debería acabar en los brazos de Rebeca, aunque ella sólo le use una vez y lo tire, que bien podría ser). Bueno, lo dejo, que me enrollo y te cambio el cuento.

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  6. Ay, Nacho… ¿podés ser tan pelotudo? Escribo lo primero que me viene a la cabeza al terminar la lectura, y lo digo no porque este pobre tío haya desaprovechado la oportunidad de Rebeca, sino más bien por sostener a toda costa su farsa con Laura.
    Bueno, vuelvo al relato de Rocío, que –como los anteriores que le conocemos- está muy bien escrito, cuidado, prolijo, claro, dándole tanta importancia a los olores como a veces Pilar, hace ya mucho… Una historia de lo más simple, a mí me gustan las historias simples, en las que no pasa nada, donde las cosas se suceden a caballito de las sensaciones de los protagonistas, como en este caso del relator. Nacho corre buscar setas para que su novia pueda terminar el risotto. El hiper está por cerrar, no las encuentra, se cruza con una joven que casualmente se lleva el último frasco, pero le promete –obvio que no aclara qué le promete, pero le promete porque quiere algo a cambio, esta posibilidad y desarrollar el juego de la seducción no está explotada en el relato y es una lástima- que si lo acompaña a su casa le dará la mitad, por la que encima no le cobra, y el imbécil de Nacho ni siquiera se da cuenta, volviéndose cada vez más paranoico, llegando a decidir no volver a cenar con Laura para que ella no registre el olor de Rebeca. Pensar que hay tanta gente que razona así…
    Buena la idea con la preocupación de Nacho, sobre que Laura compraba las setas deshidratadas, como Rebeca, para que no den olor. ¿Se habrá dado cuenta aquí, al menos de que otro mundo es posible? A mí me parece que no, tal vez en algún lugar le quede registrado y una próxima vez…, en otro cuento…, Nacho haya zafado definitivamente de Laura y…


    Bien, Rocío. Creo que da para estirarlo un poco.

    ¿Son realmente tan caras las setas en España?

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  7. Bueno, el cuento está bien escrito, salvo las rayas de cierre en los diálogos, que a veces se han cambiado por guiones cortos. Habría que restablecer los largos.

    Mi opinión es que hay cosas que no casan: que el tipo tenga una prisa loca, ya que cierran las cajas del hiper, pero que , de repente, se quede extasiado mirando a una mujer en su mismo pasillo, y parezca perder interés por lo que hasta hace un segundo era prioritario (no parece muy verosímil: un hombre trataría de simultanear ambos intereses); que una mujer invite a subir a un desconocido a su casa para darle un tarro; que el tipo no aproveche la visita a la casa de la chica olorosa para intentar un acercamiento sexual (esto habría sido más novelesco y también más propio de un hombre hacerlo. Pienso que si el autor lo hubiera sido, el cuento habría tomado otro derrotero). Todas esas cosas le dan a la historia un tinte ingenuo que a mí me parece que la afea y la coarta.

    Otro capítulo son los comentarios de los compañeros. Aquí uno encuentra un tema de discusión interminable. Deduzco de ellos que las mujeres están más cercanas a aceptar que la cultura de lo oloroso es buena y la ausencia de olor es una castración de los sentidos. Imagino que esto está en consonancia con lo mucho que las mujeres gastan en afeites. La autora no ha sido tan rotunda, no en vano ha elegido un protagonista masculino, y una novia para ese protagonista que detesta la presencia notoria de los olores. Yo sospecho que hay en la valoración de los olores una cuestión cultural. A nuestras dos venezolanas (Pilar y Belisa), y supongo que a nuestra cubana (Anays), les parecerá que las cosas tienen obligatoriamente que oler de una manera apreciable, porque no se entiende un Caribe sin olores: forma parte de los mercados, la cocina, la sensualidad que se atribuye y se encuentra allí. Dos de esas mozas viven en España desde hace años y habrán olvidado casi ese olor de los mercados, aunque seguramente lo añoran íntimamente. Pero para los que estamos acostumbrados a comprar en un hipermercado con aire acondicionado permanente, y con la mayor parte de los productos envasados, el olor es una presencia insólita que llega a desagradar. Confieso que huyo de las personas que huelen, tanto si es bien como si es mal; no sería la primera vez que me cambio de asiento en el tren porque mi compañero de viaje lleva pringado el olor acre o rancio de una loción rara.

    Así pues, contemplo con curiosidad el frente que abre la autora respecto a la distancia de los dos personajes femeninos. Sé que se ha escrito algún betseller con el olor como protagonista, pero soy muy escéptico con respecto a las posibilidades literarias de la cosa. En el cuento me quedo con el miedo que siente el protagonista a volver a casa de su novia con el olor a otra mujer en sus manos. Ese miedo sí que me parece muy real, muy justificado, muy verosímil. ¿Volverá un día de estos a visitar a la chica olorosa y mandará a freír espárragos (jojó) a su novia, como parecen desear algunos camaradas? Pues, hombre, no lo sé. Desde luego tendrá que poner en la balanza un hecho: si elige a la chica olorosa, llevará siempre consigo la marca indeleble de su olor, como un título de propiedad: «este hombre tiene dueña». ¿Soportará ese marchamo?

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  8. Yo hace mucho pero mucho que no comento, ni escribo, así que antes de empezar me disculpo por si no me explico bien, o si me voy por las ramas, cosa que podría ocurrir porque además, no vencí la tentación de leer los comentarios al cuento antes de hacer el mío propio, y ahora lo más probable es que esté contaminada. Espero que a pesar de todos esos obstáculos, Rocío pueda sacar algún provecho de mi intervención.
    “Boletus” me parece bien escrito, fluye, lo leí de un tirón y lo leí con ganas hasta el final, con curiosidad, pero una vez terminado me quedaron algunos vacíos, algunas incoherencias, detalles que a mi juicio le quitan vigor a la historia.
    Te los describo, Rocío.
    Iba caminando al tiempo que repasaba cada producto con aire dubitativo. Con el supermercado a punto de cerrar, y avisados ya los clientes, creo que esta chica tendría que ir también con prisas, y no “repasando cada producto con aire dubitativo”.
    Lo del “aroma frutal que emanaba de su cuerpo” es un lugar común que convendría quitar, especialmente “emanar”.
    Los diálogos me parecen muy naturales, directos, creíbles.
    Mi novia está preparando un risotto de setas…Me parece raro que un hombre diga eso a una mujer que a primera vista le pareció atractiva. Y me parece igual de raro que una mujer a la que un hombre dice eso, decida pagar ella el tarro de setas, que no cuesta dos euros, y llevarse al hombre a su casa. Quizás podrían haberse visto anteriormente, ser vecinos que nunca se han hablado, haberse visto aunque no tan cerca como para haberse olido, y que fuera el olor quien le hiciera a él esta vez fijarse en ella, y en cuanto a ella, en ese caso no sería tan anacrónico que lo subiera a su casa, porque sabe que es del barrio, no sé, digo yo.
    Encuentro muy apreciable el hecho de que la autora sea una mujer y el cuento esté escrito en la primera persona de un hombre, me parece un ejercicio muy bueno y muy difícil, pero no sé si está conseguido, me cuesta imaginarme a un hombre preguntándose sinceramente qué perfume usa una mujer, podría haberlo preguntado para ligar, pero el cuento no da a entender eso. De hecho me cuesta entender a un hombre que prefiere a una mujer que usa un perfume fuerte a una más natural, y creo que es ese el mayor vacío que me queda al final de la historia.
    El cuento ya no dice mucho más. Dos minutos después estaba en la calle… y los lectores no asistimos ni siquiera a la despedida, qué pena. Nacho decide no ir a casa de su novia por miedo a que ella huela en él a Rebeca, y termina entendiendo por qué Laura tenía tanto miedo a los perfumes poderosos. Por cierto… ¿por qué? Esto ya debe ser una limitación por mi parte, pero no entiendo eso ¿porque podrían cautivarlo a él como efectivamente ocurrió? Si ella creyera que los perfumes poderosos son cautivantes, los utilizaría, no?
    Y bueno, más o menos así lo veo. Intentaré comentar más, y así mejorar. Un saludo Rocío.

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