jueves, 1 de abril de 2010

El lado oscuro de la luz

Pablo Nicoli

      Avanzaba inexorablemente la noche, y las puertas de la Catedral fueron cerradas. El lugar quedó en el más absoluto silencio. Los dos últimos feligreses que durante largas horas habían permanecido postrados a la demanda de favores celestiales, traspasaban bajo el inalcanzable frontispicio y se perdían tan de súbito como habían llegado. Por último, se escuchó el enorme ruido que provocó una de las tantas bancas de madera que hacían procesión al altar. Fue un sonido agudo, comparable a la voz de soprano. Alguien habría tropezado con algún mueble, camino a la salida posterior. De seguro se trataría del guarda que antes de marcharse, clausuraba inevitablemente el templo.
      En ese momento consulté mi reloj. Eran las diez. Tenía aún que aguardar dos largas horas. ¿Qué haría con todo este tiempo por delante? Esa fue la primera pregunta que me hice; después de todo, antes de la medianoche nada sucedería; y por consiguiente, no había ningún motivo para seguir oculto. Afortunadamente, hacía unas semanas el descomunal órgano había sido desmantelado; creo que fue enviado en partes a Europa para ser reparado, y los pequeños compartimentos -bueno, pequeños para el cuerpo del órgano y no para nosotros-, habían servido de cómodo escondite.
      Decidí que lo más sensato sería utilizar la linterna, la que conservaba como el más querido recuerdo de mi fallecido padre, y tomar de una mano a Giovanna. Ella no me hablaba. Sin duda estaba atemorizada. Desde que le conté cuáles eran mis propósitos y le expliqué el porqué de éstos, se opuso en el acto; sin darme la oportunidad de reflexionarlo siquiera. Me preguntó si yo había perdido la razón, e incluso, me amenazó con terminar nuestra larga relación, si no me olvidaba de la idea. Pero ahora que nos encontrábamos dentro del lugar, ya no decía más nada. Había sido muy difícil convencerla; pero finalmente, después de tanto argumentar, accedió a acompañarme. Quizá en el fondo imaginaba que antes de que algo grave nos sucediera, podía disuadirme de abandonar aquella arriesgada espera y salir huyendo junto a ella; pero en realidad, los dos sabíamos que esa posibilidad de evasión era muy remota. La decisión ya había sido tomada y ahora, nada ni nadie podía evitar su desenlace.
      Pasada la primera media hora, nos aventuramos a salir de nuestro improvisado refugio y deambulamos por una de las tres naves que hacen interminable el recinto; mientras pétreas imágenes de santos y arcángeles nos observaban pasar irreverentes, o quizá realmente no podían notarnos. La verdad es que esto poco interesa. Lo importante, lo fundamental era que faltaba algo menos de dos horas para el encuentro, y nosotros dos nos encontrábamos encerrados deliberadamente en el interior de la Catedral. Distantes, muy distantes de algún salvador, de amigos, de familiares o simplemente de la gente. En fin, alejados del bullicio mundano, que de seguro a esas horas y en aquella noche de sábado, empezaría a vivirse en calles, plazas y centros nocturnos. Nadie en la ciudad sospecharía lo que habíamos venido a esperar; ni siquiera podían soñarlo.
      Pasaron varios minutos, antes de que posáramos nuestros pies sobre los gastados escalones que ascienden al púlpito; aquél cuya columna aplasta la figura tallada del demonio.
      El estrépito que provocamos al contacto corporal contra la madera reseca por el paso del tiempo, inundó todo el lugar. Pero no tenía importancia. Nadie nos escucharía. Nadie hasta la media noche. En ese momento alguien me cuestionó. Era Giovanna, y lo que me dijo parecía ser el inicio de sus súplicas para que abandonáramos mi propósito. De mi parte, yo no me atreví a mirarla de frente. Sabía muy bien que ella tenía la razón de su lado; no obstante, no accedí a dar marcha atrás, y lo único que atiné a hacer, fue abrazarla y ceñirla contra mi pecho; decirle que la quería. ¡Que la amaba intensamente! Que sabía que no había sido fácil para ella permanecer a mi lado aquella noche. Pero también le confesé que su compañía me era necesaria. Que me daba el valor suficiente y que, sobre todo, me hacía inmensamente feliz. Por un momento pareció comprender. Me regaló una hermosa sonrisa y pareció también apaciguar sus temores.
      Subimos hasta lo más alto que la estructura del púlpito nos permitió, y desde aquel lugar contemplamos todo lo que pudo alumbrar la linterna de papá. Era una ubicación inmejorable para esperar y atisbar a la medianoche. Divisábamos casi todo el panorama y, si bien no podríamos hacernos de la ayuda de ninguna luz a la hora acordada, esto no debía preocuparnos. “Ellos” traerían seguramente las suyas...
      Transcurrió al menos otra media hora, antes que descendiéramos del púlpito, recorriéramos los rincones más olvidados del templo -la entrada al coro, la capilla de las plegarias, las criptas de los clérigos-, y volviéramos a subir a nuestra posición anterior, diez minutos antes de la medianoche. Durante los pocos minutos que nos quedaban, todo el lugar siguió en calma; tanta como la de un sepulcro; y ya estaba a punto de llegar la hora. Nos agazapamos detrás del resguardo tallado del púlpito. Giovanna apretó mi mano con notorio nerviosismo. Escuchamos que desde el exterior, el reloj de la torre dio las doce campanadas.
      Entonces fue cuando aparecieron. Observamos cómo fueron congregándose uno tras otro, hasta formar una procesión de cientos. Todos desplazándose lentamente, sosteniendo sus luces, y el interior de la Catedral pareció volverse de día. No hubo lugar que no fuera invadido por aquella luz intensa.
      Por un segundo tuve mis dudas y lo razoné nuevamente: Giovanna, expuesta inútilmente; la espera, una idea vehemente; mis planes, totalmente inejecutables; “ellos”... Y me invadió el terror; un terror como nunca antes lo había experimentado. Sujeté la mano de Giovanna aún más fuerte de lo que ella lo hacía conmigo, y mientras fue posible, corrimos despavoridos hacia la puerta posterior del templo. Lo más probable sería que estuviera clausurada; pero no teníamos otra posibilidad más que intentar. En esos momentos la linterna de papá se me cayó del bolsillo; Giovanna quiso detenerse y recuperarla; pero yo no se lo permití. Ya no era posible retroceder. Nos habían visto. Seguimos huyendo y le grité que no mirara hacia atrás; gracias a Dios no hubo discusiones, y nos pareció ver por delante que la salida lateral estaba milagrosamente abierta. Nos dirigimos hacia el pórtico, lo cruzamos y agradecimos al cielo que todo hubiera finalizado; aunque todavía no para “ellos”.

2 comentarios:

  1. A mí me gusta este tipo de cuentos, en los que no se sabe bien qué es lo que sucede, en los que en realidad puede no pasar nada, pero el recorrido avanza por los sentimientos de los protagonistas. Situaciones ambiguas, confusas, extrañas, incomprensibles.
    Claro que para que estos relatos funciones, impacten, deben ir acompañados de algunas otras cosas, que no encuentro en el cuento de Pablo.
    Hay una pareja, que se esconde en una catedral porque planea quedarse ya que supone que algo va a suceder a medianoche. Parece que Giovanna y el novio tienen bien claro todo. Llega la medianoche y lo que sucede es que se llena el lugar de ellos, y la pareja se toma el piro.
    Me parece que en este cuento, bien escrito y prolijo, está claro el planteo de la situación, una situación como las que nombraba antes, pero le falta el desarrollo. No se puede pasar de uno a otro a través de un punto y aparte. Situación. Punto. Miedo.
    Que el relator saque el cartelito de miedo y entonces debamos temblar. Me refiero al miedo o a la sorpresa o a la angustia o a cualquier otro sentimiento de los personajes, sentimientos que crecen y cambian se agudizan se pierden regresan y los mueven de aquí para allá hasta desembocar en la misma huida final. Después de intentar llevar al lector por el peor tramo de una montaña rusa. Al menos un mínimo sacudón emotivo de los actos de ellos, ya que en definitiva eso es el cuento.
    Yo siento que le falta ese desarrollo. Y aclaro, no me refiero a explicar lo ambiguo, sino a potenciarlo, a dejar avanzar lo cotidiano sobre lo confuso. Que se vuelva más creíble lo dramático.
    A manera de ejemplo, cómo no voy a recordar el inicio de El péndulo de Foucault, con Casaubon escondiéndose en un museo, también a la espera de ciertos sucesos que ocurrirán durante la noche. Aunque entre su ocultarse y los sucesos transcurrieron 500 páginas.
    Esto es nada más otro raye mío: a inexorable la siento como una palabra con mucho peso, más apropiada para un cierre que para un principio.
    cruzamos y agradecimos al cielo que todo hubiera finalizado; aunque todavía no para “ellos”.
    Estas palabras finales sugieren, en una forma muy vaga, muy confusa, algo que ni siquiera podemos imaginar por el contenido del relato va a continuar sucediendo ahí adentro, algo que debe ser siniestro para ellos, insoportable, tan insoportable que se vieron obligados a huir.
    Pero, ¿realmente huyeron?
    nos pareció ver por delante que
    ¿Ese pareció querrá decir que quizás no?
    ¿Fue adrede?
    ¿O no se buscó este sentido?
    Cualquiera de las posibilidades, faltó trabajarla.
    En ese momento alguien me cuestionó. Era Giovanna
    Esta frase está entre otras, todas narradas en primera del plural, él y su novia, totalmente solos. Es muy obvio, ¿quién más podía cuestionarlo?
    Nadie en la ciudad sospecharía lo que habíamos venido a esperar; ni siquiera podían soñarlo.
    Para mí resulta innecesaria esta frase, suena a calificadora de la acción de los personajes.
    Habría que revisar el grado de desesperación de ellos, no debería ser demasiado para no contradecir
    los dos sabíamos que esa posibilidad de evasión era muy remota

    “Ellos” traerían seguramente las suyas...
    La pareja sabe muchas cosas que no dicen. También hay que regular estos conocimientos. Se contradecirían con su miedo.
    Algo más, dentro de ese desarrollo que sostengo falta, habría que revalorizar la figura femenina, que sea protagonista y no acompañante. No queda ella en muy buen papel en este cuento:
    le grité que no mirara hacia atrás; gracias a Dios no hubo discusiones
    Otra asociación mía, a raíz de que hubiera preferido que no se mencionen a los “ellos”, así sería la estructura de Casa tomada.
    Bueno, Pedro, espero no haber sido duro, y también espero tus otros cuentos.

    ResponderEliminar
  2. Es el primer cuento que Pablo nos muestra, y tiene un título bonito. Mi comentario es tan largo que lo paso, por una vez, en un fichero adjunto, por terminar antes. No sé si le gustará a Pablo, no es una opinión favorable, pero es la que se me ocurre.

    Mi impresión es que esto no es un cuento, sino, tal vez, las primeras hojas de uno. Acumula una tensión que luego no se resuelve, como si faltasen bastantes folios. No presenta faltas de ortografía y está escrito, en términos generales, con corrección. Pero falta historia; impacienta al lector con promesas de presentarle una historia apasionante, para diluirla finalmente en un fundido en negro.

    Tengo curiosidad por ver sus próximos trabajos.

    ResponderEliminar

Redacta o pega abajo tu comentario. Luego identifícate, si lo deseas: pulsa sobre "Nombre/URL" y se desplegará un campo para que escribas tu nombre. No es necesaria ninguna contraseña.