viernes, 16 de abril de 2010

Sara (ejercicio)

Mirta Leis

      Viernes por la mañana.

      El automóvil se detiene en rojo. Una fila zigzagueante de pasos apurados avanza indiferente ante mis ojos: vestidos amarillos, pantalones negros, blusas, camisas, sombreros, anteojos y bolsos de colores.
      En la Funeraria, unas cuantas personas observan los nombres de los difuntos para encontrar la Sala de Velatorio correspondiente. El atril de bronce contrasta con el terciopelo oscuro en el que se destacan claramente las letras doradas. Me esfuerzo un poco y leo en voz alta: Joaquín Torres, Sala Púrpura, Celia Ríos, José Albornoz, Marta Martínez, Leopol…— Ojalá que yo no esté— dijo Sara a mi lado y sonrió cuando escuchó mi carcajada.
      Sobre la vereda de enfrente, un perro ansioso tironea de su amo. Una panza que promete vida camina cansada soportando el verano. Un zaguán abierto refugia el calor de un niño descalzo y un florista regala colores junto a un diariero que vocea las noticias.
      El mundo se mueve alrededor del semáforo en rojo. Una bocina impaciente quiere apurar el tiempo y los dedos se aferran al volante. La espera termina, el verde se ilumina en lo alto de la columna. Sara, con los ojos perdidos en la calle, se sacude con el impulso del auto y me mira diciendo— ¡Eh!, más despacio! Te dije que no quiero estar en los malditos carteles de la funeraria. Vuelvo a reir y aminoro la marcha.
      Llegamos al Instituto donde cursa el último año de estudios. Me besa, con ese desenfado que la caracteriza y que ha logrado volverme loco. Se baja y abraza a sus amigas con las que camina feliz hacia el colegio. Su figura alta y esbelta se destaca dentro del grupo. Con sus diecinueve años recién cumplidos tiene la desenvoltura necesaria para tener el mundo a sus pies.
      La conocí en una fiesta durante mis vacaciones de verano. Bailaba sola luciendo su cuerpo voluptuoso y el cabello rubio suelto; no pude menos que mirarla mientras bebía mi whisky. Al cabo de un rato se acercó y me llevó a la rastra hacia el centro de la pista donde hice alarde de mil gracias para ocultar mis años y mi poca experiencia como bailarín. Cuando ya no daba más logré convencerla de que fuéramos a tomar algo fresco, fue entonces cuando terminó de atraparme con el embrujo de sus ojos claros. Sara ocupó desde ese momento cada uno de los pensamientos de esos días.
      A veces, cuando estaba bajo la ducha, recuperaba algo de cordura y me reprendía por aquella relación—La muchacha puede ser tu hija— decía una y otra vez, pero al verla poco después, se diluían todas mis buenas intenciones.
      Cuando regresamos del veraneo la rutina comenzó a hacer lo suyo y las horas de estudio de ella, junto con mis tiempos de trabajo fueron permitiéndome tomar la distancia necesaria para magnificar los hechos y decidir el final de aquella hermosa relación.
      — Esta noche se lo diré— me dije mientras la veía perderse tras las puertas del establecimiento.
      Viernes por la noche. Una cena, una decisión, una lágrima cortita que se escapa de aquellos ojos y se esconde de un manotazo. Después, la sonrisa, el desenfado y la pregunta entre ingenua y atrevida— ¿Vas a dejarme sin bailar?
      Exhaustos, jadeantes, felices, partimos de la disco a las cinco de la mañana y la alcancé hasta su casa. Un beso chiquito y su tristeza oculta en las palabras— Te cuidas, recuérdame bien.
      Sábado al mediodía. Un vestido verde se agita en un ir y venir de olas junto a los pilotes del muelle.
      Sobre la costa unos zapatos pequeños de tacos altos aprisionan un papel con la despedida:—Nada tiene sentido si no estás.

3 comentarios:

  1. El amor y la muerte. Más grande es el contraste al enterarnos de que Sara tiene solo diecinueve años. Lindo cuento, simpático, muy bien escrito. El parlamento debería ir en una línea aparte, no sé si fue un problema del formato:

    —¡Eh!, más despacio!

    Si bien al principio la pareja está dentro del auto, cuando se menciona la funeraria me los hice, a él y ella, en la puerta del lugar, leyendo las coronas. Habría que hacer un ajuste ahí, aclarar que el narrador lee los nombres a través del vidrio del vehículo.

    Hay frases poéticas que suenan naturales, lejos del barroco y la pomposidad. Bien.

    “Un florista regala colores junto a un diariero que vocea las noticias”.

    “El mundo se mueve alrededor del semáforo en rojo”.

    “Una bocina impaciente quiere apurar el tiempo y los dedos se aferran al volante”.



    Saludos,

    D.

    ResponderEliminar
  2. Hola, Mirta.
    Ayer hablaba con mi cuñada sobre el amor, sobre el enamoramiento y todo lo que ello acarrea, contiene o desencadena. Ella es muy jovencita (comparada conmigo), y me ponía cara de extrañeza cuando le aseguraba que esa parte del “enamoramiento” es una enfermedad. Es una enfermedad muy dañina por las consecuencias que pueden tener los actos que se realizan bajo su influjo, y que encima sobrevaloramos o idealizamos como el sentido de la vida. Este cuento podría haberme servido como prueba de ello, pues pasa tan a menudo que casi ni le prestamos atención.
    El cuento está bastante bien escrito. Hay un par de imágenes que me gustan mucho, desde el zaguán hasta el diariero (no conocía esta palabra), pasando por el florista que regala colores.
    Te voy a señalar algunas cosas que corregiría o que me resultaron un poquito extrañas.
    Al principio hay una serie de adjetivos que marcan y remarcan colores o aspectos de las cosas. Me parece intencionado por el exceso aunque se me escapa cuál era la intención. Los marco en amarillo (eso si se ha arreglado el problemilla que tenía con el corta y pega y las bufanditas de colores).
    La narración está en presente excepto, claro, la parte en el que el narrador nos cuenta cómo se conocieron. Y hay un fallillo por ahí, un tiempo que se fue de su sitio. Va en rojo.
    Se me hace un poco raro que desde el coche puedan leer lo que pone en el atril de la funeraria, mucho más si hay varias personas que intentan leerlo. Supuestamente estarían en medio. Creo que habría que revisar eso.
    Hola, Mirta.
    Ayer hablaba con mi cuñada sobre el amor, sobre el enamoramiento y todo lo que ello acarrea, contiene o desencadena. Ella es muy jovencita (comparada conmigo), y me ponía cara de extrañeza cuando le aseguraba que esa parte del “enamoramiento” es una enfermedad. Es una enfermedad muy dañina por las consecuencias que pueden tener los actos que se realizan bajo su influjo, y que encima sobrevaloramos o idealizamos como el sentido de la vida. Este cuento podría haberme servido como prueba de ello, pues pasa tan a menudo que casi ni le prestamos atención.
    El cuento está bastante bien escrito. Hay un par de imágenes que me gustan mucho, desde el zaguán hasta el diariero (no conocía esta palabra), pasando por el florista que regala colores.
    Te voy a señalar algunas cosas que corregiría o que me resultaron un poquito extrañas.
    Al principio hay una serie de adjetivos que marcan y remarcan colores o aspectos de las cosas. Me parece intencionado por el exceso aunque se me escapa cuál era la intención. Los marco en amarillo (eso si se ha arreglado el problemilla que tenía con el corta y pega y las bufanditas de colores).
    La narración está en presente excepto, claro, la parte en el que el narrador nos cuenta cómo se conocieron. Y hay un fallillo por ahí, un tiempo que se fue de su sitio. Va en rojo.
    Se me hace un poco raro que desde el coche puedan leer lo que pone en el atril de la funeraria, mucho más si hay varias personas que intentan leerlo. Supuestamente estarían en medio. Creo que habría que revisar eso.
    Y ahora, en azul y sobre el texto te señalo algunas otras cosillas, nada importante.



    Saludos, Mirta. A pesar de tanta tachadura me gustó mucho.

    ResponderEliminar
  3. Es un ejercicio escrito bajo el lema «Ojalá que yo no esté». Ojalá que yo no esté en la lista de los muertos. Bien, cuadra. La cosa tiene su mérito, yo estuve pensando en qué se podría escribir con esa idea y no se me ocurrió nada. Tomar parte en un ejercicio siempre debe ser reconocido como un esfuerzo extra. Pero coincido con los compañeros en que es muy difícil, yendo en coche, leer esa lista, aunque el coche se detenga un minuto junto a la funeraria. Podría cambiarse sin que sufriera el texto: él acompaña a la chica al instituto en su coche, ella toma el diario que tiró él en el asiento de atrás y dice: «me gusta leer las esquelas», y añade luego la frase.

    Habría que evitar lugares comunes como «alta y esbelta» o «tener el mundo a sus pies». Tampoco suena bien «Una fila zigzagueante […] avanza indiferente»

    Además de esto, encuentro la historia demasiado esquemática; está bien escrita, con una prosa sugerente y ciertas figuras muy logradas, sin embargo sólo se dan tres puntadas superficiales, que sirven para situar al lector, pero no para implicarle en la trama. Y es importante que se implique en la trama si va a aceptar que, por ese amor que ve fugazmente, una chica se va a matar. Vistas las cosas a vuelapluma, como nos las presenta Mirta, el final llama a nuestra puerta como la inesperada bofetada del cartero: duele, pero no se comprende.

    No quiero decir que una chica no se vaya a matar porque un hombre la abandone, sino que habría que mostrar esa relación con más detalles que nos ayuden a aceptar el final. Y eso es fácil: basta con hacer un cuento más largo, más intenso. A veces una sucesión de detalles, o de imágenes (como ese zapato de tacón que pisa la nota de la suicida) produce en el lector el estado de ánimo que necesita tanto él como el autor de la historia. Ahí Mirta tiene trabajo para los próximos días.

    Y, si se quiere aumentar la tensión un poquito todavía, ¿por qué no rebajar la edad de la chica? ¿una chica de quince años?, ¿catorce? Naturalmente eso nos empuja a diseñar un ambiente más tenso, más ¿clandestino? ¿Un hombre casado y una niña de catorce años? Ahora es más fácil construir una atmósfera que coquetea con el límite, que convive de un modo natural con la tragedia. ¿Por qué habríamos de conformarnos con esbozar un arranque banal con final trágico?, ¿por qué no desarrollar una historia imposible con todos los folios que necesite? ¿Treinta?

    Mirta, ¿te animas?

    Si lo haces, te puede ayudar tanto a escribir un buen cuento como a realizar un curso acelerado de gimnasia literaria.

    ResponderEliminar

Redacta o pega abajo tu comentario. Luego identifícate, si lo deseas: pulsa sobre "Nombre/URL" y se desplegará un campo para que escribas tu nombre. No es necesaria ninguna contraseña.