La señora Jacinta se
disponía a ver su telenovela favorita cuando sonó el timbre del apartamento
anunciando que alguien estaba en la puerta de entrada.
–Quién será a esta hora, –susurró un poco molesta porque ya iba a comenzar la novela y quería
saber quién era el verdadero padre de la criada, asunto que había quedado sin
resolver en el último capítulo.
Arrastrando
las sandalias, desgastadas por ese hábito de caminar sin levantar los pies como
si estuviese muy cansada, aunque cuando no estaba cansada también los
arrastraba, llegó hasta la puerta y miró por el ojo mágico. No reconoció al
señor que estaba esperando que lo recibieran.
En lugar
de abrir la puerta preguntó:
–¿Quién es?
La señora Jacinta se pasó las manos por el delantal para alisarlo y
enseguida se las pasó por el pelo que lo tenía amarrado a la ligera con un
gancho y hacía varios días que no se lo lavaba por lo que lucía pegajoso. La coquetería
femenina le impedía abrir la puerta sin ese ritual que por cierto no mejoraba
su aspecto en absoluto. Fue después de ese proceso que abrió la puerta. Sin
invitar a pasar al visitante ni esbozar la menor sonrisa preguntó:
–¿Qué desea el señor?
–Como
le dije, soy funcionario de la municipalidad y queremos hacerles unas breves
preguntas.
El individuo esperaba que al menos lo invitaran a pasar y le ofrecieran
una silla porque había tenido que subir por las escaleras seis pisos ya que el
ascensor no funcionaba y parecía que tenía mucho tiempo en esa condición.
–Bueno,
pregunte lo que quiera. –Dijo la señora Jacinta.
–¿Cuantas
personas viven en este apartamento?
–Mi
esposo y yo, aunque no debo decirle mi esposo, preferiría no verlo más, también
viven mis dos hijos varones, mi hija y su hijo, o sea mi nieto, porque la
perjudicaron hace dos años.
–¿Seis
personas?
–Sí, seis
personas, usted sí que saca las cuentas rápido.
–Y,
¿cuantas veces defecan al día?
–¡Queee!
–Que con
qué frecuencia utilizan el WC
–¡Pero
qué pregunta es esa!
–Es una
pregunta como cualquier otra señora, necesitamos saberlo porque parece ser que
las aguas servidas de este apartamento están sobrecargando la red de aguas
negras de la municipalidad, y me enviaron a averiguarlo.
–Esto es
el colmo, que le importa el alcalde cuantas veces yo voy al baño.
–Es
importante saberlo porque como le dije, la red de aguas negras está colapsada y
parece que el responsable es su apartamento. Necesitamos además saber acerca de
sus hábitos, por ejemplo, ¿baja la cadena más de una vez? ¿Por qué lo hace? ¿Es
que acaso la materia fecal no desaparece completamente la primera vez que baja
la cadena? ¿Lanzan ustedes el papel higiénico usado a la poceta? Por favor
colabore, o de otra manera tendremos que presenciar la rutina de los que aquí
viven. Nos gustaría no tener que hacerlo.
–Me niego
a seguir hablando de esto con usted. Espere a que regrese mi marido.
–Me
obliga usted a tomar medidas un poco más fuertes. Mañana instalaremos cámaras
de video en cada sanitario y grabaremos las rutinas de usted y su familia
durante una semana. Por supuesto, tenemos una estricta política de privacidad,
de manera que los videos solo serán vistos por los funcionarios responsables
del trabajo, por nadie más. Si resulta que el grupo familiar defeca por encima
del promedio de la comunidad, tendremos que subirles los impuestos. Usted
comprenderá.
–Estoy
totalmente confundida. Es posible que bajo esa presión me vuelva estítica y la
municipalidad tendrá que costearme el tratamiento.
–No se
preocupe que de eso nos encargaremos nosotros. Ahora permítame examinar los
sanitarios, quiero ver la marca de papel que utilizan.
La doña
Jacinta estaba a punto de desmayarse cuando afortunadamente llegó un segundo
funcionario y le dice al primero en voz baja pero con suficiente volumen para
que doña Jacinta escuchara:
–Hay un
error, el alto flujo de aguas servidas no proviene de este apartamento sino de
un edificio que está justo al frente donde funciona un hospicio con unos 50
niños desamparados.
–¿Está
usted completamente seguro? Preguntó el primer funcionario.
–Totalmente
seguro.
–Doña
Jacinta, disculpe usted la molestia, estoy desolado por la equivocación, a
veces esas cosas ocurren. Le ruego en nombre de la municipalidad que nos perdone
si hemos causado alguna molestia al realizar nuestro trabajo. Pueden ustedes
continuar con su rutina escatológica sin modificarla para nada. Dicho esto, dio
media vuelta y se marchó.
Doña
Jacinta cerró la puerta poco a poco sin ánimo de ver la novela que ya iba por
la mitad. La pobre sufrió el resto de su vida de constipación y la única manera
de ir al baño era cuando se purgaba, práctica que empleaba una vez a la semana,
y por cierto, bajaba la cadena una sola vez.
Nelson Cordido
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