jueves, 1 de noviembre de 2007

El vestido de Boda

Alicia

      —¿Dónde está el finado?.
      —Pase, por favor…
      La tía Digna hizo pasar al forense hasta la alcoba. Allí, en la cama conyugal que lo había sido por tres generaciones, yacía Remigio, con un extraño rictus en el semblante. Claro que no hay que olvidar que estaba muerto, así que no podía pedírsele un rostro agradable.
      El forense, un tipo bajito y con bigote, vestido impecablemente de negro, abrió un maletín y examinó minuciosamente el cadáver.
      — ¿Habían practicado algún acto sexual?— Preguntó a la tía Digna sin mirarle a la cara, mientras examinaba la mano izquierda del difunto.
      — Puedo asegurarle que mantengo mi virginidad intacta.
      — No dudo de su virtud, señora, — ahora si que la miró a la cara — me refiero a si hubo alguna clase de sexo entre ustedes antes del… desgraciado suceso.
      — No le comprendo… — murmuró la tía Digna.
      — Era su noche de bodas, ¿no?
      La tía Digna seguía mirándole sin entender lo que quería decir aquel hombre. Ya le había dicho que no hubo cópula. Entonces… ¿qué era lo que quería?
      El forense no necesitó hacer más preguntas y finalmente dictaminó infarto como causa de la muerte.

      Esta muerte no hizo sino afianzar la maldición del vestido de boda de la tía. Con éste ya iban dos.
      La primera fue cinco años atrás. La tía Digna estaba a punto de casarse con un próspero hacendado del pueblo vecino, Matías, un gran tipo que no faltaba nunca a las reuniones de la Casa Social del pueblo, y que mantenía siempre llenas las despensas con buenos farias y Ron de la Habana, traído especialmente para él por un contrabandista gallego que le debía muchos favores desde su juventud.
      Pues bien, justo una semana antes de la boda murió la Abuela Francisca, madre de Digna, dejando a la pobre tía sumida en un mar de lágrimas y en un luto riguroso que debía durar 15 años. Siendo así, la tía se encontró en la disyuntiva de o respetar escrupulosamente tan largo luto antes de casarse, lo cual le supondría seguramente quedarse soltera, ya que a pocos pretendientes se les puede exigir tanta paciencia, o seguir adelante con la boda pero eso si, manteniendo el luto.
      Así que la tía decidió casarse de negro. Le advirtieron que un vestido negro de novia traería mala suerte, pero la tía no quiso ceder. Mandó tejer uno de los vestidos de novias mas lúgubres y sobrios que se hayan visto nunca pensando que así la Abuela Francisca (en paz descanse) daría su consentimiento allá donde se encontrase.
      Y así fue vestida Digna hasta el altar, donde le aguardaba Matías, sonriente y orondo. Anillo en ristre y pañuelo en mano. El cura, Don Saturnino leyó las bendiciones declarando el matrimonio ante los ojos de Dios. Y fue justo en el momento de la comunión, cuando Matías notó que le faltaba el aire.
      —Un atragantamiento— murmuraron los de la primera fila.
      Después lo gritaron, porque Matías seguía poniéndose morado, sin ser capaz de introducir aire en sus pulmones. El decoro de la situación hacía que los invitados no se decidieran a echarle una mano al pobre recién casado, y todas las maniobras de auxilio que intentaron después llegaron ya demasiado tarde.
      El fugaz tío Matías murió en la misma baldosa que se había casado, con la misma ropa, y con los mismos invitados, que ya, se quedaron al funeral.

      La abultada cuenta corriente que iba creciendo sin freno era afrodisíaco suficiente para que nuevos amantes pretendieran a la tía Digna.
      El tercero en cambio, Tomás, el farmacéutico que atendía a los pueblos del municipio, decía no creer en maldiciones ridículas y cortejó a la tía con cartas de amor primero, ramos de flores después y un enorme diamante que pretendía zanjar su futuro en matrimonio. Digna, que iba añadiendo años de luto a su particular condena a medida que iba perdiendo maridos, aceptó casi por rutina. No sin antes advertir al nuevo aspirante de su macabro currículo.
      Todos mirábamos con curiosidad y lástima al futuro tío Tomás y procurábamos ser muy amables con el, para que pasara de la forma mas agradable posible sus últimas horas.
      Ni que decir tiene que la boda despertó gran expectación en el pueblo y no faltó nadie a la misa. Ni siquiera el tabernero, que no cerraba nunca.
      Todo el pueblo pasaba ante Tomás dándole la mano, en un gesto más de pésame que de felicitación.
      Desgraciadamente, Tomás no pudo soportar tanta tensión y minutos antes de la ceremonia, escapó corriendo de la iglesia, como alma que lleva el diablo, calle abajo. Justo por donde venía el cortejo de la novia.

      Digna tuvo que perseguir a Tomás durante dos calles antes de darle alcance. Con el vehículo.

      No iba a dejar que se le escapara el tercero, ¿verdad?

6 comentarios:

  1. Una anécdota de lo más simplota, que está bien contada a través de las descripciones y los diálogos.
    Tenemos a una tía muy digna, que así se llama, justamente. Escasas y acertadas pinceladas nos describen a esta tía que intenta contrarrestar su estigma. Contra el que, por supuesto, no puede, sino no habría cuento. O el cuento iría por otros rumbos.
    Me gusta el final abierto, en el que no sabemos qué ha hecho la tía Digna con su prometido huidizo, si acaso lo atropella con el coche y lo mata para que cumpla el destino, o tan sólo lo alcanza para regresarlo al altar del sacrificio.

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  2. ¿Qué tenemos aquí? Una paletilla gafe se ha casado dos veces pero sigue virgen. Esto me recuerda a Margarita de Austria, princesota que se casó hace unos cuantos años con Carlos VIII de Francia y fue devuelta a su papá antes de consumar el matrimonio: ya existía en aquel entonces eso de "si no queda satisfecho le devolvemos el dinero". La buena muchacha se casó después por poderes con un infante español, Juan, el hijo de los Reyes Católicos, cuyo cuerpo está enterrado —lo digo por si alguien desea hacer turismo— bajo el altar mayor de la Iglesia del Real Monasterio de Santo Tomás, en Ávila, (bellísima la tumba de mármol blanco si se mira desde el coro). Ocurrió entonces que, durante el viaje que la traía a España, para conocer por fin al que ya era su marido, se desató en el mar tremendo temporal que hizo temer por la vida de los viajeros. El barco parecía que iba a zozobrar. Entonces la buena Margarita quiso dejar a la posteridad un testimonio de su mala suerte, y escribió aquel epitafio para sí misma (felizmente innecesario) que habría de hacerse famoso, y que comenzaba: «Ci gît Margot», y que aproximadamente se traducía así: «Aquí yace Margot, la gentil señorita, que tuvo dos maridos y murió doncella».

    Me voy por los cerros de Úbeda. Decía que este cuento de Alicia me recordaba a Margarita de Austria, pero no es de esa princesa de quien nos habla Alicia, sino de la tía Digna (mejor sería llamarla la Tía Digna, porque no es una tía propiamente dicha, sino que Tía forma parte del nombre por el que se la conoce en el pueblo). La Tía Digna se ha casado con dos tipos que han muerto el día de la boda. Hay un tercero que la pretende, pero que decide huir en el ultimo momento.

    Como historia es una pequeña gamberrada, sin mucha sustancia. Tiene dos momentos flojos que afean la cosa.

    El primero de esos momentos es la escena de la llegada del forense. El médico comienza por hacer una pregunta que no tiene más misión que divertir al lector, insiste en la pregunta, de una manera forzada y la Tía Digna insiste en su perplejidad. Pero la tensión se diluye como un globo que se desinfla: «El forense no necesitó hacer más preguntas». El lector se pregunta por qué hacía preguntas el doctor y por qué ahora ya no son necesarias; para qué ese arranque contundente llamado a desvanecerse.

    El segundo momento flojo es la persecución final con el coche. Es una farsa, un disparate, que no nos casa con ninguno de los personajes que la protagonizan.

    Por lo demás el cuento me sorprende gratamente, pues no conocía en este registro a Alicia, de quien yo había llegado a pensar que sólo escribía en primera persona y apoyándose en referencias próximas.

    Algunas cosas:

    La pregunta «¿Habían practicado algún acto sexual?» me parece que debería decirla el narrador, pero no el personaje del doctor. El tiempo del verbo no se corresponde con la acción. Si el forense llega a ver un fiambre, lo hará en un lapso corto de tiempo; la pregunta entonces sería «Han practicado» etcétera.

    Pienso que queda muy aislada la frase entre puntos y seguido «Anillo en ristre y pañuelo en mano». Y que falta una coma cuando dice: «El cura, Don Saturnino [,] leyó las bendiciones».

    En la frase «El decoro de la situación hacía que los invitados no se decidieran», creo que quedaría mejor si se cambia "decoro" por "solemnidad".

    «El tío Matías murió en la misma baldosa que se había casado». Me parece que está mal. Prueba a cambiar "que" por "la cual". La frase no debería cambiar. Pues bien: «El tío Matías murió en la misma baldosa la cual se había casado». Ahí se nota que anda mal la fórmula. Sería correcto decir: «en la misma baldosa sobre la que se había casado».

    Procurábamos ser muy amables con el». Ese "el" es un pronombre personal. Así que debe escribirse con acento.

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  3. Cuánta magia hay en un vestido de bodas, ¿no? Y sueños, proyectos, bendiciones... En algunas culturas el vestido de la novia (el traje del novio casi ni se mira) es lo más importante.
    Tu relato, Alicia, me recordó un poco a esas historias que cuenta Ángeles Mastretta en “Mujeres de ojos grandes”. Allí desfilan las tías y sus amores, sus desventuras, sus luchas interiores, sus anhelos más secretos.
    Se me hace que esta tía que nos muestras es de una época muy remota. Eso de andar perdiéndose el cielo por hacerle c aso a las normas terrenales ya no pasa (por suerte, digo yo).
    Lo que nos contás, Alicia, es trágico. Ser viuda duplicada sin haber probado marido es una verdadera tragedia. En tu relato hay dos muertos seguros y un probable tercero que no sabemos si logra escapar. Sin embargo el narrador sobrino (o sobrina) lo cuenta como si se tratase de un chiste. Una anécdota divertida, de esas que se narran en una sobremesa donde no ha faltado el vino. Yo, lectora, acepto el juego y entro en la historia para enterarme. Y me dan ganas de preguntar.
    A mí me hubiera gustado conocer, por ejemplo, cuál era el verdadero magnetismo de Digna. Que me contaras más sobre ella. Sus ojos, su risa, sus caderas. Debe de haber sido guapa para encontrar pretendiente después de semejante experiencia. Esas cosas no se olvidan. Y en un pueblo todo se sabe. Entiendo que el dinero es afrodisíaco milagroso, pero supongo que habría otras atracciones en el andar de una mujer deseosa de marido.
    Y el vestido negro, qué lúgubre. Sí, sí, antes los lutos eran así de rigurosos. Yo recuerdo cierta vez q ue en la casa de mi infancia pasamos un luto (es curioso pero no recuerdo bien quién había muerto) y mis parientes grandes llevaban un brazalete negro en uno de los brazos. Y las cartas llegaban en sobres con una guarda negra en el borde. Era horrible, ahora que lo pienso. Una marca. ¡Ah! Y prohibido reírse o escuchar música alegre durante no sé cuánto tiempo.
    Pero volvamos al “Vestido de boda” (¿por qué "boda" y no "bodas"? ¿alguien sabe cómo es, en realidad? ¿valen los dos, singular y plural? ¿o tu idea, Alicia, era insinuar desde el título una especie de boda unilateral?). Vuelvo. Decía que se cuenta como un chiste. Ya de entrada la pregunta “¿dónde está el finado?” resulta jocosa. Y más viniendo de un médico tan pulcramente vestido. Me gustaría saber también cómo murió el pobre Remigio; ya sé que el facultativo “dictaminó infarto”; pero de qué manera llegó a la cama conyugal, quiero decir. Parece que al menos pasó la celebración religiosa, y la fiesta.
    Llama la atención que la tía usara el mismo vestido que había usado en su primeras nupcias, sobre todo considerando la abultada cuenta corriente.
    Algunas terminaciones en “mente” hacen ruido:
    ...“vestido impecablemente de negro, abrió un maletín y examinó minuciosamente el cadáver”.
    De paso, me pregunto para qué abrió el maletín este hombre. Así como está escrito parece que lo hubiese abierto para nada. Habría que agregar qué sacó de allí, para evitar una imagen que me queda –al menos a mí- inconclusa. O si lo abría por puro convencionalismo, decirlo. Era un forense acostumbrado a acciones repetidas de memoria, que cumplía al pie de la letra. Así que solía hacer cosas inútiles.
    También se puede evitar el maletín. Pero están buenos los detalles porque muestran. Enriquecen la historia. La hacen más verosímil.
    Otra situación que me choca tiene que ver con esto que te decía al principio.
    A esta tía, de entrada la situé en una época remota. Y al final veo a la tía persiguiendo al novio “con el vehículo”. Eso me sorprendió porque en aquellos tiempos —los que supuse como tiempos de la tía Digna— no había vehículos; y si nos adelantamos un poquito hasta los años en que los automóviles comenzaron a circular las calles, pues no los conducían las mujeres.
    Ya para los setenta, ni la virginidad ni el luto eran cosa muy tenida en cuenta (por suerte, digo yo).
    Veo algunos errorcillos que se corrigen fácilmente y que ya te los dijeron, creo. Algún acento, esas cosas.
    Fue lindo leerte, Alicia. La pasé bien, lo leí con rapidez. Me parece que habría que trabajar esta historia un poquito más. Quizá estaría bueno probar a escribir desde el vestido. Jugar con la sentencia maldita. Con ese magnetismo que le impedía a Digna cambiar su ajuar. Con esas hebras negras. Sería otro el tono, más vale.
    O desde la madre muerta. Que fuera la vieja quien desde el más allá impidiera que la boda se consumara. Que en el pueblo corriera esta voz.
    Y que lo contara un borracho.
    Ya sé, se me fue la mano con las sugerencias. Perdón.
    El final abierto está bueno, coincido con Norberto.
    Un beso grande y gracias por escribir, Alicia.
    Tere

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  4. Lo que más me llama la atención es que los maridos, en las dos primeras bodas, mueren sin intervención de la novia, por causas, al parecer, ajenas a su voluntad, ¿por qué con el tercero sí interviene su voluntad?
    Lo del vehículo también me pareció un anacronismo, como a Tere, y sobre todo me produjo una gran sorpresa que la Tía Digna supiera conducir. Tampoco me encaja con el personaje que fuese tras el novio para traerlo obligado de nuevo hasta el altar o atropellarlo; no parece el tipo de mujer-acción, fuerte y segura de sí misma, capaz de tomar ese tipo de decisiones.
    El final me parece muy precipitado y me gustaría que Alicia contara cuál fue su intención al escribirlo, porque me da la sensación de que ese final abierto no está buscado sino que ella escribió pensando en un final único. Me gustaría salir de dudas, tal vez porque contrariamente a otros compañeros a mí no me gusta ese final tan dudoso, no sé si influida por la herramienta que se utiliza para llevarlo a cabo: el vehículo.
    Hay una palabra que yo sacaría del texto por parecerme demasiado actual: "currículo".
    La verdad es que quitando estas cositas es un cuento que se lee con agrado.
    Me gusta la ironía suave que se maneja en todo el texto y, mucho, la descripción que me llega del ambiente, del pueblo, de los personajes.
    Un abrazo, Alicia.

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  5. Es una historia triste que sorprendentemente nos hace sonreir. Empieza y termina en clave de humor. Me choca ya que el tono de la trama es serio o neutro.



    Aunque soy malísima para los títulos, a éste cuento quizás lo llamaria: Las bodas de la Tía Digna,que es la protagonista. Creo que para que el vestido fuera realmente el protagonista de la historia, tendríamos que verlo, que tocarlo, que sentirlo. Me imagino al vestido matando realmente a los maridos mientras desabrochaban el corsé o clavándoles una de las varillas o quizás estaba envenenado… Me imagino el espíritu enfurecido de la abuela Francisca dentro del vestido por haberle faltado al debido respeto…



    En cuanto a lo de que a algunos les choca que ella conduzca. En realidad no lo interpreto así; ella le persigue con el vehículo pero ¿acaso no conduce normalmente el coche de bodas otra persona? podría ser el chófer quien lo llevara... Y en cuanto al tiempo en que se produce, yo lo sitúo en los años 60-70 (en esa época las mujeres ya conducían) quizás porque pienso en mi madre (una mujer de la dura meseta castellana) y la recuerdo, en mi infancia, siempre vestida de negro.



    Una tontería:

    Cambiaría cama por lecho. No sé si es algo dialectal, o no, pero a mí me suena mejor.



    Un abrazo,

    MontseVillares

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  6. La mayoría de las observaciones me parecieron pertinentes no obstante, creo que no era una mala historia, simplemente no se le sacó jugo. Podía haber jugado con lo tragicómico pero no lo logra. El título no me cierra pero dejémos. Me parece poco apropiado cómo se refiere el cana al difunto, no forma parte de los términos técnicos policiales ni de su jerga cuadrada: el masculino. Tal vez sea un policía de quién sabe dónde..¿De dónde eres que no te conozco?

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