martes, 1 de abril de 2008

Recuerdos de Olinda

Norberto Zuretti

      A las tres de la tarde, como todos los días, Olinda Sambueza desdobla sus funciones en la caja registradora con las de Gonzalo, el mozo, quien recién se ha marchado hacia la cocina porque es el horario de su almuerzo. Generalmente, resulta esta una hora sosegada, con escasos parroquianos que consumen café, té o gaseosas mientras dejan acontecer la tarde, y ella recorre las mesas con la parquedad propia de la hora, más cerca de la blandura de la siesta que de la algarabía y las corridas de los almuerzos o cenas. Acaba de servir tostados a la pareja de la ventana, cuando entra un grupo de gente muy bulliciosa, son cinco, tres varones y dos mujeres, hablan en voz alta mientras eligen mesa, desplazan sillas e inspeccionan el local como si realmente se tratara de un sitio exótico o pintoresco. Olinda, respondiendo a una propia rutina que aprendiera a respetar, aguarda a que la llamen. Se acerca entonces con el anotador y la birome y va registrando los pedidos, dos pebetes de jamón y queso, uno con tomate, tres gaseosas, una lágrima y… ¿un café cortado con gotitas de fernet, ha oído bien, es posible?, sí, un café con fernet, en taza chiquita, poco fernet, la repetición la deja perpleja, claro que había recibido alguna vez un pedido tan singular. ¿Puede ser, puede ser él, puede ser él después de tantos, tantísimos años?, a ella se le forma una contractura en los omóplatos, le transpiran las manos, le cuesta respirar; de repente revive escenas ya perdidas en el discurrir del tiempo. Lo mira y lo que ve no confirma la imagen disuelta del recuerdo; una panza que se escapa del cinturón, la calva en la nuca, el bigote, las arrugas en el rostro y las canas le traen dudas, no está segura de que se trate de Cipriano, de aquel Cipriano joven, atlético que vestía tan bien y tenía una voz dulce y compradora que hacían soportar sus modos antipáticos. Cipriano Buendía, antiguo compañero de aquel colegio primario que aún subsiste a la vuelta del bar. Cipriano alias Arnaldo Márquez, actor de esa telenovela que estuviera de moda ¿veinte años, veinticinco años? atrás. Detrás de la barra, ella misma comienza a preparar los encargos con la paciencia metódica que ha sabido acumular desde el inicio de la profesión. Corta los dos pebetes con el cuchillo largo para el pan, les unta manteca y mayonesa con un cuchillo más pequeño y liviano que enjuaga y seca entre un paso y otro. Lo espía de reojo, ¿será posible, será Cipriano, puede ser Cipriano que regresa quién sabe de dónde y se sienta en la misma mesa donde lo viera la última vez, como si nunca hubiera sucedido nada, y le vuelve a pedir café con fernet? Prensa el jamón en la máquina y arrastra el carrito, regula el espesor de la tajada, corta cuatro rodajas solamente. No, claro que no, no fueron ni veinte ni veinticinco años, qué va. Olinda realiza los cálculos mentalmente, atender la caja le ha dado cierta experiencia para estos ejercicios, por ese entonces acababa de cumplir los veinticuatro, fácil de recordar porque coincidía con la muerte del padre, han transcurrido exactamente treinta y nueve años, dos matrimonios, un divorcio, cuatro hijos, dos nietos y una red azul de varices que la separan de aquellos tiempos en que este individuo protagonizara Amor Salvaje, en un rol de villano que le calzaba justo a sus cejas tupidas, al cinismo de la sonrisa, a ese aspecto tan pedante de porteño. Se acuerda de la cortina musical, un tema romántico y baboso interpretado por Altemar Dutra que cantaba y tú, quién sabe por dónde andarás, qué lejos estarás de mí. Libera el jamón de los ganchos, acomoda el queso, vuelve a empujar el carrito y gira la manivela para cortar las porciones que recoge con la pinza, es más fácil con el queso, no se arruga tanto. Ella, por esa época moza del local que ahora le pertenece, le había creído todo; él era su esperanza de abandonar la provincia para irse a vivir a la gran ciudad con un actor famoso, o casi. Nada más había que esperar que finalizara la temporada, y que él rompiera con la productora antes de regresar a buscarla. Fue durante la semana que filmaron varios capítulos en la zona, después de las grabaciones todo el equipo de producción llegaba al bar, donde se pasaban las horas planificando las tomas y los escenarios siguientes. En medio de esas tardes caóticas e interminables y durante el aburrimiento de las noches, se fue dando el romance que de común acuerdo ocultaron; ella tenía novio, él un rollo con la asistente de producción, ella iba a dejar al novio, el también a la asistente. Guarda el jamón y la pieza de queso en la heladera mostrador, toma un tomate y corta rodajas que acomoda en un plato, separa las semillas, le echa un poco de sal. Está terminando de armar los dos sándwiches cuando la llaman de la mesa, el tipo que está sentado al lado de Cipriano quiere una cerveza en vez de la gaseosa, y algo para picar. Se cruzan sus miradas fugazmente, a Olinda no le quedan dudas, esa forma tan huidiza de no fijar la vista y de escaparse era típica de Arnaldo, aquel personaje odioso que tenía un romance con la actriz principal, ocultándole que eran hermanos. Coloca la gaseosa, la cerveza, dos vasos y los sándwiches en una bandeja, junto con dos platitos llenos de maníes y papas fritas, y se dirige a la mesa portando el servicio. Mientras reparte el pedido, se vuelven a mirar durante el transcurso de la pregunta. ¿Se olvidó de los cafés, doña?, le dice con una voz que a pesar de los años y la ronquera resulta inconfundible, por lo mordaz y antipática. No, Cipriano, ya los traigo. Inconscientemente se le escapa el nombre, se está retirando cuando lo oye decirle: Me parece que me confunde, señora, yo me llamo Juan Manuel, recita el nombre con extrema importancia y, a pesar de que luego él baja el volumen de la voz, ella todavía puede oír que se queja de estos pueblerinos que no tienen ideas y que son más aburridos que una ostra. Hay carcajadas hirientes, desde el mostrador sabe que ella es la única destinataria de las burlas, a esta altura de su vida no le molestan, algunas cosas pudo aprender por el camino. Del secador toma dos tazas y dos platos, en una taza vuelca leche caliente y un poco de café de una jarrita, con un repasador limpia las salpicaduras. Señora, los café, escucha que le reclama con marcada indignación el ahora rebautizado Juan Manuel, alias Cipriano, alias Arnaldo. Estoy en eso, ya se los llevo. Él la sigue mirando, sobrador, ¿la habrá reconocido, es posible que no la reconozca, que lo que vivieran durante esos escasos días no le haya significado nada, ni un rasguño siquiera en los rincones más inaccesibles de la memoria, resultó ella apenas una cruz más en el largo listado de un conquistador compulsivo? Toma la segunda taza y la acomoda debajo del doble pico vertedor, carga la manga con café, comprueba la presión. Para hoy los café, doña, que no nos vamos a quedar a vivir aquí, todavía lo escucha protestar a los gritos; ciertas manías no mejoran con los años y, por el contrario, se potencian. Se agacha y escupe dentro de la taza, mira el fondo, no parece satisfecha y vuelve a escupir y enseguida la llena de café, con mucha espuma, y también le vuelca un chorro de fernet, bastante fernet. Entonces camina hacia la mesa con la frente bien alta, y le sonríe a Cipriano Arnaldo Juan Manuel Buendía mientras le acomoda la taza delante, y le entrega la cucharita en la mano. Por fin, era hora, ¿tanto tiempo para un miserable café?, suspira él sin dignarse a mirarla, y Olinda regresa al mostrador con todo el esplendor de la sonrisa; decididamente, va a interrumpir la hora de Gonzalo para que él continúe atendiéndolos.

4 comentarios:

  1. Me gusta, aunque sé que sabe a poco decir esto. Pero me gusta la historia y la manera en que está narrada. Por otra parte, no encuentro nada que me parezca mejorable. Lo que nos muestra Norberto es que no hay una sola manera de escribir un cuento, la ortodoxa, esa a favor de la cual se le podría aconsejar que cambiara comas por puntos y acortase las frases; no hay una sola forma, sino muchas, con tal de que el resultado sea bueno. ¿Se han fijado en esas interrogaciones larguísimas?
    Comienza con una pregunta graciosamente progresiva, que supera una línea de extensión: «¿Puede ser, puede ser él, puede ser él después de tantos, tantísimos años?» A, A+B, (A+B+C)+D. La pregunta parece el proceso mental de la protagonista, que va ganando en asombro. Siguiente pregunta, que alcanza las tres líneas: «¿será posible, será Cipriano, puede ser Cipriano que regresa quién sabe de dónde y se sienta en la misma mesa donde lo viera la última vez, como si nunca hubiera sucedido nada, y le vuelve a pedir café con fernet?» La tercera pregunta ocupa ya cuatro líneas: «¿la habrá reconocido, es posible que no la reconozca, que lo que vivieran durante esos escasos días no le haya significado nada, ni un rasguño siquiera en los rincones más inaccesibles de la memoria, resultó ella apenas una cruz más en el largo listado de un conquistador compulsivo?» Jeje, simpática y absolutamente deliberada esa manera tan extensa de preguntar. ¿Y por qué no se va a interrogar a sí misma, de esa manera, Olinda? Si la gente se distingue por su manera de hablar, ¿por qué no se distinguiría también por su manera de preguntar? Por otra parte es necesario hacer llegar al lector primero la sorpresa que siente Olinda, luego su asombro, finalmente su indignación. Hacérselo sentir, digo, no ya porque se lo cuente el narrador, sino porque asista divertido al gallinero que se organiza en la cabeza de la protagonista.
    El lector no las tiene todas consigo. Tampoco Olinda, probablemente, por más que quiera convencerse de que Cipriano se cambió de nombre y ahora se hace llamar Juan Manuel. No podemos estar seguros de que la cochina venganza de Olinda no sea sino una imperdonable equivocación. Pero quizás por eso el final del cuento sea más sorprendente, más arbitrario, más simpático. Juan Manuel es Cipriano, pero si da la casualidad de que no lo es, anda y que se joda de todos modos, por chulo, por impertinente y por porteño.
    El cuento, ya digo, me parece delicioso. Muy elaborado, muy aquilatado, uno tiene la sensación de que el autor ha estado bajando y subiendo décimas de gramos de la balanza, hasta quedar satisfecho.
    El otro gran acierto es la minuciosidad de los movimientos de la protagonista, que van fotografiando el paso del tiempo, el tiempo que necesita Olinda para preparar el pedido, pero también para ordenar sus apresurados pensamientos; el tiempo que necesita Cipriano para impacientarse; el tiempo que necesita el lector para saborear la historia y el deleitarse con el roce que se produce entre los personajes. La frase magnífica es: «No, Cipriano, ya los traigo», el momento cumbre del cuento, antes de que el escupitajo venga a instaurar la justicia, la sagrada justicia. Algo así como «a mí no me la das con queso, Cipriano».
    No sé si seré ahora mismo injusto con otros cuentos de Norberto, pero este me parece lo mejor que he leído de él, si exceptuamos “Señora de ida y vuelta”, que es un cuento por el que tengo debilidad.
    Y ya. Si acaso advertir que hay una ese que falta en la palabra “cafés”. Y que podría ser interesante invertir un par de minutos en releer estas tres frases, que abundan en la misma idea: « con la paciencia metódica que ha sabido acumular desde el inicio de la profesión», « atender la caja le ha dado cierta experiencia para estos ejercicios», «algunas cosas pudo aprender por el camino»

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  2. He leído el cuento varias veces, la primera me encontré con muchas palabras que no conocía, (fernet, pebete, la birome…) pero eso no me detuvo. La segunda lo hice a trompicones, dando saltos a la página del diccionario. Fue muy instructiva. Luego lo he leído un par de veces buscando algo que corregir, pero no he encontrado nada. Puede que haya un par de frases que yo no las hubiera dicho así, pero como no considero que de esa forma estuvieran mal, no te digo nada. En principio hubo un par de cosillas que no me gustaron, ( lo digo solo como anécdota, ya que es problema mío, ya solucionado por cierto), el uso de los apellidos “Buendía” y “Márquez”. Tengo debilidad por los dos, o por “Cien años de soledad” mejor dicho, y no me gustó mucho, lo vi como un sacrilegio, luego, recapacitando, entendí que más bien sería un tributo y se me pasó el enfado.
    La venganza de Olinda al escupir en la taza de Cipriano, me recordó a una escena de “El color púrpura” una película de la que estoy enamorado, también lo estoy de la novela, de Alice Walker, aunque no recuerdo si en ella existe esa escena.
    En definitiva, y habiendo solucionado mis problemas, tengo que decirte que me gustó, pero que seguro que en el siguiente te tiro de las orejas.
    Un abrazo.

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  3. He leído la historia con tanto gusto que cuando llegué al final no recordaba quién era Gonzalo. Me gusta cómo introduces los personajes, la habilidad para explicar su pasado común como dejándolo caer y cómo consigues nuestra aversión hacia Juan Manuel, alias Cipriano, alias Arnaldo.

    Estoy de acuerdo con Carlos y su comentario acerca de la progresión en las preguntas que trasmiten al lector su confusión, su incredulidad, su rabia. !Soberbio! Así como el uso repetitivo de la expresión: Señora, los café ( en singular repitiendo el habla del personaje y transmitiéndonos su tono despectivo).

    Hay mucho vocabulario que desconozco (pero eso no ha impedido que me lo leyera de un tirón, por lo que aún tiene más mérito tu relato) pero que intuyo por el contexto y un par de expresiones que no había oído nunca:
    Acaba de servir tostados (supongo que se trata de tostadas, o pan tostado).
    ...tenía una voz dulce y compradora (¿aduladora?).
    Él la sigue mirando, sobrador, (imagino "que va sobrado", o sea arrogante).

    Un fuerte abrazo, y sigue compartiendo con nosotros tus historias,
    Montse Villares

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  4. Desde luego, el mayor mérito es la descripción minuciosa de los preparativos de la comida. Te tienes que haber puesto a ver a alguien hacerlo.

    Luego, luce muy verosímil. Además, eso del escupitajo, PASA: nunca peleen con un mesonero.

    Lo que no me cuadra es el cambio de nombre de Cipriano: por un lado es indispensable para el cuento; por otro, no está justificado. Creo que debes arreglar eso.


    y la birome no sé qué es eso
    dos pebetes ni ésto


    años?, a se puede poner ? y ,

    la calva en la nuca no será en la coronilla?

    una voz dulce y compradora que hacían soportar

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