jueves, 15 de mayo de 2008

Apariencias (ejercicio)

Norberto Zuretti

      Una joven pasa caminando frente a un bar, lleva una minúscula pollerita a cuadros, medias tres cuarto, una remera blanca enrollada que deja al descubierto su cintura, y una mochila de la que sobresalen libros. En la ventana, un señor mayor la está observando, es medio pelado y usa unos lentes de mucho aumento. Ella se detiene, se quita el chupetín de la boca, le sonríe.
      —¿Me dijo algo? —le pregunta revoleando los ojos con picardía infantil, la mano con la golosina cerca del rostro.
      Él se sorprende.
      —No, no —le responde tímidamente.
      —¿Seguro? —insiste ella —, a mí me pareció…
      —No, no dije nada.
      —Ah, bueno… ¿y no quiere decirme nada?
      —Sólo estaba mirando.
      El hombre sacude la cabeza, bebe un trago de su taza de café. La joven se acerca y se apoya en la ventana. Él se siente incómodo, no termina de acomodarse en el asiento.
      —Ah, así que me estaba mirando.
      —No, no, a vos sola no…, miraba para afuera…, a la calle, a la gente, a los coches…
      —Tengo mucha sed, ¿no me invita con una Coca?
      Él le señala la mesa, ella da la vuelta y entra. Cuando le traen la gaseosa, bebe de un solo trago el primer vaso, reprime un eructo, se relame mostrando el piercing de su lengua, una bolita blanca de teflón, recoge una servilleta de papel y se seca los labios.
      —¿Cuántos años tenés? —le pregunta el hombre.
      —Diecinueve —contesta enseguida ella, muy seria, erguida sobre la silla.
      —¿Diecinueve? —se sorprende él-, no te doy más de quince.
      —Bueno, para serte franca, tengo dieciocho.
      —No te creo, a lo sumo podrían ser dieciséis, pero lo dudo.
      —¿En serio no querés decirme nada?, mirá que está todo bien.
      —¿Sos del colegio de acá a la vuelta, no…?, por el uniforme, digo.
      —A mí no me molestan que me digan cosas, a veces me gusta.
El hombre está cada vez más incómodo, termina su café, pliega el diario. La chica se apoya con los codos y se inclina sobre la mesa, le habla en voz baja.
      —Lo que no me gustan son las guarangadas que dicen mis amigos.
      —Mozo —llama él extendiendo el brazo y escribiendo en el aire para pedir la cuenta.
      —Vos seguramente no dirás estupideces, pareces muy serio y formal, me gustaría oírte, dale, decime lo que sea, lo que se te ocurra.
      —¿Sabés que…? —se interrumpe para pagarle al mozo-, me parece que tenés algún problemita vos…
      —¿Y por qué te parece, porque me gusta que me digan cosas?
      —Apenas tenés quince años, podría ser tu padre…, qué digo padre, tu abuelo podría ser…
      —Sí, pero…, igual podrías decirme algo.
      —Mirá, guapa, mi mujer es psicóloga, si alguna vez necesitás ayuda…, tiene buena onda con los adolescentes, al menos podría orientarte.
      —¿Ah, sí…, y vive por acá?
      —En la otra cuadra.
      —¿No me anotás el teléfono?
      Él toma una servilleta, busca la birome en el bolsillo del saco, escribe el número y el nombre, y se lo acerca arrastrando el papel sobre la mesa. La joven lo lee, lo mira y se lo devuelve.
      —Anotame tu nombre también, así la llamo de parte tuya.
      Él así lo hace, guarda la birome en el bolsillo interno del saco, se acomoda los lentes, recoge el diario y se levanta para marcharse, ignorando el puchero que ahora está haciendo ella.
      —Suerte —le dice sin mirarla, y se marcha, dejando unas monedas de pro-pina.
      Ella se queda en la mesa con la cabeza gacha, pareciera que tiembla. Entonces se acerca la señora que atiende la caja detrás del mostrador.
      —¿Te pasa algo?
      La joven se sacude más fuerte.
      —¿Estás bien, cómo te sentís, qué te pasa?
      También viene el mozo, y una señora de la mesa vecina. Ella alza la vista, está llorando, tiembla.
      —¿Qué pasó, te hizo algo ese tipo?
      —¿Lo vieron, no? —pregunta en medio del sollozo.
      La señora de la caja, el mozo, la mujer de una mesa vecina y dos muchachos de otra mesa que también se unen al grupo se observan entre ellos.
      —Sí sí, lo vimos, ¿qué te dijo el desgraciado?
      La joven coloca sobre la mesa un paquetito de nylon transparente, que contiene un polvo blanco. Levanta el rostro, los ojos humedecidos en lágrimas, le da un hipo, tartamudea.
      —Tam… bién… me de… jó… su… su telé… su teléfono, me… me dijo que… que lo llame… cuan… cuando se me… se me aca… be…
      Y extendió la servilleta, donde se podía leer el número telefónico, y dos nombres.
      —Pero…, pero…
      —Es un vecino, quién lo iba a pensar…
      —Qué hijo de puta.
      —No lo puedo creer.
      —Y aquí, a plena luz del día.
      —Delante de todo el mundo.
      —Esto no tiene nombre.
      —Hay que denunciarlo.
      En medio de un puchero lastimoso, la adolescente pregunta:
      —¿Les parece…, díganme, yo no sé…, a ustedes les parece…? —los mira uno a uno, extrae de su mochila un celular, lo abre y, llorando más intensamente, marca el 911.

5 comentarios:

  1. Bueno Norberto, tu chica sí que es mala, mala.

    A ver si me ilustras, y de paso amplío mi vocabulario. Aunque imagino son piezas de ropa desconozco que es una pollerita y una remera.
    Me gustó como describiste al hombre "medio pelado" y cómo a continuación nos trasmites esa sensación de incomodidad que vive el hombre.

    Esta frase no sé si es correcta, yo diría "me invita a una Coca" en vez de "con". Y a continuación se te olvidó la coca y lo trocaste por gaseosa.
    —Tengo mucha sed, ¿no me invita con una Coca?
    Él le señala la mesa, ella da la vuelta y entra. Cuando le traen la gaseosa

    Un cuento bien cerrado que se bebe de un sorbo, como una limonada en una terracita de verano.

    Un abrazo,
    Montse Villares

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  2. Hola Norberto, el cuento está bien haladito, fluye. Hay vocabulario
    que supongo es de tu región y que no conozco:
    - remera
    - guarangadas
    - birome

    Te sugiero revisar el primer párrafo, considero que hay
    demasiados "un, una, unos"; lo mismo para la frase final del cuento,
    es decir donde dice: "un celular", podría ser "el celular" o ¿tiene
    varios?

    En algunas partes hay demasiados "se".

    Donde dice:
    - A mí no me molestan que me digan cosas, a veces me gusta.
    => A mí no me molesta...

    - Lo que no me gustan son ....
    => Lo que no me gusta es...

    Donde dice:
    Y extendió la servilleta, donde se podía leer el número telefónico, y
    dos nombres.
    => Sugiero quitar la última coma.

    Sobre las intervenciones finales, caramba, ¿le podrías colocar
    excalamación al menos al madrazo para que quede bien echado?

    Saludos
    Pat...

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  3. Bien, Norber, bien. El problema es que no me lo creo. Es decir, ¿cuál es el propósito de la chiquilla? ¿Divertirse? Supongo que esta anécdota es un ejemplo de lo que llaman la banalidad del mal, ¿no? Hacer el mal por mero aburrimiento, por hacer algo. Pero insisto, me falta una razón valedera. Despecho, quizá. Lo veo como el primer episodio de un cuento más largo. Como ejercicio está muy bien, atrapa, y el diálogo es muy verosímil. ¿A quién no le gustaría que se le acercase una colegiala? Claro que uno tiene una conducta, y lógicamente respondería como un caballero, aunque no sé si yo la mandaría al psicólogo. Ah... estos chicos de hoy.

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  4. ¿Existe la personalidad maléfica o perpetradora del mal innecesario?

    Norberto -¡bien!- piensa en alguien aparentemente inocuo: una muchacha sonrisa rápida, golosina en mano, libros encima.

    Es que pareciera que la maldad necesitara sorprender para ser más mala. O llevar carita de inocente, eso. De un gesto tosco, ceño fruncido y mirada feroz, una sospecha y hasta espera el zarpazo. Pero de una colegiala simpática, no, no.

    No hace mucho vi que mi chiquito de ocho andaba en cuatro patas sobre el césped. Bueno, en tres. Porque una de sus manos sostenía una lupa. Él movía la lupa como buscando un ángulo preciso:

    —¿Qué hacés?, le pregunté.

    —Estoy quemando una hormiga.

    —¡¿Quééé?!— me alarmó la posibilidad de que se divirtiera a costa del sufrimiento de un ser vivo. Me parecía tan feo, eso.

    —Pero no la quemo del todo.

    —¡¿Quééé?! ¡Pobre hormiguita!— me costaba aceptar que mi nene anduviese torturando un bicho.

    —Es para salvarlas, mami.

    —¿Cómo para salvarlas?

    —Porque yo la quemo un poco y entonces la hormiga va al hormiguero y les cuenta a las otras que hay un monstruo en el patio; un monstruo con un arma que quema hormigas de un saque. Y se mudan de patio. Y se salvan.

    —¿Se salvan?

    —Claro, de morirse con el veneno de hormigas que vos echás.

    La conversación siguió pero ya no viene al caso.

    Lo que pretendo decir es que a veces una acción que parece cargada de maldad, no lo es tanto. ¿Existe la persona mala? Al fin y al cabo la estructura de carácter de los perpetradores del mal se puede reducir a conceptos psicológicos conocidos y comprensibles, y en todo caso a diagnósticos psiquiátricos. Y el malo termina siendo víctima de algo y la acción maligna, la respuesta a un estímulo.

    La muchachita de “Apariencias” es mala porque hubo algo que no le salió como esperaba. Bronca, despecho, venganza. Seguramente, si indagamos en su historia, encontraremos condiciones propicias para que germinen esas conductas. Entonces, ¿hasta dónde es mala?

    Y el pobre tipo, el señor mayor medio pelado y anteojos, se percata de que la chiquita anda necesitada de terapia; es un señor amable que elude la posibilidad de jugar con la mocosa, y le ofrece la atención de su mujer, que es psicóloga. Un buenazo, el tipo.

    El ejercicio consistía en escribir sobre la maldad y a Norberto le salió esta historia que a mí me gusta. La leí bien, de un tirón, sin trabas.

    Excelentes los diálogos.

    Che, Norberto, ¿estás muy en contacto con adolescentes por alguna circunstancia o es que prestás atención a las conversaciones en el micro o la calle? Porque la voz de la muchachita es muy creíble, ¡hablan así!

    Creo que habría que revisar un poquito el párrafo inicial. A ver, dice:

    “Una joven pasa caminando frente a un bar, lleva una minúscula pollerita (el diminutivo ya dice que es minúscula) a cuadros, medias tres cuarto, una remera blanca enrollada que deja al descubierto su cintura, y una mochila de la que sobresalen libros. En la ventana, un señor mayor la está observando...”

    ¿Qué tal si en lugar de pasar caminando (después de todo, nunca termina de pasar, no en este cuento) la niña camina? Y de paso, cortamos un poquito, omitimos algún que otro verbo, le ponemos pilas a la imagen...

    Una joven camina frente a un bar: pollerita a cuadros, medias tres cuarto, remera blanca enrollada y cintura al descubierto; en su espalda, una mochila de la que sobresalen libros. Desde la ventana, un señor mayor la observa...”

    Buen ejercicio, Norberto.

    Un beso,
    Tere

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  5. El cuento me gustó mucho. A pesar de que el final es previsible se sostiene y sostienen al lector en la lectura.La maldad, simplemente la maldad, en estado puro, es difícil de ver. En el consultorio puede aparecer en algún rasgo perverso pero para observarla tal cual es hay que ir a las cárceles.

    Este cuento es un hallazgo, bien llevado y creíble, porque la maldad, difícilmente necesite razones para ser, aunque los psicólogos se maten buscando justificar su origen.

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