jueves, 1 de mayo de 2008

Carta en Bogotá

Pilar Dublé

      Árboles largos y apagados de lluvia. Se dibujan en el fondo de la sabana, se acercan y pasan bajo el avión. Santa Fe de Bogotá, bella, dispersa y húmeda como hembra receptiva.
      En el hotel, harta ya de los susurrantes moradores, llamo al servicio de piso y desbarato la maleta. La habitación parece arreglada con descuido, de prisa. El espejo del baño sucio, las revistas de turismo desparramadas, el fax encendido. Abro el bruscamente el cajón de la mesa de noche y salta un sobre envuelto en un pañuelo azul, aún fresco de perfume costoso. Abandonada, cerrada, nadie ha leído esta carta. “... mis pies trazan círculos sin sentido. El sol caliente me traspasa los párpados y los ensueños, como harías tú. Oigo romper el mar cuando estoy de espaldas. Lo miro, me recuerda tu risa, y ya no lo escucho. Sollozos de perro, tirada en la arena...”
      Un inmenso desconsuelo.
      Fechada dos días atrás, la firma Marcela Hayek. ¿Quién es Marcela? ¿Quién es él, porqué lo padece tanto? ¿Mar? El mar está muy lejos de Bogotá. Me olvido del tedio por Marcela. Llamo a recepción y escucho de nuevo la repulida y lenta dicción del altiplano: “La Jeñora Marsssela dejó ya el hotel”. “Por seguridad no podemos dar más datos, Jeñora”. En ese momento tocan a la puerta. Es la cena, primorosa, caliente. Acoso al empleado, sin darle chance para una pose profesional: “Quiero hablar con Marcela Hayek”.
      El hombre responde con voz quebrada, trémulo, sin levantar la vista: “No diga que yo dije, su mersssecita. La encontraron ayer, pobre, y había llorado mucho, Jeñora. No se sabe porqué murió. Estaba sentada, ahí misssmito, en esa butaca”.

Pilar

7 comentarios:

  1. No me queda claro a dónde nos fuimos con este relato.

    El primer párrafo impacta con su descripción de Bogotá: “…bella, dispersa y húmeda como hembra receptiva.”

    Me hace acordar a los canales tipo Animal Planet. Es el adjetivo “receptiva” el que me lleva de la nariz. ¿Hembra receptiva? Las hembras de cualquier especie animal, (por supuesto exceptúo a la especie humana), cuando están receptivas, es probable que se pongan húmedas y bellas, sobre todo para sus congéneres machos. Lo que podría asegurar en que sería raro que estuvieran dispersas. Más bien están muy atentas a la elección de cuál macho tiene el mejor ADN para sus próximas crías.

    Dispersas o receptivas. Y para el caso que compararas a Bogotá con una mujer caliente; ¡basta!, me cansé de dar vueltas sobre este párrafo.

    Luego, el personaje narrador, encuentra una carta, de redacción extraña. Y el narrador/a se empecina en saber quién es Marcela Hayek y por qué sufre tanto este amor.

    Hay frases cuya redacción no ayuda al entendimiento del relato: “Me olvido del tedio por Marcela”. (No sería más claro: Por Marcela me olvido del tedio). “Llamo a recepción”, ¿no lleva artículo?

    Uno se pregunta de qué se trata este cuento. Pero sobre todo se pregunta en qué hotel de cuarta se aloja este personaje. ¿La policía no pasó por esta escena? Marcela se muere, la matan, se suicida, y todos tan tranquilos.

    A mí me parece que la autora, por lo general cuidadosa, estaba apurada, o este es el borrador de un próximo relato. De esos a los que nos tiene acostumbrados.

    Otra vez será.

    Un abrazo de





    Marta Iris Díaz Gioffré

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  2. Pilar, no me cierra el final.
    Siento como que al cuento le falta algo, que desaparezca la carta, por ejemplo, y le de un toque fantástico al no saber si la personaje la leyó o lo imaginó.
    Así como está me parece muy lineal. La nueva pasajera encuentra una carta que dejó la anterior habitante antes de morir en esa misma habitación el día anterior.
    No me dice nada. Hasta es lógico que en recepción no le cuenten lo sucedido, atentaría contra el prestigio del hotel, no quieren mala fama.
    ¿No te olvidaste de alguito, Pilar?




    revistas de turismo desparramadas, el fax encendido. Abro el bruscamente bruscamente el cajón de la mesa de noche y salta un sobre envuelto en un pañuelo azul, aún fresco de

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  3. La narradora descubre en la habitación de un hotel de Bogotá, la carta de una mujer. Indaga y se entera que la pobre murió ahí misssmito, el día anterior.

    Es del tipo de argumentos que no resulta interesante —no se trata de una de esas historias atractivas desde su esencia, quiero decir— a menos que el autor se las ingenie lindo. Yo diría que es del tipo de ejercicios que debiéramos proponernos. Largar un argumento de dos renglones —incluso menos— y ver qué cosas salen.

    Creo que en este caso, Pilar peca — otra vez— por su brevedad. Creo que podría explayarse un poquito más. Bueno, también sucede que una de las habilidades de la venezolana es ese despliegue de sentidos que logra poner en órbita al describir una escena. Y una se hace adicta, qué le vamos a hacer, y siempre espera más de alguien que ya demostró lo bien que le sale. Cómo admiro esa manera tan particular de pintarnos las escenas. Qué bonito es esto, qué bien se ve:



    “Árboles largos y apagados de lluvia. Se dibujan en el fondo de la sabana, se acercan y pasan bajo el avión. Santa Fe de Bogotá, bella, dispersa y húmeda como hembra receptiva.”



    Me resulta mejorable:


    En el hotel, harta ya de los susurrantes moradores (¿por qué “harta ya...”? ¿La narradora llegó al hotel y se quedó un tiempo en la recepción, hasta hartarse? ¿Tardaban en otorgarle la habitación? En todo caso, quizá podría arreglarse un poco si en lugar del “llamo” que viene ahora, utilices un “exijo que de una vez por todas...” o algo así), llamo al servicio de piso y desbarato la maleta (¿la desbarata ahí mismo?). La habitación parece arreglada con descuido, de prisa. El espejo del baño sucio, las revistas de turismo desparramadas, el fax encendido. (Pareciera que el huésped anterior se hubiese retirado en ese mismo instante, después nos enteraremos que no fue así. No sé, resulta poco creíble que la habitación se encuentre en esas condiciones.) Abro el bruscamente (sobra el) el cajón de la mesa de noche (yo, lectora, me pregunto por qué esa urgencia por abrir el cajón de la mesa de noche) y salta un sobre envuelto en un pañuelo azul, aún fresco de perfume costoso. Abandonada, cerrada, nadie ha leído esta carta. “... mis pies trazan círculos sin sentido. El sol caliente me traspasa los párpados y los ensueños, como harías tú. Oigo romper el mar cuando estoy de espaldas. Lo miro, me recuerda tu risa, y ya no lo escucho. Sollozos de perro, tirada en la arena...” (Bueno, creo que si decís “esta carta” , deberías transcribir la carta completa. ¿Asegurar que nadie la ha leído? ¿De espaldas, mira al mar de espaldas? No entiendo.)
    Un inmenso desconsuelo. (muy, muy trillado)
    Fechada dos días atrás, la firma Marcela Hayek. ¿Quién es Marcela? ¿Quién es él, porqué lo padece tanto? ¿Mar? El mar está muy lejos de Bogotá. Me olvido del tedio por Marcela.(¿tedio por Marcela?) Llamo a recepción y escucho de nuevo la repulida y lenta dicción del altiplano(¡bien, bien!): “La Jeñora Marsssela(¡estas señales me encantan!) dejó ya el hotel”. “Por seguridad no podemos dar más datos, Jeñora”. En ese momento tocan a la puerta. Es la cena, primorosa, caliente. Acoso al empleado, sin darle chance para una pose profesional: “Quiero hablar con Marcela Hayek”.
    El hombre responde con voz quebrada, trémulo, sin levantar la vista: “No diga que yo dije, su mersssecita. La encontraron ayer, pobre, y había llorado mucho, Jeñora. No se sabe porqué murió. Estaba sentada, ahí misssmito, en esa butaca”.



    Es raro ese no se sabe por qué murió. En un hotel no es tan fácil morirse. Nadie hace un certificado de defunción así como así, hay averiguaciones, autopsias, esas cosas. Por el seguro y las probables demandas de los deudos. Y la confianza de los huéspedes, claro. ¿Si no, quién va a cenar de ahora en más, en ese hotel? ¡Yo no!

    Un beso,

    Tere

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  4. Un buen principio que pensaba me conduciría a un viaje más largo. En cambio en la segunda línea ya está en el hotel y “harta ya de los susurrantes moradores”. Ahí falta por contarnos algo, no me cabe duda. Acto seguido desbarata la maleta en una habitación sucia y desordenada. Y pienso ¿en qué clase de antro se ha metido? y no me cuadra que una protagonista que describe de una manera tan linda y culta el paisaje que ve “Santa Fe de Bogotá, bella, dispersa y húmeda como hembra receptiva “ dudo que se alojara en un sitio así sin antes quejarse en recepción a no ser que estuviera en apuros, cosa que aparentemente no sucede.
    Lee la carta y a continuación se olvida “del tedio por Marcela” ; no entiendo ésta frase; ya que no se olvida de ella puesto que pregunta por ella más tarde, ni tampoco tiene sentido “tedio” en este contexto (en España es sinónimo de aburrimiento, no sé si allí tiene alguna otra acepción).

    Me gusta lo del habla local.

    Tampoco es creíble que haya habido una defunción y no haya estado la policía (y eso lo sabemos porque la habitación estaría precintada y la policía habría encontrado la carta). Y si ha habido una muerte y no se ha avisado a la policía es que… ahí debe de estar la historia que nos falta.

    Pilar, no nos dejes en suspense. Cuéntanos qué pasó.

    Slds.
    Montse Villares

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  5. A mí me pareció un cuento hermoso. De Pilar siempre esperé brevedad. Es un cuento corto para concurso. Tal vez el final se intuye demasiado pero es cuestión de quitar unas pistas.

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  6. Un texto escueto, tremendamente escueto. Creo que incompleto, me faltan muchos datos para aceptar como reales los pocos que se me dan. Me parece ilógico que la protagonista primero abra una carta que no es para ella y luego pretenda entregarla a su dueña (no lo dice claramente, pero imagino que al ponerse en contacto con ella aunque sólo sea para saciar su curiosidad, la carta saldrá a relucir) y no la entregue al hotel. Ya se ha apuntado también el hecho del prematuro alquiler de la habitación. Aquí sería impensable que al día siguiente estuviera toda la investigación terminada y la habitación libre.
    En el texto hay dos narradores y si no fuera por las comillas, no podría hacer distinción entre ellos. Los dos escriben con el mismo tono poético. Creo que habría que distinguirlos, hacer un poco más terrenal y cotidiana a la protagonista y dejar esa poesía melancólica para la autora de la carta.
    Hay también algunas frases imprecisas, con varios significados posibles, que llevan a confusión.
    El espejo del baño sucio. ¿Qué estaba sucio, el espejo, el baño, todo?
    Me olvido del tedio por Marcela. ¿Por Marcela se olvida del tedio? ¿O Marcela le parece tediosa?
    Hay un error mecanográfico en:
    Abro (el) bruscamente el cajón de la mesa de noche Ese artículo seguro que se quedó al arreglar la frase.
    Y este par de comparaciones no las entiendo, no veo lo que quieres decir:
    harta ya de los susurrantes moradores,
    Sollozos de perro, tirada en la arena

    Y ahora corregiría a Carlos cuando dice que todos fallamos en el primer párrafo, en este caso eso no se llega a cumplir. Para mi gusto es estupendo, pero me hace una promesa que el resto del texto y la historia no cumple.

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  7. «Árboles largos y apagados de lluvia aparecen en la sabana y pasan bajo el avión», escribe la Duble. Mi vecino de asiento, un tipo barbudo y bon vivant, que trabaja en la defensoría del pueblo me ha ilustrado durante todo el viaje sobre las guerrillas. Sus simpatías se decantan, como las mías, por el ELN, aunque prefiere simular asepsia. Bebe güisqui entornando los ojos, saborea los placeres de esta vida que puede acabarse en cualquier momento. Ha estado en España un mes y medio para restablecerse, me explica, del miedo. Su trabajo es peligroso, genera un estrés que acaba desquiciando los nervios. En Colombia todos dicen defender al pueblo, y no está bien vista la competencia, así que al Defensor del Pueblo puede matarlo cualquier día la guerrilla, los narcos, los paramilitares, el ejército o la policía. Vamos a aterrizar –dice-; ahora el avión sobrevolará la sabana, que está constreñida entre cerros. Entrar por ese pasillo siempre produce turbulencias. Y, efectivamente, el avión tiembla bajo la lluvia, como si lo zarandease la respiración de un dinosaurio. A la izquierda de mi vecino viaja una negrita de pelo largo y ensortijado. Miro su perfil hermoso, su piel tersa que aún no tiene veinte años; y su belleza me reconforta. Bueno, si hay que morir en este aterrizaje, me encomendaré a esta pequeña diosa, ella me salvará o me mimará eternamente. Las ruedas tocan la pista y el avión apresura la frenada. Los pasajeros aplauden, siempre aplauden cuando aterrizan en Santa Fe de Bogotá.

    Ah, el recuerdo, qué hermoso bálsamo.

    «Bella, dispersa y húmeda, como hembra receptiva». Ésta es mi Maripili. Muac. Lo malo es que tres líneas más abajo repite lo de dispersa. Pum. No entiendo lo de los susurrantes moradores. La narradora lo sabrá, pero yo no, no tengo antecedentes. ¿Los otros clientes del hotel susurran? ¿Y los susurros se escuchan en la habitación? Deben de ser susurros muy machos. Zuzurros, más bien. Estas cosas suele hacerlas también Maripili, porque es un poco medialengua: da por sabidas cosas muy puntuales, que al lector no le interesan sin antecedentes, pero que le fascinarían si se le explican un poco. Es un vicio propio de los que se autobiografían, se hacen guiños ellos solitos; yo me entiendo, se dicen, se besan las yemas de los dedos y se esparcen los besos por la jeta. «De prisa» se escribe todo junto. Alguien ha ocupado esta habitación y la ha dejado manga por hombro. Vaya hotel mieldudo que no ha limpiado como debiera. Un sobre salta, raro, ya lo dijo alguien; a mí me horrorizan los sobres que saltan, un pico puede vaciarme un ojo. «Perfume costoso», ay, Maripili: los poetas siempre con sus palabras singulares. Costoso mejor que caro, esta chica llegará lejos. «Abandonada, cerrada, nadie ha leído esta carta», bonita construcción: dos participios, un quiebro, un nuevo participio y la carta sale de la manga. Me gusta.

    «El sol caliente me traspasa los párpados y los ensueños, como harías tú. Oigo romper el mar cuando estoy de espaldas. Lo miro, me recuerda tu risa, y ya no lo escucho. Sollozos de perro, tirada en la arena.. .". Esto dice la carta. Hay que joderse. Esta muñeca le hace la competencia a Maripili, escribe tan rico como ella. Habrá que pasarle una tarjeta del taller; a ver si viene.

    La narradora acorrala al empleado: «Quiero hablar con Marcela Hayek». Yo habría preferido otra fórmula, tal vez: «tengo una encomienda para Marcela Hayek», cosa que resulta más lógica y menos precipitada que esas repentinas ganas de hablar. El empleado confiesa como un bellaco, Marcela Hayek ya no está entre nosotros, ha estirado la pata después de mucho llorar. No se sabe porqué ha muerto [ese por qué va separado. Iría junto si se dijera, por ejemplo: «no se sabe el porqué de su muerte»]. Nuestra narradora tiene que dormir en un dormitorio que huele a Marcela Hayek, a perfume costoso, a desconsuelo, a muerte. Estoy por jurar que esa noche, a oscuras, cuando cesen los zuzurros de los vecinos, se escuchará el rumor de un lejano mar. Tal vez sería bonito que entre tanto vestigio de esa mujer, cuyos pies trazaban círculos sin sentido, la narradora encuentre el cartón de una caja de somníferos.

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