domingo, 11 de mayo de 2008

El bicho

Montse Villares

      Cuando me asomé a aquélla ventana, sentí ganas de vomitar. No supe si aquél asqueroso esperpento estaba dentro de ella o era un bicho revestido de persona. Por fuera una imagen agradable y sonriente. Por dentro, el bicho.
      Me costó recuperarme de la impresión. En mis muchos años como desatascador de interiores nunca, nunca, había visto algo así.
      Lo más habitual es la Tristeza. Por la pérdida de un ser querido, la soledad... En estos casos sólo tengo que limpiar un poco las telarañas y el polvo que se han acumulado, sembrar unas semillas de ilusión… y quedan casi como nuevos.
      Más difícil es la Amargura. Se cuela despacio. Imperceptible. Y se adhiere como resina a las paredes, atrapando los malos recuerdos, las heridas y los temores. Llena cualquier hueco con su savia y ahoga el aire de cualquier buen pensamiento. Requiere grandes dosis de cariño. Sólo el calor de un beso lo derrama cual rocío. Pero uno no basta. Han de ser uno, más uno, más uno. Un mes o cinco. Hasta que llegue el otoño y caigan los malos recuerdos, las heridas y lo temores, como hojas de abedul, en el olvido.
      El Rencor es más duro. Su semilla es un solo recuerdo, siempre doloroso. Se almacena en el cerebro pero pronto queda solo. Crece y crece, y todo lo que toca en piedra convierte. Con un raspado de buenas intenciones, sólo consigo retirar alguna capa, pero no es suficiente. Requiere el Perdón. El Perdón hacia el otro y el Perdón hacia uno mismo. Es realmente difícil pero no imposible. Actúa como un golpe certero de las manos expertas de un escultor, que con la ayuda de un martillo y un cincel, hace pedazos la piedra. Cuando esto sucede, la persona, como ave Fénix, de sus escombros renace.
      Pero en éste caso no podía hacer nada. Probablemente el Rencor había convertido el interior en una cueva y de la mano de la Desconfianza y el Recelo, había cerrado su puerta, dejando que se acumulara en su interior la Amargura y por último el Odio, que habría cobrado vida propia, creciendo hasta convertirse en el bicho que vi.
      Indudablemente un caso sin solución. Cerré la ventana despacio esperando que el bicho siguiera su camino, sin cruzarse con el mío.

5 comentarios:

  1. Cuando me asomé a aquélla ventana, sentí ganas de vomitar. No supe si aquél asqueroso esperpento (la combinación es excesiva) estaba dentro de ella o (si) era un bicho revestido de persona. Por fuera una imagen agradable y sonriente. Por dentro, el bicho.
    Me costó recuperarme de la impresión. En mis muchos años como desatascador de interiores nunca, nunca, había visto algo así. (me gusta más este párrafo como comienzo del relato. Piénsalo. ¿Qué pasa si eliminamos el anterior comienzo? Creo que la cosa ganaría algo de intriga)
    Cuando esto sucede, la persona, como ave Fénix, de sus escombros renace. (También me suena arcaico este ordenamiento de palabras)
    Indudablemente un caso sin solución. Cerré la ventana despacio esperando que el bicho siguiera su camino, sin cruzarse con el mío.
    (Bueno, qué decir. Simpático. Huele a relato aleccionador, ¿no? Esta frase “Indudablemente un caso sin solución”, hizo que me acordara de Kafka... hace tanto que no releo al checo. Y me parece que ahí podría terminar la historia, con ese final kafkiano).

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  2. La verdad es que no sé qué se me está contando. No entiendo nada. No sé quién es ese fontanero, ni qué tiene que ver con los personajes simbólicos. Tampoco entiendo qué tipo de disyuntiva es esa: «estaba dentro de ella o era un bicho revestido de persona».


    Tengo la vaga impresión de que el centro del relato está desconectado del principio, y que sólo un final tan incomprensible como todo lo precedente viene a conectar con ese principio huérfano.


    Me parece anticuada la expresión «cual rocío», y contradictorio esto: «Sólo el calor de un beso lo derrama cual rocío. Pero uno no basta» ¿En qué quedamos? ¿Sólo el de un beso, o el de varios besos?


    En cuanto a que el golpe certero de las manos expertas de un escultor hace pedazos la piedra… no sé. Apañado estaría el escultor si su trabajo consistiese en pulverizar piedras. Me recuerda a aquel tipo al que le dieron un tronco de madera y le pidieron que sacase de ese tronco un San Cristóbal. El aspirante a escultor fue cortando y cortando láminas de aquel tronco con un buen cuchillo y un cepillo. Cuando todo el suelo estaba lleno de viruta y del tronco quedaba madera para unos cuantos mondadientes alguien le oyó murmurar: «Si el San Cristóbal está aquí, por mi madre que lo saco».


    En fin, que no soy la persona más indicada para comentar este cuento, porque confieso vergonzosamente que no he entendido nada. Debo de tener un día malo.

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  3. Confieso que estoy tan o más perdido que Carlos.
    Se me pierde el sentido de este cuento y, para peor, por momentos me suena como uno de esos mensajes evangelísticos o no sé qué, retorcidamente simbólicos, en los que el ser humano tiene que ir cumpliendo una serie inevitable de etapas para lograr la felicidad. Primero hará tal cosa, y luego otra antes de pasar a la siguiente, y siempre en ese estricto orden acumulando experiencia y sabiduría.
    Montse, espero otros, un beso.

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  4. Hola Montse,
    El cuento en sí, se me hizo un poco dificil de leer de un tirón, la verdad es que algunos párrafos me ha tocado leerlos varias veces, pero me ha encantado hacerlo.
    Me gusta leer cosas que me hacen pensar, que me invitan a ir uniendo trozos según leo para al final terminar de entender la historia.
    Tengo una hermana que es aparejadora y estudia ahora Bellas Artes, un día cuando leía mis cuentos, me dijo algo que siempre recordaré, me contó que sus maestros siempre la motivan para que deje de ver el mundo real y sueñe.
    ¿Porqué no ha de valer una silla pintada en el cielo o un pez en medio del monte?
    Con tu cuento me pasó que no entendí lo de la ventana, hasta que imaginé que era como una "puerta" al alma de las personas.
    El "desatascador de interiores" se me antoja algo muy parecido a un sicólogo y me hizo reir una vez que imaginé un fontanero de esos habladores, el típico desatascador, que saben todo de la vida y encima te lo cuentan. Ya decía mi madre que tengo demasiada imaginación...
    Me ha gustado la comparativa, pues así lo he entendido, de los grados de enfermedad de las almas, comenzando por la tristeza, pasando por la amargura para llegar al rencor con los grados de la maldad, aunque si no era esa tu intención, así lo he interpretado yo.
    Pero hay algo que me ha chocado: El rencor acompañado de la desconfianza y el recelo ¿son capaces de terminar en amargura?
    Seguramente la amargura si puede llevar al odio y esto convertir a la persona en un bicho,pero entonces esta imagen no me cuadra con la del principio del relato que dice que la mujer es agradable y sonriente.
    En la última frase también me he perdido un poquito, me hace preguntarme si lo que debo entender es que el odio se contagia y el desatascador tiene miedo a contagiarse, o más bien teme que por asomarse a su alma el bicho le odie y pueda llegar a sufrir efectos "secundarios" por la osadia de atreverse a intentar curar a la enferma.
    De todas maneras sigo insistiendo en que me quedo con el hecho de que me lo he pasado fenomenal mientras leia el cuento y ordenaba las pistas, gracias.

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  5. Podría describirse más el bicho para que el lector sienta asco o miedo.
    En forma personal me ha conmovido la descripción de la situación pero no me ha conformado a nivel literario. Induce más a pensar que a entretenerse. Hasta parece tener una moraleja no explícita
    Podrías leer el cuento de Quiroga "El almohadón de plumas"

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