jueves, 1 de mayo de 2008

Julián y Rosita

Eva

      —Este pueblo nunca cambiará Felipe. Viejas chismosas y gente con mucho tiempo que perder, ¡me cago en la sota de bastos!
      Entra Julián en este momento por la puerta con el pan recién comprado, huele delicioso. El portazo ya no me sorprende. Yo le quiero igual. A pesar de que su humor últimamente no es el mejor. No deja de intentar seguir con su rutina, pero ni sus viajes a la panadería parecen gustarle, ya no regresa con la alegría que lo hacía tiempo atrás.
      Me acerco a él y espero paciente a que parta un trozo de pan y me lo regale.
      —Ay Felipe, ya ni Rosita quiere hablarme. ¿Qué culpa tendré yo? Yo sólo quiero portarme bien y que no le hagan daño. No meterla en líos y mantener su buen nombre, pero ni ella atiende a razones. ¡Leches! No puedo evitar añorar aquellos días en que la visitaba y me sonreía, con los ojos brillantes y alegres. ¡Es que sólo había que verla menearse detrás del mostrador…!
¡Qué recuerdos! Desde que nos descubrimos, un día cualquiera de esos que yo fui a su tienda a comprar el pan, ya nada fue igual. Nuestros ratos de gozo a escondidas eran increíbles. Dos mozos, Felipe, igual que dos mozos estábamos de felices. Pero luego tuvieron que llegar todas estas gentes de mentes estrechas y estropearlo todo…
      Mientras devoro el pedazo de pan que acaba de regalarme le observo moverse por la vieja casa refunfuñando. Está enfadado. Enciende la chimenea y continúa maldiciendo a estos y aquellos, a la vieja de la esquina y hasta al párroco del pueblo.
      —Menudo éxito el mío Felipe. Ahora tengo fama de cabrón o de gilipollas, el caso es que no sé cuál es peor. Yo viudo, ella viuda y no nos pueden dejar en paz.
      Acaricia mi cabeza, el último cigarro encendido queda olvidado a medias en el cenicero, sentado en su vieja silla, parece dormitar. Yo sé que está pensando. Su mirada perdida y el silencio acompañan el vaivén acompasado de la mecedora.
      Al rato se levanta y fiel salgo con él a la puerta. La garrota y la chaqueta le acompañan en su salida. Me recuesto sobre mis patas junto a la gran piedra, al frente de la casa, a esperar su regreso. Una última caricia y le escucho decirme:
      —¿Sabes qué Felipe? A la mierda toda la gente. ¡Voy a devolverle la sonrisa a mi Rosita!

4 comentarios:

  1. He leído de un plumazo tres o cuatro cuentos: lo —los más cortos, lo confieso— y me ha encantado el mosaico de obras; las ventanas que nos asoman a distintos mundos, reales o imaginarios en que viven o sueñan nuestros compañeros. Qué parte es real o es ficción sólo lo saben ellos.

    Una historia entrañable. Al principio el hecho de que el narrador sea su perro y diga que le quiere, confunde, por lo novedoso, supongo.

    Cuando habla Julián muestras muy bien su discurso mental aunque hay un par de momentos que es demasiado correcto, poco real:

    ¡me cago en la sota de bastos! Hablando se dice. ¡cago en…! ó !cago en dena!

    No puedo evitar añorar aquellos días… ¡cómo echo de menos aquéllos días…!

    Una cosilla, dices que Julián está sentado en una silla y después en una mecedora.

    Montse Villares

    ResponderEliminar
  2. ¿Cuánto hace de algún cuento de Eva?, pero esto me lo preguntaba antes de la aclaración de Carlos, así que, bienvenida Eva, sin distinciones.
    Un cuento de perros, por el relator lo digo, claro.
    Uno de esos cuentos que funcionan si funciona la trampa, y uno se lo cree hasta el final. Entonces resulta el artilugio. Aquí resulta a medias, porque si bien no se sabe hasta lo último que el narrador es un perro, ya suena raro este narrador, tan callado, y uno sabe que por ahí hay un gato en cerrado, bueno, en vez de gato resulta un perro.
    Se devora el pan, mudo, le acarician la cabeza.
    Podría ser también un niño chiquito, con problemas, en una de esas mudo.
    De todas formas, se centra la importancia en saber quién es ese narrador. Y ello le quita fuerza a lo que se pretendía con el final.


    sonreía, con los ojos brillantes y alegres. ¡Es que sólo había que verla menearse detrás del mostrador…! Sin punto y aparte ¡Qué recuerdos! Desde que nos descubrimos, un día Acaricia mi cabeza, el último cigarro encendido queda olvidado (a medias sobra) en el cenicero, sentado en su vieja silla, parece dormitar. Yo sé qué con acento está pensando.

    ResponderEliminar
  3. Bueno, es un cuento muy cortito, que descansa en una sorpresa. Me parece que en el taller la mayoría no somos muy partidarios de ellas. Los cuentos con sorpresa están escritos de delante hacia atrás: el autor concibe la sorpresa y, borrando las pistas, construye un tobogán que lleva a ella. Lo malo es que generalmente el autor hace trampas en el borrado de las huellas. Por ejemplo, en este cuento, la manera de reflexionar del perro.

    Si escribiera un cuento en el que un niño de tres años habla o piensa, cualquier autor se cuidaría muy mucho de usar palabras ajenas al mundo de un niño de esa edad; no le parecería al autor, ni al lector, verosímil que el chavalín nos hablase de física cuántica ni de sociología, ni del punto Ge. Y, si al final lo hiciera, si el niño nos hablase con un lenguaje impropio de cualquier niño de su edad, con un lenguaje imposible, podríamos llegar a aceptarlo dentro de una historia mágica, en el que esa circunstancia fuera una más, en el conjunto de un cuento donde lo imposible menudea.

    Pero no la única circunstancia.

    Felipe, el perro del cuento Julián y Rosita, tiene un nombre humano y habla de la manera que lo hace, como una persona adulta, para ocultar al lector su verdadera identidad, y sorprenderle así al final. Y eso es una trampa con la que el lector se siente defraudado.

    Me alegra tener entre nosotros a Eva, y sé que la vamos a ver evolucionar ante nuestros ojos, con el paso de los meses. Tendré mucho gusto en seguir leyendo sus cuentos, en especial los que escriba a partir de ahora.

    Alguna otra cosita:
    Falta una coma, ahí donde dice: «Este pueblo nunca cambiará [,] Felipe». Y eso siempre es así, con Felipe, con Gustavo, con Marta y con María Cristina.

    Quedan feos esos dos infinitivos seguidos: «no puedo evitar añorar». No poder evitar añorar es simplemente añorar. La frase está compuesta como el superagente ochentiséis (terrible operario del recontraespionaje). Con frecuencia lo sencillo es lo mejor: «no dejo de añorar», «añoro», etc.

    En la frase «Yo sé que está pensando», se da un ejemplo inmejorable de lo mucho que puede significar un acento, de cómo puede cambiar el sentido de una frase. Tal como está escrita, el perro dice que sabe que su amo está pensando, cosa poco reveladora porque todos estamos siempre pensando; el perro sabe que su amo está en pleno proceso mental. Pero si lo que se quería decir es que el perro sabe concretamente en qué cosa está pensando su amo en ese momento, debería ponerse un acento: «Yo sé qué está pensando».

    ResponderEliminar
  4. Hola Eva, aparte de lo que han dicho Montse, Norberto y Carlos, yo sugeriría que cambiaras el principio, creo que lleva a confusión, que descoloca al lector. Lo pondría más o menos así.
    Entra Julián en este momento por la puerta con el pan recién comprado, huele delicioso.
    —Este pueblo nunca cambiará Felipe. Viejas chismosas y gente con mucho tiempo que perder, ¡me cago en la sota de bastos!
    El portazo ya no me sorprende. Yo le quiero igual. A pesar de que su humor últimamente no es el mejor. No deja de intentar seguir con su rutina, pero ni sus viajes a la panadería parecen gustarle, ya no regresa con la alegría que lo hacía tiempo atrás.

    ResponderEliminar

Redacta o pega abajo tu comentario. Luego identifícate, si lo deseas: pulsa sobre "Nombre/URL" y se desplegará un campo para que escribas tu nombre. No es necesaria ninguna contraseña.