domingo, 15 de junio de 2008

El fin del mundo, según Norberto (ejercicio)

Norberto Zuretti

      —Por fin, creí que no te iban a dejar salir
      —Me escapé, no se dieron cuenta, todavía están discutiendo, son insoportables.
      —Por lo menos los míos no se pelean.
      — ¿Trajiste el larga vista?
      —No, no lo encontré, pero ¿a vos te parece que vale la pena?
      —Y, digo, para verlo mejor, para verlo antes.
      —Igual va a llegar hasta acá, ¿no?
      —Eso dicen, claro, va a llegar a todos lados, si se supone que es el fin del mundo.
      —Ta.
      —¿Y tu hermano, volvió?
      —No, y ni siquiera llamó, desde que se enteró hace más de una semana que no quiere hablar con nosotros, mamá insiste, pero él no la atiende.
      —Lo mismo hace mi tío, y pensar que me quiere un montón, pero desde hace dos o tres días no hay caso, lo llamo a cada rato, pero nada, corta, yo sé que es él el que corta, le conozco la respiración, siempre respira así el tío.
      —Mirá, mirá ese coche, qué bestia, casi se sube a la vereda.
      —No sé para qué corre tanto.
      —Mi papá me dijo que todo este descontrol es por lo mismo, y que a último momento va a ser peor, que la gente se va a ir volviendo cada vez más loca.
      —Y será esta noche, claro, por eso te decía de venir acá afuera, así vemos lo que pasa sin estar encerrados.
      —¿Será distinto, te parece que acá afuera será distinto?
      —Ni me lo imagino.
      —¿Vos estás seguro de que vamos a ver algo?, mi abuela dijo que va a ser muy rápido, que ni nos vamos a dar cuenta.
      —Sin embargo, por la tele te están dando consejos desde hace un montón de días. A toda hora hay pastores y curas hablando como siempre de no sé qué.
      —Parece que esos consejos no sirven de nada. Sobre todo a tus viejos, miralos cómo están, si hasta aquí llegan sus gritos. Los míos, por suerte, andan tranquilos, me insisten en que no hay que preocuparse. Lo que sí, hace un rato no dejaban de abrazarme y me comían a besos, puaj.
      —¿Y cómo no van a estar tranquilos, no me decís que tomaron tranquilizantes?
      —Hasta que yo salí, no, todavía no, tenían las pastillitas desparramadas sobre la mesa, pero aún no las habían tomado. Nada más estaban en silencio, mirándose y sonriéndose a medida que pasaban las páginas del álbum de fotos. Me embola cuando agarran el álbum, sobre todo cada vez que señalan a ese monstruo sin dientes y con los pelos parados, e insisten con que era yo de chiquito.
      —Já, yo zafo, nosotros no tenemos una sola foto, porque la que nos había regalado tu mamá, ¿te acordás?, estábamos los tres en la terraza…, papá la rompió en mil pedazos aquella vez que se pasó con el vino.
      —Escuché que hay gente a la que no le gusta aparecer en las fotos, parece que es como si les robaran el alma.
      —No, qué va, es que les da vergüenza y no se pueden ver a ellos mismos. ¿Quién te va a robar el alma, decime, y para qué?
      —Qué sé yo, me dijeron nomás.
      —¿Tenés miedo vos?
      —¿Yo?, no, ¿por qué, vos sí?
      —Psss…, qué te pensás.
      —Tus viejos…, ¿tendrán miedo?
      —¿Y los tuyos?
      —Yo no tengo ningún miedo.
      —Yo tampoco.
      —¿Pensás que vendrá una tormenta?
      — ¿Un terremoto?
      — ¿Será una explosión?
      — ¿Cómo una bomba?
      — ¿Vos querés entrar?
      — ¿Y vos?
      —Se está bien acá, no hace frío.
      —Lo pasamos mejor que adentro, está claro el cielo. Vení, acompañame.
      — ¿Adónde vas?, esperame.
      —Agachate, que no te vean, quedate ahí, no hables, que no nos escuchen…
      — ¿Qué ves, qué están haciendo?
      —Sssshhh…
      — ¿Y…, siguen ahí?
      —Sí, vení, volvamos a la vereda, vení.
      — ¿Qué hacían?
      —Lo mismo de siempre, discuten a los gritos, no paran.
      —No van a cambiar nunca.
      — ¿Vos…, no querés saber…, de los tuyos, digo?
      —Y sí, acompañame vos ahora.
      —Bueno, pero sólo hasta aquí.
      —Ya los veo.
      — ¿Y…?
      —Vení, vamos. Ahora sí. Continúan con el álbum de fotos, los dos sentados a la mesa. Están un poco serios, se agarran de las manos.
      —Igual de aburridos que los míos.
      —Pero ya se tomaron las pastillas, me di cuenta.
      —Huy…, ¿qué me mirás así?
      — ¿Te parece que…?
      — ¿Faltará poco?
      — ¿No tenés miedo vos?
      — ¡Qué te pensás!
      —La noche está igual.
      —El cielo también.
      — ¿Vamos hasta la esquina?
      —Dale.

4 comentarios:

  1. De Norberto me gusta casi todo (literariamente hablando claro, las barbas aunque blancas y cuidadas no son lo mío), pero sobre todo, los diálogos. Y este texto, está claro que no es un cuento, es eso, un diálogo. No nos dice en qué consiste el fin del mundo. No nos dice quienes son los protagonistas, se puede adivinar que sean adolescentes, pero esa es nuestra elección. Tal vez adolescentes que aceptan lo inevitable, aunque no el hecho de admitir que no tienen miedo si el otro no lo confiesa antes. O tal vez por que no están convencidos de que vayan a morir esa noche. A esa edad se es inmortal.
    El lugar, seguro que es Argentina, por el acento.
    Poco más.
    El placer de leer un guión, un trozo de conversación. Que no es poco.
    Saludos.

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  2. Norber, qué cuento te mandaste, genial. Me encantó, qué te puedo decir. Un diálogo que nos lleva hacia el punto final como si cayéramos por un tobogán espiralado (¿existe este adjetivo?). Un ping pong hecho de susurros, miedos, conjeturas. Qué economía, qué manejo de la elipsis.

    Todas esas preguntas que quedan sin responder pero cuya respuesta el lector intuye, es lo que le da fuerza al relato, lo que en definitiva lo sostiene. Vemos sólo la punta del témpano del que hablaba Hemingway.

    Uno tiene la impresión de que un cuento de estos, donde hay puro diálogo, se puede escribir en dos patadas. Pero no es fácil, no es fácil dotarlo de frescura, de verosimilitud. Leí el cuento en hojas impresas, con una lapicera en la mano. Confieso que sólo subrayé la palabra “montón”, que aparece dos veces y le da al discurso un aire demasiado infantil. “Me quiere un montón”. Igual no sé, ignoramos la edad de los personajes, pero yo me los figuro adolescentes, de trece, quince años.

    Vos fijate una cosa, Norber, después de leer tu historia del fin del mundo, me di cuenta de que al relato de nuestro compañero Carlos podría sacársele la mención de los Estados Unidos como “Cuco Invasor”. (Para pensarlo, Carlos). La no mención del país invasor haría que la cosa cobre más sabor, una cuotita de intriga, aunque se centre en lo humorístico. Estados Unidos podría reemplazarse por “el enemigo”, un enemigo cualquiera, y que cada lector se lo imagine.

    Norber, tu cuento me hizo recordar otro que leí hace tiempo y que aparece en una antología de ciencia ficción argentina. No creí que estuviera disponible en Internet, pero sorprendentemente lo encontré. Se llama “Los eunucos”. No sé en qué se parece al tuyo, pero por algo me acorde.

    Te mando el enlace: http://www.abanico.org.ar/2007/06/vanasco.eunucos.html

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  3. Tu estilo es engolosinador, es la manera de llevar los diálogos, en este y en otros de tus cuentos, sencillamente porque no tratas el tema en directo sino que lo bordeas y eso me gusta. Por otra parte me recordó una historia de mi abuela, de comienzos del siglo pasado, de antes de la radio, cuando pasó el cometa Halley, y lo que decía mi abuela y luego mi madre de lo que pensaba la gente antes y durante.
    Revisa esto: ¿Cómo un bomba? => ¿Cómo, una bomba? o ¿Como una bomba?

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  4. Delicioso el cuento, ese diálogo de dos chavales. El mundo se acaba esta noche y ellos lo toman como un acontecimiento curioso, como un aprendizaje más.

    Los mayores son distintos, el hermano se abrió a vivir con desmesura la última semana; el tío, qué gracioso el tío, descuelga pero no habla, sólo respira a su peculiar manera, querrá encontrarse solo cuando llegue la muerte; la abuela sabe que va a ser muy rápido: la experiencia que dan los años; los padres de un niño se ayudarán con tranquilizantes; los padres del otro pelean, ¿cómo siempre? Los curas hacen horas extraordinarias, para esto se han estado preparando toda su vida.

    Yo los imagino como de siete u ocho años, dos chavales en un barrio de las afueras, donde las casas son bajas, donde la muerte encontrará el paso franco, no tendrá que subir en ascensor ni recorrer galerías. Ellos tienen un diálogo simple, de niños, pero no de tontos. Me agrada.

    Hacia el final me introducen un factor desestabilizador que no estoy seguro de que me guste: me llega la sospecha de que tal vez son un niño y una niña, «Huy…, ¿qué me mirás así?», observa ¿la niña? «¿Te parece que…?», medio sugiere ¿el niño? Entonces me pregunto si esto es una sugerencia sexual, cosa que vendría a variar un poco el diseño que yo me había hecho hasta ahora. En ese caso tampoco haría falta que fueran un niño y una niña, sino dos niños que se plantean una experiencia antes de que se acabe el mundo. Si no existiera este ruido al final ir a la esquina sería una propuesta ingenua, asomarse para ver si ven llegar al fin del mundo. Pero si nos quedamos con la conexión sexual ir a la esquina puede ser alejarse un poco de la casa de ambos para no ser vistos.

    Creo que me gustaría más el cuento sin esas dos intervenciones. Digamos que siento el fastidio de que me compliquen algo que encontraba exacto. Pero, bueno, el autor decide.

    Una cosa que también aplaudiría es que desapareciera la alusión a los pastores. No está en ánimo sencillo de los niños ser exactos y prolijos con las clasificaciones. «A toda hora hay curas hablando» me parece más redondo que «curas y pastores hablando».

    Lo más bonito esta pregunta: «¿Quién te va a robar el alma, decime, y para qué?» Jeje, ¿qué utilidad podría tener que te afanasen el alma?

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