domingo, 15 de junio de 2008

El fin del mundo, según Luisa (ejercicio)

Luisa Matallana

Alejandro llegaba a casa desde su origen payanés, trayendo entonces la delicadeza y la formación propia de las buenas gentes de esa región - lugar en que tomó asiento una cierta aristocracia culta en los tiempos de la colonia y que hizo cuna allí -. Este Alejandro viene a cuento porque un día trajo a casa un copetón, un pajarito de no más de diez centímetros de alto y con cuerpo de pulgar como lo son la mayor parte de los de su especie, pero éste tenía su cierta peculiaridad: había pasado por las peores suertes que uno pueda imaginar: un ojo perdido en el colmillo de un gato con botas, las puntas de las alas cortadas a tijeretazo de amo encarcelador, y una pata casi que de palo que apenas si apoyaba para dejar descansar un poco la que aún le servía para andar. Mi madre, quien quería a Alejandro como a un hijo, en un gesto similar, adoptó al copetón, bueno, eso es un decir, lo adoptamos entre todos o casi todos los de la familia, y desde entonces le dimos por nombre: Alejandro Copetón. Mis recuerdos también son peculiares, no puedo decir de otra manera sobre esa vivencia de mis tres o cuatro años en que Alejandro Copetón gustaba de esconderse entre los cabellos que cubrían mi cuello, cuando no posarse sobre alguno de mis hombros para hacerle muecas de ogro feroz a mi hermana, la única que no había podido con su irrupción en la economía familiar. Y no era para menos, pues Alejandro Copetón paseaba sobre la mesa a la hora de desayunar y picoteaba los botones de su blusa en medio de esa confusión monocular delirante en granos de alpiste y triturados de maíz. Y el cuento de Alejandro Copetón llega hasta el día en que desapareció, en que me contaron los mayores que había decidido salir de viaje fuera de la ciudad, y así lo creí yo y así lo tuve por cierto durante algunos años - ¡qué se yo si diez, once o doce! -, esos años que terminan con el arribo a cierta edad en que ya se es apto para escuchar. Entonces supe cómo fue su partida. Mi madre, en un tono que no era alegre y tampoco triste, y con la seriedad que merecía aquel asunto, dijo: "Alejandro Copetón marchó a buscar el fin del mundo en el fondo de su corazón". De esa manera afloraba la poesía de mi madre y más ante despedidas sin adiós y sin rewind, re-record y replay posible. Sin embargo, el final del cuento no era tan de corazón, pues Alejandro Copetón desapareció entre las aguas del alcantarillado de la ciudad tras quedar hipnotizado en el ojo huracanado formado por las cruzadas y artificiales corrientes del doble-u-ce.

4 comentarios:

  1. Alejandro llegaba a casa CON su origen payanés

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  2. Una anécdota infantil contada en una tarde de café con recuerdos. Es una historia simple, muy común, con posibilidades, aunque desaprovechadas.
    En los recuerdos de la niñez, ya hay de por sí una carga romántica, un dulce regustillo de añoranza. Lo que no hace fácil, aunque lo pareciera, adornarla de forma justa para que no se convierta en algo empalagoso.
    El cuento es muy corto, y carece totalmente de ritmo. Empieza el texto en una forzada frase que trata de explicar el origen de una persona irrelevante, dando unos datos igual de inútiles.
    ((Alejandro llegaba a casa desde su origen payanés, trayendo entonces la delicadeza y la formación propia de las buenas gentes de esa región - lugar en que tomó asiento una cierta aristocracia culta en los tiempos de la colonia y que hizo cuna allí -))
    Eliminaría todo el párrafo, pero de mantenerlo lo fundiría con el siguiente. Algo así:
    “Alejandro llegó a casa trayendo, por su origen payanés, la delicadeza propia de las gentes de esa región y un pajarillo, un pequeño copetón marcado de cicatrices…”

    ((un ojo perdido en el colmillo de un gato con botas, las puntas de las alas cortadas a tijeretazo de amo encarcelador, y una pata casi que de palo que apenas si apoyaba para dejar descansar un poco la que aún le servía para andar.))
    Me gusta lo del gato con botas, va muy bien con lo infantil, y lo de la pata de palo también, pero la forma de decirlo, echa por tierra toda posibilidad de sacarle lo que tiene de bueno. Una idea:
    “Las puntas de las alas cortadas a tijeretazo, un ojo perdido por el colmillo de un gato con botas, y una pata, la izquierda, rota y mal compuesta que, como un pirata cojo, apenas si apoyaba para descansar un poco la que aún le servía para andar”

    ((cuando no posarse sobre alguno de mis hombros para hacerle muecas de ogro feroz a mi hermana, la única que no había podido con su irrupción en la economía familiar. Y no era para menos, pues Alejandro Copetón paseaba sobre la mesa a la hora de desayunar y picoteaba los botones de su blusa en medio de esa confusión monocular delirante en granos de alpiste y triturados de maíz. ))
    Es imposible que un pájaro haga alguna mueca, por simple que esta sea. Y en el resto del párrafo encuentro forzado y fuera de sitio lo de “irrupción en la economía familiar” un pajarillo no altera para nada la parte “material o económica” de una familia. Y no entiendo qué es exactamente lo que quiere decir la última frase.

    Cuando se cuenta, como en este caso, un episodio de la niñez que no es sólo la descripción de un hecho, si no que interviene la perspectiva inocente de un niño que es “engañado” por los mayores, con una historia poética y “protectora” de cuento de hadas, se debe de utilizar un lenguaje sencillo, frases cortas y figuras simples.
    El final, contado por el narrador ya siendo adulto y aceptando su crudeza, va muy bien, aunque falla la forma de llegar hasta él.
    Yo te pediría que lo escribieras de nuevo, y que fueras una niña mientras lo haces.
    Por supuesto que aunque no lo he dicho, que sepas que esto no es más que una opinión.
    Y como no recuerdo si te di la bienvenida en esta nueva etapa, con tu nombre real, te lo digo ahora. Bienvenida Luisa.

    Pedro Conde

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  4. También a mí me cae mejor este relato que el anterior bajo aquel intricado pseudónimo.
    Pero me parece que aquí falla en el tono, como si la voz relatora forzara las frases. Para aclarar, pienso que Luisa busca un tono aniñado, ingenuo, un punto de vista nostalgioso, con cierta crítica, con el que el relator nos irá mostrando distintas anécdotas cotidianas vividas años atrás con sus padres, aunque no se menciona nunca al padre, y su hermana, y un descolgado Alejandro.
    Digo descolgado porque bien podría haber comenzado el cuento por el cuarto renglón, y sería lo mismo ya que no le agrega nada a la historia, y confunde.
    Vuelvo a lo que me llama la atención, el tono monótono de la voz narradora. Que se me hace es el de una mujer, pero por ahí hay escondido un solo adjetivo que lo desmiente.
    La historia que narra sucedió cuando el narrador tenía entre 3 y 4 años. Pasaron ahora, al menos, entre 10 y 12. O sea que, hasta los 13 o 16 años, el narrador creyó la historia que le contaban sus mayores, luego se enteró de la verdad, a medias por su madre, a medias porque había crecido para poderla entender. Así que, se me hace que podría tener aproximadamente unos 18 años al momento de contar lo que cuenta.
    Y aquí no me cierra lo del tono, porque lo siento forzado.
    Está bien, no puedo, de acuerdo al texto, saber la edad del relator. Pero significa que no sé desde dónde me está narrando. A mí me hubiera gustado que la voz estuviera bien d efinida, como la de un niño de menor edad, o una voz que recreara la del niño al momento de la anécdota. Más infantil, más ingenua, con algunos lugares comunes a esa edad, un poco torpe, dubitativa, algo graciosa.
    Lo último, bien a lo último. El doble-u-cé.
    ¿Por qué, en este cuento y este estilo, escribirlo así, y no como podría escribirse comúnmente, inodoro, WC?


    y una pata casi que de palo y una pata casi de palo

    no había podido con su irrupción en la economía familiar
    no entiendo, ¿no pudo con qué cuando llegó Alejandro Copetón a la familia?

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