domingo, 1 de junio de 2008

La letra

Pedro Conde

      Me agarro a tu espalda, fuerte. El aire me golpea, me empuja, trata de separarme de ti. Y yo me agarro fuerte a tu espalda. La vibración de la moto recorre mi cuerpo y termina haciendo eco en mi estómago, allí se une al miedo. Y recuerdo cuando con tu voz grave, y a través de la delgada línea que dejaba tu encantadora sonrisa, me lanzaste esa tentadora invitación a la vez que me tendías tu casco.
      —Miedo da todo aquello que merece la pena.
      Y el miedo es menor cuando me agarro a tu espalda, con fuerza. Es una roca, es lo único sólido en medio de este océano de oscuridad y viento. Me das seguridad, abrazarme a ti es como encontrar los cimientos para levantar mil pisos de altura. El aire y el ruido del motor se unen para aislar mis oídos del mundo, pero uno mi cara a tu tronco, y aunque apagados, me llegan con claridad, los latidos de tu corazón. Me siento afortunada por haberte encontrado. Luego te alejas bruscamente, te separas de mí y me quedo sola volando en esta oscuridad total, mis brazos te buscan y justo antes de que pueda gritar tu nombre, el mundo me golpea, mis pulmones no se pueden vaciar de aire y me duermo sin el suave arrullo de tu corazón latiendo en mi rostro.
      Solo hay dolor que crece si intento moverme. Hasta la luz daña mis ojos si intento abrirlos. Estoy en una cama, sujeta por tubos y cables. Las preguntas se apagan cuando oigo la dulce y familiar voz de mi madre. Agotada me abandono de nuevo al sueño, mientras oigo entre brumas una frase que no va dirigida a mí.
      —No se preocupe, saldrá de esta. Es una mujer fuerte.
      En el sueño casi nada tiene sentido, no hay orden en las imágenes. Tengo sed. Y los besos no ayudan, tu lengua es de cartón. Te deshaces en arena y tengo sed. Hay luces, voces y dolor. Y podría dormir toda la eternidad si te sintiera cerca o al menos alguien calmara mi sed. La consciencia se va apoderando de mí, y aunque muevo mi boca para llamarte, nada sale por ella. Pero una esponja húmeda humedece mis labios y cuando articulo con trabajo tu nombre, un tacto familiar en mi cara me lleva de nuevo al abandono, a dormir.
      —Ssssssssssssss, descansa, no te preocupes todo está bien.

      Noto movimientos en la habitación, y voces que no consigo encuadrar. Pero poco a poco todo tiene sentido. Mis ligeros movimientos me convierten en el centro de atención. Un joven, debe de ser el médico, hace caso omiso a mis palabras, mientras me toca el cuello y me mira los ojos alumbrándolos sin piedad con una pequeña linterna que desaparece en su bolsillo.
      — ¿Cómo se siente? ¿Está bien?— Yo tampoco quiero oírlo, quiero saber donde estás.
      —Jorge… ¿Dónde está Jorge?— Y esto se convierte en una conversación de sordos, donde nadie quiere oír.
      —Tranquila, ahora debe descansar. Es usted una mujer con suerte. Por lo visto salió despedida de la moto y rodó por un terraplén de arena. No tiene nada roto, pero no es extraño que le duela todo el cuerpo. Ha rodado muchos metros.
      La enfermera me sonríe, y al lado de mi cama, mi madre también lo hace pero su mirada está asustada. Y me ignora.
      —Cariño, debes descansar.
      El médico, mira mis oídos, mi cabeza, mi boca y sigue hablándome como si no estuviera allí. Como si estuviera aún dormida.
      —…y el casco también ayudó. Ha tenido suerte de llevarlo, mucha suerte.
      La urgencia en mi voz cuando te llamo con una simple pregunta, mientras aprieto la mano del médico con fuerza, me hace venir al mundo real, donde me oyen, donde no me pueden ignorar.
      — ¿Jorge?
      Mi madre empieza un callado llanto que unido a los ojos huidizos de todos los presentes en la sala, me sirven de respuesta. Y ahora, aunque estoy despierta, las imágenes tampoco tienen sentido. Y te oigo decir “Miedo da lo que merece la pena”. Y yo tengo miedo, y no estás para abrazarte. Y la moto que se estrella contra algo que no veo. Me tiendes tu casco y por todos los lados se oyen voces que sentencian “Es una mujer fuerte” “Has tenido suerte”. Y si supiera a donde ir, huiría de este caos. Y oigo tu risa, la que me quitó tu muerte. Y grito y lloro mi dolor. Y en medio de esta locura, trato de encontrar los lazos que unen todas estas palabras tan dispares. Y no puedo hallar otra semejanza que la escasa diferencia que hay entre ellas. Todas me golpean a la vez,”Fuerte”, sin piedad,”Muerte”, como una misma cosa, “Suerte”, y todas me duelen igual. Será que las diferencia una sola letra.

4 comentarios:

  1. Está bien ese juego de palabras del final. Suerte. Muerte. Fuerte. Palabras que fueron apareciendo en la narración sin que el lector se percatara del verdadero sentido que las mismas encerraban, del estrecho vínculo que existe entre ellas en el mundo de la protagonista. Tal vez se pueda prescindir del corolario: “será que las diferencia una sola letra”, ya que resulta medio analítico. La chica no está en condiciones de buscar diferencias y semejanzas entre las palabras en cuestión. Sería interesante que dichas palabras le vinieran a la mente —el sonido, la grafía— como intermitencias, que llegue incluso a vislumbrar el hilo que las une a un mismo destino, pero que el lector descubra la pequeña diferencia. O no. Porque, ahora que lo pienso, si nos centramos en esa diferencia, en la primera letra de cada una de esas palabras, me parece que todo se reduce a un juego. Y en realidad lo que tenemos es un “juego” más profundo, el de esas palabras como pilares de la fatalidad, golpes que suenan igual pero que revelan significados diferentes cada vez, palabras como imágenes que se alternan —muerte, fuerte, suerte—, palabras abstractas que adquieren consistencia que toman la forma del dolor. Palabras con aristas, ruidos que lastiman. La sutil diferencia entre cada palabra —entre cada golpe— es en cierto modo un abismo. Una letra, una sola letra que cambia, y ya el sentido es otro, opuesto, de suerte se salta a muerte y de muerte a fuerte. Una apuesta a todo o nada. La bolilla gira en la ruleta, del peligro pasamos a la seguridad, del amor al dolor. Muerte, suerte, fuerte, van saltando las palabras mientras la moto avanza a todo trapo sobre el asfalto, y habrá que ver si la suerte nos permite esquivar la muerte, y de nada sirve que seamos fuertes, de nada sirve que nos aferremos a la vida. La suerte está echada.




    “Con tu voz grave, y a través de la delgada línea que dejaba tu encantadora sonrisa, me lanzaste esa tentadora invitación a la vez que me tendías tu casco”. Mucho adjetivo. Buen detalle el del casco, los sesos de él quedan desprotegidos al entregarle su casco a ella.
    Con respecto a la caída: “Luego te alejas bruscamente, te separas de mí y me quedo sola volando en esta oscuridad total, mis brazos te buscan y justo antes de que pueda gritar tu nombre, el mundo me golpea, mis pulmones no se pueden vaciar de aire y me duermo sin el suave arrullo de tu corazón latiendo en mi rostro”.

    No sé si dormirse es la palabra, más bien se desvanece ella al golpear contra la tierra. La escena es descripta de un modo lento, poético, y no creo que sea lo más adecuado. Por otra parte, lo de la oscuridad me desconcierta. ¿Era de noche? Igual está bastante bien la descripción. Lo del suave arrullo de tu corazón latiendo en mi rostro le quita dramatismo a la acción, como si diluyera el impacto, y me hace pensar en una adolescente tan enamorada que la imagino rodeada de corazoncitos etéreos titilando alrededor de su cabecita de novia, como una muñeca de trapo, una caricatura lanzada por el aire.

    Da la casualidad de que estoy leyendo una novela de Coetzee que empieza describiendo un accidente. Arranca quemando gomas. Veamos: El impacto le alcanza por la derecha, brusco y sorprendente y doloroso, como una descarga eléctrica, y le hace salir disparado de la bicicleta. “¡Tranquilo!”, se dice a sí mismo mientras vuela por los aires (¡vuela por los aires sin ninguna dificultad!) y, en efecto, nota que los miembros se le relajan obedientemente.

    Creo que en un momento tan intenso y drástico, que dura apenas segundos, uno no tiene tiempo más que de pensar en su propia vida, en tratar de entender lo que está ocurriendo. Pensar en el otro en el momento del impacto es romántico pero poco creíble.

    “Oigo la dulce y familiar voz de mi madre”. Me empalagan los adjetivos, máxime cuando están antes del sustantivo. A veces quedan bien, y a veces la cosa queda sobrecargada. Mejor: oigo la voz familiar de mi madre.

    “En el sueño casi nada tiene sentido, no hay orden en las imágenes”.

    Durante el sueño uno no se percata del caos en el que está sumergido, es al despertar que comprendemos (desde la dimensión de la vigilia) la absurda secuencia que tejió nuestra mente durante el sueño. La narradora, estando dormida, nos dice que sus sueños no tienen sentido. Yo no llamaría sueño a su estado, sino sopor o entresueño.

    “Un tacto familiar en mi cara me lleva de nuevo al abandono, a dormir”. ¿Cómo hace uno para reconocer un tacto familiar?

    “El médico, mira mis oídos, mi cabeza, mi boca y sigue hablándome como si no estuviera allí. Como si estuviera aún dormida”. No entiendo. ¿Por qué le hablaría si no estuviera allí o si estuviese dormida?

    “Mi madre empieza un callado llanto que unido a los ojos huidizos de todos los presentes en la sala, me sirven de respuesta”.

    “Y no puedo hallar otra semejanza que la escasa diferencia que hay entre ellas”. La frase es algo rebuscada, ¿no?



    Saludos.



    Daniel

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  2. Demasiados y minuciosos detalles, reflexiones juiciosas para una mujer que está saliendo del coma. No me cuadra, no me parece creíble el tono de su voz («Mis ligeros movimientos me convierten en el centro de atención», hum) contándome todo lo que ve y siente. Pero había que escribir el cuento en primera persona, supongo, tronco.

    Una vez más, yo aconsejaría pasar esto a tercera, dejar a un narrador sobrio y detallista la labor de unir las fotografías, los sonidos, los datos, incluidos los fundidos en negro y los espacios en blanco de la protagonista, de una mujer cuya cabeza no debe de estar para estos trotes narrativos.

    El primer párrafo, débil, como es nuestra costumbre: adjetivo+sustantivo, delgada línea, encantadora sonrisa, tentadora invitación en una misma línea. Y en la anterior, para despistar, al revés, voz grave.

    Por lo demás, me gusta; es una voz suave, tenue, como un algodón con un leve olor a antiséptico. Poca luz, susurros, un rompecabezas que se arma. Pero en tercera, inténtalo; más palabras, más diálogos entre los facultativos, algunos intrascendentes, ajenos a la enferma, mezclándose todo. La madre no sé si cuadra en todo esto, posiblemente estamos en una UCI, y ahí no hay madre que valga, sólo cables, batas verdes y un cuerpo maltrecho que la profesión no va a dejar que se muera.

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  3. Comparto con Carlos lo del narrador. Siento que es exigirle demasiado a una primer persona para que relate esta historia. El esfuerzo por sostener a este relator le hace perder fuerza al relato. Por un lado nos muestra fácilmente la cercanía o la intimidad entre la relatora y quien conduce la moto -a través de sus palabras, del tono de la voz-, pero por otro noto como un exceso en la intención de demostrar el estado de esta mujer, y que ella misma cuente lo que siente y cómo se siente. Cuando en realidad, debería encontrarse sumida y perdida en los efectos de la anestesia, un poco más de incoherencia, de estar y no estar, saber y no saber. Situación ésta que se diluye, hasta se desaprovecha.
    Por lo demás, la elección y el recorte de la situación es correcta, también los hechos narrados, y el último juego con la primer letra de tres palabras que rondan el estado de la protagonista.
    A propósito de esto, siento que también el título, como anunciante del final literario del cuento, le quita intensidad a este mismo final.
    Me gustan los planteos de Pedro, el recorte de la situación narrada, el avance de la trama, los hechos que resalta, su detallismo. Una crítica, la adjetivación excesiva, o a veces demasiado prolija y repetida.

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  4. Aunque tarde, ahí va mi comentario.

    Comparto la opinión de Carlos. Para añadir algo nuevo te diré que he econtrado demasiados "agarro" y "uniones" en los primeros párrafos y "movimientos" en el quinto.

    Otra cosilla; debo confesarte que he hecho muchos kms. como paquete (mi marido es motorista hasta la médula) y, con el casco puesto, el ruido del motor y el viento, te aseguro que no se puede escuchar el latido del corazón del conductor.

    "Noto movimientos en la habitación, y voces que no consigo encuadrar" (quizás mejor distinguir¿?).

    "La enfermera me sonríe" Hace unos instantes no conseguía "encuadrar" lo que veía y viene el doctor y le "alumbra sin piedad con una linterna" ¿crees que realmente podía ver un gesto?

    "El médico, mira mis oídos, mi cabeza, mi boca y sigue hablándome como si no estuviera allí" (Creo que sería " sigue hablando").

    "La urgencia de mi voz cuando te llamos con una simple pregunta, mientras..." (demasiado larga).

    El último párrafo creo que podría mejorar quitando las comillas, separando fuerte, muerte y suerte por puntos y seguidos que le darían más fuerza. Tambien omitiría la explicación de la letra. De hecho, me gusta la historia pero no el título y el juego de palabras final. Me sabe mal decírtelo porque imagino que ha sido el motor, la inspiración que te ha llevado a escribir la historia pero es que a veces una idea original nos lleva por caminos desconocidos y a veces más bonitos que el que esperábamos. El motivo que me lleva a decirte esto es que no puedo creerme que alguien en la situación de la protagonista pueda pensar en juegos de palabras.

    Quiero destacar positivamente las frases "el mundo me golpea..." y "oigo tu risa, la que me quitó tu muerte"

    Espero no haberme excedido con mi comentario.

    Un abrazo,
    Montse Villares

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