sábado, 7 de junio de 2008

Obligado

Pedro Carriere

      Fui a encontrarme con Obdulio al lugar que habíamos acordado por teléfono. No bien lo vi lo noté turbado, mirando a los lados, como perseguido. Tan desencajado, que al cruzar la calle casi lo atropella un taxi. La verdad, nunca lo había visto así.
      —¿Cómo te va, Obdulio? —le pregunté mientras nos saludamos estrechándonos las manos.
      Creo que ni me escuchó, él seguía vigilando los costados con insistencia; me alarmó la palidez de su rostro.
      —¿Estás bien? —insistí.
      Al fin me miró; asustaban sus ojos exageradamente abiertos.
      —Pedro, te he contado varias historias, ¿te acordás? —logré entender a pesar del temblequeo de su voz.
      —Sí, y la mayoría han sido muy buenas —respondí, mientras intentaba deducir el rumbo que seguiría nuestra conversación.
      —Necesito contarte una ahora —me dijo, tomándome de los antebrazos con sus manos agitadas.
      —¿Ahora? Son las diez de la mañana.
      —Si, tiene que ser ahora, por favor —imploró.
      —Bueno Obdulio, está bien, pero vayamos a algún lugar en donde podamos acompañar tu historia con unos cafés —agregué, al sospechar que el encuentro iba para largo.
      Fuimos a un bar, ocupamos una mesa cerca de la entrada, frente a la ventana que da a la calle. Pedimos unos cortados.
      Obdulio es arqueólogo, especialista en cultura inca. Sus investigaciones sobre la influencia de esta civilización en otros grupos aborígenes del norte de nuestro país y del Paraguay poseen un alto reconocimiento académico. Sus estudios incluyen mitología y leyendas de este pueblo. Es sin dudas una eminencia en el tema.
      —Bueno, contáme lo que quieras, soy todo oídos —le dije, invitándolo a que se desahogara de una vez.
      Sus manos seguían incontenibles, enloquecidas en un tamborileo caprichoso: la mitad del saquito de azúcar cayó fuera de la taza. Se aflojó la corbata, de su incipiente calvicie brotaron gotas de sudor.
      Comenzó a contar sobre un descubrimiento de unos arqueólogos de su equipo en la provincia de Salta: se trataba de una tumba y por la posición fetal del cadáver evidenciaba ser de la civilización inca. Él fue al lugar del descubrimiento y enseguida observó cosas extrañas en la tumba, que no cerraban en su lógica científica.
      Mencionó que entre los dientes del muerto había un trozo de cuero de vicuña con unas escrituras; otras escrituras las encontró en una alta vasija a la entrada de la tumba. En las costillas del difunto, visualizó unas marcas provocadas por algún elemento cortante, afilado. Nunca había visto nada igual. Se dedicó, en un principio, a traducir el escrito que estaba en la boca del inca. Tardó días.
      Recuerdo la mirada esquiva de Obdulio, al comentarme que lo que tradujo era una descripción de un ser mitológico y que finalizaba con unos versos.
      Yo, a esa altura del relato, entusiasmado, le pedí detalles, que me contara más.
      —Se trata del Orejón —expresó, alzando la voz, como queriendo que todos escuchasen.
      Contó que la escritura hablaba de un ser que vivía en los montes de la región: era de aspecto gatuno, más bien alto, caminaba en dos patas que terminaban en grandes pies similares a los humanos; el cuerpo estaba cubierto por pelos cortos y duros, y en sus manos resaltaban unas filosas uñas negras. Tenía ojos rojos, un hocico chato, húmedo, y unas grandes orejas puntiagudas que le daban su nombre: "El Orejón".
      También contó que según el escrito, este personaje existía gracias al relato de esos versos por boca de los hombres: ellos así lo mantenían vivo. Nadie debía guardarlos: el que lo hiciera se condenaría a una muerte segura.
      A continuación y a los gritos, me vomitó esos versos como queriendo arrancarlos de su pecho.

      El Orejón esta ahí afuera
      en todo tiempo y lugar
      si tu escuchas o lees esto
      no te lo debes guardar

      Paciente, afila sus uñas
      ni siquiera las sentirás
      cuenta rápido, cuenta ahora
      quizá así te salvarás.


      De las mesas cercanas percibí comentarios irónicos, miradas burlonas. Sentí vergüenza.
      Él se relajó, parecía más aliviado, más liviano.
      —¿Estás mejor? —le pregunté.
      —Sí, y perdonáme —me contestó.
      —¿Perdonarte?, no serás Alan Poe pero la historia estuvo buena, me gustó —respondí con sarcasmo aunque en voz baja para no llamar aún más la atención de nuestros vecinos.
      Sin enterarse siquiera de mi intento humorístico, me contó que hacía algunos días había logrado traducir el segundo escrito, el que estaba en la vasija a la entrada de la tumba. Según él, relataba la historia de un anciano (el inca muerto) que había sido elegido con el fin de matar al Orejón: para ello, los pobladores de la región que conocían los versos, uno a uno se lo fueron contando a este anciano hasta que todos se despojaron de la maldición. El viejo los escuchó pero no contó a nadie los versos. Los demás lo ataron al tronco de un quebracho y quedó allí condenado, aguardando la muerte, esperando matar.
      Luego que el Orejón matara al anciano por culpa de su silencio, quienes lo sepultaron colocaron el lienzo escrito con los versos malditos en su boca. Era un intento de que algún día, con el paso del tiempo, el lienzo cayera, escapara de su boca, y que el espíritu del anciano lograra al fin descansar en paz. Pero el lienzo nunca cayó. Mi amigo, ochocientos años después, había tomado los versos de la boca del anciano. El Orejón no había muerto. La maldición, según él, continuaba.
      —Obdulio, tu imaginación mejora día a día, tendrías que escribir —le dije incrédulo, aunque encantado con el relato.
      Salimos del café. Sentí el sol otoñal del mediodía como una bendición. Le pedí un taxi.
      —Pedro, solo contálo, nada más —recuerdo que me llamó la atención su mirada culpable, al decírmelo.
      Antes de despedirnos con un abrazo, me entregó los versos escritos en un papel pequeño. Quiso asegurarse de que yo guardaría los versos en algún lugar donde los encontrase rápidamente. Para que se quedara tranquilo, plegué el escrito y lo acomodé junto a mis documentos. Sonrió por primera vez y volvió a pedirme perdón. Luego se alejó con pasos lentos hacia el auto que acababa de llegar.
      —Andá tranquilo Obdulio, cuidáte de los muertos y también, por las dudas, cortále las uñas al gato —le grité riéndome mientras pensaba que la mañana ya estaba perdida.
      Pasaron semanas, en mi memoria ya comenzaba a borrarse aquella historia de mi amigo, hasta que anoche, mientras trabajaba en mi computadora, me sentí observado. Era una presencia indefinida, pero cercana y cierta. Miré hacia la ventana y me pareció ver que en el patio había algo. Me acerqué al vidrio, no veía nada. De pronto, a contraluz y a través del cristal semiempañado, logré distinguir muy cerca de mí el contorno de dos grandes orejas peludas. De inmediato, unas uñas negras y largas rozaron el vidrio estremeciendo mis oídos.
      No lo podía creer. Era verdad. Era él.
      Un escalofrío viboreó en mi columna vertebral. Sentí nauseas. Un vértigo demencial me empujó sobre la silla y descubrí el ritmo feroz que puede alcanzar el bombeo de un corazón en pánico. Intenté controlar mi respiración. Necesitaba serenarme para pensar.
      Entonces, un aullido violento me incorporó de un salto. No quise volver a mirar. Temblores convulsivos me sacudían desde muy adentro y mis dientes castañeaban como si estuviera a punto de congelarme. Ignoro cuánto tiempo pasó, yo supongo que fueron segundos o quizá minutos, pero al fin logré contener el espanto y alcé la vista. Desde la ventana, ahora salpicada con unas gotas de sangre, vi a mi perro despedazado, con sus vísceras desparramadas. Corrí a comprobar que puertas y ventanas estuviesen trabadas, amontoné sillas y muebles contra las que me parecieron más vulnerables, encendí todas las luces y recién entonces me dispuse a revolver con desesperación entre los papeles que guardo en el porta documentos, hasta dar con los versos malditos. Sentí que me había reencontrado con la vida cuando los tuve entre mis dedos Y los grité. Juro que los grité. Pero nadie los escuchaba. Estaba solo, mortalmente solo.
      Volví a sentarme sobre la silla; junté las manos sobre las piernas, miré hacia la puerta que lleva al patio e intenté una súplica, una plegaria en voz alta, dirigida al cielo o al infierno, qué más daba: "sólo un día más, por favor, juro que lo contaré". Afuera, un tenso silencio dominaba la noche. Adentro, el terror apretaba mi garganta, sacudía mis músculos, clavaba mis pupilas en el picaporte. Perdí el conocimiento o me dormí, no lo sé.
      Desperté con la cabeza apoyada sobre las rodillas, tenía la camisa mojada, me dolía el cuerpo, los párpados me pesaban. El sol se introducía con ganas desde el vidrio de la puerta. Recordé la imagen de mi perro destrozado. Salí al patio, con la esperanza de que todo hubiera sido un sueño, pero no. Me acerqué a lo que quedaba de él y pude ver en sus costillas las marcas de uñas afiladísimas. Entré nuevamente a la casa. Cerré los ojos y con la frente apoyada en la puerta de chapa, pude oír que en algún lugar de mi cerebro retumbaban con fuerza las palabras "cuéntalo, cuéntalo hoy".
      Un pánico negro, latigazo de muerte, me ubicó en la realidad: debía extirpar de mí esa maldición, pasarla a otros, no importaba a quién. Tenía que contarlo hoy. Estaba desesperado.
      Perdonáme

4 comentarios:

  1. Bienvenido, Pedro, que has llegado a casa con un cuentito de terror.
    Un clásico cuento de terror. Con el espíritu de un monstruo ancestral a la espera de que alguien frote la botella. Pero aquí no habrá ni botella ni tres deseos, nada más un aliento y unas garras y dientes afilados, antes de la nada.
    Todo claro, como en cualquier buen cuento de terror, de noche y en la más absoluta soledad. Que así debe ser, no lo discuto, pero si no fuera así, no existiría el tal terror, ni nos mosquearíamos.
    Y tan dentro de lo clásico que hasta tenemos un arqueólogo, un descubrimiento escabroso en alguna excavación, el testigo –absolutamente necesario para lo que se propone el arqueólogo- que a su vez es el relator en primera persona, el maleficio que persiste a través del tiempo y la imposibilidad de huir de esta alternativa de Tutankamon.
    Con una variante hacia el final, al menos la intención de una variante, al tratar de incorporar la lector como personaje, como último destinatario de la maldición que se ha desenterrado junto con aquella momia.
    Y califico de intención a esta variante, porque me parece débil el planteo, no logra el efecto pretendido. Debería resultar más angustiante el hecho de que finalmente el lector entra en la rueda que propone la ficción, y no tendrá salida, a menos que levante el teléfono y comience urgente a contar este cuento de Pedro al primero que le responda. Al primero que lo lea. Y así se supone la historia no terminará nunca.
    Siento que le falta fuerza a esta intención, que debería haber contenido un mayor dramatismo. Como si le hubiera faltado algo de dedicación a este final.
    Otra cosa, habría que pensar un poco la frase final. Perdoname. ¿Por qué no Perdónenme, o Perdón? El perdóname es muy directo, como si acaso el relator ya supiera quién iba a ser el primero en leer su cuento.
    El resto es correcto, prolijo, están bien manejados los tiempos, creíbles los diálogos, sobre todo por la mezcla entre las voces del personaje y del narrador, lo que le otorga cierta agilidad al texto.
    A mí me vale para esperar los próximos relatos de Pedro Carriere.




    Tan desencajado, que al cruzar tan desencajado que, al cruzar

    —Si, tiene —Sí, tiene

    Contáme contame

    incipiente calvicie: existe algún lugar más común que éste?

    contó que según el escrito, este contó que, según el escrito, este

    También personaje existía gracias al relato
    a esta frase debe faltarle un trozo

    El Orejón esta ahí afuera El Orejón está ahí afuera

    si tu escuchas si tú escuchas

    —Pedro, solo contálo, nada más —Pedro, sólo contalo, nada más

    —Andá tranquilo Obdulio, cuidáte de
    —Andá tranquilo, Obdulio, cuidate de

    dudas, cortále las ; dudas, cortale las

    Perdonáme Perdoname

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  2. Un cuento de terror. Estilo este que no es de mis preferidos, quizá por ello, al no dejarme atrapar por la historia, puedo levantar mis cejas, fruncir los labios y no creerme nada. La historia cojea, aparte de mi escepticismo hay un par de cosas que no me cuadran. Obdulio es un científico, además experto en mitología y leyendas, ¿puede aceptar como verdadero al Orejón? ¿es natural que un hombre que tiene que conocer cientos de relatos de seres fantásticos, se amilane, se acojone y ande por la vida muerto de miedo por una de ellas? ¡No! Es incongruente. La otra cosa que no encaja, es la traducción de los versos con rima. Puede que en el idioma en que fueron escritos, tuvieran bonitas rimas asonantes o consonantes, o puede que no. Pero seguro que no existen en la traducción que hace un arqueólogo, por lógica más preocupado del significado que de la forma. Así que yo, en la próxima revisión que le hiciera al cuento, cambiaría la personalidad de Obdulio y también los versos.

    Por otro lado, me gusta mucho el intento de los antiguos por cargarse al Orejón, para una mente sencilla como la mía, viene a ser tan enrevesado y lógico como una trama de Agatha Christhie. Y el final del cuento, en la que el protagonista nos pasa la maldición, me parece muy acertado. Aunque seguiría los consejos de Norberto, incluso señalaría un poco más la intención. Por ejemplo: “Perdonadme por haber pensado en vosotros”. En plural, el singular iría bien si lo estuviéramos leyendo en un manuscrito o diario, donde supiéramos que nosotros somos los únicos lectores.

    Por lo demás, me parece que está escrito de forma correcta, bastantes acentos en palabras llanas por la forma de hablar de los argentinos (creo), pero que no son así, ni llevan acento ortográfico. Ya también Norberto las ha señalado.
    En fin, que bienvenido tocayo. Espero volverte a leer.

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  3. A pesar de que desde el primer “perdoname” el lector puede intuir como termina el cuento, este está trabajado con la suficiente tensión como para resultar muy entretenido.

    Las distintas escenas, descriptas con belleza, acompañan a un clima de suspenso logrado. El argumento (incluyendo al oportuno monstruo de la historia), no es novedoso pero tiene su encanto.

    Las últimas dos frases me parecen prescindibles.

    “Estaba desesperado.

    Perdoname”

    En caso de dejarlas, usaría el plural, “perdónenme”. Resulta forzado el intento de incluir al lector en la historia y se supone que, además, no será uno sólo.

    Un cuento muy digno.

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  4. A ver si lo entiendo. Un tal Obdulio, que es arqueólogo, especialista en cultura inca, cita al narrador (Pedro) en un bar. Acude el arqueólogo muy nervioso, desencajado. Le cuenta a Pedro que ha encontrado una momia, evidentemente inca, en una excavación en la provincia de Salta. La momia tenía en los dientes un trozo de cuero de vicuña con unas escrituras, y había encontrado también un papel en una vasija a la entrada de la tumba, con unas estrofas. Los versos de la boca advierten de la existencia de un ser maligno, llamado "El Orejón" y explican que la única manera de librarse de él es contar.

    Después de confiarle los versos, Obdulio se muestra más relajado. Le comenta entonces que también ha traducido el mensaje de la vasija, que habla del inca muerto. Del mensaje ha deducido que el Orejón mata a quien llega a conocer el poema, a no ser que ese desgraciado se lo cuente a su vez a otro incauto. Es justamente lo que acaba de hacer con él Obdulio, por lo que le pide perdón. Pero le aconseja que, para alejar de sí la maldición, le cuente el contenido de los versos a otra persona. Pedro lo toma a broma pero, una noche, el Orejón mata a su perro y cerca su casa. El próximo será él, a no ser que… Pedro, bueno, ya saben, se lo cuenta al lector. Y acaba pidiéndole perdón. Tú la ligas, que decíamos de pequeños.

    Bueno, bueno, me agrada tener con nosotros a Pedro Carriere, y más me agrada aún que su primer cuento sea una historia de intriga y de miedo. Se agradecen los esfuerzos imaginativos. Me gusta el cuento. Algún compañero ha sugerido reforzar con un plural la última palabra, por si algún lector despistado no se da por aludido. La verdad es que yo creo que queda claro en el texto, pero si hubiera que reforzar esa idea, sería más contundente terminar diciendo: «Perdóname, lector», que «Perdónenme», al fin y al cabo, el plural es tan impersonal en este caso como el singular.

    El punto flaco que yo le veo al cuento es histórico. Alguien ya comentó que suena artificial que los versos del inca rimen en castellano, y sí, suena artificial. Pero también es artificial la sola existencia de estos versos. Como es sabido, la cultura inca no conoció la escritura, ni en quechua ni en castellano, simplemente no existió. Algunos estudiosos le han sacado brillo a su cráneo privilegiado a base de preguntarse cómo [coño] se podía mantener un imperio tan grande sin instrucciones escritas. Y han llegado a la conclusión de que la contabilidad y ciertos mensajes elementales podían difundirse a través de los quipus, una especie de cabellera hecha de cuerdecitas de algodón, con un universo de nudos pequeños. Los nudos tienen probablemente una función matemática, pero difícilmente pueden albergar un poema.

    Así pues, habrá que pensar un poco cómo armonizamos todo esto. Es cierto que algunos enterramientos incas se hicieron con los españoles ya dominando Perú. Si el cuento tiene forzosamente que seguir relacionado con el mundo inca habría que estudiar esa posibilidad: en ese caso la escritura podría estar en castellano, pero sería una irrupción cultural que afearía el duende de la historia. Por otra parte, y esto es un capricho mío, se podría cambiar el nombre a ese monstruo felino; después de todo los orejones existían en el mundo inca, y no eran animales, sino hombres notables, investidos de poder. Aunque el nombre es español, parece un poco subversivo que los quechuas le dieran el mismo nombre a un animal asesino.

    Otra manía mía: no me gusta la palabra visualizar para decir ver. Forma parte de esa moda efectista que alarga las palabras hasta extremos grotescos. En Internet, buscando un poco, se puede encontrar un largo y delicioso artículo al respecto.

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