viernes, 1 de agosto de 2008

Gotas y libros

Pilar Dublé


      Ayer no hubo luz. Se fue de pronto y entró la sombra absoluta, junto con el silencio de las neveras. Cocinamos con velas. Cuatro velas, el ventilador quieto, el calor pegajoso sobre la ensalada de remolacha. Silencio áspero. A las doce hubo que tomárselo un poco a risa, porque con una cara de culo no se vende nada.
      En la noche, en mi cama, entre el dolor de espalda y la rabia dura en el pecho, pensé que nada podría ser peor que eso.
      Hoy, nada más entrar, se sintió de nuevo el silencio áspero. Al doblar la esquina de la nevera, veo que la luz ha menguado a resplandor fantasmal en los tubos de neón de las lámparas, que están ladeadas. Las secciones del cielo raso están descuadradas y de cada una de ellas salen goteras. Hay decenas de goteras.
      —¿Qué paso aquí?
      —Se rompió un tubo del baño de arriba y se inundó todo.
      —… y cortaron el agua, ¿verdad?
      Más silencio. Al menos, con la lluvia interna, han tenido por una vez que ponerse las gorras del uniforme.

      Afuera hay una toma de agua, así que no hay otra que salir con la olla mondonguera una y otra vez, hasta abastecerse. Eso me da oportunidad de rumiar más a fondo la idea fija que llevo hace dos días a cuestas. Ya escondí el portafolio en mi locker, bajo llave, y lo repaso todo una y otra vez: no decir nada, sonreír mucho. No hablar con el cerrajero hasta último momento, pues es cliente y si viene hoy a al comer se le puede escapar algo. Esperar a que se vayan todas. Si tuviera una socia normal, simplemente le podría pedir copia de la llave del archivo. Pero no me la dará, con cualquier excusa, y además se pondrá en guardia. Malo, eso.

      A las diez entro en pánico: Freddy, el de la administración del centro comercial, dice que arreglarán ellos las lámparas y el techo. Que será cuando nosotras acabemos la faena. ¡Qué puntería tiene el Freddy! Cuando uno lo necesita no aparece ni bajo las escaleras, pero cuando necesito un desierto, se presenta. Y se queda en el medio.
Pero hay una esperanza: Simón, el plomero-albañil-electricista oficial, vive beodo. Hoy viernes seguramente empezó temprano. Las probabilidades de que aparezca son remotas.

      La hora del almuerzo trae su nube de comensales inconformes y protestones o agradecidos y asombrados. Hay gente decente que dice: “¡¿todo eso por diecisiete bolívares?!” Los lambucios, en cambio, quieren dos panes, dos jugos y dos postres, “¡… ponme más…!” Luego no se lo comen, y La Negra, que mantiene limpio el comedor, nos cuenta indignada cómo tira a la basura diariamente kilos de comida intacta.

      A media tarde asoma el fin de semana. Con parsimonia que me agota, las empleadas se sientan a maquillarse y peinarse para salir a sus compras, a sus casas, a sus rumbitas.
      —¿Y usted no se va?
      —Estoy esperando a Felipe, ¿lo viste? Ese que vino a saludar como a las once, el flaco canoso. Es sobrino de una amiga y me va a traer algo para ella. Lo espero diez minutos más y si no llega, me voy —miento y sonrío.
Por fin se levantan y caminan hacia la salida del centro comercial. Voy cinco pasos detrás. Ya en la calle toman hacia el sur. Yo tuerzo hacia el norte, y en la esquina me volteo a fisgar si aún se ven. Nada. Se las tragó la tarde.

      La cerrajería está a treinta metros. El hombre asiente cuando le explico, saca un estuchito negro de una gaveta, cierra el negocio y escribe en un papel que arrancó de un cuaderno: “YA REGRESO”. Parece que será rápido.
De vuelta, abro la puerta principal y entramos al aire sólido y ardiente que se almacenó allí con las ventanas de seguridad selladas.
      —Es este —señalo con el dedo. El cerrajero se inclina y luego elige una ganzúa del estuche. Mientras, saco el portafolio de mi gabinete, y cuando vuelvo a echarle llave, ya el archivo está abierto. Ahí están, los libros de la empresa. Entre el amasijo de papeles y el desorden de pertenencias personales apenas veo tres: libro de actas, libro de accionistas, libro de inventario. Sé que son más. No importa, tengo lo que necesito. Pido al hombre que cierre de nuevo el archivo, le pago, salimos y paso la llave de la puerta principal. Él desaparece por un pasillo lateral y yo me dirijo a la salida del centro comercial, llevando el portafolio con los libros guindado del hombro.
      Allí me encuentro al contador.
      —El lunes voy a trabajar en el libro diario y en el libro mayor —dice.
      Esos son los libros que se quedaron ahí, precisamente.
      —¡Ahja! Estupendo. Que pase buen fin de semana.

      Limpio, suave y justiciero.


Pilar Dublé.
Julio 2008

5 comentarios:

  1. He leído dos veces el cuento. La primera de ellas, a medida que avanzaba en la lectura mi cabeza se llenaba de preguntas como: ¿Que es esto? ¿Qué significa aquello?. Y luego, cuando llego al final, lo único que se me ocurre es que al imprimirlo se me ha perdido alguna página, pues no le encuentro sentido.
    Pasados unos días, vuelvo a la carga, y ahora como ya voy avisado de lo que me voy a encontrar, lo he disfrutado un poco más (es que esperaba menos).
    La historia sigue siendo difusa, hay que atar muchos cabos para tener la certeza de algo. Pero eso tampoco es tan malo si al final me quedo con las ganas de saber, y eso sí me jode. El cuento es corto, así que la sensación de tiempo perdido que normalmente me sobreviene en estos casos no es muy grande. También está lleno de frases y detalles que me gustan un montón, eso también alivia la frustración del final.
    Hice algunas anotaciones sobre pequeños fallitos, luego he descubierto que Tere ha visto los mismos que yo, probablemente no haya más. Añado esta rima que no me gusta.

    “...en los tubos de neón de las lámparas, que están ladeadas. Las secciones del cielo raso están descuadradas”
    “Pero no me la dará, con cualquier excusa, y además se pondrá en guardia.” Quitaría esa coma me cayó gorda”
    Hasta pronto.

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  2. Qué bueno que Pilar haya vuelto a escribir, y qué bueno que lo haga desde su nueva perspectiva de dueña de un restaurante, sin ocultar la reciente influencia de esta flamante posición. Es más, hay una marcada catarsis en este texto, como si se tratara de una especie de diario, o apuntes para un cuento, que viene a dejarnos Pilar, así incompleto.

    Porque viene bien el paseo por el cuento, pero el final sorprende, ya que uno aún espera más de los artilugios de Pilar, de los recovecos de esta historia que se encuentra bien planteada. Pero no cierra, queda como si se hubieran perdido las últimas frases, ojalá las últimas hojas, porque siempre da gusto leer a Pilar.

    Pero aquí la relatora se contagia del personaje, no decir nada, sonreír mucho, y no termina de contarnos, pero nos sonríe, sabe que somos sus cómplices, y también sabe que esperamos más, que pase algo.

    La relatora tiene o trabaja en un restaurante. Ahí por la mitad de la primer página confirmamos que es la dueña, pero tiene una socia con la que no se debe llevar muy bien. Un día se corta la luz del local, otro día hay una pérdida del piso superior, algunos parroquianos piden mayor cantidad de comida, anécdotas sin importancia que sirven para colorear el relato.

    Hay también un cerrajero que viene a no se sabe bien qué, aunque suponemos –pero esto es porque Pilar comentó algo así en los mensajes al taller, y no porque esté contenido en el cuento- que la relatora se lleva mal con la socia y quiere efectuar una maniobra que la deje con la tenencia de los libros principales del negocio. No queda claro todo ésto.

    Tampoco el encuentro casual con el contador, que le dice que el lunes va a trabajar con unos libros, la relatora dice que justamente son los libros que quedaron en el restaurante. ¿Qué libros se está llevando la relatora, y por qué? Dijo también, contradictoriamente, que se lleva los únicos tres libros que había en el archivo, ¿qué otros quedan en el restaurante para que el contador trabaje el lunes siguiente? Chan chan, a esperar el próximo episodio que resolverá nuestras dudas.

    Lo de gotas en el título, ¿es por la pérdida de agua, o es por entrega a gotitas, tipo suero?llevando el portafolio con los libros guindado del hombro. ¿Qué es guindado?, ¿colgado?

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  3. Ya sabés, Pilar, cómo me gusta leerte.

    Disfruté "Gotas y libros" pero me sucede lo mismo que a los lambucios ( de paso desbúrrame: ¿a quiénes se les llama así?), y digo "¡ponme más...!" Pero no voy a hacer como ellos que después "no se lo comen". Lo prometo.

    Se me hace que un restaurante es -siempre- prolífico en historias. No sólo porque, según reza el viejo adagio, "somos lo que comemos" y entonces uno puede armar radiografías completas si se analizan los detalles de cada pedido; las actitudes -y aptitudes- de los comensales, el gesto, la parsimonia o el apuro, etc. etc.; sino por las permanentes situaciones que se presentan, las que hay que resolver de inmediato y sin "cara de culo", porque sino, "no se vende nada". Y ni te digo en países como el nuestro -me refiero al tuyo y al mío, Pilar- donde además de lidiar con seres humanos y sus conflictos uno debe soportar cortes de luz, caños que se rompen, ventiladores que se apagan.



    Suelo observar a la gente en los restaurantes y más de una vez coseché historias interesantes.

    Claro que cuando uno está detrás del mostrador, no debe de quedar mucho tiempo para observar nimiedades. Con todo lo que hay para resolver, ¿no?



    Detalles:

    "...en los tubos de neón de las lámparas, que están ladeadas. Las secciones del cielo raso están descuadradas"

    "si viene hoy a al comer se le puede escapar..."

    "saca un estuchito negro de una gaveta," (lo correcto sería "estuchecito", ¿no?)

    "llevando el portafolio con los libros guindado del hombro" (no entiendo)



    Me gustó:

    el "silencio áspero"

    "Al menos, con la lluvia interna, han tenido por una vez que ponerse las gorras del uniforme"

    "salir con la olla mondonguera una y otra vez, hasta abastecerse" (me reí mucho con la "olla mondonguera")

    "entramos al aire sólido y ardiente"


    Y bueno, ya te lo dije. Quiero más.

    Un beso,

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  4. Está bien escrito, aunque le falta algo de acción, me parece. La narradora tiene un restaurante, un día no hay luz, otro día no hay agua, es duro trabajar en esas condiciones, mantener la clientela. Además desconfía de una socia y la segunda mitad del cuento consiste en contarnos la manera en que la narradora consigue hacerse con los libros de contabilidad, acudiendo a los servicios de un cerrajero. Es ahí donde hay algo de intriga, y donde podría acentuarse, si se nos mostrase algún recelo de la socia, un regresar inopinado, algo que le diera miedo al lector e hiciera más azarosa la situación. Hasta cuando el contable pide los libros se nos da como a toro pasado; y pide precisamente los que no se lleva ella: evitamos el conflicto cuando es el conflicto lo que hace una historia. Tal vez también nos hemos ganado saber si las pesquisas de la narradora han dado sus frutos o no, si la socia es una ladrona y qué va a pasar ahora.

    Hay figuras que me gustan mucho, el silencio de las neveras, el calor pegajoso sobre la remolacha, el silencio áspero. Maripili lo hace siempre bien, pero debería desdoblarse para escribir una historia, hacer que a su sombra le pasen cosas que a ella no le pasaron. Y eso que a la propia Maripili le ocurren en la vida real cosas que nosotros ni soñamos. Como que la peguen un tiro o la persiga un policía corrupto, o acorralar con retórica a un ultra o pelearse con un guerrillero. Para la vida tan azarosa que lleva, lo cierto es que Pilar suele contar cosas muy apacibles e inacabadas.

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  5. Hola Pilar,
    me ha pasado lo que a los demás, tu cuento me sonaba a una experiencia personal que nos avanzastes.

    Creo que todo sucede demasiado deprisa. En el primer párrafo emipieza hablando de ayer, siendo hoy y en la quinta línea ya es por la noche. ¡Chica, tan deprisa no da tiempo a respirar el ambiente! Quizás sea por eso que no me cierra lo de "silencio áspero". Supongo que pretendes describir el ambiente enrarecido debido a la tensión entre las dos socias y podría ser si en ese momento lo supiéramos pero es que sólo lo intuimos por lo que nos explicaste, en el cuento aparece mucho más adelante.

    Hay envidiables imágenes que nos muestran el ambiente del local.

    Una cosilla en cuanto a las dos frases siguientes:

    A media tarde asoma el fin de semana. Con parsimonia que me agota, las empleadas se sientan a maquillarse y peinarse para salir a sus compras, a sus casas, a sus rumbitas.
    Aunque la puntuación es correcta yo cambiaria el orden de la segunda : Las empleadas, con una parsimonia que me agota, se sientan.... Al leerlo rápidamente parece que a media tarde asoma el fin de semana con parsimonia.

    Ya te han señalado que hay algún problema con el robo de los libros. Creo que se debe a que si alguien roba algo premeditadamente, como parece ser el caso (la protagonista pensaba desde el primer momento llamar al cerrajero) sabe lo que va a robar. El llevarse algo que no es lo que buscaba sería un robo repentino, aprovechando que la socia sale la otra decide llevarse los libros.

    Entiendo que una persona no acostumbrada a delinquir, podría pasarle lo que a tu protagonista pero en la historia, pese a que el suceso pudiera darse en la realidad, no parece creíble.

    Un abrazo,
    Montse Villares

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