lunes, 1 de septiembre de 2008

Las sesiones de terapia de Lucrecia Resnik

Norberto Zuretti

      —No, no, no sucedió así esta vez, en el verano sí, pero hace un rato no, le aseguro que no. No había bebido alcohol, no fumé marihuana ni nada parecido, estaba en el sillón, escuchaba música, lo había puesto a Sabina, trataba de encontrar qué leer en una revista, ni dormida, ni ensoñada, ni volada, ni nada, y empecé a flotar, pero no de golpe. Estaba observando en la revista la foto de una expedición arqueológica, y de repente me parece que la foto se mueve, siento un vahído, un leve vértigo, y se me resbala la revista de las manos. Qué va, qué revista, todo se movía, flotaba, yo estaba flotando.
      —Lucrecia, cálmese, respire hondo y escúcheme.
      —Estoy tranquila, licenciado, usted no se preocupe, no fue como la otra vez que le conté, además me lo esperaba, ya era demasiado tiempo sin…
      — ¿Usted está segura, Lucrecia, mire que…?
      —Pero sí, Gutiérrez, sí, flotaba. No tuve pánico, no grité, no me asusté, sólo la sorpresa, el desconcierto. Imagínese, flotar, ¿le pasó alguna vez? Me acordé de usted, de las sesiones en que me hizo representar otras experiencias, de todo lo que hablamos, de lo que me hizo ver. Sirvió. Habré estado en el aire unos tres o cuatro minutos, nunca perdí el control, respiraba hondo, hondísimo, como usted me indica siempre. Y largaba el aire lentamente, bien de a poquito, por las dudas esa fuera la fuerza que precisaba para no caerme, para mantenerme a flote, como los aliscafos, ¿vio? Si alzaba la mano apenas sobre mi cabeza, tocaba el cielorraso. Ahí estuve, a centímetros del techo, observando mi living desde las alturas.




      — ¿Licenciado Gutiérrez?
      — ¿Cómo le va, Lucrecia Resnik, qué dice usted?
      —Necesito contarle, unos minutos, ¿puede oírme, por favor?
      —Diga, Lucrecia, la escucho.
      —Hablamos tanto con usted sobre que necesito integrarme, que tengo que abrirme, usted conoce mi proceso. Ya sé que no me hace bien recluirme. Pero bueno, al día siguiente de mi última sesión lo conocí a Aquirayá. Salí, fui a un cine debate, una película de Herzog, el de Aguirre, y ahí estaba, en primera fila para ver la de los enanitos, era la tercera vez que él la veía, y para mí la cuarta. Fanático como yo. A los dos nos pasó algo, lo supimos enseguida porque aparte de Herzog descubrimos otras coincidencias, empezábamos a hablar a la vez, nos pusimos colorados, tartamudeamos. Estuvimos caminando toda la noche, quedamos en vernos. Me besó. Yo también. No me escapé, tampoco me vinieron los sudores, fue un beso de lengua, largo, cálido, muy breve, bueno no, fue largo, a mí me pareció breve, como cuando uno recién comienza a comer un helado y se le cae al piso, y ahí nos damos cuenta de las ganas.
      — ¿Y los síntomas de siempre, temor, pánico, vértigo, contracturas?
      —Nada, Gutiérrez, nada. Pensé que me hacía bien la terapia. Y todo anduvo bárbaro hasta que me supe el significado de su sobrenombre.
      —Ah, sí, Aquiya, ¿qué quiere decir, a todo esto?
      —No, licenciado Gutiérrez, no es Aquiya, es Aquirayá. Já. La abreviatura de aquí para allá.
      — ¿Cómo?, no entiendo, Lucrecia, no entiendo.
      —Es fácil. De aquí, para allá. Él no flota como yo. Cada tanto, se desplaza. Adelante, atrás, a los costados. Pero siempre sobre el piso, paralelo al piso. Nos desencontramos, ¿sabe, Gutiérrez? Los amigos le pusieron así, porque va y viene. Es triste porque nos gustamos, pero de repente él arranca para la izquierda, y a mí me da por subir al techo.




      —No, mire, licenciado, hoy mejor no me acuesto, me quedo en el sillón, a ver si me pasa como la otra vez.
      —Donde usted se sienta cómoda, Lucrecia.
      —Yo le insisto, Gutiérrez, para mí que usted me hipnotizó, sin quererlo, sin fórmulas mágicas ni el péndulo ni música ni sahumerios, en una de esas fue su voz, el ambiente. Le conté que otras veces me había dado esa sensación.
      —Sí, recuerdo. Y es posible, tal vez usted se encuentra sumamente receptiva y una nimiedad basta para lograr un estado aparentemente hipnótico. ¿Cómo anduvo en estos días?
      —No volví a caer en trance, tampoco floté. Pero ayer, ayer me vino esa sensación de liviandad, cuando recién comienza. Y sé que estaba a punto de flotar, lo sentía en todo el cuerpo, que no me pesaba, ya casi me estaba deslizando por el aire.
      — ¿Y entonces, qué pasó?
      —Me controlé, sin miedos, controlé el ascenso. Y ahora me preocupo, ¿estaré dominando este hábito, volverá?




      —Prefiero así, Gutiérrez, lo más tradicional si a usted no le molesta, otra vez en el sillón, me sigue dando no sé qué el diván, usted comprenda. Pasé bien la semana sólo que…
      — ¿La sensación de alivio?
      —No. Algo nuevo, hasta me da vergüenza.
      — ¿Qué pasó esta vez, Lucrecia?
      —Por suerte estaba con mi madre, mi madre sabe lo de la liviandad, a usted le conté.
      —Sí, sí, me contó que su madre le cree.
      —Me esfumé.
      — ¿Cómo, Lucrecia, qué le pasó?
      —Me volví invisible. Sí, lo que oye. Invisible. Unos segundos.
      — ¿Y su madre?
      —Estaba conmigo, pero no se dio cuenta. Recuerda que por unos instantes no me vio, pero ella pensó que yo me había ido hasta la cocina a buscar algo.
      —Aaaah.
      —Pero yo no fui a la cocina, Gutiérrez. Me quedé en la sala con ella. Ella estaba ordenando los libros en la biblioteca, me daba la espalda. Entonces fue que me volví invisible. Mi madre lo debe haber presentido, porque en ese momento se dio vuelta y no me vio.
      — ¿Y usted, Lucrecia, cómo puede estar tan segura?
      —Me estaba observando en el espejo de la sala y de repente no me vi más, le aseguro que me esfumé. Pero no sentí nada, nada, ni frío ni calor, ni una cosquilla. Primero me puse contenta porque ya no me daba miedo. Ahora me aterra. ¿Y si algún día dejo de controlarlo, como esfumarme sin desearlo, o no poder desesfumarme, qué hago, dígame usted, qué hago?




      —Mire, licenciado, esta semana me di cuenta de que estoy enamorada de Aquirayá. No dejo de pensar en él, estoy obsesionada como una chiquilina.
      — ¿Volvió a verlo?
      —No. Me da no sé qué llamarlo. Vivimos en mundos paralelos, es como si cada uno perteneciera a otro plano, planos opuestos, dos paredes distintas. ¿Para qué llamarlo?, me pregunto, si esto es peor que hablar idiomas diferentes, uno puede aprender el del otro, pero usted dígame, ¿cómo nos encontramos si a mí se me da por subir o volverme invisible y a él por correrse a los costados?
      — ¿Y por qué surgió otra vez Aquiyará?
      —Aquirayá, Gutiérrez, Aquirayá. Acuérdese, de aquí, para allá. Aquí-rayá
      —Perdón, Lucrecia. Aquí… rayá. ¿Por qué otra vez?
      —Debe ser porque no se me fue nunca. Yo no tengo la varita mágica. Con lo que a mí me cuesta relacionarme, usted me conoce. Lo cierto es que Aquirayá me está comiendo el bocho, y yo que no puedo darle bola.
      — ¿Tuvo alguna otra de esas sensaciones extrañas?
      —Extrañas no, Gutiérrez, para nada extrañas ahora que ya forman parte de mí. Pero volar, volé muy poco. La otra noche se me hacía tarde, el colectivo se demoraba demasiado, así que di un salto de unas veinte cuadras para evitar la espera y llegar pronto a casa. Lo de la invisibilidad ya es más difícil de detectar. Tendría que encontrarme delante de un espejo, ya que cuando me toca, yo me veo como si nada, las manos, los brazos, la cintura, las piernas, los pies, me veo toda normal, no transparente. Son los demás los que no pueden verme. Los demás y los espejos. ¿Usted cree que si me pongo a practicar, podré emularlo a mi Aquirayá? Podría ser una posibilidad, ¿no le parece, usted qué haría?




      — ¿Licenciado Gutiérrez?, Lucrecia Resnik, ¿tendrá unos minutos?
      —Sí, sí, Resnik, la escucho, dígame, ¿qué le anda pasando?
      —Verá, es algo nuevo totalmente.
      — ¿Liviandad, invisibilidad?
      —No, no, licenciado, le dije que algo totalmente distinto me pasó hace un rato. Me desplacé en el tiempo.
      — ¿Cómo, qué me está diciendo, Lucrecia?
      —Me puse a practicar los desplazamientos, por lo de Aquirayá, ¿se acuerda, no? Bueno, en eso estaba. Me iba para arriba, no podía controlar la dirección, pero de a poco. Me concentraba y detenía el vuelo. En un momento me corrí a la derecha. Fue todo un logro, pero choqué la rodilla contra la mesa y me caí al piso. No pude repetirlo por más que lo intenté. Ardía de bronca, usted no se imagina. Tan cerca estuve. Y ahí fue.
      — ¿Qué, qué le pasó?
      —Hice algo, no sé todavía qué, un guiño, una mueca, algún suspiro…, y di un salto en el tiempo, me fui un mes más adelante. Lo vi a Aquirayá, y a mí con él en un futuro cercano. No funcionaba lo nuestro. Al principio sí, bailábamos valses por el aire, pero enseguida él comenzó a sentir desprecio por sí mismo. Él sólo podía desplazarse, nada más desplazarse. Me envidiaba cuando yo me hacía invisible o volaba un poquito. Me odiaba cuando yo viajaba en el tiempo, no podía tolerarlo. Yo lo hacía como muestras de amor hacia él, puros halagos y mimos, pero Aquirayá cada vez se ponía peor. Él horizontal, yo ambivalente. No iba una relación así, ¿comprende?, entonces decidí cortarla, buscar por nuevos caminos.




      — ¿Cómo estuvo esta semana, señorita Resnik?
      —Bien, Gutiérrez, bien.
      — ¿Tomó los medicamentos?
      —Sí, sí, más o menos, sí
      — ¿A qué se refiere con más o menos?
      —Y…, sucede que las pastillas blancas que tenía que tomar cada cuatro horas, resulta que me daban un poco de sueño. Y yo pretendía estar atenta, por si surgía algún cambio, no me puede agarrar desprevenida, imagínese, medio dopada volando sobre los edificios, o aparecerme en el mañana con el efecto de los remedios y no poder volver. A mí me aflige mucho esto de no saber si acaso perderé los poderes en cualquier momento, y me toque quedar del lado más ingrato. Así que me tomaba las seis juntas a la noche y de paso dormía de un tirón, bien relajada, por más que me viniera el efecto que fuera, no iba a afectarme. Las azules no las tomé, sabían muy amargas, me venían arcadas.
      — ¿Síntomas?
      —Ninguno, ninguno nuevo, claro, porque tenga en cuenta que para mí los que usted llama síntomas ya no son tales. Deben ser atributos míos, debería sentirme orgullosa, ¿no cree usted, licenciado?, hay que sostener estos poderes, ¿no le parece?
      —Hummmm.
      —Seguí ejercitándome con los desplazamientos, ya tengo asumido que con Aquirayá hay otras barreras que nos separan, pero lo hago por deporte, por conocerme a mí misma. Ya casi consigo atravesar la sala, que tiene como siete metros de largo, voy bien, de a poco.
      — ¿Y los viajes en el tiempo?
      —Ah, mire usted, a estos les tengo un poquito de miedo, fantasías mías ante lo desconocido, a ver si en una de esas me quedo atrapada entre mañana y pasado. Es una obsesión esto de no poder regresar. ¿Se imagina lo que sería convivir con mi otra versión? Una paradoja. Pero practico, como le dije, de a poco y hasta ahí nomás. Por ahora averiguo apenas cuándo está disponible el ascensor, el resultado de un partido, cositas así, sin mucha importancia, ya me atreveré a mayores. Gracias a usted aprendí a controlarme, darle tiempo al tiempo, no pasarme de revoluciones.




      —Mire, licenciado, yo no puedo ni imaginarme por qué me pasa lo que me pasa, pero me pasa, usted sabe. Vuelo. Desaparezco. Aprendí a desplazarme, ya domino la técnica, no le conté. Y ahora, el nuevo poder, la metamorfosis.
      — ¿A ver, Lucrecia, de qué se trata esto, su nuevo poder?
      —Puedo, puedo reformarme a mí misma. Me concentro y…
      —Desde el principio, Lucrecia, por favor.
      —Estoy ahí y lo pienso y cambio mis formas y…
      —Despacio, despacio. Tranquilícese, respire hondo.
      —Empezó durante los ejercicios para desplazarme, maldito Aquirayá, aunque el pobre no tiene nada que ver, yo soy la multifacética, la que le despertó o despertará esa serie de desvalorizaciones, pero bueno, él ya es historia vieja. Le decía, entonces, mientras me concentraba para aprender a desplazarme, me di cuenta de que cada vez que desequilibraba un poco los esfuerzos, le aclaro que me estaba observando en el espejo, algo en mi cuerpo se deformaba. Si el desplazamiento era brusco, como solía ser debido a la inexperiencia y al ímpetu que yo le ponía, mi cuerpo se estiraba, como si no abandonara el espacio inicial. Después mejoró, aprendí otra vez. Ahora estoy practicando el cambiar únicamente el aspecto de mi rostro. Le aviso por si un día me aparezco en la sesión con un cuerpo distinto, así no se asusta. Otra cosa, también avancé un montón con el aprendizaje de los viajes por el tiempo, soy muy buena autodidacta, ¿quiere que le cuente?
      —Un momento, por favor, ¿por qué no me aclara antes esto de la metamorfosis, como usted la llama?
      —Como no, licenciado. Reconozco que es bastante difícil de creer, se lo explico un poco más detallado así usted comprende. ¿Le preocupó, no? La posibilidad de que me aparezca a la sesión con otro cuerpo, digo. Já.




      —Buenas tardes, Gutiérrez.
      — ¿Cómo le va, Lucrecia, qué pasó?
      — ¿Cómo qué pasó, licenciado, llego tarde acaso?
      —No, no, pero hoy es miércoles, su próxima sesión es el viernes, estoy atendiendo a un paciente. ¿Se trata de algo urgente?
      —No, no, disculpe usted, regreso el viernes entonces, mientras voy a seguir con mis prácticas, otra vez le pido disculpas, todavía no domino del todo esta técnica, me faltan ejercicios, ensayarla, tal vez más dedicación. Usted no se aflija, está todo bien. Nos vemos.




      —Licenciado Gutiérrez.
      — ¿Sí, señorita, qué desea?
      —Venía por una consulta.
      —Bueno, si me aguarda traigo la agenda y le doy una cita.
      — ¿Usted está ocupado ahora, licenciado?
      —Espero un paciente en unos minutos.
      —Ah.
      — ¿Es una situación urgente, algo grave?
      —No se preocupe, puede esperar.
      —A ver, hoy es jueves, ¿le parece bien el lunes próximo por la tarde?
      — ¿Usted no me conoce?
      —No, ¿por qué, nos conocimos acaso alguna vez?
      —Está bien, entonces, déjelo así, cualquier cosa lo llamo. Buenas tardes.




      —No tenía agendada su cita para esta hora, si no para la siguiente, pero estoy disponible, adelante, señorita Resnik. ¿Cómo van los viajes temporales?
      —Justamente de eso quería hablarle hoy, licenciado Gutiérrez. Como le había contado, fui de a poco. Primero logré lo de las fechas, llegar al destino propuesto. Me costó bastante más el tema de las localidades, el lugar geográfico escogido. Pero pasó, no puedo asegurarle que ya sea toda una experta, pero ahora llego allí dónde me propongo en el momento justo elegido. Y vengo también a pedirle disculpas.
      — ¿Por qué, Lucrecia, que sucedió?
      —Lo espié.
      — ¿Cómo, qué dice?
      —Lo estuve espiando durante toda la semana. Y llegué demasiado lejos. ¿Usted se acuerda lo del miércoles, cuando me equivoqué de día? ¿Y se acuerda del jueves también, la mina que vino y se fue enseguida?..., sí, sí, era yo. Bueno, en realidad no fueron el miércoles y el jueves, para mí fue hace un rato nada más, y encima la última vez vine metamorfoseada, usted no fue capaz de reconocerme. En las demás visitas estuve invisible. Vi demasiado, le aseguro, ahora ya es tarde, ¿cómo olvidar lo que se ha visto?
      —No entiendo, ¿por qué no me explica?
      — ¿Cómo podría, y por qué razón, si ya es inútil? El futuro siempre será aquello que ya he visto, nunca podré salir de este encierro. Lo sé todo, y ya me siento aburrida, es un agobio. Usted debe dejar de atenderme, es la única salida, no sólo para nosotros, también para el mundo, no puedo seguir analizándome con usted, usted no es capaz de imaginarse.
      — ¿De qué me habla, Lucrecia?, no la entiendo.
      —Sucede que me adelanté una hora a la llegada de mi sucedánea, le dije que ahora acierto con el momento preciso, para convencerlo de que no me atienda, de hacerlo se complicaría todo. Créame. Se lo digo a raíz de todo lo que sé.
      — ¿Por qué?, digame, no la comprendo.
      —Porque soy yo la que está viniendo a la hora acordada, dentro de unos diez minutos, pero usted no debe recibirme. Es fundamental que no me reciba. Y ahora debo irme. No puedo encontrarme conmigo misma, usted sabe, se produciría una paradoja en el espacio tiempo, ya nada sería igual, finí, kaput. Gracias por todo, licenciado, y recuerde, cuando llegue mi hora dentro de unos minutos, usted no me atienda por más que insista con el timbre o el teléfono, por nada del mundo vaya a recibirme, confíe en mí, es cuestión de vida o muerte, nunca más. Gracias por todo, Gutiérrez.

6 comentarios:

  1. Lucrecia Resnik está como una cabra, eso es evidente. ¡O no?
    Al final ya no estoy tan seguro. Porque si fuera sólo locura… ¿cómo explicamos la visita de la desconocida?
    El cuento me gustó mucho. Al final me estoy convirtiendo en un devoto seguidor de Norberto. Admiro la imaginación necesaria para escribir este texto. La forma en que se desarrolla para dejarme al final con un montón de dudas que no tenía al principio. Me gusta mucho la relación con Aquirayá, los desencuentros, vivir en planos paralelos, aunque creo que sería más correcto decir perpendiculares.
    Hay un par de cosas que no entiendo, la primera es esta frase: y será por ello, o lo uno por lo otro que no reconozco la función de esos “Qués” acentuados.

    Qué va, qué revista, todo se movía, flotaba, yo estaba flotando.

    En esta otra, aunque logro averiguar el significado, veo la construcción difícil, equivocada, o tal vez fallen los dignos de puntuación. Me gustaría que me lo explicara el autor.

    —Necesito contarle, unos minutos, ¿puede oírme, por favor?

    En la siguiente tengo una duda:

    —Hablamos tanto con usted sobre que necesito integrarme, que tengo que abrirme, usted conoce mi proceso.

    La protagonista utiliza la primera persona del plural “hablamos”, pero en todo el cuento, creo recordar, ella está siempre sola en sus sesiones, en sus consultas. ¿Es una forma de hablar? ¿un error?

    Y para finalizar este detalle que me dice que el doctor no escucha mucho a Lucrecia. De hecho ella dice que tiene que hablarle de alto totalmente nuevo, y acto seguido él le recita los síntomas de la última visita.

    —Verá, es algo nuevo totalmente.
    — ¿Liviandad, invisibilidad?

    Una gozada leerte.

    ResponderEliminar
  2. COMENTO LAS SESIONES DE TERAPIA

    Es un cuento curioso ya que no es habitual que se presente en un diálogo. Un diálogo que va avanzando sesión a sesión ampliándonos cómo avanza la protagonista en el conocimiento de sí misma.

    Particularmente debo decirte que no entiendo el final, ni qué vió Lucrecia durante las sesiones que espió para decidir finalizar con la terapia. No está claro y mi imaginación en este campo fantástico es nula. Sorry.

    Es posible que tengas que revisar la puntuación aunque no soy la persona adecuada para aconsejarte.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  3. Me entusiasmó en un principio. Está muy bueno el secuestro y las sensaciones de la víctima pero el lector queda con muchos interrogantes. Ese final de la mujer en el cementerio deja una elípsis insalvable. Tal vez faltó transición, un puente para el lector.

    ResponderEliminar
  4. Me gusta el registro que usa la paciente, es convincente (hablo en verso porque así converso). Algunas pavaditas corregí. En cuanto al cuento creo que el título es demasiado anticipatorio. Con otro el lector se da cuenta igual. Me parece que al final hay una elipsis que no se llena y que dificulta el desenlace.
    Me hizo acordar a todos mis parientes psicólogos y a sus conversaciones con los pacientes. Conversaciones o monólogos. Los oigo contestar el celular en medio de una caminata y dar respuestas cortas , entre grandes silencios en que habla el otro.

    ResponderEliminar
  5. Es un cuento con una estructura clara, fácil de seguir. A medida que avanzan las sesiones de terapia, Lucrecia le va explicando al licenciado los nuevos estados, por llamarlos así, que alcanza su mente y también su cuerpo, ya sea porque ella misma se propone esas metas, ya sea porque las “magias” se le dan involuntariamente. Desde el comienzo me incliné por creerle a Lucrecia. Que todo gire en torno a sesiones con un psicólogo no me hizo desconfiar de sus capacidades, ni perder la fe en el personaje, aunque puede que se trate de la fe literaria con la que encaré la lectura. Como decía, se van sumando ciertos elementos místicos en su vida, situaciones que para el licenciado no serán más que invenciones de la mente de su clienta (paciente).

    Es muy jugoso el argumento, justamente porque que cada vez se hace más rico y complejo, y porque se perfila un mundo más amplio del que conocemos en la cotidianeidad. Eso sí que es libertad, la de viajar en el tiempo, la de alcanzar la invisibilidad (algunas personas igualmente son invisibles aunque los espejos las reflejen) pero me parece que la forma como está encarada la cosa es, cómo decirlo, algo pobre. No sé, se me hace que el autor optó por el camino más corto. Diálogo aquí y allá, y un psicoanalista, como para que el lector no rechace de entrada las revelaciones de Lucrecia.

    Después de la lectura me dije que sería un ejercicio interesante el de rescribir el cuento desde otro lado, con otros recursos, narrarlo quizá en tercera persona, o en primera, desde Lucrecia, sí, pero hacer desaparecer al psicólogo y las sesiones. Probar hasta qué punto se puede contar lo mismo sin que la historia se vuelva inverosímil. Que la historia se vaya cargando de acciones sobrenaturales, de magias, y que, a medida que eso suceda, el mundo cambie también, o al menos el mundo que nos permite entrever el personaje. Es sólo una idea que no me atrevo a llevar a cabo, más que nada por falta de tiempo, y porque al fin de cuentas el resultado no dejaría de pertenecerle, al menos en parte, a Norberto, coautor del nuevo engendro, aun cambiando el nombre de los personajes y las situaciones.

    ResponderEliminar
  6. Tengo que pedir perdón a Norberto porque voy tan retrasado que, para salir del bache, no le he dedicado a la lectura de su cuento el tiempo que merecía, y tampoco lo hago ahora que lo comento.

    Resaltar tres cosas:

    Primera, que es simpática la exposición de las distintas facultades que va adquiriendo la paciente. El lector duda si creerla, ante el silencio del psiquiatra. Al final ese silencio, a mi modo de ver, se convierte en un lastre para la historia, porque es verdad que facilita la perplejidad y el interés del lector, pero también tiene algo de artificioso, algo que ayuda al cuento al tiempo que condena a la historia. No es posible que en esos diálogos que, al no intervenir ningún narrador, muestran todo lo que hay en las sesiones de terapia, el psiquiatra no sólo no tome la iniciativa, sino ninguna iniciativa, y se limite a permanecer tan sorprendido y pasivo como el lector.

    Segunda, la estructura de diálogo. Me pregunto si nueve folios son muchos folios para darlos sin el oxígeno que supone la intervención del narrador. Y si interviene también en esa sensación negativa que tengo el hecho de que no sea un diálogo corrido, sino varias (¿demasiadas?) citas y llamadas telefónicas entre paciente y psiquiatra.

    Tercera: no he entendido el final. No sé qué pasa. La paciente cree dominar ya sus viajes en el tiempo, ha visto el futuro y le ruega que no la reciba. Pero, ¿por qué? ¿Ha visto que asesinará al psiquiatra? ¿Sin ningún antecedente violento? Al principio pensé que, ya que era invisible también, había entrado en la consulta del doctor y había leído las notas que él toma sobre su caso. Pero lo desestimé, porque no tendría sentido que le insistiera tanto en que no le abra la puerta cuando vuelva. Y, si ella ya ha estado en el futuro hablando con el doctor, ¿por qué no toma ella misma la decisión de no acudir a la cita, cuando vuelva al pasado cinco minutos antes de retornar al futuro? No sé qué pasa en ese final, tal vez he estado poco atento a las pistas, pero no lo veo.

    Por lo demás, no encuentro casi nada que comentar, respecto a la gramática. Hay, eso sí, un par de pronombres personales que por estos lares son incorrectos, pero que, tal vez, digo yo, pertenecerán al modo de hablar porteño. ese intento de elevar el argot a la categoría de gramática. También hay una redundancia, se me olvidaba: "podría ser una posibilidad". Y un cómo que no está acentuado en el texto: «Como no, licenciado»

    ResponderEliminar

Redacta o pega abajo tu comentario. Luego identifícate, si lo deseas: pulsa sobre "Nombre/URL" y se desplegará un campo para que escribas tu nombre. No es necesaria ninguna contraseña.