sábado, 20 de septiembre de 2008

Un objeto singular, ejercicio

Myriam Toker

      Madame Marchesi escribía, llevándose hacia atrás el mechón de cabello blanco que le caía sobre la frente. La sombra de su mano se extendía, monstruosa, sobre el papel. Detrás de la mesa con la lámpara de aceite, un piano. Sobre el piano, la cabeza marmórea de Rossini mirando con ojos vacíos a un metrónomo Mälzael. Retratos, programas de conciertos, partituras en el piso. El pensamiento de Madame Marchesi parecía ser lo único que se ordenaba con firmeza en aquél cuarto.
      “Es un objeto precioso, único. Si usted cree que le pertenece, está equivocado. Es de Dios, y de todos nosotros, que cultivamos este arte. No es suyo porque su cuerpo lo produce. Este objeto que tanto le costó a Usted obtener y perfeccionar, lo repito, es de todos.”
      El señor Marchesi se asomó a la habitación; en la estufa chisporroteó un leño.
      −Le estás escribiendo. Te he dicho que no vale la pena.
      −Salvador, después de más de cincuenta años de matrimonio no me conoces. ¿Cuándo has visto a Mathilde hacer algo que no valiera la pena?
      −Tú sabrás. Se te apaga la lámpara. No te esfuerces demasiado. Buenas noches, Mathilde.
      El hombre se encaminó hacia las sombras de la casa y los últimos ruidos de la noche lo siguieron hasta la cama. Madame Marchesi suspiró; los remolinos de nieve golpeaban a su ventana. Otro diciembre en París. Volvió a redondear su espalda y acercó más los ojos al papel.
      “Después de cuarenta y cinco años enseñando a excavar en las minas que tan pocos maestros conocen, puedo decir que ya sé cuál es el objeto que estamos buscando. Es flexible, y a la vez fuerte y resistente. No obstante, es fácilmente destructible, y muy sensible a malas influencias. Como la llama de un humilde pabilo, necesita un mínimo de aire para subsistir. Resiste una corriente continua de soplo que no supere su propia energía, y se apaga cuando la energía del aire es superior a él mismo. Está hecho de dos materias: una materia vibratoria y otra continua. La vibratoria es, lógicamente, el sonido, y la continua es el pensamiento. Éste último, como el aire, puede ser más grande o más pequeño que el objeto que debe sostener, y de esta cualidad depende, luego de la del aire, que el objeto se pueda extraer sano y se mantenga sano a lo largo del tiempo”.
      Una brasa incandescente bisbiseó en la estufa. Otro remolino produjo un silbido contra el marco de la ventana. Madame Marchesi se acomodó un chal de lanilla liviano que le resbalaba por los hombros. La lámpara tosió y largó un escupitajo de humo; ella sintió el escalofrío de las visitas inesperadas. Entre la nube cenicienta le pareció ver perfilarse el volumen de la cara de su maestro, García.
      −¿Emanuel?
      El humo, la cara y el escalofrío se disolvieron más rápido que el nombre, que todavía flotaba en el aire cuando ella se sonreía ante el ensueño que creyó real. Cosas de vieja, se dijo. Cosas de vieja. Al fin y al cabo, qué tenía ella, más que viejos sueños. Nada palpable, nada importante. Cosas hechas del pasado evanescente, de la experiencia que es deleble, de ideas que ahora tenía que rescatar de la sombra que ya le arrebataba todo. Los rostros de las alumnas cruzaban la habitación inestable a la luz flava de la lámpara. A ésta la hizo rica, a aquélla la hizo feliz. Esa otra: hubiera muerto cosiendo sombreros de paja y tosiendo en el frío de un taller de costura. Ninguna hubiera conocido el cielo en la tierra; pero ninguna la visitaba ya. Unas tarjetas de navidad mandadas por un secretario no hacían las veces de una visita. Y su hija, Blanche, a quien ya no le escribiría.
      “Una vez encendido el camino por el pensamiento y alimentado con una cantidad exacta de aire, vamos a ver aparecer a este objeto precioso. Que es luminoso sin tener luz, que es tangible porque toca y no porque se puede apresar. Por el contrario, es un objeto que se desvanece al intentar asirlo. Se va a revelar con timidez y su forma se adivinará con esfuerzo. Es como una escultura.”
      Madame Marchesi pensó que el mármol era todo lo contrario de la materia del objeto. El escultor, en cambio, era en todo como debe ser un maestro de canto. Revisó la escritura.
      “Se va a revelar con timidez y su forma se adivinará con esfuerzo, como adivina el escultor lo que se esconde inefable y trémulo dentro del mármol indiferente.”
      Blanche. Su preciosa Blanche. Lejana, herida. Había dejado de ser su hija, para ser su alumna y luego un retrato más en la pared, junto al resto de las jóvenes cantantes.
      “Se erguirá un objeto redondo, con las características de brillo de una madreperla. Claro como reluciente plata, oscuro como para no herir con su metal. Como flor, perfecto en su abertura, ni muy madura y abierta, ni muy precoz y cerrada. Este capullo perenne tendrá un latido. Si late muy aprisa, se agitará sobre sí mismo y será nervioso, inestable. Si late lentamente, oscilará en el aire como las lámparas que van quedando sin aceite y arrojan luz intermitente. El latido deberá ser saludable y equilibrado.”
      Cruzó la noche un carro, el cochero silbando en el pescante al ritmo de los cascos. Del atril se desprendió un papel como un pájaro nocturno. Desde el piso, la letra de Salvador se reconocía firme en la receta de “Les Pêches au Cygnes” del amigo Auguste Escoffier. Era lo poco que les quedaba de la alumna Melba, un sabor agradable para disolver y tragar el pasado. Mme. Marchesi se durmió sosteniendo la pluma. Un cabeceo ligero la quitó del palco en el que se soñó por unos segundos; un frío intenso en los pies, el agua del Sena entrando por debajo del palco y sus manuscritos de canto flotando desteñidos, pegándosele a las piernas.
      “Tendrá un color claro y oscuro, en concordancia con el timbre brillante pero no estentóreo. Claro para poder afinar con facilidad, con un sombreado que apenas ayude a la redondez. El objeto es, definitivamente, redondo. Un objeto muy afilado o con aristas, dará como resultado falta de flexibilidad. La flexibilidad es necesaria para que el objeto describa movimientos amplios, para que realice saltos, rebotes y largos pasajes de agilidad sin ayuda de renovación aérea. La flexibilidad del objeto es la piedra de toque de su agilidad, y ésta, a su vez, la madre de la fuerza. La fuerza del objeto está dada por su permanente movimiento, que da una sensación de continuo pero que, como la llama, se crea a sí mismo a cada instante. De esta renovación instantánea se adquiere una fuerza que permitirá al objeto proyectarse en grandes salas, a través de grandes orquestas”.
      El señor Marchesi entró a la habitación con las primeras luces de la mañana. Su mujer estaba erguida en la silla, soñando tranquila. La pensó, una vez más, alemana.
      Durante el desayuno, Mme. Marchesi sonreía.
      −Lo has leído, Salvador, te lo adivino. Ni lo disimulas.
      −Por lo menos, no le has escrito a Blanche. No tiene sentido.
      −Les escribo a los que no conoceré.
      Mme. Marchesi vio con cierta decepción que seguía nevando. Los copos de nieve se demoraban en caer. Redondos, claros, sin peso.

Myriam Toker, septiembre de 2008.


5 comentarios:

  1. Es bonito. En rojo están mis pareceres, lo que creo que debe cambiar. Planteado como ejercicio " un objeto singular", está todo cumplido, sin embargo creo que la descripción tapa la narración. El lector se pierde. Hay pasajes en que el lenguaje adquiere un vuelo poético muy interesante
    Myriam Toker


    Madame Marchesi escribía, llevándose hacia atrás el mechón de cabello blanco que le caía sobre la frente. La sombra de su mano se extendía, monstruosa, sobre el papel. Detrás de la mesa con la lámpara de aceite, un piano. Sobre el piano, la cabeza marmórea de Rossini mirando con ojos vacíos a un metrónomo Mälzael. Retratos, programas de conciertos, partituras en el piso. El pensamiento de Madame Marchesi parecía ser lo único que se ordenaba con firmeza en aquél cuarto.
    “Es un objeto precioso, único. Si usted cree que le pertenece, está equivocado. Es de Dios, y de todos nosotros, que cultivamos este arte. No es suyo porque su cuerpo lo produce. Este objeto que tanto le costó a Usted obtener y perfeccionar, lo repito, es de todos.”
    El señor Marchesi se asomó a la habitación; en la estufa chisporroteó un leño.
    −Le estás escribiendo. Te he dicho que no vale la pena.
    −Salvador, después de más de cincuenta años de matrimonio no me conoces. ¿Cuándo has visto a Mathilde hacer algo que no valiera la pena?
    −Tú sabrás. Se te apaga la lámpara. No te esfuerces demasiado. Buenas noches, Mathilde.
    El hombre se encaminó hacia las sombras de la casa y los últimos ruidos de la noche lo siguieron hasta la cama. Madame Marchesi suspiró; los remolinos de nieve golpeaban a su ventana. Otro diciembre en París. Volvió a redondear su espalda y acercó más los ojos al papel.
    “Después de cuarenta y cinco años enseñando a excavar en las minas que tan pocos maestros conocen, puedo decir que ya sé cuál es el objeto que estamos buscando. Es flexible, y a la vez fuerte y resistente. No obstante, es fácilmente destructible, y muy sensible a malas influencias. Como la llama de un humilde pabilo, necesita un mínimo de aire para subsistir. Resiste una corriente continua de soplo que no supere su propia energía, y se apaga cuando la [energía] del aire es superior [a él] mismo. Está hecho de dos materias: una materia vibratoria y otra continua. La [primera] es, lógicamente, el sonido, y la continua es el pensamiento. Éste último, como el aire, puede ser más grande o más pequeño que el objeto que debe sostener, y de esta cualidad depende, luego de la del aire, que el objeto se pueda extraer sano y se mantenga sano a lo largo del tiempo”.
    Una brasa incandescente bisbiseó en la estufa. Otro remolino produjo un silbido contra el marco de la ventana. Madame Marchesi se acomodó un chal de lanilla liviano que le resbalaba por los hombros. La lámpara tosió y largó un escupitajo de humo; ella sintió el escalofrío de las visitas inesperadas. Entre la nube cenicienta le pareció ver perfilarse el volumen de la cara de su maestro, García.
    −¿Emanuel?
    El humo, la cara y el escalofrío se disolvieron más rápido [que] el nombre, [que] todavía flotaba en el aire cuando ella se sonreía ante el ensueño [que] creyó real. Cosas de vieja, se dijo. Cosas de vieja. Al fin y al cabo, qué tenía ella, más que viejos sueños. Nada palpable, nada importante. Cosas hechas del pasado evanescente, de la experiencia que es deleble, de ideas que ahora tenía que rescatar de la sombra que ya le arrebataba todo. Los rostros de las alumnas cruzaban la habitación inestable a la luz flava de la lámpara. A ésta la hizo rica, a aquélla la hizo feliz. Esa otra: hubiera muerto cosiendo sombreros de paja y tosiendo en el frío de un taller de costura. Ninguna hubiera conocido el cielo en la tierra; pero ninguna la visitaba ya. Unas tarjetas de navidad mandadas por un secretario no hacían las veces de una visita. Y su hija, Blanche, a quien ya no le escribiría.
    “Una vez encendido el camino por el pensamiento y alimentado con una cantidad exacta de aire, vamos a ver aparecer a este objeto precioso. [Que] es luminoso sin tener luz, que es tangible porque toca y no porque se puede apresar. Por el contrario, es un objeto que se desvanece al intentar asirlo. Se va a revelar con timidez y su forma se adivinará con esfuerzo. Es como una escultura.”
    Madame Marchesi pensó que el mármol era todo lo contrario de la materia del objeto. El escultor, en cambio, era en todo como debe ser un maestro de canto. Revisó la escritura.
    “Se va a revelar con timidez y su forma se adivinará con esfuerzo, como adivina el escultor lo que se esconde inefable y trémulo dentro del mármol indiferente.”
    Blanche. Su preciosa Blanche. Lejana, herida. Había dejado de ser su hija, para ser su alumna y luego un retrato más en la pared, junto al resto de las jóvenes cantantes.
    “Se erguirá un objeto redondo, con las características de brillo de una madreperla. Claro como reluciente plata, oscuro como para no herir con su metal. Como flor, perfecto en su abertura, ni muy madura y abierta, ni muy precoz y cerrada. Este capullo perenne tendrá un latido. Si late muy aprisa, se agitará sobre sí mismo y será nervioso, inestable. Si late lentamente, oscilará en el aire como las lámparas que van quedando sin aceite y arrojan luz intermitente. El latido deberá ser saludable y equilibrado.”
    Cruzó la noche un carro, el cochero silbando en el pescante al ritmo de los cascos. Del atril se desprendió un papel como un pájaro nocturno. Desde el piso, la letra de Salvador se reconocía firme en la receta de “Les Pêches au Cygnes” del amigo Auguste Escoffier. Era lo poco que les quedaba de la alumna Melba, un sabor agradable para disolver y tragar el pasado. Mme. Marchesi se durmió sosteniendo la pluma. Un cabeceo ligero la quitó del palco en el que se soñó por unos segundos; un frío intenso en los pies, el agua del Sena entrando por debajo del palco y sus manuscritos de canto flotando desteñidos, pegándosele a las piernas.
    “Tendrá un color claro y oscuro, en concordancia con el timbre brillante pero no estentóreo. Claro para poder afinar con facilidad, con un sombreado que apenas ayude a la redondez. El objeto es, definitivamente, redondo. Un objeto muy afilado o con aristas, dará como resultado falta de flexibilidad. La flexibilidad es necesaria para que el objeto describa movimientos amplios, para que realice saltos, rebotes y largos pasajes de agilidad sin ayuda de renovación aérea. La flexibilidad del objeto es la piedra de toque de su agilidad, y ésta, a su vez, la madre de la fuerza. La fuerza del objeto está dada por su permanente movimiento, que da una sensación de continuo pero que, como la llama, se crea a sí mismo a cada instante. De esta renovación instantánea se adquiere una fuerza que permitirá al objeto proyectarse en grandes salas, a través de grandes orquestas”.
    El señor Marchesi entró a la habitación con las primeras luces de la mañana. Su mujer estaba erguida en la silla, soñando tranquila. La pensó, una vez más, alemana.
    Durante el desayuno, Mme. Marchesi sonreía.
    −Lo has leído, Salvador, te lo adivino. Ni lo disimulas.
    −Por lo menos, no le has escrito a Blanche. No tiene sentido.
    −Les escribo a los que no conoceré.
    Mme. Marchesi vio con cierta decepción que seguía nevando. Los copos de nieve se demoraban en caer. Redondos, claros, sin peso.

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  2. No sé cuál es el objeto descripto, lo que no le afecta al cuento. Al contrario, es un mérito. Para incorporar a aquella galería borgiana de objetos inexistentes o imaginarios.
    Podría tratarse de un objeto que desconozco, o de un objeto ficticio. Lo tomo como esto último. Así me gusta, por lo confuso y vago, por la minuciosidad de las descripciones de algo intangible, difuso, y que a pesar de ello toma consistencia.

    La primera ambigüedad –en el inicio de la carta- me desconcierta un poco, sobre todo al avanzar en la lectura.
    ¿A quién le está dirigiendo esta carta? ¿Será importante saberlo o no saberlo? ¿Se tratará de una más de otras imprecisiones que se irán agregando?
    Lo único que se nos cuenta es que, según las propias palabras de Mme. Marchesi, el destinatario podría creerse el dueño del objeto en cuestión, pero ella dice que no.
    Siento que, en lo que va del relato, adquiere mucha relevancia esta situación, algo escondida en el discurso. La registro automáticamente, espero no una explicación, pero sí alguna conexión o referencia posterior. Que no llega a darse, porque lo dicho al final por Mme., sobre que les escribe a los que no conocerá, no alcanza para compensar.
    Me queda un cabo suelto.
    Hay otros cabos sueltos. El papel del marido, la relación entre ambos, el pasado que los ronda, la razón de la separación con su hija, por qué les escribe a los que no conocerá…, pero éstas se aceptan, gustosamente, como los ingredientes ambiguos que le dan clima al relato. De ninguna manera quedan suspendidas como si se hubiera arrancado un pedazo a lo que se está leyendo, conforman esas elipsis por la que los lectores podemos navegar y rellenar, nos gusta participar de vez en cuando.

    Otra observación. Perdón, Myriam, te estoy contando lo que siento y lo que me provoca el leer tu cuento, no para indicarte lo que vos tendrías que hacer.
    La primera mención del objeto, Es un objeto precioso, se refiere a algo que existe en ese momento, y se puede interpretar que hasta lo están usando para algo.
    En la siguiente mención, Después de cuarenta y cinco años enseñando a excavar en las minas que tan pocos maestros conocen, puedo decir que ya sé cuál es el objeto que estamos buscando, aquí ya no lo tienen, lo están buscando, recién saben qué es. Siento una contradicción.
    Y, a continuación, comienza a describirlo.
    Muy bien armadas las imágenes, creíbles, difusas, tal vez en un estilo un poco cargado o forzado. En el medio hay una especie de aparición durante un ensueño que, para mí, sobra, choca con la calidad y el estilo de las demás vaguedades.
    Aquí la carta pasa a referirse a sobre cómo aparecerá este objeto. Aparentemente, de la nada, mágicamente. Se va a revelar con timidez y su forma se adivinará Visible pero inasible, que toca pero es intocable, esto me gusta mucho. Pero la mayoría de estos párrafos me suenan casi místicos, muy dogmáticos y proféticos, quizá por la acumulación de verbos en futuro, Este capullo perenne tendrá un latido se agitará sobre sí mismo y será nervioso, oscilará deberá Tendrá dará permitirá.
    Fin de la carta. Fin del objeto.
    Me parece correcta la indefinición del objeto.
    No así la relación inexistente entre la mujer y el/los destinatarios. ¿Cambiaría algo si se anulara la referencia al usted en el primer párrafo?
    También revisaría un poco la descripción del objeto, que al final suena a repetida. Y también me preguntaría el por qué de comenzar la descripción sobre un objeto existente en ese momento, se salta a los pormenores sobre cómo aparecerá este mismo objeto en un futuro cercano, ¿cercano?
    Siento como una falla en esta secuencia lógica.
    Con respecto a los dos planos narrativos -el presente del matrimonio, lo irreal de la carta-, siento un contraste muy marcado entre ambos, me hubiera gustado que el plano de la carta no resaltara tanto, me quedo con el lenguaje del otro plano.
    Me gusta el final del cuento, la imagen de los dos desayunando, la nieve que cae afuera, y espero tu próximo cuento antes de congelarme, Myriam. Un beso.






    que tanto le costó a Usted obtener ¿por qué con mayúscula?

    se pueda extraer sano y se mantenga sano a lo largo del tiempo”

    me suena mejor: se pueda extraer sano y así se mantenga a lo largo del tiempo”.



    lógicamente, el sonido, y la continua es el

    debería ir punto y coma lógicamente, el sonido; y la continua es el


    qué tenía ella, más que viejos sueños

    ¿y sin la coma?: qué tenía ella más que viejos sueños







    Un objeto singular, ejercicio
    Myriam Toker

    Madame Marchesi escribía, llevándose hacia atrás el mechón de cabello blanco que le caía sobre la frente. La sombra de su mano se extendía, monstruosa, sobre el papel. Detrás de la mesa con la lámpara de aceite, un piano. Sobre el piano, la cabeza marmórea de Rossini mirando con ojos vacíos a un metrónomo Mälzael. Retratos, programas de conciertos, partituras en el piso. El pensamiento de Madame Marchesi parecía ser lo único que se ordenaba con firmeza en aquél cuarto.
    “Es un objeto precioso, único. Si usted cree que le pertenece, está equivocado. Es de Dios, y de todos nosotros, que cultivamos este arte. No es suyo porque su cuerpo lo produce. Este objeto que tanto le costó a Usted obtener y perfeccionar, lo repito, es de todos.”
    El señor Marchesi se asomó a la habitación; en la estufa chisporroteó un leño.
    −Le estás escribiendo. Te he dicho que no vale la pena.
    −Salvador, después de más de cincuenta años de matrimonio no me conoces. ¿Cuándo has visto a Mathilde hacer algo que no valiera la pena?
    −Tú sabrás. Se te apaga la lámpara. No te esfuerces demasiado. Buenas noches, Mathilde.
    El hombre se encaminó hacia las sombras de la casa y los últimos ruidos de la noche lo siguieron hasta la cama. Madame Marchesi suspiró; los remolinos de nieve golpeaban a su ventana. Otro diciembre en París. Volvió a redondear su espalda y acercó más los ojos al papel.
    “Después de cuarenta y cinco años enseñando a excavar en las minas que tan pocos maestros conocen, puedo decir que ya sé cuál es el objeto que estamos buscando. Es flexible, y a la vez fuerte y resistente. No obstante, es fácilmente destructible, y muy sensible a malas influencias. Como la llama de un humilde pabilo, necesita un mínimo de aire para subsistir. Resiste una corriente continua de soplo que no supere su propia energía, y se apaga cuando la energía del aire es superior a él mismo. Está hecho de dos materias: una materia vibratoria y otra continua. La vibratoria es, lógicamente, el sonido, y la continua es el pensamiento. Éste último, como el aire, puede ser más grande o más pequeño que el objeto que debe sostener, y de esta cualidad depende, luego de la del aire, que el objeto se pueda extraer sano y se mantenga sano a lo largo del tiempo”.
    Una brasa incandescente bisbiseó en la estufa. Otro remolino produjo un silbido contra el marco de la ventana. Madame Marchesi se acomodó un chal de lanilla liviano que le resbalaba por los hombros. La lámpara tosió y largó un escupitajo de humo; ella sintió el escalofrío de las visitas inesperadas. Entre la nube cenicienta le pareció ver perfilarse el volumen de la cara de su maestro, García.
    −¿Emanuel?
    El humo, la cara y el escalofrío se disolvieron más rápido que el nombre, que todavía flotaba en el aire cuando ella se sonreía ante el ensueño que creyó real. Cosas de vieja, se dijo. Cosas de vieja. Al fin y al cabo, qué tenía ella, más que viejos sueños. Nada palpable, nada importante. Cosas hechas del pasado evanescente, de la experiencia que es deleble, de ideas que ahora tenía que rescatar de la sombra que ya le arrebataba todo. Los rostros de las alumnas cruzaban la habitación inestable a la luz flava de la lámpara. A ésta la hizo rica, a aquélla la hizo feliz. Esa otra: hubiera muerto cosiendo sombreros de paja y tosiendo en el frío de un taller de costura. Ninguna hubiera conocido el cielo en la tierra; pero ninguna la visitaba ya. Unas tarjetas de navidad mandadas por un secretario no hacían las veces de una visita. Y su hija, Blanche, a quien ya no le escribiría.
    “Una vez encendido el camino por el pensamiento y alimentado con una cantidad

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  3. Madame Marchesi escribía, llevándose hacia atrás el mechón de cabello blanco que le caía sobre la frente. [Veo a Marchesi escribiendo pero sin dejar de llevarse el mechón hacia atrás. Sucede que usás un participio que da la sensación de que la acción se prolonga en el tiempo, eso sumado al gerundio hace que las dos acciones sean simultáneas. Sospecho que quisiste decir que mientras la Marchesi escribía, se llevó, en algún momento del proceso de escritura, un mechón hacia atrás.]

    La sombra de su mano se extendía, monstruosa, [el adjetivo me parece excesivo] sobre el papel. Detrás de la mesa con la lámpara de aceite, un piano. Sobre el piano, la cabeza marmórea de Rossini mirando con ojos vacíos a un metrónomo Mälzael. Retratos, programas de conciertos, partituras en el piso. [Tanta elisión de verbo me llevan a pensar que no pudiste dar con los verbos adecuados. Este mismo recurso en el comienzo de París era una fiesta, queda muy bien: “Para colmo, el mal tiempo”]. Pero no conviene abusar de ciertos recursos. Con sólo cambiar “mirando” por “miraba” evitamos repetir el recurso: Detrás de la mesa con la lámpara de aceite, un piano. Sobre el piano, la cabeza marmórea de Rossini miraba con ojos vacíos a un metrónomo Mälzael. Retratos, programas de conciertos, partituras (yacían/dormían) en el piso]. El pensamiento de Madame Marchesi parecía ser lo único que se ordenaba con firmeza en aquél cuarto.
    “Es un objeto precioso, único. Si usted cree que le pertenece, está equivocado. Es de Dios, y de todos nosotros, que cultivamos este arte. No es suyo porque su cuerpo lo produce. Este objeto que tanto le costó a Usted obtener y perfeccionar, lo repito, es de todos.”
    El señor Marchesi se asomó a la habitación; en la estufa chisporroteó un leño.
    −Le estás escribiendo. Te he dicho que no vale la pena.
    −Salvador, después de más de cincuenta años de matrimonio no me conoces. ¿Cuándo has visto a Mathilde hacer algo que no valiera la pena?
    −Tú sabrás. Se te apaga la lámpara. No te esfuerces demasiado. Buenas noches, Mathilde.
    El hombre se encaminó hacia las sombras de la casa y los últimos ruidos de la noche lo siguieron hasta la cama. Madame Marchesi suspiró; los remolinos de nieve golpeaban a su ventana. Otro diciembre en París. Volvió a redondear [¿curvar, encorvar?] su espalda y acercó más los ojos al papel.
    “Después de cuarenta y cinco años enseñando a excavar en las minas que tan pocos maestros conocen, puedo decir que ya sé cuál es el objeto que estamos buscando. Es flexible, y a la vez fuerte y resistente. No obstante, es fácilmente destructible, y muy sensible a malas influencias. Como la llama de un humilde pabilo, necesita un mínimo de aire para subsistir. Resiste una corriente continua de soplo que no supere su propia energía, y se apaga cuando la energía del aire es superior a él mismo. Está hecho de dos materias: una materia vibratoria y otra continua. La vibratoria es, lógicamente, el sonido, y la continua es el pensamiento. Éste último, como el aire, puede ser más grande o más pequeño que el objeto que debe sostener, y de esta cualidad depende, luego de la del aire, que el objeto se pueda extraer sano y se mantenga sano a lo largo del tiempo”. [Los bloques del texto entrecomillado, que viene a ser lo que la Madame escribe, los encuadraría en un ancho diferente al del resto del cuento, bloques más angostos y en cursiva, para darles visualmente una forma más epistolar]
    Una brasa incandescente [El adjetivo que no da vida, mata. La brasa ya es incandescente por definición. De etim. disc.1. f. Leña o carbón encendidos, rojos, por total incandescencia] bisbiseó en la estufa. Otro remolino produjo un silbido contra el marco de la ventana. Madame Marchesi se acomodó un chal de lanilla liviano que le resbalaba por los hombros. La lámpara tosió y largó un escupitajo de humo [demasiado humanizada esta lámpara, ¿no? Las acciones, es decir, las metáforas, me resultan originales pero algo exageradas]; ella sintió el escalofrío de las visitas inesperadas [Inquietante, una belleza]. Entre la nube cenicienta le pareció ver perfilarse el volumen de la cara de su maestro, García.
    −¿Emanuel?
    El humo, la cara y el escalofrío se disolvieron más rápido que el nombre, que todavía flotaba en el aire cuando ella se sonreía ante el ensueño que creyó real. Cosas de vieja, se dijo. Cosas de vieja. Al fin y al cabo, qué tenía ella, más que viejos sueños. [Al fin y al cabo, qué otra cosa la acechaban, aparte de viejos sueños] Nada palpable, nada importante. Cosas hechas del pasado evanescente, de la experiencia que es deleble, de ideas que ahora tenía que rescatar de la sombra que ya le arrebataba todo. Los rostros de las alumnas cruzaban la habitación inestable a la luz flava de la lámpara. A ésta la hizo rica, a aquélla la hizo feliz. Esa otra: hubiera muerto cosiendo sombreros de paja y tosiendo en el frío de un taller de costura. Ninguna hubiera conocido el cielo en la tierra; pero ninguna la visitaba ya. Unas tarjetas de navidad mandadas por un secretario no hacían las veces de una visita. Y su hija, Blanche, a quien ya no le escribiría.
    “Una vez encendido el camino por el pensamiento y alimentado con una cantidad exacta de aire, vamos a ver aparecer a este objeto precioso. Que es luminoso sin tener luz, que es tangible porque toca y no porque se puede apresar. Por el contrario, es un objeto que se desvanece al intentar asirlo. Se va a revelar con timidez y su forma se adivinará con esfuerzo. Es como una escultura.”
    Madame Marchesi pensó que el mármol era todo lo contrario de la materia del objeto. El escultor, en cambio, era en todo como debe ser un maestro de canto. Revisó la escritura.
    “Se va a revelar con timidez y su forma se adivinará con esfuerzo, como adivina el escultor lo que se esconde inefable y trémulo dentro del mármol indiferente.”
    Blanche. Su preciosa Blanche. Lejana, herida. Había dejado de ser su hija, para ser su alumna y luego un retrato más en la pared, junto al resto de las jóvenes cantantes.
    “Se erguirá un objeto redondo, con las características de brillo de una madreperla. Claro como reluciente plata, oscuro como para no herir con su metal. Como flor, perfecto en su abertura, ni muy madura y abierta, ni muy precoz y cerrada. Este capullo perenne tendrá un latido. Si late muy aprisa, se agitará sobre sí mismo y será nervioso, inestable. Si late lentamente, oscilará en el aire como las lámparas que van quedando sin aceite y arrojan luz intermitente. El latido deberá ser saludable y equilibrado.”
    [Exquisitos los párrafos, pero la carta se vuelve muy ensayística, tediosa. Para no sacrificar nada —aunque una opción podría ser la de condensar un poco más esas ideas, o eliminar líneas—, yo me jugaría por lo siguiente: separaría algunos párrafos de la carta y los mecharía en la historia en la forma de pensamientos, de modo tal que queden plasmados como borradores mentales de lo que la Madame está por escribir. Así el lector puede advertir que la Madame no solo es elocuente y sabia cuando corre su pluma sobre el papel. Porque si no, ahora, queda la cosa como si hubieras metido parches de otro texto, como si hubieras escrito una nota sobre cantantes y música y aprovecharas para injertarla de a pedazos en esta narración, en la que, dicho sea, calza bien, pero resulta copiosa]
    Cruzó la noche un carro, el cochero silbando en el pescante al ritmo de los cascos. Del atril se desprendió un papel como un pájaro nocturno [Bellísimo]. Desde el piso, la letra de Salvador se reconocía firme en la receta de “Les Pêches au Cygnes” del amigo Auguste Escoffier. Era lo poco que les quedaba de la alumna Melba, un sabor agradable para disolver y tragar el pasado. Mme. Marchesi se durmió sosteniendo la pluma. Un cabeceo ligero la quitó del palco en el que se soñó por unos segundos; [dos puntos, en lugar de punto y coma] un frío intenso en los pies, el agua del Sena entrando por debajo del palco y sus manuscritos de canto flotando desteñidos, pegándosele a las piernas.
    “Tendrá un color claro y oscuro, en concordancia con el timbre brillante pero no estentóreo. Claro para poder afinar con facilidad, con un sombreado que apenas ayude a la redondez. El objeto es, definitivamente, redondo. Un objeto muy afilado o con aristas, dará como resultado falta de flexibilidad. La flexibilidad es necesaria para que el objeto describa movimientos amplios, para que realice saltos, rebotes y largos pasajes de agilidad sin ayuda de renovación aérea. La flexibilidad del objeto es la piedra de toque de su agilidad, y ésta, a su vez, la madre de la fuerza. La fuerza del objeto está dada por su permanente movimiento, que da una sensación de continuo pero que, como la llama, se crea a sí mismo a cada instante. De esta renovación instantánea se adquiere una fuerza que permitirá al objeto proyectarse en grandes salas, a través de grandes orquestas”.
    El señor Marchesi entró a [en] la habitación con las primeras luces de la mañana. Su mujer estaba erguida en la silla, soñando tranquila. [soñando en el sentido de soñar despierta, supongo] La pensó, una vez más, alemana.
    Durante el desayuno, Mme. Marchesi sonreía.
    −Lo has leído, Salvador, te lo adivino. Ni lo disimulas.
    −Por lo menos, no le has escrito a Blanche. No tiene sentido.
    −Les escribo a los que no conoceré.
    Mme. Marchesi vio con cierta decepción que seguía nevando. Los copos de nieve se demoraban en caer. Redondos, claros, sin peso.

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  4. A ver si lo entiendo. Madame Marchesi, profesora de canto, está escribiendo en su casa, de noche, su tratado. Su marido mientras tanto piensa que escribe a la hija de ambos, Blanche, que se fue de casa hace tiempo. Mathilde Marchesi se queda dormida escribiendo. A la mañana siguiente ella se cerciora de que su marido ha estado leyendo lo que escribió anoche.

    Qué decir. De los dos planos que tiene el relato me quedo con el inmediato, el que describe la habitación y nos muestra a la profesora escribiendo. El otro, el tratado de canto entrecomillado, me queda un poco grande y un poco ajeno.

    Myriam escribe bien, maneja el movimiento dentro de una habitación, que es algo en lo que yo siempre encuentro dificultad; utiliza un vocabulario rico (confieso que nunca había oído ni leído la palabra "flava", lo que les dará una idea de mi formación aldeana); tiene un estilo claro, preciso, elegante. En fin, que es una chica culta esta Toker y le gusta que eso se note.

    El cuento me parece ligeramente frío, y esto lo digo sólo como una sensación epidérmica mía. Naturalmente cada persona tiene su modo de ser, de sentir, de comportarse y de escribir. Pero, bueno claro, ni siquiera sé si Myriam escribe siempre de esta manera tan circunspecta, o será ahora que se está anglosajonando: este no es más que el primer cuento suyo que leo.

    Me gusta la manera de describir lo que hace la profesora, los leños chisporroteando, la sombra de la mano sobre la mesa, la nieve que golpea a [aquí se dice "en"] los cristales, los escupitajos de humo, los copos «redondos, claros, sin peso». Bien, muy bien; crea un clima bien dibujado. Es bueno tenerla con nosotros.

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  5. Hola Myriam,

    leí tu cuento pero no pude evitar leer tambien los comentarios de mis compañeros y los mensajes intercambiados, así que no me voy a extender. Ellos ya te dijeron más o menos lo mismo que pienso yo aunque con más bellas y certeras palabras.

    Algo que me sorprendió y que no sé si te dijeron es que en un diálogo ella habla de sí misma en tercera persona. Es un texto demasiado corto como para mostrar el carácter de diva de la protagonista (¿quién sino haría algo así?). Por lo que te sugeriría que ampliaras la descripción de la protagonista tanto como has hecho del ambiente. En realidad de ella, hasta ese momento sólo sabemos el nombre, que tiene más de 60 años, que sabe escribir y vive en un entorno donde hay algún músico (por lo de las partituras, el busto, etc.).

    Me gusta particularmente el trozo que empieza con "El humo, la cara..." (aunque la primera frase es demasiado larga). En éste y en el siguiente párrafo nos muestras el hilo del pensamiento de la protagonista. Esta manera de narrar me encanta.

    Cuando leí tu presentación intuí tu estilo y no me equivoqué. Me gusta. Muestras un gran dominio de la técnica, y del lenguaje. Además, por tus mails, se vé que eres una persona curiosa y perfeccionista. Así llegarás lejos.

    Un abrazo,
    Montse Villares

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