miércoles, 1 de octubre de 2008

Eran tres alpinos

Norberto Zuretti

      Insistiendo con esa manía inútil de no aceptar lo inevitable, de a poco trataba de forzar la telaraña pegajosa que le impedía abrir los ojos. Sentía una hoguera ardiéndole en el pecho y el estómago, y pese a sus intentos no era capaz de abandonar del todo la discusión con los hombres de blanco y de verde, aunque él en realidad no hablaba, tan sólo estaba tenso, nervioso y mojado, escuchando muy lejano lo de la farolera que tropezó y en el puente se cayó. El bochinche de un programa de televisión lo iba taladrando y arrancando de esa especie de habitación fría y brillante por la que lo transportaban vertiginosamente de un lado a otro, y esas figuras largas y enmascaradas lo señalaban y tocaban igual que si estuvieran probando una mercadería mientras sus piernas aplastadas por un peso tibio y móvil se negaban a todo movimiento, como si la camioneta del sueño le hubiera pasado por encima, inutilizándoselas. Darme vuelta, darme vuelta, pensaba a la vez que creía escuchar que le decían que se quedara quieto y que alcen las barreras que todo iba a salir bien para que pase la farolera, sin embargo quería darse vuelta, despertar, pero no había caso. Che, viejo, viejo. Darme vuelta, a la izquierda, no, a la derecha..., tampoco. Raúl, dale, vamos, Raúl. Cuando reconoció la voz dudó porque todavía se encimaba a las otras frías y metálicas que se alejaban, van a ser las cuatro y la farolera volvía a tropezar, quédese quieto, ¿te levantás de una vez?, quieto, por favor, las cuatro y dale, sosténganlo, sosténganlo, alcen las barreras, van a ser las cuatro, así, ahora las piernas, las piernas, canalicen, pronto. ¿por qué no podía mover las piernas? Se te enfría el mate, claro, no eran esas siluetas ahora quietas y sumamente pálidas las que le hablaban, cada vez más borrosas y transparentes, el mate, dale, dale, ni tampoco ese enmascarado verde con anteojos que lo observaba desde tan cerca. Sintió olor a frituras mientras identificaba la voz gangosa de Camila, ¿lo tomás o me lo llevo? Seguía sin poder abrir los ojos, como si una venda pesada y húmeda se los estuviera aplastando. De chico le decían siempre que durante la noche unos enanitos le dejaban un poco de arena sobre cada párpado y que por eso al levantarse por las mañanas debía lavarse bien la cara. También de chico le gustaba la canción de los tres alpinos que venían de la guerra, ¿por qué la recordaba ahora junto a la de la farolera, o acaso la de la farolera la estaban pasando por la tele? Dale, che, ¿tomás el mate? Tosió, le dolía mucho el pecho y tenía una pierna totalmente dormida, aunque ahora el peso tibio se encontraba en su cintura, ico, ico, ico, le decía Arturito palmeándole las nalgas con una cuchara de plástico, ico, ico, ico. Preguntó la hora y su mujer le dijo que las cuatro y entonces mandó mentalmente al carajo a la farolera y a los tres alpinos mientras ella qué joda con tus horarios nocturnos que nos modifican todo, ¿vas a comer algo al menos? Bueno, dijo él, pero rápido ¿eh?, y vos bajate de arriba mío que me voy a levantar, pa, pa, quiero un yoyo, en el jardín todos tienen un yoyo, ¿me traés uno, eh, eh?, dale, pa, dale. ¿Justo tenía que pedirle un yoyo?, como si acaso supiera. La imagen de su rostro barbudo en el espejo del baño no le mostró los granitos de arena, igual se lavó a fondo con agua caliente primero y después fría como le había enseñado una antigua novia diciendo que le hacía bien a su piel grasa. Se dio cuenta de que ya tenía el pelo demasiado largo, no se afeitó pensando que de algún privilegio todavía gozaba, a veces se cansaba de la ropa impecable, de los zapatos lustrados dos veces por día y el orden y afeitarse a pelo y contrapelo y los horarios siempre tan estrictos. Eructó repitiendo el gusto de la milanesa de la noche anterior mientras le atribuía al moscato el ligero mareo que le persistía. Ya vestido con los vaqueros y la campera le preguntó a Camila si le faltaba mucho. No, enseguida te sirvo, le respondió de espaldas. Tenía puesta esa blusa floreada que a él tanto le gustaba. La abrazó por detrás y con la mano derecha abrió dos botones y estiró el corpiño hasta atraparle un pecho. Por un instante que lo registró casi fugaz en la memoria, ella se apretó contra él mientras lo oía murmurar que hace mucho que no le damos, ¿eh, piba?, Entonces Camila se apartó porque el nene en cualquier momento y que ésto no puede ser, con tus horarios apenas si nos vemos y está bien que ganes un poco más pero una tampoco es de madera y se la tiene que tragar. ¿Se te mojó la bombacha, eh nena, dale decime? Che, Raúl, pará, pará un poco que viene Arturito. La puta que lo parió a Arturito, cómo lo excitaba ella cada vez que se negaba y sobre todo con esa blusa y los catorce o quince días sin relaciones. Te dejo, sí, ahora te dejo tranquila pero esta noche preparate, ¿me oís?, preparate que no te perdono, ¿ok?, no te perdono. Con el plato de guiso en las manos, Camila lo miró con ojos y labios de Leonor Benedetto y le susurró que sí, que iba a estar esperándolo, a cualquier hora, papito, no importa, despertame. Acordate, despertame, le volvió a insinuar más tarde en la puerta apretándose contra él y palpándole el sexo a escondidas de Arturito que continuaba insistiendo con el yoyo y que vamos papá y chau papá. Pienso que mañana cobro, le dijo Raúl abriendo la puerta del ascensor y deseando verdaderamente cobrar el próximo día y tomarse un fin de semana sólo para él y Camila, a Arturito podían dejarlo en lo de los suegros, también podía pedirle esas películas al Vasco, y aquel libro con el montón de poses distintas, seguro que a la Camila iba a gustarle, seguro que si.
      Guillermo lo esperaba a tres cuadras, casi en la esquina de Larrazabal, dentro del Falcon sucio estacionado frente a la quesería. ¿Algún día lo vas a lavar?, le preguntó ya sentado a su lado. Y..., algún día, le contestó Guillermo quien dentro del vehículo ya no era más Guillermo sino Gilgamesh, de la misma forma que él dejaba de ser Raúl para llamarse Dax, el de los ojos con fuego. Dartagnan le había puesto ese nombre porque decía que él pensaba mucho, y a Gilgamesh por lo sencillo y poco riesgoso de su trabajo ya que apenas se limitaba a conducir. A Pepe Sanchez nadie sabía por qué lo llamaban Pepe Sanchez.
      ¿Y Pepe?, preguntó Raúl Dax.
      Lo pasamos a buscar por Lanús.
      La puta...., el guacho pudo haberse acercado un poco más.
      Gilgamesh se encogió de hombros como diciendo qué se le va a hacer, ya lo conocemos y para colmo trae las instrucciones, por mi parte no me jode porque ésta es mi última salida, vuelvo a la rutina, viejito, estoy podrido.
      ¿Sabés cuándo cobramos?
      Mañana, seguro nos espera Dartagnan con los sobres.
      Por fin, tenemos que cambiar la heladera, comprarle ropa al nene, pagar la cuota del depto..., la guita no alcanza para nada, este Martínez de Hoz es un hijo de puta.
      Hay que hacer como mi cuñado, tío, vendió todo y puso la mosca a laburar, largó la casa, el negocio y el coche, ahora alquila, vive con parte de los intereses y con lo que le sobra compra dólares que están tirados y tiene el dato de que se van a ir a las nubes. Se las sabe todas este coso, es un fenómeno.... Uy, dió, mirá esa nami, qué gomas, mamita.
      Manejá, pelotudo, que nos vamos a la mierda, le dijo Dax girando la cabeza para relojear a la rubia que no estaba muy bien pero tenía unas tetas enormes, siempre había preferido a las mujeres con tetas grandes, no como las de Camila que no eran chiquitas pero le faltaban carne o a él le sobraban manos. Los pezones de Camila sí que no los cambiaba por otros, gordos y porosos y salados. Esperaba que esa noche no tuviera que usar el diafragma, nunca le había gustado, tenía la sensación de que le molestaba y no acababa bien. La deseaba mucho, y para colmo la recordaba con esa blusa floreada diciéndole en voz baja que la despertara a cualquier hora, papito, a cualquier hora y ya quería como nunca que pasaran los últimos días de trabajo extra para encerrarse un fin de semana entero en el departamento, con o sin las películas y revistas del Vasco pero sí pronto, sí a solas, mandando al nene a lo de los abuelos o a lo de la hermana de Camila que tenía una cara de tramposa bárbara y le gustaba mucho la joda.
      Sin darse cuenta se había respaldado cerrando los ojos, volvía a sentir atrapadas sus manos y sus piernas. El dolor en el pecho casi no lo dejaba respirar y la sensación de la pesadilla no lo había abandonado, captaba todavía la presencia de los enmascarados verdes y blancos que lo tenían prisionero y lo torturaban sin cesar el parloteo entre ellos, sin importarles para nada sus quejidos y su resistencia a las inyecciones, sin comprender su imposibilidad de contestar porque tenía la boca hinchada y pastosa como llena de algodones y le costaba horrores articular palabras. Che, Dax. Le dolía el brazo izquierdo. Un dolor punzante que se trasladaba por las venas hasta la cabeza lo mantenía en el límite de la inconsciencia. Dax, Dax. Era producto de la picana, seguro. Che, boludo. Para colmo no podía moverse y sentía algo húmedo por el pecho y el estómago y también frío de a ratos como si todo en ese sueño se hubiera confabulado para provocarle sufrimiento. Dax, boludo, te quedaste dormido, era la voz de Gilgamesh. No, le dijo, no, pero sabía que era falso porque sí se había quedado dormido y le daba vergüenza sentirse descubierto, sobre todo por esa repetida pesadez en los párpados y la sensación de la venda que le impedía abrir los ojos. Mentalmente se sintió aliviado porque aún no habían recogido a Pepe Sanchez, y si hubiera estado Pepe, con su sueñito tenía tema para rato, mucho más en estos días en que lo agarró de punto destinándole el noventa por ciento de las jodas desde que Dax metió la pata la vez que se descuidó y mencionó esa intimidad con Camila, y este Pepe que es tan cargoso y no perdona a nadie, pero ya no había remedio y lo único que quedaba era esperar que se cansara, los tipos así siempre llegan a cansarse.
      Ahí está Pepe, dijo Gilgamesh y entonces lo vio a mitad de cuadra, con el rollo de Crónica debajo del brazo izquierdo para disimular el bulto de la pistola, vanagloriándose a veces con esa excusa del diario o un libro. Soy culto porque lo transpiro a Borges, vieron, o me van a decir que toda esa manga de sabelotodos llevan libros para leerlos....., lo hacen para aparentar, créanme, yo los conozco bien a esos zurditos de café. Se acomodó en el asiento trasero, casi ni saludó. Vamos para Flores, dijo, ¿cómo te va, Dax, y tu Camila, che?, agregó mientras le golpeaba el hombro y a Dax le saltaba el corazón en la boca por el golpe que le repercutía en el pecho, ¿por qué mierda le dolía tanto el pecho? Ahí andamos, esperando para ver si cobramos, le contestó viéndoselas venir porque de entrada Pepe Sanchez le sacó a relucir a su esposa así que evidentemente venía con ganas de joder, ¿vamos para mi barrio, entonces? Sí, le contestó Pepe, cómo me cambia el tema el coso éste, ¿viste, Gilga? Pero Gilgamesh no le siguió la corriente, un poco para conquistar el apoyo de Dax cuando a él le tocara el turno, porque con Pepe se sabía que alguna vez iba a tocarle, nunca dejaba a nadie tranquilo. ¿Y..., pibito?, le insistió a Dax apoyándose entre los dos asientos, ¿pudiste con tu Camila, o todavía no? Ufa, Pepe, acabala. Te gustaría que me calle, ¿no? Decime la dirección, che, interrumpió Gilgamesh. Carabobo al 400, y no te metas más que este coso aprovecha para callarse. Pero si no tengo qué contarte, viejo. Ah, ¿entonces no te dio el culito, se te volvió a negar, no?, claro, las minas de ahora..., con este asunto de la liberación y de la igualdad..., pero haceme caso, insistí, no la dejes salirse con la suya, si en el fondo le gusta, te juro, le gusta y se niega para excitarte, si son todas iguales...
      Estacionaron a mitad cuadra. Es el 471, dijo Pepe Sanchez, ahí, ese edificio viejo de mármol negro, ¿y los demás?, preguntó Dax. Allá veo el coche de Disney, dijo Gilgamesh. Y enfrente está el del Che haciéndonos señas con las luces, agregó Dax, ¿qué tenemos que hacer? Nada, esperar, hoy va a ser fácil, es una pendeja y me contaron que no está mal, ¿trajiste tu yo-yo, Dax? Y Dax que se esperaba la pregunta ya había recordado el pedido de Arturito y la letra de los tres alpinos que venían de la guerra, entonces se sintió el más chiquitito y le dio vergüenza no tener el ramo de flores ni a la hija del rey, aunque la hija del rey bien podía ser Camila en el próximo fin de semana, sin ventana ni papá ni bello alpino, ni Pepe Sanchez jodiendo con el culo de Camila por más que fuera cierto, tan cierto como si hubiesen vuelto los enanitos de la arena en los párpados, o los enmascarados de la pesadilla que no lo dejaban tranquilo y le murmuraban permanentemente dentro del cerebro, pidiéndole calma que lo iban a canalizar y pintar, que estuviera quieto otra vez más, quieto, ¿para qué carajo quieto?, para que no sospechen los transeúntes, para que pase la farolera o que Gilgamesh no se ponga nervioso como siempre se pone durante las esperas, y sobre todo en ésta que sería la ultima. Que suerte puta, pensó Dax, Gilgamesh fumaba en silencio mirando el tablero, ya estaba gozando el cambio. Entonces quedaría solo con Pepe Sanchez, y también supo que no lo iba a resistir por mucho tiempo y en algún momento se iba a atrever a darle una trompada a pesar de que en ese rincón de su pesadilla le estuvieron atando las piernas y los brazos con correas, y hablando de preparar los campos y de la presión y de algo así como una sonda nasogástrica o vesical.
      Voy a ver a Tío Rico, dijo Pepe Sanchez y luego de bajar se dirigió al coche de Disney.
      ¿Terminara rápido esta vez, vos qué pensás?, preguntó Gilgamesh un poco alterado.
      Andá a saber, che, en estas cosas nunca se sabe, le contesto Dax. Pero, ¿vos por qué te calentás?, si a partir de mañana estás en otra...
      Si, pero ésto se me hace interminable, no veo el momento en que acabe.
      Y eso que sólo te limitás a manejar, ¿que tendríamos que decir nosotros que nos toca bailar con la renga?
      Y bue..., cada uno tiene lo que quiere.
      No me jodas, ¿o acaso vos te crees un santito por tu puesto de chofer?
      No me creo un carajo, sólo quiero que sea mañana y no ver más a Pepe Sanchez ni al engrupido de Dartagnan, dejar de una vez toda esta mierda.
      Acordate que nadie te obligó a esta mierda. Vos elegiste solo, Gilga.
      Gilgamesh resopló golpeando con los dedos sobre el volante mientras apretaba y aflojaba el acelerador constantemente. Lo vio a Pepe Sanchez cruzar Carabobo y acercarse al coche del Che, del que descendió Sandino para hablar con él. Odiaba la soberbia de Pepe Sanchez. Odiaba esa espera y esa noche.
      ¿Qué habrá que hacer con la piba, Dax?
      ¿Qué sé yo?, preguntale a Pepe y no me jodas.
      Pasó un 132 corriendo carreras con un 133. Detrás avanzaba lentamente una camioneta Ford blanca, carrozada y con vidrios oscuros que luego de pasar junto a ellos dobló por Bilbao. De frente, un patrullero venía en dirección a Rivadavia, el conductor miró hacia el vehículo de Disney, pero siguieron de largo. Dos parejas en motos serpentearon el silencio con su estela de escapes y rebajes. Después volvió a pasar otro patrullero, quizás el mismo, hacia Avenida del Trabajo. Cada vez había menos tránsito. Los del coche de Disney fueron a la rotisería de la esquina, regresaron con pizza y tres botellas de cerveza. Una mujer y dos chicos entraron al edificio que vigilaban, uno de los nenes jugaba con un yo yo. Instintivamente Dax recordó las palabras de Pepe Sanchez y palpó el frío de su arma debajo del asiento, también se acordó de Arturito saltándole sobre las piernas y esa sensación de estar prisionero de los enmascarados que le exigían quedarse quieto mientras lo llevaban de un lado a otro y le introducían un cable por la nariz, ¿o sería esa sonda nasonosequé que habían nombrado antes? También dijeron algo sobre suero y grupo A negativo y que rápido y que se apuren. En ese momento tío Rico cruzó y se unió a Pepe Sanchez y Sandino, quienes se mostraban unos papeles, tal vez fotografías. Gilgamesh continuaba marcando un ritmo desacorde sobre el volante y apretando el acelerador. El tiempo parecía detenido, apenas uno o dos vehículos que pasaban, algún transeúnte, otro 132, otro133. Un anciano salió del 471 con un perro blanco y se dirigió hacia Directorio. A Dax le persistía el mareo con el que se había despertado, y el dolor en el pecho y el estómago, la sequedad espantosa en la boca que parecía llena de trapos. No entendía si era a causa o consecuencia de recordar a Camila. Pensaba que esa noche no iba a dejar de hacerlo, se había propuesto superar el cansancio de las otras veces cuando ella lo aguardaba dormida, oliendo a flores y desnuda, atravesada en la cama para obligarlo a despertarla y él se enroscaba en forma tal de no tocarla para que siguiera durmiendo, por más que estuviera presente el pedido de las lindas flores y la promesa del si te casas conmigo de la hija del rey que seguía en la ventana. Algún día Pepe Sanchez se iba a dejar de joder con el culito, o algún día ella iba a aceptar y entonces él se lo iba a refregar por la cara al roñoso ese, aunque pensaba que no debía estar bien contar esas cosas, pero de alguna forma le iba a parar el carro, como el rey al alpino, fuera de aquí o te haré fusilar aitiaitá, seguro que si, rataplán.
      Boqueó desesperado para aspirar la noche y sin embargo absorbió abruptamente toda la frialdad de la luz de la pantalla reflectora que seguramente vería de poder abrir los ojos. Hubo una especie de espasmo al volver a lo irrevocable, al delirio, a los estallidos que de repente partieron en mil pedazos la noche junto con las astillas del parabrisas y la imposibilidad absoluta de alcanzar su yo yo de abajo del asiento. Dax no supo si antes fue el ruido, o los destellos, o esas voces gritando que pronto y que guachos mientras unas manos lo alzaban y lo trasladaban de un lado a otro, probablemente donde los enmascarados que volverían a torturarlo en la misma sala limpia y fría con olor a desinfectante. No era capaz de respirar bien, la puta con el faso, de toser hasta le dolían las tripas y el pecho, qué mierda, tenía que recuperarse para esa noche porque lo esperaba la farolera aiti aitá, todo perfumada, rataplán. Alguien dijo que ese otro no iba más, que alcanzaran papeles. No va más, pensó mientras recordaba que nunca había estado en un casino y que en las próximas vacaciones se desquitaría. Las voces le ordenaban que se quedara quieto, que acababan de llegar y que todo estaba bien. Claro, ¿acaso algo andaba mal, qué carajo andaba mal? ¿Podían ser Pepe Sanchez y Sandino mirando desde la vereda de enfrente como agachados, o agachándose? Pronto, pronto, está hipotenso. ¿Asustados, estaban asustados sus compañeros?, y sí, esos estúpidos a veces no soportan la tensión y estallan por algún lado, como la cabeza de Gilgamesh que caía en cámara lenta igual que en las películas junto con los miles de pedazos de vidrio brillante y unas gotitas oscuras y chiquitas y pelos. El enmascarado verde de anteojos estaba encima de él, muy cerca y muy serio, pura mente de dentífrico, pura máscara. Hemorragia, dijo, separadores, champs. Dartagnan se los había advertido, a todos les toca, sólo hay que quedarse piolas y bancarse el momento. Tranquilo, Pepe Sanchez, no te asustes que ésto no es nada, ya va a llegar la borrega y enseguida nos la cargamos. ¿Y Sandino?, raro que se asuste, es de los más viejos y él no tendría, apúrense, que está con tres de presión y no lo podemos sacar. Camila, tenía que conseguir un ramo de flores para esa noche, igual que el bello alpino que tropezó con la farolera debajo de la ventana del rey porque no alzaron las barreras de cuartel. Ya pasamos un litro de sangre. No, no, no, cierto, no fue el alpino, pobrecito. Kocher, bertola, metzembaum. Fue la farolera, la infeliz de la farolera la que tropezó en el puente y se cayó en la ventana cuando llevaba las flores para Camila que seguro aguardaba despierta y desnuda como la hija del rey, sin barreras ni guerra ni coronel. Hemostasia. Gilgamesh, Gilga, ¿qué te pasa?, ¿qué te pasa? Porta aguja, pasa hilo. No se puede detener la hemorragia, pronto otra unidad de plasma. Las astillas del parabrisas desparramadas como papel picado le repiqueteaban en los ojos y la piel igual que abejas diminutas y traviesas. Más que ver adivinó la camioneta en el mismo instante de los destellos. Ahora sabía que las detonaciones fueron después de las ráfagas repentinas de luz. Presión en dos y sigue bajando. ¿No era la misma Ford blanca que pasó tan despacio un rato antes? Creía que si. Sigue bajando. ¿Metzembaum, qué mierda es metzembaum?, se lo iba a preguntar a Dartagnan porque estaba seguro que el pelotudo de Pepe Sanchez no lo sabía ni de casualidad, encima tenía miedo, ahí agachado, escondido tras el coche del Che. Está muy pálido, transpira mucho, está midriático. ¿Cómo iba a dejar de transpirar?, con estos nervios, esta pendeja que no llega nunca y el forro de Gilgamesh que se le había caído encima mientras a él se le repetía el dolor absurdo y húmedo en el pecho, y los enmascarados cada vez más alterados, más inseguros, y la camioneta blanca con vidrios oscuros doblando una vez más por Bilbao, muy rápido. Desfibrilador, salgan, córranse, córranse. Si, córranse, córranse que quiero ir con la Camila que me está esperando. Van dos choques, no hay respuesta. A los pezones gordos y salados de Camila, aunque Pepe Sanchez no crea que sean salados ni rataplán. Paro respiratorio, pronto, bicarbonato, adrenalina. Te voy a estar esperando, papito, despertame. Depunción intracardíaca. Masajes. Y la certeza de que por fin esa noche la iba a despertar porque la farolera no tenía que tropezar ni tampoco el bello alpino con las flores. Está en línea de base. No hay respuesta. A cualquier hora, papito, despertame, ¿sabés? No hay respuesta. Seguro que sí.

5 comentarios:

  1. Creo que sabes, Norberto, que me atrae todo lo que escribes, en particular esa mirada oblicua a la realidad que suele caracterizar tus cuentos, y que recuerda a Cortázar, tal vez menos presente en «Eran tres alpinos», que, sin embargo, también disfruté mucho. Dicho lo cual, no me queda más remedio –para eso estamos aquí- que pasar a ser crítica.

    Me costó armar el cuento a la primera lectura. Los párrafos iniciales se me antojaban desligados del resto. Claro, a medida que uno va descubriendo el cuento, entiende por qué fuiste deliberadamente críptico: ser más explícito al principio te dejaba sin cuento. Hay un momento, cuando uno empieza a encajar las piezas, en la que entiendo que despistas demasiado al lector. Uno percibe que Raúl anda en algo turbio (y elogiaría cómo consigues transmitirlo sin decirlo abiertamente); le llevas a uno por el camino de que los enmascarados sean torturadores, uno piensa en bandas rivales, y entonces mencionas la picana, que a mí me lleva por el camino de la tortura policial, pero luego ese hilo ya no vuelve a aparecer (o yo no lo vi). Son esas cosas las que me dificultaban la comprensión. También el asunto de las canciones. Soy de la opinión de que cuando un cuento necesita un referente externo para funcionar, mal asunto. Puede que el lector no conozca ese referente, con lo que nos quedamos sin cuento. Creo que un cuento debería conformar un todo en sí mismo. En el tuyo no creo que haya verdadera dependencia de la canción de los alpinos, no hace falta conocerla para que el cuento cierre, pero creo que el conocerla ayuda a saborear elrelato, a captar parte de la riqueza de esas menciones del inconsciente de Raúl cuando entremezcla la letra de la canción y su realidad inmediatamente anterior al momento de la muerte. Sin ir más lejos, yo no entiendo la mención de la farolera, no sé si es de la misma canción de los alpinos (la de los alpinos la conozco muy por encima, me temo) o si es otra, con lo que las referencias de la farolera del principio me enredaron mucho.

    El balance, con todo, es muy positivo. Me maravilla esa capacidad que tienes (y que siempre le alabo a Carlos también) para hacer que al lector le parezca que el cuento fluye, sin excesos, con palabras mesuradas y en apariencia simples. Eso, la intensidad mediante un estilo sencillo y sin aspavientos, me parece algo endiablademente difícil de conseguir, lo admiro mucho.

    Pequeños tropezones:

    · Insistiendo con esa manía inútil de no aceptar lo inevitable, de a poco trataba de forzar la telaraña pegajosa que le impedía abrir los ojos. Esta primera frase me parece que puede mejorarse mucho, Norberto.No es solo la cacofonía que te señalo con todas esas sílabas repetidas, sino que es una frase diría que deliberadamente al ralentí, acaso para transmitir precisamente esa sensación de impotencia y de cámara lenta, pero, no sé, creo que las primeras frases de un cuento deben ser más dinámicas, con más gancho, que instalen de inmediato al lector en una situación en la que esté a punto de ocurrir algo (es un modo de hablar). Esta primera frase, estimado Norberto, me aburrió, tan pegajosa como la telaraña que mencionas.

    · así, ahora las piernas, las piernas, canalicen, pronto. ¿por qué no podía mover las piernas? Mayúscula.

    · , ¿eh, piba?, Entonces Camila. Punto.

    · que ésto no puede ser. Sin tilde.

    · sobre todo con esa blusa y los catorce o quince días sin relaciones. Me pareció que eso de las relaciones desentona con el lenguaje más bien cancherito de Raúl, me sonaba más a consultorio de revista para amas de casa.

    · seguro que a la Camila iba a gustarle, seguro que si. Tilde.

    · Larrazabal,Sanchez.Tilde.

    · pagar la cuota del depto..., Hombre, que no es un aviso del diario.

    · La deseaba mucho, Me pareció demasiado explícito, tú sabes hacerlo mejor.

    · a lo de la hermana de Camila que tenía una cara de tramposa bárbara y le gustaba mucho la joda. Esto no lo entendí muy bien; en todo caso, falta una coma antes de "que".

    · blancos que lo tenían prisionero y lo torturaban sin cesar el parloteo entre ellos, El verbo en singular, y aun así, la sintaxis es retorcida.

    · Que suerte puta. Tilde.

    · le contesto Dax. Tilde.

    · ésto se me hace interminable. Sobra tilde.

    · yo yo. Yoyó.

    · absorbió abruptamente toda la frialdad de la luz de la pantalla reflectora que seguramente vería de poder abrir los ojos. Se me atragantó, tuve que leer dos veces. Creo que haría falta una coma antes de « que » y expresar el condicional abiertamente para que se entienda mejor : « si pudiera abrir los ojos ».

    · Dartagnan se los había advertido. « Se lo había advertido », aunque el error está tan extendido en el habla coloquial que apenas me atrevo a señalarlo.

    · no te asustes que ésto no es nada,. Sin tilde y coma antes de "que".

    · pronto otra unidad de plasma. Creo que falta coma tras "pronto".



    Y nada más. Un abrazo.

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  2. Para todos, para Norberto. Qué amargo. Me atrevo a una lectura e interpretación, que es en sí el comentario.

    Entre 1976 y 1981, Martínez de Hoz es el ministro de economía del proceso militar de Argentina. Su nombre es mencionado casi casualmente como signo de ubicación histórica de este relato, que toma lugar durante el gobierno de facto que se hizo con –sabidos- 30.000 desaparecidos y con la ruina social, moral, política y económica del país. Había, si, dos bandos: los argentinos, por un lado, ¿libres? o desaparecidos, y los asesinos, por otro, libres y feroces, organizados en grupos de tareas para los que usaban alias, como cualquier otro criminal. Tiempos en los que ser joven o tratar de educarse era un crimen, tiempos en los que el libro de cabecera debía ser un amarillista diario “Crónica” : “Ahí está Pepe, dijo Gilgamesh y entonces lo vio a mitad de cuadra, con el rollo de Crónica debajo del brazo izquierdo para disimular el bulto de la pistola, vanagloriándose a veces con esa excusa del diario o un libro. Soy culto porque lo transpiro a Borges, vieron, o me van a decir que toda esa manga de sabelotodos llevan libros para leerlos....., lo hacen para aparentar, créanme, yo los conozco bien a esos zurditos de café.”

    Un día normal de trabajo para Raúl, que actúa con el nombre de Dax en un grupo de tareas. Caza-chupa-desaparece a hombres y a mujeres, y los entrega a un proceso de exterminio tal como a él lo cazan-abducen-torturan-analizan –si es cierto o no, por suerte no lo dice el autor- unos seres alargados, “de blanco y verde”, seres a veces comparados con pasta dentífrica, que le meten y sacan cosas por sus orificios mientras él está inmovilizado ¿por el sueño? ¿Por la culpa? ¿Por una consciencia que no tiene?

    Raúl no percibe lo vivido ni como sueño ni como realidad, y no le puede dar una categoría (ontológica) en su vida marginal pero impune. De esta existencia que no advierte o que se disuelve en la indiferenciación de real-no real, sabemos por el relato pero más por el lenguaje mismo del relato. Desde el principio, vemos que los registros están situados en el mismo plano en el que se sitúan citas, discurso narrativo, o diálogo, que toman el mismo ritmo: “Se te enfría el mate, claro, no eran esas siluetas ahora quietas y sumamente pálidas las que le hablaban, cada vez más borrosas y transparentes, el mate, dale, dale, ni tampoco ese enmascarado verde con anteojos que lo observaba desde tan cerca. Sintió olor a frituras mientras identificaba la voz gangosa de Camila, ¿lo tomás o me lo llevo?”.



    No obstante, es claro que Raúl despierta o vuelve de un rapto, abducción, despersonalización. Poco importa la verdad si tenemos en cuenta que aún los argentinos nos preguntamos por la naturaleza de los torturadores y por la despersonalización a que nos obligaron. Bien podrían ser de otro planeta, bien de otro nivel antropológico, pero nunca, Sábato me perdone, otra forma del demonio. Podría ser que la vivencia de Raúl fuera premonitoria (ya que termina el relato y suponemos que su vida con una experiencia así), o que es perseguido por fantasmas que le hacen lo que otros les hacen a las personas que él caza y entrega a la represión. Todo podría ser. Todo en su retrato, Norberto, es horrendo, todo es vejatorio: cómo expresa Raúl su deseo hacia la mujer (su mujer), qué desea su hijo como juguete, cómo mira a su cuñada o a otras mujeres, cómo se relaciona con sus compañeros (o cómplices) de trabajo (o de crimen), esto es: entre la camaradería y el odio, entre la tolerancia y el desprecio. Hasta regurgita la comida de ayer, y es claro que Ud. Norberto no está tratando de hacer un retrato costumbrista o plasmar anticonvencionalismos para ganar a un lector de lo escatológico.

    El principio y el final gozan de la misma característica, en la narrativa de dos planos diferentes que nos dejan saber lo real de lo imaginario o suprarreal, perfectamente invertido –al principio su vida real lucha por abrirse paso entre algo que puede ser un sueño o una experiencia distinta, y al final su imaginario lucha por no ser interrumpido ni por la muerte-.

    El lenguaje, en el nivel de lo real, lo discursivo, es asquerosamente cierto. Los tres elementos que parecieran infiltrarse en el curso de la consciencia de lo real en Raúl, sí tienen relación con lo narrativo: los abudctores-torturadores (nunca categorizados como nada: sueño, pensamiento, experiencia, realidad, supraficción, viaje atávico), la farolera que se enamora de un coronel (obsesivo asalto que lo articula con la mujer), y los alpinos que vuelven de la guerra (obsesivo asalto que lo articula con ¿la muerte?).

    Tres alpinos. Gilg, Dax, Pepe. A quien se ha visto venir encima un Ford gris y ha pasado por la pesadilla de que se detuviera o más, viajar en el piso del asiento de atrás, no se le olvidará nunca que eran tres. El tercero, para pisarte la cabeza encapuchada. La elección como objeto pivotante de las ronda infantiles no me parece desacertada, al contrario, en tanto más se apodera en palabra y ritmo y repetición de lo narrativo, más mesuramos cómo Raúl se pierde y es, como en las rondas, un ritmo, un repetirse sin control, como el yoyó.

    El principio, en el que se presentan los elementos, no presenta en sí todo el relato. No, presenta los elementos de narrativa con los que se desarrollará, tanto en lo lingüístico como en lo objetal. Pero no cuenta todo. Lo presentado en el principio: que Raúl es casado, vive con su mujer y su hijo, va a trabajar a las cuatro de la mañana y esa noche tuvo un mal sueño que parece vivir como real, del que le cuesta despegar, no es lo que se despliega en los siguientes dos grandes momentos.

    Porque hay tres momentos formales claros: Raúl en su casa, Raúl en el coche con sus compañeros (qué va a hacer, a quién esperan, cómo van armados, cuántos son, qué espera él de éste trabajo, qué esperan los demás, qué lugar ocupa entre sus compañeros), y finalmente algo que se desarrolla a partir de: “Hubo una especie de espasmo al volver a lo irrevocable, al delirio, a los estallidos que de repente partieron en mil pedazos la noche junto con las astillas del parabrisas y la imposibilidad absoluta de alcanzar su yo yo de abajo del asiento”. Esto último no está expresado tan claramente como para que alguien que no haya vivido en la Argentina de esos tiempos adivine. Pero supongo que se puede suponer bien, y si el relato ha venido evitando la mención abierta de ciertas cosas, basta con saber que luego del estallido Raúl ya no vuelve a casa. Los bandos son claros, y si queda duda de que él piensa que el brazo le duele por la picana, digo que a los desaparecidos no se los tenía esperando de forma organizada a jóvenes solas, armados dentro de un Ford, durante la madrugada. Esos eran los de los grupos de tareas. De todos modos, tanto lo sucedido a partir del estallido y que da comienzo a la tercer parte como la mención de la picana pueden ser elementos demasiado encriptados a los que se podría liberar de misterio sin traicionar al relato. Usted lo sabe mejor que nadie, Norberto.

    La mención de la Farolera se me hace más horrenda por cuanto –no sé si lo sabe, Norberto- la Farolera, según ciertos estudios, estaba embarazada del coronel. Lamentable experiencia de ciertas desaparecidas: preñadas de sus captores. Por eso es que para Pepe es tan importante que Dax posea sodómicamente a su esposa. Dax, que no puede, muere. Cito uno sólo de los tantos elementos desarrollados a partir de la segunda mitad del relato, para no decir que él no le llevará un yoyó a su hijo, y otros detalles que no sabríamos desde el comienzo. No, este es un relato que se desarrolla, atravesado por una metzembaum, hasta la muerte. Insisto, La Farolera y Eran tres Alpinos no son un collage caprichoso, ni cosen precariamente su presencia en un relato que los necesita por ausencia estructural.

    Ciertas menciones a la ausencia de acentos antes de los “que”. Es muy raro que un argentino haga esa inflexión hablada, ni con el tono ni con el aire. Se habla sin acento antes de los “que”. Ejemplo: “…o a lo de la hermana de Camila que tenía una cara de tramposa bárbara…” porque esto no es relato, es discurso. Es Raúl diciendo/pensando, como lo diría un porteño de baja elocuencia.

    Para quienes no conozcan las rondas mencionadas, las cito abajo, con algunas de las variantes que conozco.

    Cierro diciendo: la lectura es muy dolorosa y revive no sólo el horror, sino la cultura a la que nos quisieron someter, precaria, grosera, sin reflexión. Está bien escrito, logra lo que se propone.

    Otros compañeros tienen más paciencia para señalar algunas cosas como puntos, comas, puntos suspensivos que deben ser tres (como los alpinos), etc. Siempre hay que tener en cuenta que el relato es engañoso y a veces pone en el mismo plano lo coloquial, en cuyo caso hay que tener el oído acostumbrado al porteñismo antes de corregir.

    Chau,

    Myriam

    La Farolera

    La Farolera tropezó (trompezó)
    y en la calle se cayó
    y al pasar por un cuartel
    se enamoró de un coronel.

    Alcen las banderas
    para que pase la Farolera.
    Sube (suba, ponga) la escalera
    y encienda (enciende) el farol.

    Después de encendido
    se puso a contar
    y todas las cuentas
    salieron cabal.

    Dos y dos son cuatro,
    cuatro y dos son seis,
    seis y dos son ocho
    y ocho dieciséis,
    y ocho veinticuatro,
    y ocho treinta y dos.
    Ay, niña bendita, (anima bendita)
    me arrodillo en vos.



    Eran tres alpinos

    Eran tres alpinos que venían de la guerra (x2)
    idia da rataplán, que venían de la guerra

    (en algunas versiones Idi, ay, da, rataplán

    o ay ti ay tá, rataplán)

    Y el mas chiquito tenía un ramo de flores (x2)
    idia da rataplán, tenía un ramo de flores

    Y la princesa que estaba en la ventana(x2)
    idia da rataplán, que estaba en la ventana

    Oh! buen alpino dame esas lindas flores(x2)
    idia da rataplán, dame esas lindas flores

    Te las daré si te casas conmigo (x2)

    idia da rataplán, si te casas conmigo

    Dile a papá (dile a mi padre), él te contestará (x2)
    idia da rataplán, él te contestará

    Oh! mi buen Rey, me caso con su hija (x2)
    idia da rataplán, me caso con su hija

    Fuera de aquí o te mando a fusilar (x2)
    idia da rataplán, o te mando a fusilar

    Y el buen* alpino se fue a morir a China (x2)
    idia da rataplán, se fue a morir a China



    en algunas versiones:

    al otro dia los tres resucitaron (x2) riariaplatatam los tres resucitaron



    asi termina la historia del alpino (x2) riariaplatatam la historia del alpino

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  3. Norberto y la sustancia indivisible de sus tres alpinos.



    Flor de aporte se mandó Norber para coronar este primer año de vida del taller. Fiel a esa voz narrativa a la que nos tiene acostumbrados, no faltan en el cuento los sabores de lo onírico, la abundancia de bloques poco oxigenados, los gerundios. ¿Eso es malo? No, no al menos en este caso, y tampoco en muchos otros. Al contrario, me parece que aquí, en estos tres alpinos, el entramado nebuloso de pensamientos, sueños y sospechas que fluyen desde el personaje fue urdido, y ejecutado, para usar un verbo acorde con cierta escena elidida del relato, de manera impecable, de la mejor forma posible. Y digo bien: forma. A veces nos viene una idea, nos asalta, como quien dice, y no sabemos por dónde empezar a plasmarla en la pantalla o el papel; no sabemos desde dónde abordar esa historia o recorte que estimula nuestra necesidad de contar, dudamos de si deberíamos narrar en primera o en tercera, y escribimos y la cosa no nos convence, como si hubiéramos dado un mal paso o, para seguir con los guiños que tienen que ver con el relato en cuestión, sentimos que hemos empezado con el pie izquierdo. Aquí la forma se adecua al fondo, conviene a la agonía de un moribundo consciente a medias.

    Sentimos lo que Raúl Dax siente, recordamos y vivimos a través de él, tenemos sus dudas y nos aferramos a sus escasas certezas. Hasta podríamos asegurar, sin mirar las páginas impresas, claro, que el relato está narrado en primera persona, cuando lo cierto es que está en tercera. Tan bien armado, que se nos hace una tercera disfrazada de primera. Sin embargo, sabemos más que Dax, pues gozamos del privilegio de estar mirándolo todo desde otra dimensión, como lectores que somos, y entonces podemos unir los fragmentos que se nos presentan por ahí desparramados y que Dax no es capaz de juntar o desentrañar. Ahí está el yoyo del nene y el otro, el yoyo debajo del asiento. Pero… (a propósito, los puntos suspensivos son tres y nada más que tres, revisá eso) ¿a qué se dedica Dax? ¿Por qué le llama yoyo al arma? Aparece un Falcon sucio… Martínez de Hoz… tortura. Lo están torturando a Dax, está siendo castigado con su propia medicina. En realidad, en “la realidad”, tratan de salvarlo, y él no lo sabe o no quiere entenderlo o no puede. Los alpinos, los enmascarados verdes con sus instrumentos de quirófano y sus venenos de nombre raro, lo molestan; vive en carne propia lo mismo que él le hace padecer a las víctimas, a los zurditos de café. No es que le guste hacer esas cosas a Dax, es un trabajo ingrato pero alguien tiene que hacerlo.

    Algo salió mal esa noche, hubo ráfagas, ¿rataplán?, alguien los cagó a tiros desde una camioneta blanca, pero esto Dax apenas puede conjeturarlo, dolorido como está, en ese estado de semi consciencia o cuasi inconsciencia en el que se encuentra, pasando del sueño al recuerdo y del recuerdo a la borrosa realidad cargada de ruidos y movimientos, a la que aspira emerger… pero inútilmente. Quizá lo cagaron a balazos, quizá fue el choque de su cuerpo contra el parabrisas, después de que Gilga perdiera el control.

    Me gustó la historia de los enanitos que te arrojan arena en los ojos durante la noche, no la conocía, y tampoco conozco la de los tres alpinos. O sí. Son ellos: Dax, Pepe Sánchez (este apellido lleva tilde), y Gilgamesh. O eran. Porque ahora los alpinos son los otros, los que lo torturan desde afuera, desde ese otro nivel que no puede alcanzar.

    No me queda claro qué pito toca la farolera, es decir, qué función cumple esa canción en este baile. No desencaja, no desentona, pero a mí me llevó para el lado del accidente de tránsito, pensé que los muchachos habían cruzado una barrera baja o algo así. Me parece bien que hayas cambiado “calle” por “puente”. “La farolera tropezó y en la calle se cayó”. Calle cayó suena feo. En el puente se cayó suena mejor. “Inutilizándoselas” me parece una palabra aparatosa, aparte de innecesaria en el contexto si tenemos en cuenta que ya habías dicho, en la línea de arriba, que sus miembros se negaban a todo movimiento.

    Llegamos al final del cuento y qué podemos decir. Que este Norberto es un fenómeno: nos fue paseando por un espejismo, un ensueño; nos hizo resbalar por esa estructura blanduzca, pegajosa, imposible de desmenuzar, una prosa indivisible, donde una cosa lleva a la otra y la otra nos lleva de nuevo a la primera y así. Una marea vigilada por el fantasma de Cortázar (con sus ojos separados que vislumbran el otro lado de las cosas, como dice Vargas Llosa en el prólogo a sus cuentos completos). Hay mucho de La noche boca arriba, en este cuento, y también, por qué no, algo de El sur, de Georgie.

    ¿Qué nos contó, en definitiva? Nos contó toda una historia, sin dejarnos una puta certeza, con un personaje que se nos presenta en la agonía y que al final se muere y se lleva todo a la tumba: su dolor, sus ganas de dejar ese trabajo “ingrato”, sus ganas de estar con la mujer, deseos, recuerdos, impresiones, tanta cosa etérea y rataplán.

    Quiero agregar que es muy delicado el tema de los desaparecidos, no es tarea fácil abordarlo literariamente, sin caer en la denuncia o el maniqueísmo. Aquí está abordado con nivel, con maestría, el tema de los torturadores es casi un pretexto, un elemento más de este gran cuento en el que aparecen otros ingredientes, entre ellos, el deseo carnal y el amor. Amor que una basura de persona, como es verdaderamente Dax, siente por su mujer y por su hijo, a su manera, claro, sin darle mucha bola al mocosín cuando se pone cargoso. Todo eso nos es permitido conocer de Raúl, de Dax, de Raúl Dax un momento antes de su muerte.

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  4. Este es un comentario desde la lejanía física, varios miles de kilómetros. Desde la lejanía cultural, cada relato tuyo se convierte en un ir y venir incesante al diccionario (y no es queja, es muy enriquecedor). Y desde la lejanía de las experiencias tanto nuestras como del entorno. Nada sé de las historias de los desaparecidos. Sí tengo en el recuerdo imágenes del Telediario que hablaban del tema cuando mis intereses los marcaban las hormonas descontroladas. Esas noticias, luego, se fueron convirtiendo en apuntes, cada tanto, a las madres de la Plaza de Mayo; ahora, ya no queda nada.

    Después de leer los comentarios de Myriam y de Dani, lo veo desde otro ángulo, han añadido luz al relato con datos reveladores que le dan importancia a detalles como el Crónica, Martínez de Hoz, y por supuesto, le dan respuesta a mi preguntas, ¿qué hacen?, ¿por qué lo hacen?

    Mi desconocimiento llega hasta tal punto, que anoche, cuando en la cama acabé la segunda lectura me recriminé no haber cumplido la tarea encomendada en la primera, de buscar en la red las letras de las canciones, que sólo conocía por el título. Myriam, como sorprendente pitonisa, me las tenía preparadas esta mañana en un estupendo mensaje. Es por todo esto que considero que mi "crítica" no sería acertada sin decir lo dicho. Es por todo esto que ni siquiera las primeras impresiones, puras ellas, ya que no estaban salpicadas con gotitas de sapiencia, me son válidas ahora. Sí tengo preguntas y más preguntas, que al igual que la mente de Raúl, están todas desordenadas.

    Me pregunto si el autor debería haber escrito algo con más referencias, más clarificador. Si lo hubiera hecho está claro que el relato no sería más completo, sería totalmente distinto.

    Entonces, ¿el cuento va dirigido sólo a las personas que tienen los conocimientos necesarios para entenderlo? Pues creo que sí, y ahí tal vez pudiera haber un pequeño fallo. Al principio, la lectura se me hace pesada, una vez transmitido el caos, sigue habiendo caos. Paso renglones y me sigo encontrando lo mismo. Tal vez por eso, por el cansancio, al final no me quedan ganas de saber. Quedo agotado por la lectura.



    Yendo a lo prosaico, quisiera que me ayudaras con esta palabra que no la encuentro en el diccionario.

    Rotisería.

    Además de los apuntes de los compañeros te diré que me sonó mal

    Pasó un 132 corriendo carreras con un 133. Es como un trabalenguas del tipo "El perro de San Roque…"

    ¿No era la misma Ford blanca que pasó tan despacio un rato antes? Creo que si. (con acento)



    No es de lo que más me ha gustado de ti, claro que otra de las preguntas es ¿de quién es la culpa?

    Un abrazo.

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  5. Me uno al comentario de Pedro. Desde la distancia se perciben las pistas difusas.

    La lectura es densa como la propia historia. En ella se entremezclan sueños y realidad que el protagonista distorsiona en medio de su delirio y que nos confunde para acercarnos a su propio caos. Me maravilla esa capacidad que tienes de transmitir la angustia, el miedo,la inmovilidad, el nerviosismo, con frases que te dejan sin aliento.

    El principio es confuso, la puntuación lo acentúa, además de los localismos y los retazos de canciones. La primera lectura fue caótica. Interpreté que los hombres de verde que le aprisionaban la pierna, etc. eran guardia civiles (recuerdos de la reciente historia española). Lo leí de un tirón y casi me faltó la respiración.

    Tras una segunda lectura , creo que todo es un flash-back desde el momento del impacto, pero la mezcla de frases en pasado y en presente, en primera y tercera persona, lo complican.

    No me encaja que un matón, lo pueda dejar; que se pueda quedar dormido en el coche en una misión y que vaya trajeado pero sin afeitar y en un coche sucio. Otra cosa ¿Qué programa de televisión podía ver en el quirófano?

    En realidad es todo un sinsentido creible desde el punto de vista de un hombre sedado y moribundo.

    Es cuanto puedo decir.
    Un abrazo,
    Montse Villares

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