miércoles, 1 de octubre de 2008

Guernika, Picasso

Myriam Toker

      Es lunes, hace calor. En mi provincia vasca solemos caminar hacia Guernika los lunes, a la feria. Llevamos el pan, traemos el queso, llevamos las gallinas, traemos los conejos. Es el equilibrio de nuestro mundo. Cosa por cosa, paso por paso. No encontrarás nada nuevo en el pueblo, al contrario. Hay un orden que parece venir de nuestras piedras, o del olor del mar que a varios kilómetros nos respira con la puntualidad de una madre enorme.
      Las sandalias empolvadas reconocen solas el camino a la plaza, a la feria. Como siempre, estarán Francisco con sus candelas de cebo, Doña Aleja con su niño nuevo, relleno y tirante como calabaza. Aitor con su toro, que van siempre, dueño y bestia, para mirar. Qué sería de la plaza sin aquél toro azabache que nos contempla. Aquellos ojos mansos y profundos parecen saberlo todo en su bendición de ignorancia.
      Tal vez, como todos los lunes de feria, tenga la suerte de que la Engracia se asome por aquella ventana como floreciendo para mí. Ay, qué llena de promesas se asoma de aquél silencio suyo, pero qué puntual su indiferencia.
      Y estarán los niños, arremolinados en los puestos, asustando a las perdices y a las palomas. Y sobre sus risas aquéllos otros niños de los árboles, piando y más atentos que nunca a la dádiva del hombre: los pájaros contentos de la feria de Guernika, bajo el sol constante que nos blanquea el pueblo desde la eternidad.
      He escuchado un campanazo, que corre primero por las callejas angostas como un niño sin madre. Ahora otro. Y desde el mar veo venir por el cielo un punto que se agranda, se acerca. La feria se agita en un remolino de gente que corre, gallinas pateadas, mujeres que llaman. Doña Aleja, con su niño berreando, quiere salvar las hogazas de pan, las noches amasando, la leña gastada en la horneada. Quiere salvar lo que pueda, porque ahora los campanazos no son más niños sueltos, son gritos de bronce que nos dicen: “¡Los aviones, que se vienen los aviones!”
      Ya es un grito la plaza, y creo que quedamos solos con el toro y un caballo que, como yo, mira hacia el cielo.
      Es lunes y son las cuatro de la tarde, y sólo puedo escuchar los borbotones del repique que no cesa y el gruñido de aquellos otros pájaros de hierro. Un estruendo, y ya no más. No escucho ya más nada, sólo siento en el pecho los golpes de lo que deben ser bombas. Tengo el rostro mojado, lo toco. Guernika es roja, roja y sorda.
      El toro, como yo, tiene los ojos y no quiere tenerlos. El caballo se retuerce y retrocede. Se retuerce y tiene, como aquél de la cruz, herido el costado. Le asustan las llamas y le pasa algo peor que estar asustado: está perdido entre el fuego, la explosión y los gritos que yo adivino por las bocas tan grandes y tan abiertas.
      Allá puedo ver el árbol centenario de Guernika. No arde, por soberbia.
      No sé por qué, camino. No siento que soy yo el que caminara. No escucho, pero veo. Veo de derecha a izquierda cómo un odio caliente se ha hecho con todo. Una vibración sobre la cabeza, otro avión, tan cerca que veo al piloto. Rubio, los ojos de cielo y de mar, sonríe como si jugara. De derecha a izquierda la ráfaga se lleva ahora a un soldadito imberbe que a último momento ha querido empuñar una espada contra el sinsentido. Ahora el muchacho es pedazos, y no quiero verlo, porque roto parece aún más joven.
      Esto que veo ahora, lunes a las cuatro de la tarde, no es mi Guernika. No hay niños, ni pájaros ni nada más que fuego. Creo que sobre el cielo se enciende una lámpara. Yo, que he sido incrédulo, ahora veo que no es una lámpara, es una luz triangular con un ojo. Ojo en mis ojos, ojo en el toro, ojo en el cielo. “Si nos miras”, pienso o rezo, “si nos estás mirando”, digo. Pero no sé qué pedir.
      Doña Aleja le abre la boca al mismo agujero brillante del cielo que nos mira, pero ella no pide. Le muestra un niño inerte que le pesa y que le pudre la sangre, y con la sangre podrida niega al que nos mira desde arriba.
      Una mujer se asoma, no es la Engracia. Tiene un quinqué en la mano. Yo no escucho, tal vez ella no vea. Siguen los golpes y se me conmueven los huesos. Serán más bombas. Camino, creo que ya lo he dicho. Allí va una mujer, corriendo, en llamas, de derecha a izquierda.
      No hay niños, no hay pájaros. Esta no es mi Guernika, aunque allá, sereno, se yergue el árbol de Vizcaya.

5 comentarios:

  1. Hola Myriam, me ha gustado mucho tu relato. Un cuadro novelado, y muy bien novelado, cada detalle de él tuvo su parte en la historia que nos presentas. Ya desde tu primer cuento me gustó tu manera de escribir. Me gusta mucho el empleo que haces de los adjetivos y las comparaciones.

    He escuchado un campanazo, que corre primero por las callejas angostas como un niño sin madre.

    Ahora el muchacho es pedazos, y no quiero verlo, porque roto parece aún más joven.

    Doña Aleja con su niño nuevo, relleno y tirante como calabaza.

    En general, por sacar ese profesor frustrado que llevo dentro, o por hacerlo distinto, diría que la nota sería… un notable.
    Paso a señalar los puntos que, a mi gusto, son mejorables.
    Primero el título, no sabía que Guernica se escribiera con K, de todas formas estoy convencido que el cuadro, en su nombre no la lleva.
    En los primeros párrafos abundan las repeticiones de palabras: lunes, feria, siempre, arremolinados-remolino. Y en los últimos: cielo.


    Es lunes, hace calor. En mi provincia vasca solemos caminar hacia Guernika los lunes, a la feria. Llevamos el pan, traemos el queso, llevamos las gallinas, traemos los conejos. Es el equilibrio de nuestro mundo. Cosa por cosa, paso por paso. No encontrarás nada nuevo en el pueblo, al contrario. Hay un orden que parece venir de nuestras piedras, o del olor del mar que a varios kilómetros nos respira con la puntualidad de una madre enorme.
    (Creo que éste primer párrafo falla en su construcción, me suena a telegrama.)
    ("En mi provincia vasca solemos caminar hacia (esto implica caminar en una dirección, no indica que llegues a ese destino, luego cuando dices: llevar, traer, estás señalando que también se camina en dirección contraria, desde…)Guernica los lunes, a la feria.")
    ("No encontrarás nada nuevo en el pueblo", esto no está nada definido. Se supone que yo no conozco el pueblo, ¿no hay nada nuevo por que todo es viejo? ¿Todo es como antaño? Tampoco sé como era hace años "… o del olor del mar que a varios kilómetros nos respira con la puntualidad de una madre enorme." El sentido de esta frase se me escapa.)
    Las sandalias empolvadas reconocen solas el camino a la plaza, a la feria. Como siempre, estarán Francisco con sus candelas de cebo, Doña Aleja con su niño nuevo, relleno y tirante como calabaza. Aitor con su toro, que van siempre, dueño y bestia, para mirar. Qué sería de la plaza sin aquél toro azabache que nos contempla. Aquellos ojos mansos y profundos parecen saberlo todo en su bendición de ignorancia.
    Tal vez, como todos los lunes de feria, tenga la suerte de que la Engracia se asome por aquella ventana como floreciendo para mí. Ay, qué llena de promesas se asoma de aquél silencio suyo, pero qué puntual su indiferencia.
    Y estarán los niños, arremolinados en los puestos, asustando a las perdices y a las palomas. Y sobre sus risas aquéllos otros niños de los árboles, piando y más atentos que nunca a la dádiva del hombre: los pájaros contentos de la feria de Guernika, bajo el sol constante que nos blanquea el pueblo desde la eternidad.
    He escuchado un campanazo, que corre primero por las callejas angostas como un niño sin madre. Ahora otro. Y desde el mar veo venir por el cielo un punto que se agranda, se acerca. La feria se agita en un remolino de gente que corre, gallinas pateadas, mujeres que llaman. Doña Aleja, con su niño berreando, quiere salvar las hogazas de pan, las noches amasando, la leña gastada en la horneada. Quiere salvar lo que pueda, porque ahora los campanazos no son más niños sueltos, son gritos de bronce que nos dicen: “¡Los aviones, que se vienen los aviones!” (lo eliminaría)
    Ya es un grito la plaza, y creo que quedamos solos con el toro y un caballo que, como yo, mira hacia el cielo. (…y quedamos solos el toro y un caballo que, como yo, mira al cielo.)
    Es lunes y son las cuatro de la tarde, y sólo puedo escuchar los borbotones del repique que no cesa y el gruñido de aquellos otros pájaros de hierro. Un estruendo, y ya no más. No escucho ya más nada(cambiaría el orden "nada más"), sólo siento en el pecho los golpes de lo que deben ser bombas. Tengo el rostro mojado, lo toco. Guernika es roja, roja y sorda.
    El toro, como yo, tiene los ojos y no quiere tenerlos. El caballo se retuerce y retrocede. Se retuerce y tiene, como aquél de la cruz, herido el costado. Le asustan las llamas y le pasa algo peor que estar asustado: está perdido entre el fuego, la explosión y los gritos que yo adivino por las bocas tan grandes y tan abiertas.
    Allá puedo ver el árbol centenario de Guernika. No arde, por soberbia.
    No sé por qué, camino. No siento que soy yo el que caminara. No escucho, pero veo. Veo de derecha a izquierda cómo un odio caliente se ha hecho con todo (creo que es muy pronto para el odio, serían primero: el desconcierto, el dolor, las preguntas). Una vibración sobre la cabeza, otro avión, tan cerca que veo al piloto. Rubio, los ojos de cielo y de mar, sonríe como si jugara. De derecha a izquierda la ráfaga se lleva ahora a un soldadito imberbe que a último momento ha querido empuñar una espada contra el sinsentido. Ahora el muchacho es pedazos, y no quiero verlo, porque roto parece aún más joven.
    Esto que veo ahora, lunes a las cuatro de la tarde, no es mi Guernika. No hay niños, ni pájaros ni nada más que fuego. Creo que sobre el cielo se enciende una lámpara. Yo, que he sido incrédulo, ahora veo que no es una lámpara, es una luz triangular con un ojo. Ojo en mis ojos, ojo en el toro, ojo en el cielo. “Si nos miras”, pienso o rezo, “si nos estás mirando”, digo. Pero no sé qué pedir.
    Doña Aleja le abre la boca al mismo agujero brillante del cielo que nos mira, pero ella no pide. Le muestra un niño inerte que le pesa y que le pudre la sangre, y con la sangre podrida niega al que nos mira desde arriba.
    Una mujer se asoma, no es la Engracia. Tiene un quinqué en la mano. Yo no escucho, tal vez ella no vea. Siguen los golpes y se me conmueven los huesos. Serán más bombas. Camino, creo que ya lo he dicho. Allí va una mujer, corriendo, en llamas, de derecha a izquierda.
    No hay niños, no hay pájaros. Esta no es mi Guernika, aunque allá, sereno, se yergue el árbol de Vizcaya.

    Aunque esto parezca al final una colcha de patchwork, me ha gustado bastante.

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  2. Coincido con este hombre. Hace poco vi un no sé qué tridimensional de Guernica que tomaba vida. Me recordó a este cuento. Obviamente aunque el cuadro sea muy conocido debería ilustrarse este cuento para ampiar el púbico lector.

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  3. La recreación del ambiente de Guernica en los momentos previos y durante el bombardeo. Bien. El relato de Myriam trata de situar unos personajes reales en el escenario de la agresión, unos personajes que sean los que luego retrató Picasso en su famoso cuadro. Myriam sabe que los personajes del cuadro son simbólicos, pero aún así quiere dotarles de una realidad literaria, y hace bien, que para eso está la literatura.

    Se ha hablado tanto de aquel episodio que cuesta trabajo ceñirse a la realidad. Ya un mes antes de aquello la Legión Cóndor había bombardeado Durango: once toneladas de bombas sobre una población indefensa, casi trescientos muertos (el doble que en Guernica, si hacemos caso de las últimas estimaciones) y, probablemente, el primer bombardeo de la historia a la población civil, con el ánimo de aterrorizarla y desmoralizar a los combatientes que creían a sus familias a salvo en retaguardia. El bombardeo de Guernica sin embargo se hizo rápidamente famoso en todo el mundo porque Picasso pintó el cuadro en menos de un mes, a petición del Gobierno de la República, y lo expuso en París.

    El cuento de Myriam es corto, apenas da tiempo a saborearlo. Y es épico, magnifica a los vascos que acuden a la feria, magnifica al legendario roble que simboliza los fueros y por tanto las libertades vascas. "No arde por soberbia". Narra una agresión y toma parte a favor del agredido. Bien. A pesar de eso, una parte de los españoles leerían su relato con recelo, y es que aquí las hostilidades no terminan nunca del todo, aunque pasen los años. Ahí siguen las dos Españas enfrentadas en las urnas, con una igualdad casi matemática. Ahí siguen las izquierdas hablando de Memoria Histórica, de abrir las fosas comunes, y las derechas de OIvido. Es importante siempre fijarse en la cara del que pide olvido.

    La grafía que utiliza Myriam para escribir el nombre del pueblo es mestiza. Una cosa intermedia entre la forma castellana "Guernica" y la vascuence "Gernika". Digamos una tercera vía. Por otro lado, es probable que la escena que ella recrea no sea del todo histórica, los feriantes y los puestos agitados ante la llegada de los aviones. Me parece recordar que el bombardeo ocurrió a las cuatro y media de la tarde, pero que la feria había sido suspendida por el Ayuntamiento antes del medio día, en previsión de desastres, dado lo cerca que estaba ya el frente bélico (dos días después las tropas fascistas entraron en la localidad). Son detalles que merece la pena estudiar.

    La ambientación me parece más sureña de lo que cabría esperar en el Norte de España y en Abril, aunque seguramente posible, tal vez yo me estoy pasando de exquisito . El calor, el polvo, las alpargatas e incluso los nombres, a excepción de Aitor. Según voy leyendo, me parece que me encuentro en La Mancha o en Andalucía. Pero, ya digo, es una prevención rara, subjetiva; seguramente exagero. Sin embargo, hay algo objetivamente mal: nunca un español diría: "¡Los aviones, que se vienen los aviones!" Ese uso pronominal: "se vienen los aviones" es impensable aquí. La gente gritaría: "Vienen aviones".

    Para terminar, ya que Myriam ha suscitado un tema tan apasionante, y ha descrito tan bien el aspecto humano del cuadro de Picasso, les copio dos descripciones más del mismo objeto, las que hicieron los poetas españoles Rafael Alberti y Blas de Otero:

    El mar de puro tonto maravilla.
    24 de XII aquí en Antibes.
    Se acerca un nuevo año.
    Y Picasso en Mougins con tanta España.
    Corre sangre de toro por sus venas.
    Clama el caballo atónito gritando lo que nunca,
    los nervios están fuera y del revés los ojos
    y los cuellos se alargan hasta salirse por la boca
    y basta una candela para ver que la rabia,
    la impotencia, la cólera, la desesperación,
    el dolor, la agonía pueden ser gris y blanco tristemente.
    Así lo vio. Y lo dijo.
    Desde entonces, para él la guerra se llamó Guernica.
    Rafael Alberti [Los 8 nombres de Picasso]

    GUERNICA

    a Picasso

    Aquí estoy
    frente a ti Tibidabo
    hablando viendo
    la tierra que me faltaba para escribir "Mi patria
    es también Europa y poderosa"
    asomo el torso y se me dora
    paso sorbiendo roma olivo entro
    por el Arc de Bará
    de repente remonto todo transido el hondo
    Ebro
    a brazazos retorno arribo a ti
    Vizcaya
    árbol que llevo y amo desde la raíz
    y un día fue arruinado bajo el cielo


    Ved aquí las señales
    esparcid los vestigios
    el grito la ira
    gimiente
    con el barabay
    el toro cabreado directamente oíd
    ira escarnio ni dios
    oh nunca nunca
    oh quiero quiero que no se trapapelen
    el cuello bajo la piedra
    la leche en pleno rostro el dedo
    de este niño
    oh nunca ved aquí
    la luz equilibrando el árbol
    de la vida, la vida.

    Blas de Otero (1960)

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  4. De camino a la plaza del pueblo, un muchacho nos describe lo que ve y las costumbres de la gente de su provincia. Lo mira todo con ojos cándidos, agradecido de lo que tiene, feliz con la vida que lleva. De pronto se rompe la armonía, aparece “lo nuevo”, ese elemento que viene a desequilibrar el orden: bombardean la plaza. Lo curioso es que el personaje no parece perder la calma ni su mirada romántica/poética del mundo (su aldea). Su inocencia se mantiene en su voz y en su naturaleza, aun siendo testigo del horror. Hay detalles durísimos. Sin embargo, no sé, algo no me convence. Se me hace que el tipo está “dibujado”, como si fuese invulnerable. Lo veo más allá de todo, aunque el mismo personaje me diga que se conmueve con lo que le toca presenciar.

    Estamos ante un cuadro viviente, como dijo un compañero, y atreverse a poner en movimiento el Guernica de Picasso es un desafío interesante. En cuanto al aspecto histórico de la narración, nada puedo aportar. Conozco tan poco de la historia de España como de su literatura. Carlos dijo de un modo elegante que así no sucedieron las cosas, que ese día no había gente en la plaza porque sabían que el ataque podía llevarse a cabo. Eso viene a sacudir un poco los cimientos de la verosimilitud. De todos modos, podríamos decir que el texto pretende mostrar una realidad otra, una realidad distinta, una especie de licencia histórica. ¿Ucronía, que le dicen?

    Narrado desde una de las víctimas, desde un muchacho inocentón, de corazón puro, el cuento se vuelve medio tendencioso: tiende sutilmente a la denuncia, a decirnos, sin decirlo de modo tan explícito: ¡Ay, de lo que es capaz la raza humana! Los buenos son muy buenos y los malos son malvados. El aviador, con su sonrisa de maldad y sus ojitos de cielo y mar, me pareció un detalle caricaturesco. De inmediato lo asocié con dibujitos animados. No concibo que un poeta, que atraviesa semejante situación, se distraiga con el color de los ojos del piloto de un bombardero. A favor he de decir que el relato no cae en el sentimentalismo, no adolece de énfasis ni se torna truculento.

    Pienso que sería más interesante meterse en la piel y la cabeza de ese aviador que lanza la bomba, en lugar de ponerse del lado de una víctima indefensa y pura, una especie de arquetipo de la inocencia. El asesino: mostrarlo con sus contradicciones, hasta dónde llega su sensibilidad o insensibilidad. ¿Qué pasará por su croqueta (cabeza) cuando arroja bomba? ¿Por qué lo hace? ¿Simplemente obedece una orden? O sin no, verlo actuar pero sin que nos sea permitido entrar en el rollo psicológico, que el atacante se limite a describir lo que lo que ve, o ni siquiera eso, que nos sea permitido ver los efectos que desencadenan sus acciones.

    Pienso que no le habrá sido fácil a Norberto escribir el relato que mandó este mes al taller, imagino lo que le habrá costado contar esa historia de secuestros desde la piel de uno de esos tipos perteneciente a un “grupo de tareas”, mostrarlo humano, esposo, amigo, mostrar su violencia a través de indicios, de deseos, de gestos, vislumbrar el horror desde la periferia. No me remito al cuento de Norberto con intenciones de comparar nada ni a nadie, sino para ejemplificar y justificar una idea, una propuesta. En resumen, el muchacho de este Guernika no me conmueve, me parece que su poesía debería ser más seca, agria, contundente como un flechazo, de modo que pueda yo, lector, sentir su dolor en cada palabra que pronuncia, sentirlo parte de la masacre, sentirlo sangre, verlo temblar y oír su grito en su silencio.

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  5. Hola,
    un cuento que narra un cuadro tan conocido es realmente difícil. Ya te han señalado otros compañeros las frases bellas y las que no, por lo que intentaré aportar algo distinto.

    El primer párrafo es poco claro. Tropiezo con "En mi provincia vasca solemos caminar ". Yo nunca diría "En mi provincia catalana solemos ...".

    Seguidamente creo que intentas trasmitir la idea de cotidianeidad, de orden natural, pero no me convence.

    Los nombres que aparecen, como ya te han apuntado, no son típicamente vascos, el calor tampoco por lo que podríamos estar en cualquier otro pueblo bombardeado de España.

    No entiendo "Doña Aleja con su niño nuevo". Un niño no es como un vestido que puede ser nuevo o viejo, digo yo.

    Hacia el final leo "Camino, creo que ya lo he dicho." la aclaración la eliminaría.

    Myriam tienes un gran dominio de la escritura pero me gustó más tu cuento anterior. Espero leerte pronto.

    Montse Villares

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